Edición 101

¿CULPABLES?: ¡TODOS!

By 13 de septiembre de 2025No Comments

Arrierías 101

Mario Ramírez Monard

Créanme, amigos lectores, que no ha sido nunca mi intención escribir para este medio periodístico digital acciones negativas, desagradables o dantescas sobre el ser humano, sobre Colombia y su desarrollo evolutivo porque está en mi conocimiento, en mi conciencia, la imagen de un país maravilloso desde el punto de vista de su naturaleza, su belleza y diversidad biológica que lo ubican como uno de los más importantes en la historia actual de la humanidad.

Lamentablemente, tenemos que reconocer que es uno de los países más violentos del mundo donde matar se ha convertido en la cotidianidad; país donde el derecho fundamental a la vida, el único que no tiene límites, es objeto de violación constante a pesar de tener un ordenamiento jurídico que lo ubican como uno de los más avanzados de Latinoamérica y muy cercano a las constituciones políticas europeas. Gran mentira, pues a pesar de tener esa orden humanística superior que dice que Colombia es un Estado Social de Derecho, basado en la DIGNIDAD, sus postulados no se cumplen.

Nos preguntamos por qué —si todo lo tenemos—, hay pobreza, violencia, corrupción, guerrillas, narcotraficantes y, además, arropamos todos los males de la sociedad moderna y, las respuestas, son muchas.

Un Estado de Derecho, como pretendemos serlo, tiene unas bases que son ineludibles: El Imperio de la ley, La División de Poderes, Legalidad de la Administración, establecimiento de Derechos Fundamentales con sus respectivos mecanismos de protección y Participación Democrática de los ciudadanos. Sin estos elementos, no puede hablarse de un Estado de Derecho. Aquí nace un interrogante fundamental: ¿es realmente Colombia un Estado Social de Derecho, como reza el encabezamiento de nuestro Ordenamiento Jurídico? En anteriores columnas de Arrierías hemos hecho pronunciamientos al respecto y mi conocimiento sobre la Constitución del 91 me lleva a concluir que somos un Estado, todavía, en construcción.

Si desarrollamos las bases, arriba citadas, el desconocimiento de la ley y la violación constante de los diferentes códigos reglamentados nos lleva a concluir que este principio es uno de los más vulnerados por los colombianos, empezando por los altos índices de violencia que nos arrasa y la afectación de los derechos de los demás; el desconocimiento y la falta de respeto por la autoridad. Siempre se ha dicho, en el ámbito popular, que la ley es solo para los más pobres, para “los de ruana”. Si usted tiene dinero y pertenece a los más altos círculos sociales, la ley que se aplica no es la misma, la que corresponde a todos, para esos círculos no aplica o las sanciones son menores: “no es un peligro para la sociedad” o las penas mínimas que se les impone se cumplen en “casa por cárcel” o en los ostentosos clubes del poder. En síntesis, no hay Imperio de la ley sino imposición clasista de la misma, además, algunos “altos dignatarios” cuando saben que sus delitos han sido descubiertos, viajan a otros países protegidos por sus propios partidos o por las autoridades dominantes eludiendo las penas que ameritan el quebrantamiento a los códigos que rigen las leyes. Una vergüenza nacional.

Los grandes males de Colombia se encuentran en el segundo elemento: la División de Poderes. La esencia de este pilar radica en la independencia de cada uno de los poderes del Estado, el ejecutivo, legislativo y el judicial, y cada uno debe de actuar en armonía para lograr los fines esenciales o valores superiores del Estado que se concentran en el mayor valor: LA DIGNIDAD, pero, ¿por qué están ahí los males?

La respuesta es sencilla, por el alto grado de corrupción que campea en cada uno de ellos, especialmente en el aparato legislativo, luego en el ejecutivo y en menor grado el judicial. Es allí donde empieza a trastabillar el verdadero Estado de Derecho. 296 personajes representando en el poder legislativo a más de 32 partidos políticos reconocidos legalmente, devengando sueldos estrafalarios cada uno con derecho a 10 UTL o Unidades de Labor Legislativa (que reparten abusivamente entre familiares, amigos, amantes o calanchines) recibiendo, además, pasajes, teléfonos, alimentación, primas por trabajar lo que no trabajan cuando solo laboran la mitad de lo que llaman “período legislativo) con otro agregado más: entrega de contratos según el poder que tenga cada bancada, contratos que se reparten con el ejecutivo y establecen un entramado de asalto al erario público, a nuestros impuestos, a través de interpretaciones abusivas de la ley o bajo la seguridad de que no recibirán castigo alguno por sus delitos. Allí empieza la violencia en Colombia, pues deben asegurar el poder a cualquier costo.

Mientras esto sucede, debilitan la educación, la salud y el aparato de defensa del Estado mientras los bandidos armados, de derecha e izquierda, arrinconan al país, secuestran niños para forzarlos a tomar armas para la guerra y obligan a millones de campesinos al abandono de sus pequeñas fincas y de sus escasos haberes. A todo este caos, la misma población, obligada o no por los bandidos, impide el actuar de las fuerzas del Estado, paralizan la movilidad y el transporte por carreteras bajo la presunción de ejercer derechos fundamentales. Estos actos agudizan, mucho más, la pobreza de un país con una riqueza natural inconmensurable y esa pobreza conlleva consigo la organización de la delincuencia en todos los rincones de Colombia.

Ahora bien y para no alargarnos mucho, ¿por qué planteo que todos somos culpables?, pues porque siempre elegimos, a través de nuestros votos, a los culpables del caos y de la violencia que vive nuestro país: los políticos, y cuando les damos nuestros votos a sabiendas de la ineptitud, de la corrupción y de la culpabilidad de los mismos, aquellos que, a pesar de supuestas diferencias ideológicas, se unen cuando ven que se van a afectar sus mezquinos intereses.

¿Podemos salir de este caos? La respuesta es sí, podemos hacerlo y esas posibles soluciones las plantearemos en próxima edición 102 de Arrierías del mes de octubre. Es una promesa.

POST SCRIPTUM: A muchos de los políticos colombianos les queda muy grande su propia pequeñez. Son muy pocos los que se salvan de estar en el grupo de los mejores, los correctos, los verdaderos colombianos.

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