Arrierías 99

Luis Carlos Vélez.

Entre los años 1960 y 70, repartí leña, y me dieron leña, hasta el cansancio. Dejé el fútbol, pero no de ver partidos en todas las canchas de Armenia, y así conocí a varios árbitros. Me llamaba la atención el oficio del arbitraje y averigüé con quién tenía que hablar para hacer el curso. En 1970 me dijeron que Ovidio “el sauce” Orrego era el presidente del Colegio Departamental de Árbitros del Quindío, y allá fui a buscarlo. Orrego nació en Filandia. En Colegio me dieron un libro de Pedro Escartín para que aprendiera las 17 leyes de juego. Escartín fue futbolista, entrenador y árbitro. Luego, periodista y escritor. Todo eso me lo aprendí de memoria: las medidas de la cancha y las líneas que la dividen, de los arcos, el peso del balón, número de jugadores, uniformes, árbitros centrales y de línea (que hoy les dicen asistentes), la duración y aumentos de tiempo en los partidos, saque inicial, balón en juego y fuera de juego, tanto marcado, fuera de lugar, faltas e incorrecciones, tiros libres, penales, saque de puerta y de banda, tiro de esquina, y fuera de juego.

-Las tarjetas amarillas sirven para amonestar a los jugadores no solo por faltas contra los rivales, sino por protestar las decisiones arbitrales y por otras incorrecciones. Mejor dicho: el jugador la lleva perdida porque son situaciones parecidas a no saber qué es peor: que la piedra le caiga encima al huevo o al revés; siempre queda listo para “tortilla”-.

“Antes de los partidos, los árbitros deben someterse a las pruebas físicas que ordenen los preparadores físicos del colegio. En mi caso, las realicé en presencia del “Sauce” Orrego, y consistían en 3 vueltas alrededor el estadio San José, que sumadas dan 1.200 metros. El tiempo exigido para cada 400 metros era de 2 minutos y 30 segundos. Además, tuve que pasar al tablero para presentar mis exámenes de conocimientos del reglamento. No sé si todavía existe la orden de que quienes no aprueben estas condiciones, estaban autorizados para pitar partidos”-.

“Cuando el “Sauce” Orrego se retiró, después de tres períodos de dos años, lo remplazó Fernando Uribe, quien era empleado del Banco del Comercio en Armenia, y duró los mismos períodos. Fernando era familiar de Guillermo Giraldo, “Cartucho”. Recuerdo que la sede del Colegio quedaba en la carrera 13 con calle 21, en una casa vieja que fue demolida. Después se trasladó a la nueva sede… Recuerdo su dirección: calle 24 # 15-36, cerca al edificio Parma”.

“En la época de Fernando Uribe, tuve los cargos de fiscal, tesorero, y después de su retiro, presidente. En el nuevo cargo encontré el lote de la calle 24 y propuse una cuota consistente en recaudar el pago mensual de un partido a los integrantes del Colegio, para comprarlo. El motivo para el proyecto estaba en que el Colegio no tenía sede propia; las reuniones se acordaba hacerlas en cualquier esquina de Armenia… Como el recaudo no alcanzaba, propuse a Octavio Henao Agudelo, vicepresidente del Colegio, que tramitáramos un crédito bancario por 25 millones al 2%, para pagarlo en tres años, pero no se arriesgó y asumí el compromiso por mi cuenta. Lo hice porque contaba con mi pensión por jubilación de las Empresas Públicas. Nos fue bien en la construcción, debido a que en el colegio había cuatro árbitros constructores, que recuerdo: Heider Molina, Marcos Giraldo “Birolo”, Tito Bautista y Sebastián Valencia. Tenían tanto entusiasmo que ellos terminaron la construcción en tres meses, sin ayudantes. La idea era un edificio de tres plantas: en la primera funcionaría el salón de reuniones; la segunda, para alquilarla a personas que quisieran hacer sus reuniones de cumpleaños, agasajos, matrimonios; y la tercera, para alojar a los árbitros que llegaran de otras ciudades. Pero todo quedó suspendido cuando Fernando Panesso asumió la presidencia del Colegio. Hubo exceso de críticas y exigencias entre las cuales estaban el color de las paredes, materiales del cielo raso, tamaño y decoración de las puertas. Es decir, se estancó el proyecto-.

