Médico Cirujano, Psiquiatra. 

He podido ser testigo a través de las redes sociales y de comentarios de particulares del intento fallido del proceso de deshabituación del consumo de sustancias psicoactivas de una dama que se encuentra en condición de calle, conocida popularmente como “Lucero”. Aunque no comparto que los mal llamados “Influenciadores”, se aprovechen de supuestos actos altruistas para aumentar seguidores y en consecuencia mejorar sus ingresos económicos a través de pautas publicitarias y otras estrategias comerciales dentro de estos medios tan difundidos en la actualidad, aplaudo el intento de mejorar las condiciones de vida de personas en condiciones psicosociales tan vulnerables como la persona en cuestión; sin embargo; siendo especialista en los procesos neurobiológicos que involucran las adicciones,  es necesario educar en dicho aspecto a las personas que se angustian porque “Lucero” desertó de su proceso por intercesión de un familiar.

La dopamina y el circuito de recompensa.

El cuerpo humano produce miles de sustancias químicas para su funcionamiento cotidiano (crecimiento corporal, metabolismo, digestión, absorción, reproducción, cognición, etc.); entre muchos grupos de sustancias encontramos los neurotransmisores; que pueden provocar estímulos excitadores o inhibidores. Un neurotransmisor puede tener diferentes funciones dependiendo del órgano donde actúan; siendo los más importantes la acetilcolina, la noradrenalina, el ácido gama amino butírica(GABA), el glutamato y la Dopamina, esta última está implicada en el movimiento, la cognición, la producción de hormonas, las emociones, entre otras funciones.

Así pues; liberamos dopamina; ante reforzadores naturales (estímulos que buscan preservar la vida del individuo): cuando le damos un beso a la persona que amamos o que nos gusta, aun con solo tocar su piel, verla o escucharla,; cuando saciamos la sed luego de una tarde soleada y calurosa,  lo mismo sucede cuando desayunamos, almorzamos o cenamos  o inclusive cuando orinamos o defecamos; de tal forma que la dopamina está implicada en el placer y la recompensa.

La cantidad de dopamina que se necesita para una respuesta placentera va de la mano de las experiencias a lo largo de nuestra vida, pues hay personas que les basta una pequeña liberación de dopamina  para sentir placer: un beso en la mejilla, una caricia, un chocolate, un bocado de tiramisu, empanadas con ají, una salida al río, pasear el perro, sacar una buena nota en el colegio o la universidad, recibir un pequeño e inusual regalo, alcanzar una  meta;  es decir tienen un umbral de placer mínimo o bajo;  por el contrario hay personas que producto de experiencias adversas   en su infancia o su adolescencia ( negligencia afectiva por parte de  sus figuras parentales, ser víctimas de violencia, maltrato y abuso físico y sexual a lo largo de su vida, sufrimiento físico o psicológico), crecieron con dicho umbral elevado, lo que significa que deben liberar mayor cantidad de  dopamina respecto a una persona normal a través de estímulos muy fuertes para sentir placer y recompensa,  por  lo que recurren a  reforzadores no naturales como el consumo  de sustancias psicoactivas, el juego patológico, las compras compulsivas, la promiscuidad, entre otros y así  liberar mayor cantidad de dopamina para sentir el mismo placer que una persona percibirá con estímulos menos intensos o menor liberación  de dicha sustancia.

En este sentido, nuestro cerebro tiene una serie de estructuras que  promueven que el individuo repita la conducta que lo llevó a adquirir el reforzador no natural y para liberar dopamina y por tanto a sentir placer, con el propósito de  obtener de nuevo la activación del  sistema de motivación-recompensa;  estas  estructuras subcorticales y corticales  inducirán  una sensación de placer ante la presencia del estímulo reforzante pero también incluyen una respuesta de castigo cuando no se obtiene la liberación de la dopamina, lo que genera una respuesta opuesta a la generada por el reforzador ( displacer / malestar, ansiedad, síntomas corporales). Todas las drogas de abuso provocan un efecto sobre los sistemas neurobiológicos que propician estas respuestas.

