Arrierías 85

Andrés Fernando González Sierra

Para mi padre, el escarabajo.

Empieza el recorrido, y nadie parece notar al escarabajo. El escarabajo es un jornalero incansable. La insuficiencia de sus alas para volar es compensada con la habilidad de sus patas para trepar. Su motor es alimentado por el deseo, la pasión, y la entrega. Al comenzar el ascenso, sus piernas tiemblan. No se sabe si es por la ansiedad de no saber lo que le espera más adelante, o por el frío de la montaña. Pareciera que fuese la primera, ya que su hábitat natural es en las alturas donde los cóndores despliegan sus alas para ver cómo los valles se desvanecen en el horizonte. Pero por las venas del escarabajo corre fuego. una llama azul que no se apaga con la lluvia, el viento, o la falta de oxígeno en las alturas.

Al comenzar, los pedaleos son lentos y difíciles. Pareciera que la meta es inalcanzable teniendo en cuenta que los primeros metros ya tienen un efecto desgastante en el cuerpo. Sin embargo, el escarabajo sigue pedaleando, como le enseñaron desde pequeño. Como en aquellos días de infancia cuando seguir caminando recorridos eternos por las colinas cafeteras era la única opción para llegar a casa. En aquellas épocas de juventud cuando desfallecer no era opción, por brutal que fuese el entrenamiento militar. En aquellos tiempos de adultez temprana cuando la fe en la causa era más grande que la vida propia. El recorrido de su vida ha sido tan inclinado y arduo, que de repente esta subida parece ser menos imponente de lo que sus piernas le intentan hacer creer.

Alrededor, montañas verdes, llenas de vida, diversidad e historias. El escarabajo siente curiosidad sobre el origen y el contenido de estas historias. Se pierde en un mundo producto de su imaginación, cuestionándose qué hay más allá, y cuáles son los misterios detrás de ese hermoso paisaje. La imaginación le ayuda a desprender su mente del presente, y sus pedaleos se vuelven automáticos, casi imperceptibles. Observa sutilmente a las personas a su alrededor, cuyos egos han nublado su percepción de la esencia de la vida. Y mientras a los demás los impulsa ambición del éxito, el escarabajo entiende que su meta, al igual que su razón de vivir, van mucho más allá de llegar primero.

El escarabajo sabe que su lugar no es en la primera página del diario del día siguiente. Su satisfacción y realización se encuentra en un lugar más especial que un periódico amarillo. El escarabajo ha aprendido a valorar la paz interior, y ha logrado descifrar que la posibilidad de ver el contraste del verde con azul en el firmamento al frente de sus ojos, después de tantas subidas y bajadas, es simplemente un privilegio. Más aún, el hecho de mirar atrás y ver la satisfacción del deber cumplido es un regocijo para el alma; dejar un mejor camino para los que le han de seguir, es la verdadera meta de la vida. Su esencia es la solidaridad, su identidad es la generosidad.

Al llegar al ascenso de primera categoría, a pocos kilómetros de la meta, el aire escasea, el corazón acelerado pide descanso a gritos, y el sudor de la frente se escabulle a través de las cejas. El Mont Ventoux se siente como un juego para niños frente a esta subida. Nadie del grupo voltea hacia atrás o a su alrededor. No hay fuerzas. La mirada está fija hacia adelante, perdida en el universo. Se entra en un trance físico en el que solo se oye la respiración y llegan a la mente los recuerdos más valiosos del caminar. Esta no es una prueba física, es un examen espiritual.

Este es el momento en que al escarabajo le florece su espíritu guerrero mitológico, y da la orden a sus piernas de empujar más fuerte. Es tan ilógico e inesperado ese comando, que la reacción del cuerpo es simplemente obedecer. Acelera, en un arranque babilónico donde la magnitud del dolor solo lo comprenden los que han escalado el Col du Tourmalet Saca la casta y entrega su vida por la causa. Atónitos, a su alrededor, nadie entiende cómo ese escarabajo se convierte en fénix, desplegando sus alas y volando en este ambiente hostil y desgarrador. El escarabajo se pone en frente, y tira de los suyos. Tira con todas sus fuerzas, porque ese esa es su vocación. Tira con el corazón, porque sabe que el camino que está trazando, lo recorrerán generaciones detrás suyo que serán extensiones de él mismo que han de caminar este sendero hasta el fin de los tiempos. El escarabajo sigue pedaleando, y lleva a su líder a las espaldas, cargando tanto su cuerpo como su último aliento.

A pocos metros de la meta, el escarabajo sonríe. Sabe que ha cumplido su destino. Sabe que ya ha coronado su meta. Su alma está plena. Y al llegar, sin aliento ni ambición, detrás de los que llevaba en sus brazos hace unos instantes, lo nota. El escarabajo aprecia la admiración de los asistentes que olvidaron al primero, y se quedaron con el mejor. Le aplauden por su grandeza. Su mayor virtud, el sacrificio. Su recompensa, el amor y gratitud eterna.

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