La diaria repetición de los distintos métodos de acoso laboral, y la lucha mental exigida para superarlos, ponía a prueba no solo la forma de enfrentarla, sino de asimilación interior.
El espíritu no siempre conserva la fortaleza necesaria para resistir los vaivenes diarios. La sombra del jefe a la espalda o sobre los hombros, sus palabras que buscan demeritar, por bueno que sea el desempeño en las labores asignadas, diluyen la resistencia y la mente lucha hasta el cansancio para no caer en el pesimismo, en asimilar y no aceptar como ciertas las calificaciones de ineptitud laboral que pretenden crear un círculo vicioso de pensamientos negativos y debilitantes de la autoestima.
Viene el repaso del pasado en donde se buscan los antecedentes de la situación presente, y cuestionar la razón de la existencia. Nada parece bueno, la voluntad de resistir se debilita y deja a la persona a expensas del acosador.
Por ver qué resultaba del diario devenir, Roque Guaduales decidió bajar al fondo del pesimismo de los primeros años de la época de colegio cuando tuvo su única crisis “existencial” y de la cual salió con más dudas que certezas para el resto de su vida.
Recordó que, por conversaciones con “amigos de esquina” y compañeros de colegio, muchos pasaban por situaciones parecidas, donde a pesar de la carga de “realidades y verdades de todo género”, insólitas y carentes de argumentos científicos sostenibles”, no se limitaban cuestionar sin esperanzas por una respuesta satisfactoria. Prefirieron deducir que más valía a su espíritu inquisitivo e insatisfecho, no intentar ignorarlas para vivir tranquilos, sino enfrentar los temores pregonados en los púlpitos, salones de clase, o las “verdades”, leídas en los libros, “de los profetas de la autoayuda”.
Desde esa época tenía claro que no eran las recetas esperadas para vencer, o aumentar la fortaleza ante las adversidades, porque una cosa predican los libros y otra la realidad de la vida. Además, sus compañeros de colegio, debido al rigor y acartonamiento de los profesores, que no aceptaban el diálogo y menos hacían por debatir y resolver los dilemas propuestos, quizá, tampoco sabían cómo enfrentar los suyos y menos satisfacer sus dudas ni las de sus alumnos.
A medida que digitaba valores y números de documentos en el computador en el puesto de trabajo, trató de condensar en pocas líneas, las imágenes, los recuerdos, las dudas sobre el amor con todos sus vacíos y pocas certezas, las charlas en el patio de recreo, en parques, en secreto o consigo mismos, que, sino caían en la herejía, al menos la bordeaban y los hacía sentirse importantes con su “extraña filosofía existencial de bolsillo”. Conversaciones irreverentes, citas copiadas de libros para hacerlas pasar como suyas, por estudiantes inconformes con su entorno educativo, hogareño y social, mismas que tal vez se olvidan o la vida en su andar se encarga de empeorar o mejorar.
Ahora, y al cabo de muchos años, convencido de que valía recuperar lejanas experiencias propias y de compañeros de colegio o esquina callejera, Roque asumió la tarea resumirlas en veinticuatro líneas que, escritas en papel sumadora, formaron un texto-borrador titulado Canto triste soy, que después de concluir que la vida termina en ceniza, cambió por Ceniza triste soy.
Días después, por saber que no es recomendable escribir un texto para resaltar de forma directa problemas personales, lo consideró fallido, pero una vez releído y encontrar que, a pesar de utilizar la voz de la primera del singular, no contenía conceptos personales, sino generales, no dudó de que resumía en parte aquella vida estudiantil plena de carencias y preguntas sin respuesta propias de las crisis de la niñez y la adolescencia de cualquier estudiante que en momentos de tristeza entra al templo a preguntar en forma de oración al Dios que no escucha, que lo busca en vano como su último paso para entregarle sus angustias y, al no “encontrarlo” ni recibir respuesta porque la piedras no hablan, termina convertido en el hombre escéptico que procura defender su derecho a dudar y aceptar que la vida, pase lo que pase, es y será un canto triste y desolado de cenizas que no llenarán jamás el tonel sin fondo del olvido.
No quería un cantico a la felicidad, quería un texto que afrontara sin esperanza de solución, las preguntas de ayer, los viejos silencios reflexivos por las lejanas calles de soledades que llevan a horizontes llamados “futuro”, y donde sólo espera la incertidumbre que obliga a caer en las herejías propias de la desesperanza y el temor a que más adelante se rompan las ilusiones de la juventud.
CENIZA TRISTE SOY
Danza 940818
Letra y música: Luis Carlos Vélez B.
Ceniza soy
Que al viento voy, con mi amor
La campana soy
Que se rompió y se escapó
En su tañer
Su vibración y su amor
La ola soy
Que sola va en el mar
Un alma soy
Que no cantó su canción de amor
Un paso soy
Que no encontró donde llegar
Y descansar
Soy la oración
Que no llegó hasta Dios
Canto triste soy
Un beso soy
Que no sació toda su sed
Y se murió
Como un clavel en la aridez
Del desamor
Un labio soy que no beso
Un cuerpo soy
Que se quedó sin corazón.