
Arrierías
Jair Valencia Gaspar
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Y los duendes eran felices, los árboles les daban cobijo y alimento, los protegían de las inclemencias, era una fiesta permanente, una comunión entre la poblada y bellísima fauna que hablaba y contaba cuentos e historias, otros cantaban en sublimes alabanzas al bello bosque, en una preciosa gama de colores donde sobresalían los verdes en diferentes tonos; las liebres corrían alegremente, los osos restregaban y afilaban sus uñas en los grandes árboles sin hacerles daño, las ardillas se balanceaban de rama en rama juguetonas y traviesas, los venados saltaban de alegría plenos de libertad, pero también las aves confundían sus cantos en tremenda algarabía y ellos, los duendes y las hadas, hablaban con los árboles y con la fauna, cuidaban y protegían los bosques con su vida si fuere posible.
Hasta que llegó el malvado hombre con su hacha destructora, los duendes suplicaban al hombre, no hagas daño a la tierra, ella es sagrada, no tales el árbol, no mates la vida, no mates la herencia que el creador nos dejó porque son extensiones que Dios nos dio para proteger la fauna y la vida misma, protegen la vegetación menor, vigilan que la vida no se escape; pero el hombre en su afán de hacer daño, corto el árbol, después otro y luego otro y así termino de cortar el bosque.
El agua se esfumó, se fue ¿a dónde?, nunca se supo, solo se fue, las aves cantoras, migraron a otros bosques lejanos, abandonaron sus nidos, su sinfonía se apagó, ya no se escucha en los amaneceres, tampoco se escuchan las risas de los duendes que cuidan los bosques, ellos también se fueron a las altas montañas, lloraron inconsolables por la pérdida del bosque, cuentan quienes los han visto, que continúan llorando, fueron esos pequeños que se llevaron el agua en sus mochilas; también murmuran que de sus lágrimas, nacen los ríos, que cada gota de lágrima es un nacimiento de agua, que por su llanto continuo se forman los ríos y las lagunas; ahora
Nos cuenta el palabrero que las canciones suaves y melodiosas de las hadas en coro con las musas del olimpo que descendían a los verdes y frescos bosques, tampoco se escuchan, el cuentero asegura que todas las notas musicales de los cantos y coros celestiales de hadas y musas, se incorporaron en bandolas, guitarras, acordeones, quenas y flautas para que cada año suenan y resuenan en el parque de la Concordia, así, de esa manera, crearon un gran festival, que adornaron con un árbol amarillo; nos cuenta también el montañero que tampoco se escucha la algarabía de la pava montañera ni el quejido doloroso de la paloma torcaz.
Ahora todo es un silencio mortuorio, ya no hay árboles, ni fauna, ya no hay bosque, solo hay llanto y soledad, despidiendo la alegría de la vida.
“Descansa en paz hermoso bosque”, gritan desde las montañas, duendes y hadas, ya ni siquiera la blanca nube que recorría esos floridos campos volvió, también fue a otros lares buscando la vida que el hombre malo desplazo, han matado el bosque, han asesinado a Dios.
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