Mitos cafeteros, Sevilla Valle
Arrierías 99
Jair Valencia Gaspar.
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El monicongo es utilizado por algunas personas como protección contra los males y embrujos, pero… este artilugio lo elabora cada persona y para fines específicos.
En este caso, el famoso Galafárdo es el que más lo utiliza, Galafardos encontramos en todos los estratos sociales y en todos los trabajos, especialmente entre los recolectores de café.
El Galafardo cafetero, inicia en estas lides a muy temprana edad, este joven, ha consultado primero con la bruja de turno por allá en un pueblito recóndito de la costa pacífica, ella, le ha dado las siguientes instrucciones:
—Tienes que ir al barrio más pobre y paupérrimo de un pueblo muy pobre, buscar un gato negro, flaco y con hambre, luego consigues una olla de cobre bien mugrosa, la llenas de agua, te internas en un bosque bien cerrado donde no habiten sino alimañas, llegando a un sitio donde un viernes, te den las doce de la noche
—Llegado al sitio, enciendes la hoguera y cuando el agua esté tibia, metes al gato y lo ahorcas y ahogas con tus propias manos, tapas la olla y dejas que hierva a borbotones, casi hasta que el gato este deshecho.
—Destapas la olla y cierras los ojos y luego empiezas a quitar las presas del gato una a una, tirándolas hacia atrás, hasta que escuches una gran risotada y te indique, esa es, con esta voz, el ambiente se inunda de olor a azufre, esa es la presa que debes llevarte
—Ese es el santo y seña, después de escuchar la voz, coges la presa, no la puedes soltar y tienes que correr como demonio hacia tu casa, recuerda, no puedes mirar para atrás, no se haría el hechizo, en cambio, tú te perderás para siempre y te convertirás en lo peor
—Cuando llegues a casa, te tienes que comer la carne de la presa seleccionada y el hueso lo tienes que conservar bien guardado en un pequeño tronco de madera muy fina, para que la carne que consumes y el hueso siempre estén en sintonía, nunca debes abandonar este amuleto, lo tienes que cargar a todas partes, el pequeño tronco tienes que conseguirlo y labrarlo tú mismo.
Todas las tardes noche, le hechas agujas para que se alimente.

Quien posea el monicongo:
El Monicongo convierte a su poseedor en un hombre guapísimo aunque sea feo, para el trabajo lo despierta de la pereza y para la pelea, lo convierte en el putas de aguadas y le confiere el poder de volverse invisible o pequeñito, hasta el tamaño de una hormiga o del animal que desee, así como el de convertirse en una mata de plátano u otra cualquiera, siempre y cuando que sea para librarse de un enemigo; nunca le falta dinero para los gastos necesarios e indispensables y no puede dar limosna, porque si lo hace los billetes se le convierten en hojas secas y las monedas en piedras.
Sobra decir que si la persona no lleva el Monicongo consigo, no lo acompañan estos poderes y que tampoco obra cuando es robado. Cuando el monicongo, bendecido por satanás, es robado, el ladrón cae en la mala, se le acaba su vida y el pacto inmediatamente le pertenece pero no vuelve a levantar cabeza, si ganaba, ahora se vuelve perdedor, si las mujeres lo seguían, ahora lo desprecian, a partir de ese momento, perdió como dicen sus compañeros y ya nadie podrá salvarlos del terrible castigo de la llama eterna del averno.
Esta historia me la contaron algunos trabajadores de una finca cafetera por los lados de la vereda del Manzanillo; al parecer uno de estos hombres que desnucaban colorado, un día se cansó de su mala suerte con las mujeres, en el juego y en la lotería y se fue directamente por allá a una aldea de lo más profundo de la selva chocoana y allí encontró la bruja que le dio las indicaciones, se vino a Sevilla porque amaba este pueblo por sus bellas y ojonas mujeres, con esos enormes ojos agarenos que las caracteriza y esa piel suave y tersa, mujeres de las cuales vivía enamorado pero ninguna de ellas lo miraba a pesar de su elegancia montañera usando la vestimenta de usanza campesina característica de los cogedores de café.
Después de un tiempo de haberse perdido de los cafetales, volvió y ahora con todo, luciendo un cuero pegado en su cuello, de él pendía una pequeña envoltura en cuero, allí estaba, era un monigote, monigote cafetero que lo paseo por todas las fincas, por allá en la Suiza de don Oscar Salgado en Samaria, en las fichas de la Melba, por San Antonio y finalmente por los lados de Manzanillo, el tiempo transcurría y este hombre se convirtió en el putas de Sevilla, nadie le ganaba en las peleas, con su tres canales, hizo correr a más de un hombre; para las mujeres era un don juan, no se le quedaba una sola sin probar las mieles del amor y para el juego él era el campeón, el ganador; pero un día, conto su secreto a la mujer de uno de sus amigos y allí perdió; cualquier día en una bebeta por los lados de Luces de Buenos aires, le resulto el galle, cuando fueron a la calle peinilla en mano, rastrillando y dejando el chispero y el sonido característico que deja el suncho rastrillado en el pavimento, su contendor, saco un revolver y de un solo tiro lo mato, como el sabia su secreto, consiguió una bala de plata, le hizo una muesca en cruz y con ella dio muerte al portador del monicongo cafetero.
Cuentan que cuando estaba en los estertores de la muerte, el cuero con el monicongo se fueron quemando sobre su cuerpo, dejando esas mismas marcas sobre su yerto cuerpo; dicen que cuando moría, en el ambiente se escuchaban unos quejidos que se alejaban hacia el oscuro cielo; muchos de los presentes en este evento decían que era satanás que lloraba de tristeza por la muerte de su condiscípulo, al parecer a aquellos que de pronto pensaban en iniciar ese camino, se detuvieron, decían que satanás había sido vencido por la cruza: Verdad, mentira, eso me lo conto un viejo de esos de la época cafetera antigua, mientras me contaba, consumía un enorme y grueso tabaco, tabaco que degustaba cual si fuera una rica fruta, cuando casi lo terminaban volteaba el tabaco con la candela hacia adentro de su boca, parece que era lo mejor de su tabaco, cuando terminaba, soltaba un escupitajo del color de su enorme tabaco, el viejo se saboreaba gustoso y arrancaba otro de sus cuentos en los cafetales y de sus propias experiencias.