En el caso de las sustancias psicoactivas (marihuana, cocaína, basuco, inhalantes, benzodiacepinas, opioides,alcohol, cigarrillo, anfetaminas, metanfetaminas, nicotina, alucinógenos, barbitúricos), se genera una  modificación  estructural y funcional del cerebro. Estos cambios plásticos desarrollados en el sistema de la motivación-recompensa y también en el de castigo, provocan un nuevo balance entre ellos que lleva al individuo a un estado de alostasis (necesidad de cambiar los puntos de estabilidad con el fin de mantener una adaptación ante demandas constantemente variables.)., en el cual la sustancia de impacto se convierte en una necesidad.

Ante este circuito de dependencia  caracterizado por   cantidades crecientes de la  necesidad de la sustancia de la que se es adicto para generar la misma respuesta de placer /recompensa y para evitar la respuesta de displacer / malestar, sumado al umbral elevado de liberación de dopamina,  es que a las personas consumidoras se le convierte en una dificultad renunciar al consumo; pues de entrada, como se describió anteriormente, para estas personas los reforzadores naturales no generan ninguna respuesta placentera ni reducen  el displacer, razón por la cual fácilmente renuncian a la familia, a la comida, al amor y al sexo y másaún, a la vida en sociedad y a vivir en condiciones que para la sociedad se consideran dignas. Para quienes vivimos en estas últimas condiciones, se nos hace complejo comprender cómo alguien puede vivir en condición de calle, sin autocuidado, sin alimentarse, si preocuparse por el qué dirán o por el porvenir, porque la realidad del consumidor es opuesta a la nuestra, ellos viven en la antítesis de lo que para nosotros es los correcto, precisamente por las modificaciones neurobiológicas de su cerebro.

Aspectos médico legales del proceso de deshabituación del consumo de sustancias psicoactivas.

Muchos ignoran que el  proceso de desintoxicación y deshabituación del consumo de las sustancias mencionadas es dependiente de la autonomía de la persona con trastorno de dependencia ( adicta), al respecto la Corte Constitucional  en la Sentencia T-153/14 establece el  derecho a la salud como derecho fundamental autónomo,  en este sentido  frente a la  autonomía y libre desarrollo de la personalidad la sentencia C-221 de 1994 concluye que “cada quien es libre de decidir si es o no el caso de recuperar su salud. Ni siquiera bajo la vigencia de la Constitución anterior, menos pródiga y celosa de la protección de los derechos fundamentales de la persona, se consideraba que el Estado fuera el dueño de la vida de cada uno”.

Argumenta el Alto Tribunal que debía prevalecer los derechos a la autonomía personal y al libre desarrollo de la personalidad, especialmente respecto de la realización del tratamiento de los sujetos fármaco dependientes, quienes, sin haber cometido una conducta penalizada por el ordenamiento punitivo, no podían ser obligados a recibir tratamiento médico contra una «enfermedad» de la que no quieren curarse.

Conclusión.

Se denota en el caso de la persona objeto de este escrito, que por un lado tiene una enfermedad que la limita significativamente en el deseo de cesar voluntariamente el acceso a los reforzadores no naturales que la han sumergido en el circuito de la adicción por lo que se hace difícil mantenerla en un proceso de deshabituación del consumo y  por otro, la normatividad vigente garantiza su derecho a la autonomía frente a la decisión o no de buscar para sí, un mecanismo de cura para la patología que se ha esbozado, así que no hay que buscar culpables o señalamientos, Lucero es víctima de fenómenos multicausales que la llevaron a ser  una persona con una enfermedad mental  crónica, grave y deteriorante no solo desde lo neurobiológico, sino también desde los social y funcional;  pero esto no debe desmotivarnos a ayudar a personas en estas condiciones, hay que seguir intentándolo aunque la lucha parezca infructuosa.

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