Arrierías 96
Jair Valencia Gaspar
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Un día cualquiera, en este último tiempo, mientras me bebía un recuerdo, mi mente volaba sobre el pueblo, mi cerebro procesaba rápidamente, los recuerdos más antiguos, mientras los localizaba, ingería una buena taza de café como acelerando el viejo procesador para que evocara los recuerdos nobles y sobresalientes, yo esperaba tranquilamente hasta el momento que mi procesador diera la orden de soltar el recuerdo, así, yo tendría las señales cerebrales para abrirle la puerta de par en par al recuerdo seleccionado.
Así fue como de regreso a mi niñez, recorría las polvorientas calles de mi pueblo y empecé a visualizar, la antigua carrera miranda, la pista y todos los entornos, las pesebreras, la antigua galería, la pesquera y la cancha de tejo.
Hasta que los recuerdos me abrieron de par en par las puertas de un enorme, viejo y musgoso cafetal, lo recuerdo perfectamente eran unos viejos arboles de café altos, muy altos, recuerdo que quienes se medían a cogerlo, utilizaban una cepa de guadua como de unos cinco a seis metros de altura, con unos boquetes labrados en cada cañuto, a manera de escalera, se subían con una vieja estopa porque los canastos les estorbaban, y empezaban a coger el café desde el copo hasta la parte baja, eran unos malabaristas, algunos que no tenían experiencia, a veces caían pero de un golpe no pasaban.

“El cafeto, también conocido como planta del café, es un arbusto perteneciente a la familia Rubiácea y al género Coffea. Es una planta que puede llegar a medir hasta diez metros de altura, aunque generalmente se mantiene a una altura de entre tres y cinco metros para facilitar la recolección de sus frutos. Su característica más distintiva son sus hojas opuestas, persistentes y de un intenso color verde.
El árbol de café silvestre, que puede medir entre 4 y 6 metros de altura, se caracteriza por su tronco delgado y sus ramas extendidas que le dan una apariencia frondosa. Sus hojas, de color verde oscuro y forma ovalada, son perennes y contribuyen a la belleza estética del árbol de café. La flor del cafeto, blanca y fragante, se transforma en un fruto conocido como cereza, uva o capulín, que contiene las preciadas semillas de café.”
“Extractado de redes sociales”
Recuerdo cuando ocurrió la transición de ese tipo de café que lo llamábamos nacional, al café caturro, en ese entonces se sembraba plátano y banano, bocadillo y las partes más sinuosas, sembraban guineo, también en las partes más asequibles sembraban frutales como papaya, guanábana, cítricos; recuerdo que en un nacimiento de agua donde hicieron un gran tanque para recolectarla, sobre el hicieron una gran cama de guadua donde sembraron granadilla y era mi lugar preferido de niño. Pero también recuerdo que el café tenia sombrío y por lo regular era guama macheta, aquella que comíamos sus ricas motas y las semillas las utilizábamos como ornamento para orejas, nariz y hacíamos algunos collares, otro sombrío era la guama santafereña, una larga vara que al retorcerla y abrirla nos mostraba una serie de pepas motosas y dulces que degustábamos.
Meses ante de la cosecha, había un paisaje verde con un tendido blanco. Era la flor del cafeto, blanca y fragante, que se transformaría luego en un fruto conocido como cereza, uva o capulín, que contiene las preciadas semillas de café.
Asistí con mis recuerdos a la recolección de café, acompañando al patiéro un pastuso de baja estatura, pero lo que le faltaba de estatura le sobraba en sabiduría, en nobleza y en una superpersona, Anselmo se llamaba él, con él recorría cafetales, comiendo cuanta fruta se cruzaba en mi camino, zapotes especialmente.

