Arrierías 98

Juan de J. Herrera González   

Meterse en camisa de once varas es hacer de abogado del diablo, especialmente, cuando de defender la policía se trata. El trabajo de agente de policía requiere dosis gigantescas de paciencia, saber de todo, aguantarlo todo y, más aún, tener el cuero duro porque es blanco de muchas cosas: balas, minas, piedras, palos, epítetos, madrazos, todo eso en la calle, sin contar con los regaños casi permanentes de sus jefes que rebajan su autoestima al mínimo nivel; ah… olvidaba las malas intenciones de choferes, motociclistas, raponeros, drogadictos, bacrim, extorsionistas, guerrillos, indígenas, LGTBI, negros, camioneros, y todos los demás, fuera de eso, tienen en los periodistas a durísimos críticos porque cuando se defienden de agresiones como las descritas, los hombres de verde, se convierten en noticia y sin lugar a dudas enemigos del mundo entero.

Hace años el policía tenía un respeto casi sagrado porque nos asustaban la permanencia o la cárcel y se tenía del policía la referencia de la canción mexicana: “Para ser gendarme se debe tener, los bigotes largos como lucifer, ojos de lechuza, cuerpo de león y musculatorio de Sansón…”, ante ese dibujo, nadie se enfrentaba con los uniformados so pena de ser arrestado o llegado el caso noqueado, era la época de los golpes en casa, en la escuela y no faltaban los bolillazos de los poliches.

Ayudan al anciano para cruzar la calle, atienden partos en hogares, vehículos, andenes; corren tras el raponero por calles, cañadas, bosques; intentan convencer al suicida sobre el puente o la ventana del alto edificio; detiene al homicida aún enceguecido por el crimen; apoya al bombero en incendios urbanos o rurales sin la protección requerida; cuida a funcionarios y establecimientos públicos a pesar de la insidia de algunos enemigos del orden; defiende al niño y a la dama en riñas familiares y callejeras, aún, contra los mismos contendientes y sus familias; las leyes los obligan a combatir guerrilleros, paracos, traquetos, mulas, microtraficantes, fleteros, en condiciones desfavorables porque los presupuestos policiales no son los adecuados; arriesgan su vida por políticos, ministros, funcionarios de toda clase a pesar de saberlos corruptos; cumple turnos noche y día sin importar su familia y sus condiciones de salud; resulta herido por los perdedores luego de un partido de fútbol; en las carreteras, descarga camiones en busca de matute y droga; en aeropuertos, tiene misiones especiales a pesar de vérselas con furiosos extranjeros de idioma diverso; en competencias deportivas arriesga su integridad para salvaguardar la del público fanático; recibe un salario que no alcanza para sus necesidades. En fin, el policía es un funcionario absolutamente necesario en la vida nacional, sin embargo, quizás, por ese mismo empeño en su labor, recibe toda clase de improperios y, ante todo, la maledicencia de sus conciudadanos que lo consideran su enemigo cuando interviene en defensa de las normas legales y por ende del ciudadano que todavía no entiende que ese ser denominado policía, es el guardián de todo y sirve a todos.

Es el empleado público más cercano, está en la esquina y su respuesta es inmediata cuando se necesita; en segundos, aclara lo que Comisarios requieren meses y años; reacciona cuando la injusticia se cierne sobre unos y otros en las calles de las ciudades, en especial, cuando la violencia intrafamiliar hace frecuentes agresiones a los más desvalidos de la familia; en los accidentes debe hacer croquis, interrogar a los menos heridos, tomar muestras de alcohol, llamar ambulancias, tomar fotos, cuidar las pertenencias de los implicados, detener las ansias de los cleptómanos, responder a los que gritan “Ud., no sabe quién soy yo; aguantar gritos, empujones, palmadas de los mirones que no le permiten al policía organizar esos escenarios luego del desorden de quienes infringen la ley”.

Ser policía en Colombia, país con bajos niveles de educación, es una profesión de riesgo continuo, de peligro constante y de estrés permanente. Las excepciones, esas que los periodistas muestran como pecados capitales de esa fuerza, son individuos de baja calaña que se infiltran, o sus aprendizajes familiares, no les permitieron corregir rumbos aun cuando estén bajo un uniforme para mostrar, leyes para acatar, una bandera para honrar y por encima de todo, una familia para levantar dentro de la normativa que algún día juraron.

Si el policía denuncia es un sapo, si el policía calla es cómplice, si interviene va contra los derechos humanos, si se defiende está utilizando la fuerza, si no se defiende es un cobarde, si detiene al maleante lo acusan de atacar la comunidad; si posee algún bien es un torcido; es para la sociedad alguien a quien no se perdona por intervenir o por omitir su aporte que normalmente es ajustado a ley contra los vicios y costumbres de una sociedad que pierde sus valores.

La profesión más arriesgada, más exigente, más ingrata, menos remunerada y tal vez, menos querida es la de policía, a pesar de todo, pido un aplauso para nuestros policías, ellos, sostienen la débil paz que todavía tenemos.

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