-Cuando empecé a pitar, mi primer partido fue en la cancha de El Recreo y cada equipo me pagó cinco mil pesos. En 1975, pité partidos de los torneos de ascenso como árbitro nacional. Después de algo más de 50 años, me retiré del arbitraje-.

-Déjenme concluir este recorrido con las anécdotas sobre varias “pelas” que recibí en cinco canchas de Armenia y que, al cabo de tantos años, mis costillas, mandíbulas y cabeza recuerdan, no con dolor ni rabia, sino como gajes del oficio, y por tanto, hoy me causan risa…

-En una Copa Ciudad de Armenia, un jugador me pegó el primer palazo en la espalda. Tan duro que el palo se partió.  Recuerdo que hubo árbitros que no se dejaron golpear de los jugadores: Walter Alonso Pimentel fue jugador, delantero; pero con él no se atrevían a pelearle… Era como Orlando González, “Cepillo”: se echaba el pito al bolsillo, se arremangaba y los enfrentaba. Tuvo más de veinte peleas con jugadores. El “Ronco” Rodríguez vivió en el barrio Santa Rita… Era el “dueño” de los torneos de fútbol que jugaban allá. El “Sauce” Orrego era igual; en un partido en el estadio San José, entre empleados de Bancafé Armenia y Pereira, el entrenador de los pereiranos de apellido Recalde, le mentó la madre y, me contaron, que Orrego lo levantó del piso con un puñetazo y le dijo: “Que un colombiano me miente la madre no me importa, pero un extranjero como usted…”. Recalde se levantó mareado y volvió sin chistar al banco de suplentes. “Cartucho” Giraldo tomaba esos tropeles con humor y le decía al jugador que lo perseguía: “Cójala de lado, abra la cancha y corremos, usted por un lado y yo por otro”. Ni los cuatro Pedriza de la calle 50, conocidos por camorreros, pudieron con “Cartucho”. Uno de los Pedriza, Germán, era un goleador de tres o cuatro goles por partido, pero peleador sin remedio. En un partido, el árbitro Barahona le pito un penal a favor y tuvo que expulsarlo. Resulta que se enojó porque no quiso poner el balón donde Barahona le dijo para cobrar. En medio del alegato, de pronto de pegó una trompada a Barahona, y el partido fue suspendido porque Pedriza noqueó al árbitro. También recuerdo que en 2018 me pegaron la última pela tres jugadores de fútbol. Los sancionaron tres años por agresión a un árbitro… Y hay algo triste en mi época de árbitro: el equipo de Guillermo Vera, el de la oficina de loterías, ganó un torneo en la cancha de La Isabela, y él, que integraba el equipo y por celebrar, pidió una cerveza fría, se la tomó y ahí mismo cayó al piso víctima de un infarto fulminante-.

-Pitando un partido en un torneo zapateril, que jugaban los lunes del zapatero, recibí la primera trompada. Pité en muchas canchas, diría que todas, de Armenia. Ahora recuerdo: Paraíso, Santa Rita, El Edén, Los Hermanos, La Wolswagen, muchas, muchas… En la Copa Ciudad de Armenia, un mecánico “de cuyo nombre no quiero acordarme”, como dice El Quijote, me corretió por la cancha y dio un palazo tan duro en la espalda, que lo quebró, y no me acuerdo por qué.