En la tarde, esperábamos en el peladero de café donde se pesaba en una romana, se vaciaba en una tolva, y con motor a gasolina se pelaba el café, se pasaba a uno de los tanques vinagradores donde reposaba durante tres días, revolviéndolo dos o tres veces diarias para des gasificarlo y remover la miel o mucilago, al cabo de este tiempo, pasaba la tanque de lavado donde quedaba totalmente limpio de la baba del café (ácido músico o mucilago), luego se llevaba en costales hasta una de las elbas donde se iniciaba su secado al sol, ya dependía de los días soleados que hicieran y de acuerdo al experto en esta labor que por lo regular era el más viejo, recogía un puñado, lo refregaba en sus manos y conceptuaba, falta un día o quizá decía, faltan tres horas más y era exacto, no fallaba; luego se empacaba en costales de cinco arrobas y a venderlo.
Ahora, dentro del cafetal uno encontraba, todos los olores, los cuentos de grueso calibre (de mujeres de la vida alegre, de casas de cita, y todo lo relacionado con ellas), para mi pequeña humanidad, escuchaba relatos que para mí en esa edad y época, no tenían importancia, ninguna relevancia, pero hoy que los recuerdo, añoro esa época de mi vida y de mi niñez; los recuerdos brotan y los percibo como si fueran hoy, los momentos álgido y de discusiones en horas de los alimentos, de la bogadera, porque no faltaba el quejumbroso, se quejaba por todo, por la sal, el azúcar el calentao, la pequeña carne o el gordito que le sobraba pero también ahí estaba el que ansiosamente esperaba ese gordito para echarle mano y a voliar mandíbula se dijo, lo acompañaba con el poco calentao que dejaba el quejoso, los demás no dejaban nada.
Por lo regular se dan los dos hombres que sobresalen, el pajarero que se la pasa pajariando y metiéndose en todo, sabe de todas las conversaciones y el patiero, el cual se hace cargo desde la picada de la leña, la molienda del maíz para las arepas, del transporte de los alimentos al corte y de todas las labores afines y como dije anteriormente, el quejoso.
También por allí entre los cogedores pasan los galafardos, que cogen impresionantes cantidades de café, dicen que es ayudado y que maneja un monicongo que estrecha su relación con el diablo y que este es quien trabaja por él, es la ayuda diabólica que recibe, por esta razón y como recibe más pago, es el que más gasta y al que más lo persiguen las mujeres lindas, a veces disfrazadas porque son las brujas las que lo asedian y lo chupetean, a veces le dejan unos tremendos morados bajo las orejas.
Otro personaje que brinca de finca en finca, de pueblo en pueblo, es el andariego, se recorre todo el país cafetero, va de cosecha en cosecha, ha sido desde siempre el encargado difundir relatos, historias y mitos de nuestra cultura cafetera, su mente viene cargada de relatos, relatos que difunde entre los cogedores en las paras que hacen para alimentarse o en las bohemias nocturnas alrededor de una taza de café, es el hablador y sobresale por locuacidad, es enamorado como el marino, dejando un amor en cada puerto, levando anclas en cada finca, hasta que un día conoce el amor de su vida y este lo hace anclar en ese puerto de por vida, de ahí en adelante los cuentos y relatos van dirigidos a sus hijos y nietos, continuando con nuestra identidad cafetera como lo hicieron nuestros padres y abuelos.

Terminada la labor diaria y luego de la enorme frijolada de la tarde, viene la reunión donde se habla de espantos, duendes que los embolatan al pasar cerca al bosque, especialmente entre el guadual por donde pasa un cristalino arrollo donde aparece el pequeñín de bigote y bien vestido de arriero, allí quienes lo han oído nombrar o que han vivido experiencia con él, salen corriendo, otros que si le ponen cuidado, son embolatados por el pícaro duende, contaban que muchos, nunca aparecieron y que continúan perdidos al día de hoy. Cuentos de brujas que los marcan con un enorme chupado que los hace sangrar y de cómo se deshacen de ellas, con los calzoncillos al revés, con sal o con aguja e hilo, otros hablan de la llorona que busca a su hijos por ríos lagunas, monte, valles y mares, ¿dónde se perdió su hijo?, nunca se supo, unos aseguran que viniendo del viejo Caldas, cuentan los viejos que hace mucho tiempo, con los primeros colonizadores que llegaron venia una madre con sus hijos, que el menor venia montado en una mula y que unas de ellas entre estas el que llevaba su hijo, se desbarrancaron, que cayeron a un profundo precipicio y que allí iba su hijito, que lo buscaron y lo buscaron y que nunca apareció, la madre llorona, se volvió loca y murió, que su espíritu continua en su búsqueda sin hallarlo. Otros, los más jóvenes y aventureros recolectores de café, cuentan que a su hijito lo mataron en la cruel violencia que sufrimos en este territorio, que lo enterraron por ahí en una finca de Sevilla o de Caicedonia, cuentan que ella murió en la búsqueda pero que su espíritu lo continúa buscando, por ahí en algunas fincas cafeteras se escucha su llanto y sus lamentos por no encontrarlo, esto ocurre cuando las cosechas son muy buenas y que en las fincas trabaja mucho personal. Igual, cuentan que con los últimos rayos solares ven una hermosa y rubia mujer que los llama haciéndoles señas con sus manos, algunos valientes, van hacia ella, pero a medida que se acercan a ella, va esfumándose en el aire y cuando llegan al sitio, solo encuentran cenizas de una pequeña quema, aún caliente.
Son historias de café, muchas de ellas vividas en mi niñez, entre los cafetales de una finca que tenía mi padre, pero también se las escuchaba a los cogedores alrededor de una lámpara caperuza que casi se apagaba porque se había quemado el poco combustible que le quedaba.
El café, nuestro café nos cuenta muchas historias, que llegan a las mentes de los cafeteros y que no dejaremos que caigan en el olvido, la pretensión es que se vuelvan a contar para aquellos que no las conoces y como un grato recuerdo para aquellos que las vivimos y que queden como un lindo legado más de nuestra zona cafetera.
Y así desperté, los recuerdos me cerraron la puerta y regresé a la realidad, realidad que vivimos a diario, con unos cafeteros jóvenes, ya el café, se seca en silos, el sol se enoja porque su calor no se incorpora ya en esos divinos granos.
Así se formó nuestra historia cafetera desde finales de 1800 hasta hoy, por eso esta bendita bebida, en cada nos cuenta historias en cada sorbo que ingerimos.
De nuevo mi invitación, a degustar nuestro café en cualquiera de las tiendas especializadas en el ramo, y de nuevo mi invitación:
HABLAMOS BIEN DE SEVILLA