Arrierías 95
Tomas Litum
–
Cuando María, una atractiva treintañera en su octavo mes de embarazo tomó el bus local con el fin de hacer algunas compras y pagar un par de facturas en un centro comercial cercano, jamás se imaginó que quedaría atorada en la barra registradora del vehículo, de un momento a otro, lo que era parte de una tranquila rutina del día a día, se convirtió en uno de pánico y desesperación.
El conductor del bus y algunos pasajeros intentaron alzarla, pero el diseño de la barra había logrado apresar buena parte de la abultada barriga entre las dos estructuras de acero que impedían que alguien quisiera saltarla; por otro lado, la estructura solo funcionaba hacia el frente, así que tras el primer clic que había escuchado María al intentar moverla sin que tocara su barriga, fue imposible hacerla retroceder.
María intentó permanecer tranquila, pero tras quince minutos apresada, sus piernas empezaron a flaquear y una sudoración extrema invadió su cara y espalda, para cuando el conductor saco sus herramientas y algunos pasajeros intentaban ayudar a desmontar la barra registradora, la futura madre pego un grito y al sentir que algo rodaba entre sus piernas miró al conductor diciendo, “señor, se me ha roto la fuente, sáqueme de aquí y ayúdeme a tomar un taxi al Hospital más cercano”.
Al gentil y humilde cristiano al que llegaron aquellas palabras se le sacudió el mundo, empezó a sudar más que ella y en un arrebato de angustia sacó a todos los pasajeros, le forró la barriga con las almohadas que tenía en su asiento y en del copiloto y seguidamente, con una barra de acero rompió las bases de la estructura, que, para esos momentos, tras los esfuerzos de los pasajeros, ya mostraba signos de empezar a desprenderse.
Una vez liberada, la ayudo a bajar del vehículo, paró el primer taxi que se cruzó por el camino y tras anotar sus placas e ingresarla con cuidado, le dijo al conductor, llévela al hospital más cercano, ayúdale a ingresar y nada de pendejadas, que va a labor de parto, le entregó una suma que cubría con creces el trayecto y tras despedirse con un apretón de manos a través de la ventana que segundos antes había bajado para que pudiera respirar con tranquilidad, el taxi se perdió en medio del tránsito de la mañana.
El afán del nuevo conductor era palpable, estaba probablemente más asustado que la futura madre, así que, haciendo uso de sus mejores habilidades la condujo hasta la sala de emergencias del hospital de la zona en tiempo récord, la entrego a los encargados y tras santiguarse, le pidió al cielo que los dos ocupantes de su taxi salieran de aquel lugar abrazados.
María fue diagnosticada con SDR, es decir, síndrome de dificultad respiratoria neonatal, su bebé estaba afanoso de salir y el traspase del bus lo había acelerado. Los médicos actuaron y tras una cesárea el pequeño azulado no tardó en dar sus primeros signos de vida, no esperó la nalgada y mucho menos una diatriba que estimulara una reacción, tan solo soltó sus pulmones al verse libre en un nuevo y desconocido entorno.

Para cuando su marido llegó, María lo esperaba con un bebé rozagante de vida, su primer hijo, aquel hombre no paraba de sollozar mientras sostenía el milagro de la vida en sus manos y aunque supo que por naturaleza le daría sus problemas, se comprometió a amarlo en la medida de sus capacidades.
El pequeño recibió el nombre de Eustaquio pues, aunque en su país el Baseball no era un deporte popular como el fútbol, su padre si era un hincha furibundo. Fuera de su extraño nombre y el hecho de ser ochomesino, el pequeño tenía sangre O negativo, demostró desde sus primeros años ser zurdo y antes de poder hablar ya discutía con su padre en una lengua que solo su madre creía entender.
Con el correr de los años sus padres se separaron y Eustaquio quedó bajo la custodia materna, a diferencia de su hermana mayor y hermano menor, el niño no era muy sociable, prefería estar solo y desde que aprendió a leer, en vez de salir a jugar con los vecinos se escondía en el baño a leer la única enciclopedia histórica existente en la casa, bombardeaba a su madre con preguntas existenciales que ni ella había osado preguntarse y en muchas ocasiones lo sorprendió absorto mirando el revolotear de una mariposa o el andar decidido de una hormiga en el jardín.
Ya a sus 7 años el tamaño de su cabeza sobresalía sobre su escuálido cuerpo, lloraba porque decía sentir como sus piernas crecían y en ocasiones mojaba la cama porque al parecer su hermana le había dicho que el diablo se escondía en las sombras de la noche y no deseaba encontrárselo, en el colegio no solía tener amigos o compinches y aunque sus maestras apreciaban su juicio en clase, muchas daban por hecho que vivía en su propio mundo y poca atención prestaba a sus enseñanzas.
A sus 9 años, tras ver concienzudamente varios capítulos de “la reportera del crimen” en casa, al acompañar a su madre a hacer mercado le advirtió de un hombre que los seguía y aunque ella no le creyó, tras algunas pruebas que el mismo sugirió se pudo percatar del peligró y sin asustarlo tomaron el primer taxi rumbo a casa.
A los 10, cuando su padre le regaló de navidad su primer walkman con radio incluido solía sintonizar las emisoras de música clásica y perderse en los rincones de la casa emocionado por aquella vibración que las sinfonías generaban en su cuerpo, no entendía ni apreciaba los éxitos musicales que su madre y hermanos gozaban al encender la emisora local y para cuando sus profesores evidenciaron síntomas claros de dislexia al confundir la g con el 9, la b con la d o el no distinguir la izquierda de la derecha, su madre supo con claridad que fuera de sus particularidades, él era un niño especial.
En el transcurso de sus 11 años, María descubrió que uno de sus cuadernos estaba lleno de poemas, estaba locamente enamorado de una compañerita y cuando trato de convencerlo tras comprarle unos chocolates para que se los regalara, le costó una semana averiguar que se los había comido y tan solo deseaba verla como se observa a un pájaro hermoso, irrumpir en su estado natural habría sido espantar la belleza que lo anonadaba.
Para cuando Eustaquio tuvo su primer mejor amigo, un compañero del cole, María se sorprendió al evidenciar que era una relación de un intelecto profundo, se la pasaban jugando ajedrez y arreglando o modificando aparatos eléctricos, no les interesaba el fútbol o las diabluras de los de su edad, querían arreglar el mundo y aunque nadie les prestaba atención mientras no hicieran daños, eran dos niños con una sensibilidad enorme que tan solo deseaban ser en medio de lo que se consideraba normal.
Para cuando su amado hijo partió a la capital, acuerdo hecho con su padre para asegurar la calidad educativa de su progenie en búsqueda de las mejores oportunidades que el futuro pudiera deparar al cursar bachillerato en una institución reconocida que tal vez abriera brechas a universidades y empleos futuros, María, en medio de la tristeza de la partida no pudo más que pensar, tal vez sea ingeniero, doctor o abogado, no sé, si sigue leyendo a escondidas tal vez sea escritor.
Fin.
Ubaque, Cundinamarca, 30 de enero del año 2025.