Arrierías 87
Luis Carlos Vélez.
ADELINA
Al fin terminé la misión encomendada. Mis superiores, según me hicieron saber, hacía varios meses sospechaban que un par de ancianos serían robados en su propia casa por un ladrón del barrio en donde viven. ¡Buen trabajo, muchacha!, me dijeron y aplaudieron…
Hicieron una exhaustiva labor de inteligencia y los agentes camuflados fueron tras la pista hasta conocer los nombres, dirección y rutina diaria de las probables víctimas, como también del paradero, modus operandi, nombre real, y alias del ladrón: Ratón.
Lo que siguió fue llamar a los ancianos, decirles lo que pasaba, y planear con ellos lo que debía hacerse para atrapar a Ratón con las manos en la masa.
Fue labor de dos meses, luego de los cuales me llamaron para culminar lo planeado por mis superiores.
Desde la ventana de las probables víctimas, donde entré haciéndome pasar como muchacha del servicio, podría espiar los movimientos del presunto delincuente, y de quien me dieron una foto para identificarlo.
Según el prontuario que tenemos en nuestro poder, Ratón es un ladrón consumado, pero presume de conquistador irresistible.
Y efectivamente, en mis entradas a la tienda a comprar víveres, pude darme cuenta de que sería atrapado con facilidad, porque es un estúpido que por dárselas de bonito y charlatán, no tiene ni idea del anzuelo y la carnada que le pusimos.
¿Y cayó el Ratón?
Mis superiores ya me anunciaron que seré ascendida.
RATÓN
Ahora que estoy en la guandoca repasó la pendejada que me tiene en este hueco hediondo con rejas. Yo que me creía el 007, el chacho del hampa local, terminé preso por culpa de un encuentro inesperado, y de un pasamontaña.

Vivo cercano a un barrio de gente rica, de esas que son tan pobres que lo único que tienen es plata, pero plata, y como plata es lo que necesitaba, resolví montarle inteligencia a la casa de los viejitos que, según dicen los chismosos del barrio y son bastantes, se iban a pasear. No los escogí al azar, me llegó la nota, la información, y me puse pilas a investigar… El punto débil es la china que trabaja con ellos: habla mucho y con cualquiera cuando entra a la tienda… Ella será mi gancho ciego, pensé.
Y como soy entrador que ninguna se resiste, y le conozco los puntos débiles de las hembras, mi pinta me ayudó para caerle a la china esa, la morenita de ojos claros que trabaja de sirvienta y viene a la tienda que hay al frente de los cuchos… allá donde me tomo mis polas y que cuando ella entra, habla y habla y habla más que un perdido. La china es bonita y me le metí con el saludito amable y las palabritas chéveres de conquista: “qué lindos ojitos tienes preciosa”, y así, cositas así que las encantan y las enamoran a tonticas como ella… Si vieran como se le ponían los ojazos de gata… Le gasté mi tiempo y juro: cayó redondita; creo que a poquito se enamoró de mí y así le fui sacando la información con lambonerías al por mayor. Que se van los viejos, se van, me contó la china, y yo que caigo por lo mío, y pensaba: Me voy a meter por el techo cinco minutos después de que pase la ronda, y como ella, Adelinita, así se llama, me dijo que en la casa no hay cámaras de seguridad, me pongo mi pasamontaña y con ella me salvo de que me descubra, pues, confieso: la tontita me estaba gustando. Ya me había dejado entrar y sin pedirle nada ni insinuármele, a puro ojo tomé nota de todo: Es una casa de una sola planta con terraza. Por dentro hay una escala que sube allá, y por ahí es por donde bajé y me metí.
Tenían un equipo de sonido que, así por encima valía sus pesos, pero no me servía, pesa mucho y no me cabía en el bolsillo, el plasma, menos. Era billete lo que necesitaba y tuve que darle mi último toque a la hembrita para que me dijera dónde lo guardan, el billete. De pronto hasta un besito, así se calentará…, pero nada, no se dejaba, no daba, no aflojaba la prenda…
En seguida de la casa hay un lote cercado donde se meten marihuanos amigos a darse sus chupadas y luego, por miedo a los tombos de las motos, salen como voladores a esconderse en los rastrojos. A ellos no les dije nada, porque es mejor comer callado… Cuando se fueran era mi tiro. Ya sabía el día y la hora en que se largarían los viejos, los cuchitos esos. También le hice inteligencia a mis marihuneritos y, qué vaina si soy de buenas, los cuchos se iban a ir a la misma hora que ellos, mis mariguanos, ¿me entienden?