-A los tres años de pitar, en 1973, me dieron la primera garrotera de verdad en la cancha La Canoa, del barrio El Recreo. Era un partido sabatino por la mañana entre pre-juveniles, y nadie hacía de juez asistente, pero en el segundo tiempo me dieron leña como para cargar un camión. No recuerdo bien porque se toreó la gaminería, pero sí, que corrí por entre todos para salvar mi vida. Hice mi maratón por esas calles angostas y a la vista de las personas que no sabían qué había pasado.  La trifulca fue de tal tamaño que no hubo forma rendir un informe al Colegio para que suspendiera a los implicados… Lo cierto: pasé como una ráfaga por enfrente de las puertas de atrás de toriles de la Plaza de toros, con rumbo a mi casa en el barrio Berlín. Al verme pálido y sudoroso, recuerdo que mi familia me preguntaba por el maletín donde guardaba mi ropa, y me di cuenta de que llegué uniformado de árbitro, no muy sano y salvo, pero sí que me faltaba un guayo…-.

-En 1995, un domingo por la tarde, contrario a lo que pasa en los toros, no salí en hombros ni en ambulancia, pero sí debo la vida a mis piernas. Me dieron la segunda muestra de cariño en la cancha del barrio Paraíso. Hubo una mano involuntaria en el área, que no se pita como infracción, y resulta que el balón cayó a los pies del delantero, y marcó el gol… Lo grave era que se disputaba una final, y ese gol definió el título… En uno de los equipos jugaba el llamado “Soldado”. Me tocó expulsarlo con la tarjeta roja y, echando chispas, buscó un machete para amenazarme con un planazo. Corrí como loco buscando dónde esconderme. Sus compañeros intentaron calmarlo, pero más se rebelaba, tanto que los amenazó con el filo del machete… Medio lo controlaron, pero de pronto corrí a la portería de arriba a zafar el travesaño de guadua, y como no pude arranqué un pedazo de guadua de una cerca… Estaba en esas cuando vi que un muchacho corría armado de un palo hacía donde yo estaba. Lo recibí con un guaduazo tan tremendo que cayó al suelo. Me mentó la madre y me dijo que venía a defenderme…  A la gente en los barrancos solo se les ocurrió chiflar, y se reían, mientras yo buscaba por dónde volarme. Entonces no vi otra que correr hacía el barranco y bregar a meterme por entre una cerca, pero cuando ya casi estaba adentro del solar me salió un perro y tuve que meterme a otro, y el dueño me ayudó a salir por la puerta de su casa… Recuerdo que pasé a toda carrera por la tienda Puerto Paraíso y la gente me vio correr sin parar por una de las faldas que bajan al barrio Granada, y me detuve a coger un taxi en El Chalet… Rendí el informe y al “Soldado” le metieron dos años de suspensión. Meses después invité Luligo a pitar otro partido, y me dijo: “Hermano, no me le apunto…, no, Rigo, mejor busque a otro más… Mire como me quedó la cumbamba…”-. 

-La tercera muenda fue en un partido entre mujeres. Un domingo por la tarde en la cancha del barrio Santa Rita, y no fue tanto una muenda, sino el golpe que me metió la capitana de uno de los equipos. Todo porque la expulsada era su compañera sentimental… En esa época no habían rellenado la cancha. Arriba del barranco donde hubo una tienda, y enfrente un prado en donde los jugadores tomaban gaseosa. Resulta que estaba tomando la mía cuando esa mujer se me acercó y no me dio un puñetazo: me dio un golpe karate en la frente, y me salvé porque no caí por los aires, sino que resbalé por el barranco. Caí lleno de tierra, mareado, y asustado porque pensé que entre todas me iban a matar. A mí, nunca me casca una mujer… y a ella le metieron año y medio de suspensión-.

