Arrierías 97

Jair Valencia Gaspar

Hace mucho tiempo ya, cuando recorríamos las veredas de cinco municipios, trabajaba yo con la secretaria de obras públicas departamentales, en ese entonces, tuve la fortuna de caminar por todas estas azules montañas y de conversar con personajes de diferentes regiones que se habían afincado muchísimas décadas atrás, incluso aún encontré arrieros que vinieron de diferentes partes de Colombia, me contaban cuentos de niñez, leyendas y mitos que en sus tierras de origen existían y que al llegar a nuestro eje cafetero, o viajaron con ellos o están regados en todo el país.

Así mi mente regresa al viejo Toyota verde que se me había asignado y emprendo el viaje de regreso al pasado; me encontré en un viejo caserón, construido en guadua, empañetado con boñiga de caballo, barro y paja, con amplios corredores, un gran tanque de almacenamiento para agua y sobre él, una canoa de guadua que traía agua desde un nacimiento que quedaba entre el monte cercano, teja de barro, se asemejaba a una casa estilo colonización paisa pero le faltaban los ornamentos en puertas y ventanas. Bueno era un anciano pasado de peso porque ya casi no podía caminar, era don Jacinto, sombrero paisa con color indefinido quizá por el sudor y el polvo que se adhería a él. Esta finca era casi de las últimas que se encontraban en el alto Aures Caicedonia, limitando con el municipio de Sevilla casi dentro del monte Sinaí.

Bueno me contó el noble anciano Jacinto que mucho más arriba por allá muy cerca a esas grandes montañas donde se encuentran las lagunas, había una familia desde hacía muchos más años, era el padre, la madre y cinco hijos, el mayorcito, no le gustaba hacer nada, absolutamente nada, ni trabajar, estudiar menos porque la civilización no llegaba por allá y no había escuelas. Este joven solo jugaba y desde muy niño visitaba el bosque cercano, así fue creciendo, cuando ya era un mozuelo, su padre lo encargo de transportar la leche y sus productos agrícolas a Barragán, pero allí los pagaban muy baratos, otras veces a Sevilla, pero el camino era demasiado largo, lo más cercano era Génova, pero era solo un caserío y compraban muy poco surtido; solo le quedaba Caicedonia. Su padre le contaba desde muy pequeño de entierros que habían hecho los españoles, especialmente un tal capitán Fierro por allá en 1650, un gran entierro por las lagunas, arriba en la gran montaña.

Foto: Jorge Mendoza.

Este jovencito se prometió que sacaría a su familia de la pobreza en que tenían que soportar; es así como empezó a ingresar más seguido al monte, allí empezó a enviarle mensajes a aquel pero no lo escuchaba, hasta que una noche, se le presentó en sueños y lo cito a domingo siguiente a que se vieran entre lo más oscuro del monte; así fue, ese domingo al atardecer, se internó entre monte, espero y espero, de pronto, antes de medianoche, sonó un gran trueno que ilumino todo el sendero, el joven vio a quien él había estado enviando mensajes, era él, satanás, el mismo satanás que se le había presentado, larga cola, tenedor de fuego que ardía entre sus manos y una cara de demonio que era inconfundible. El joven temblaba de emoción o susto, el demonio se sentó a su lado y le pregunto qué quieres para que me has invocado tantas veces, aquí estoy, el joven seguramente no creyó que ese mismísimo demonio vendría a buscarlo y su voz se desgrano, le temblaba como su cuerpo. “Es que mi familia es muy pobre y necesito salir de la pobreza quiero que mis padres no trabajen más, son ya viejos, Satanás le, dijo así, sé que tu padre te ha hablado de un gran entierro del capitán fierro por allá muy arriba, te lo voy a regalar, pero tu alma me pertenecerá desde ya, lo mismo la de tu familia; trato hecho y lo sellaron con sangre, en ese momento satanás desapareció, el joven volvió a casa.

Al otro día hablo a sus padres así: esta semana me voy, me llevo las siete mulas y buena comida, no sé cuánto me demore porque vamos a salir de pobres, que vas a hacer le dijo su anciana madre, este le respondió voy en busca de un entierro que ya sé dónde está. Organizo su mulada y sus víveres y partieses padres le echaron la bendición, pero en ese momento, volvió a tronar cerca a sus padres.

El joven se fue, a los veinte días regreso con sus mulas cargadas con siete baúles, ahora si salimos de pobres, al mostrar los tesoros a sus padres y hermanos, estos se asustaron, de donde has sacado semejante mundo de oro, que has hecho, el joven callo, no musito palabra; esto está muy raro dijo su padre, que has eche volvió a inquirir su padre, como conseguiste todo esto, quien te dijo dónde encontrarlo<, era del capitán fierro dijo el joven, esto es muy raro, no me gusta nada dijo su padre y se marchó, su madre continuo la confesión, tocando el alma del joven de tal manera que la madre empezó a rezar y el joven cayó al suelo arqueando su cuerpo y convulsionando y babeando de tal manera que todos se asustaron, allí les entro una enorme duda.

Algunos días después la madre del joven empezó a notar que, a la bendición a su hijo, a este siempre le ocurría algo, esto no me gusta dijo la madre. La confesión ahora era muy seguida y era de los dos padres, hasta que un día el joven no se aguantó y les conto todo, su pacto con satanás; a su padre se le subió la néura, se puso rojo la cara y le dijo, ese tesoro esta maldito, no lo quiero ver en mi casa moriremos pobres pero limpios el alma, vete de aquí con tu maldición; el joven lloro inconsolablemente, cargo los baúles en las siete mulas y se fue, rumbo al municipio de Caicedonia en busca de orientación, descendió por Aures, atravesó la finca de don Jacinto que lo saludo amablemente pero el joven continuo su camino, siguió con sus mula a las cuales silbaba para que estas le apuraran, llego a la plaza y solo pregunto cuál era el camino más corto para llegar al rio la vieja y embarcarse hasta Cartago donde seguramente tenía intención de vender el tesoro.

El joven nunca se dio cuenta que, desde su casa, unos hombres le seguían, al parecer estos estaban buscando dicho tesoro desde años atrás, le habían invertido dinero y trabajo para que alguien que llego directo, encontrara el tesoro y se lo llevo, no podía ser justo. Bueno el joven, salió del caserío de Caicedonia, en la salida, ingresando por el camino a la vereda de Montegrande, lo alcanzaron y allí mismo, le dieron muerte, allí a mano izquierda bajando cayo el joven muerto, sus mulas también murieron, los atacantes, subieron al joven muerto sobre el lomo de uno de sus caballos y se lo llevaron al rio donde, lo descargaron y lo botaron para que el rio se lo llevara, perdió y nunca apareció su cadáver.

Foto: Jorge Mendoza.

Con el tiempo, en algunos meses del año aparecen estas mulas con su joven arriero silbando tras ellas, contaba don Jacinto, es el espíritu del joven clamando venganza y pidiendo que al menos encuentren sus restos para poder descansar.

Cuentan que en noches de total oscuridad, ya las mulas ni el joven arriero se les ve, pero por ahí de cuando en cuando la noche es oscura, se escuchan sus silbidos, los cascos de las mulas al chocar con el pantano y el asesar inconfundible de las mulas de las de las mulas.

La invitación de siempre, tomémonos un buen café en cualquiera de las tiendas especializadas, para que charlemos y recuerden: HABLEMOS BIEN DE CAICEDONIA TAMBIEN, SOMOS EJE.

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