Edición Especial

REMEMBRANZAS

By 17 de julio de 2025julio 23rd, 2025No Comments

Edición Especial

Mario Giraldo Giraldo.

Cuando recorro hoy las calles de mi querida ciudad, Caicedonia, vienen a mi mente recuerdos de antaño, especialmente los días sábados. Las personas se movían a pie, a caballo o en los inigualables jeep Wyllis. Era una ciudad muy compenetrada con el campo y sus productos, y el empleo de campesinos. El transporte dependía de la producción cafetera y los trapiches paneleros, y en menor escala, frutas, plátano y banano y otro ítem: la ganadería en pequeña escala que se hacía, al mismo tiempo, con la explotación agrícola.

La más grande movilización se daba los días sábado cuando llegaban equinos, especialmente mulas, transportando café;  y las mulitas mecánicas transportando insumos, productos y, por supuesto, campesinos.

Cuando las mujeres se movilizaban a caballo utilizaban una montura que tenía un cacho que permitía el cruce de piernas. Era bello el espectáculo visual de nuestras amazonas campesinas bajando y subiendo de los predios agrícolas aledaños a nuestro pueblo.

Sábados de bullicio en bares y cantinas donde se escuchaban rancheras, tangos, milongas, música triste, de despecho.  Si eran víspera de los días de la madre, sábado y domingo, las melodías dedicadas al ser más querido, sonaban en tocadiscos y rockolas sin cesar.

El comercio mayor se hacía en toldos dispuestos en donde es hoy la galería. Expendios famosos de conocidos del pueblo donde se comercializaba carne, verduras, granos, frituras y otras mercancías básicas para el diario vivir del pueblo, del campesino. Eran los días precisos para la llegada de brujos, culebreros con sus curas milagrosas para el amo, ungüentos para la rubeola, la sarna, la tiña; menjunjes  o pócimas para los riñones y algunas otras cosas más que reemplazaban lo que hoy llamamos viagra o para aliviar a niños que se orinaban en la cama. Allí, al final de la función aparecía la infaltable “margarita”, pequeña serpiente guardada en una caja de madera que los palabreros sacudían a menudo para mantener la atención de su público, mientras el “peligroso” reptil seguramente dormía en forma plácida.

En este lugar nos quedábamos alelados esperando la aparición de “margarita” mientras en casa nos esperaban con el mandado urgente y con una correa que llamábamos “margarita” porque nos demorábamos con los mandados que nuestros mayores nos pedían hacer. Fueron muchos los chancletazos y fuetazos que recibimos por culpa de los famosos culebreros. Generalmente, y al lado de los culebreros y sana todo, estaba el señor con el lorito que “adivinaba” nuestra suerte sacando un pequeño papel de colores con un mensaje; boletas de la suerte,  números ganadores. Allí era habitual ver a la famosa “Pacha Horqueta”, personaje muy representativo que conocía al dedillo a todos los habitantes del pequeño poblado, sabía sus necesidades, las últimas noticias, quién había muerto y aprovechaba para vender boletas con rifas de objetos o dinero. Por supuesto, no existía el negocio del chance.

En el mismo sector estaban los fotógrafos que hacían su agosto con fotos para el recuerdo, los pasa vistas o un pequeño aparato donde aparecía la foto en blanco y negro del personaje que se quería visualizar constantemente. Todo esto era un espectáculo.

Cuando íbamos a la plaza de mercado con nuestros mayores, generalmente nuestra  mamá, llevábamos canastos para cargar el mercado o había personajes desharrapados pero buenas personas que prestaban el servicio de llevada de los mercados que en aquella época se hacía, les decían los llevo-llevo con grandes canastos a la espalda y una cincha o correa que se ponían en la frente. El desayuno era con hígado, chunchurria, chicharrón, bofe, arepa y gran taza de chocolate. Muchas veces los carniceros o expendedores de carne brindaban partes de sus opíparos y suculentos desayunos con sus clientes o sus ayudantes.

Los equinos, mulas y caballos eran llevados a una especie de hotel: las pesebreras,  donde les daban pasto, agua y los animales descansaban. Recuerdo a don Lisandro, los Gómez, don Alfonso Rodríguez, entre otros, los que cuidaban de los animales mientras los dueños hacían sus gestiones de mercado o papeleos frecuentes. El servicio de herrería era un oficio muy solicitado.

Ese era nuestro pueblo de antes: generoso, solidario, festivo, cívico. Ah, qué tiempos aquellos de niñez y juventud en medio de la sencillez y la honradez de nuestra gente.

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