Los tombos ya me los conocía, pasaban una vez en moto, se pisaban y no volvían hasta la madrugada. De buenas sí soy, pensé, y diosito que estaba por ayudarme esa noche, molido, mejor dicho, pensaba, seguro de no fallar…
Ella dormía lejos, en la última pieza, cerca del patio, junto a la escala con curva. Esta noche voy a ir, pensé, no soy tonto y le saco más datos… si vieran cómo se asustó cuando le dije que, si ella no sabía que sus patrones eran delincuentes, traficantes. Se puso histérica, como loca, casi no la calmo… hasta le juré que nos casábamos y me decía: no te creo, no te creo, corazón… y otras cosas que no cuento porque eso sí, soy un caballero… eso sí.
¿Y tú nena que haces cuando te quedas solita?, y me dijo:
Antes de apagar la bombilla enciendo un fósforo y prendo la vela, alumbro la imagen del santo de mi devoción, y que me hace milagros palpables. Me visto para dormir y rezo sentadita al borde de la cama.
Y yo pensando: qué tonta para contarlo todo.
Una vez que apago la bombilla, continuó ella, y el cuarto queda oscuro, me da un miedo tan terrible como los que me daban cuando era niña, y entonces me pongo a mirar la imagen del santo, hasta que me duermo con la luz prendida.
Y yo que oigo y pienso, tanta bobada que cuenta que no necesito, pero tuve que oírla para que no sospechará, y le dije: tranquila, amorcito, no te preocupes, si algo malo pasa o te pones muy nerviosita, me llamas y yo vengo ahí mismo…
Y cómo se reía cuando le dije que me guardara un rinconcito o me dejara dormir a los pies de su cama… Pero no quiso dejarme amanecer ahí, y por eso tocó meterme por arriba… por la terraza.
Entonces le pregunté si sabía en dónde guardaban el revólver, para que se defendiera con él, y me dijo que ha visto a los viejitos guardarlo en un libro de esos a los que les hacen un hueco, y que ahí mismo tenían las joyas y los billetes. Entonces pensé: ¿Qué más querías, Ratón? ¡Ya te dijeron dónde está el queso…!
Ayer, por un policía supe lo que dijo esa tonta malparida cuando la pusieron a declarar: Que la despertó un ruido en la puerta de la terraza y el corazón parecía que se le iba a estallar. Que no supo cómo a pesar del miedo, se decidió a salir para saber qué era lo que ocurría arriba, en el techo. Y que cuando empezó a subir los escalones ya sentía que se orinaba en los cucos…
Luego de oír al policía, recordé que antes de bajar las escalas, ya sabía que debía ponerme el pasamontaña y tocar con mis manos las paredes para no caer rodando por las escalas, y guiarme en la oscuridad. Sabía que eran doce escalas; que bajaría seis y, girando a la derecha, bajaría las otras seis, y así, hasta llegar a la mitad de la sala. Porque la escala es en ele, como en curva. Y como nada de nervios, comencé a bajar y contar: seis… giro a la derecha, seis más, iba pensando y contando… y sudando casi asfixiado por el calor que me daba el pasamontaña que llevaba puesto…
De repente, ¡mi madre!, vi una sombra que subía y me entró un susto tan verraco que me dio un mareo, porque pensé que era ella con el revólver y después, no me volví a dar cuenta de nada.
Cuando desperté del desmayo, los policías en el comando me dijeron que colaborará con la justicia. Les conté que era novio de la boba esa y que estaba de visita. Creí que se tragarían el cuento y me dejarían libre, pero la boba se tiró todo cuando les dijo que no me conocía, y entonces ellos me preguntaron: ¿qué clase de novio es usted que va de visita con un pasamontaña puesto?
Y eso no fue todo… Aunque me sentía pillao seguí negando, pero cuando ella entró con uniforme al cuarto donde me interrogaban… ahí sí me sentí sin escapatoria, y se me bajó el alma a las pelotas…