-La cuarta no fue muenda ni paliza, sino un esterillazo en espalda en un salón de la correccional de El Edén. Pero ¡qué garrotazo tan verraco! Tanto que cuando lo recuerdo me corre un corrientazo y me duele no solo el espinazo, sino más abajo. Recuerdo que era domingo por la mañana. Resulta que un equipo se presentó puntual en la primera cancha, y el otro se demoró tanto que decidí pitar el doble “W, porque es lo que hay que hacer cuando uno de los equipos no se presenta. Y todo por no tener en cuenta lo que decían los del otro equipo: “Los de ese equipo tienen sus mañas, están acostumbrados a presentarse en la cancha en el último minuto y uniformados. Les gusta poner problemas”-.

-Pité el doble “W” y me fui hacia la correccional; pedí permiso y me dejaron entrar a uno de los salones que tienen ventanas hacia afuera, y miré como son algunos colegas: ya estaba de espaldas a la ventana escribiendo el informe, cuando sentí un ruido atrás…, giré, y apenas vi la mano sentí el esterillazo que me tiró de boca contra el pupitre. Le juro que vi estrellas y que se me salían los ojos del susto. Quedé como paralizado. El vigilante me ayudó a salir, y como pude volví a la primera cancha. Algunos jugadores de la segunda cancha me contaron que los árbitros de los otros partidos le dijeron a los que perdieron por doble “W” en donde estaba yo, y se fueron a buscarme. Les metieron a todos tres años de suspensión-.  

-Y como no hay quinto malo, le cuento para terminar: esa si fue una batalla campal en las fiestas del aniversario de Calarcá, contra mi hijastro Rafael Humberto Rivas Aranda y Luligo, también árbitro y amigo, a quienes invité como asistentes de línea… Eso fue un domingo por la tarde en el estadio… Rafael fue árbitro Fifa por diez años, hoy vive y pita partidos en Estados Unidos. El partido iba bien hasta terminar el primer tiempo y el marcador estaba 1-1, pero en el segundo tiempo mi hijastro me llamó para decirme que el jugador con camiseta número 14 aprovechaba, y a mis espaldas le daba codazos y trompadas a los rivales. Me puse alerta hasta pillarlo y, sin pensarlo mucho, le mostré la roja. El estadio estaba repleto y solo tres policías encargados de mantener el orden…Hay gente que no sabe perder o se rebelan por cualquier cosa, y eso esto fue lo que pasó: nos molieron a palos, patadas y trompadas. Quedamos dispersos y tendidos en la cancha; la gente no paraba de chiflarnos y los policías quedaron como estatuas vestidas de verde. Dentro de mí eché la culpa a mi hijastro, pero cuando le vi la mandíbula descuadrada, la boca hinchada y los ojos morados, quise decirle algo pero en ese momento llegó mi amigo más muerto que vivo… y no pude decirles palabra porque me dolía la quijada. Mi amigo intentó modular palabra y tampoco pudo. Entonces, nos quedamos en la cancha, callados, hasta cuando salió toda la gente, menos los policías que seguían como estatuas en sus puestos y mirándonos en silencio… Después supe, y me alegré, de que al jugador con el número 14 le clavaron de suspensión dos años y medio… En ese último, en las fiestas de Calarcá, recibí setenta mil y la última pela. Del arbitraje me retiré en 2019, y entonces por ahí colgué el silbato de una puntilla-.

Rigoberto Ortegón soba su mandíbula y en su voz hay un tono entrañable, amistoso, abierto y sin reticencias, para compartir los últimos detalles de su oficio y de su vida digna entre basuras, pitos, trompadas, palizas y carreras forzadas. Se pone de pie, desata las sogas de sus perritos, ríe y concluye:

-No hay mal que por bien no venga. Nunca me imaginé que los años que pasé corriendo con paquetes detrás del carro de la basura me sirvieron como estado físico para cuando me tocó correr por culpa de los jugadores… Amigo, Lupe, la perrita se murió de viejita-.

Sin mirar atrás y seguido por Mía y Pinky, Rigo abandona la sombra del almendro.

Armenia, mayo 5 de 2025 

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