Edición 104

¿DE VERDAD LA SELVA ESTABA VIRGEN EN CAICEDONIA? LA TEORÍA DEL RETORNO AL NICHO: UNA RELECTURA BIOCULTURAL DE LA COLONIZACIÓN ANTIOQUEÑA

By 11 de diciembre de 2025One Comment

Foto cornisa: Arrieros. Tomado de Los Caminos reales de Colombia (Melo, J y Moreno, P. 1995)

Arrierías 104

Rafa Davidzen*

Resumen

En las veredas del Quindío, donde el café susurra secretos milenarios, la colonización antioqueña se revela no como hacha conquistadora de selvas vírgenes, sino como un suspiro colectivo: el “Retorno al Nicho”. Este principio biocultural —eco de ascendentes catíos que tejieron el paisaje con hilos de oro y sal— explica cómo los mestizos antioqueños del siglo XIX, portadores de memorias inscritas en la carne misma del tiempo, reactivaron diversos caminos prehispánicos mediante la guaquería y pulsos epigenéticos. Desde la biofísica de sistemas disipativos de Prigogine hasta la paradoja circular de Camus, de Sísifo, el rey de Corinto en la Ilíada de Homero —que retomo como bucle necesario del retorno, y no como castigo eterno—, integramos la arqueología (Blanco et al., 2021), las crónicas (Saldarriaga, 2011) y la complejidad vital (Odling-Smee et al., 2003). El Paisaje Cultural Cafetero emerge como organismo vivo: cuya historia cuenta con el pre-gresseo antioqueño decimonónico, no lineal, ni circular, sino en espiral y que construye una ontología del retorno para no colapsar en la dictadura de la homogeneidad.

Palabras clave: Retorno al Nicho, catíos ancestrales, epigenética paisajística, guaquería, bucles disipativos, Sísifo homérico, Paisaje Cultural Cafetero.

Introducción

Este ensayo se funda en una idea que he venido elaborando durante años y que aquí presento como marco conceptual: el “Retorno al Nicho”. Con esta expresión nombro un principio biocultural que articula fenómenos termodinámicos, adaptaciones epigenéticas, memorias territoriales y decisiones humanas insertas en sistemas históricos complejos. No se trata de una metáfora ni de una variación de teorías previas: es un intento de comprender cómo la vida —en todas sus escalas— organiza ciclos de ida y regreso que sostienen la continuidad de organismos, ecosistemas y sociedades.

Sostengo que todo retorno es un reencuentro entre memoria y materia: nunca idéntico, siempre transformador. La información —como sugirió Hawking— puede conservarse, pero las condiciones que la interpretan cambian con cada ciclo, generando nuevas configuraciones. En este sentido, afirmo que la historia humana puede leerse como una secuencia de retornos al nicho: recomienzos donde la memoria del territorio, la adaptación epigenética y la voluntad social convergen para reactivar antiguos caminos bajo nuevas circunstancias.

Desde este marco propongo releer la llamada “colonización antioqueña”. Mi hipótesis es clara: no fue una expansión hacia tierras vacías, sino un proceso de reactivación biocultural en territorios donde el nicho ya estaba inscrito por antiguas sociedades indígenas —catíos, panzenúes, tahamíes, caramantas, pipintacs, nutabes, ansermas, urabaes, quimbayas, pijaos, chancos, quindos, bugas, putimaes y gorrones ancestrales— cuyos trazos ecológicos, simbólicos y epigenéticos permanecieron en el paisaje mucho después de su desaparición física.


Figura 1: Mapa construido por Ricardo Saldarriaga G. Etnias de Antioquia Grande. Tomado del libro El Paisa y sus orígenes (Saldarriaga 2011).

Este retorno realizado por los colonos mestizos del siglo XIX se explica como una sincronización entre tres dimensiones:

  1. Una memoria epigenética profunda, donde resonaban adaptaciones antiguas a montañas, suelos volcánicos y rutas entre ríos y cordilleras.
  2. Un paisaje que conservaba señales: huellas de habitabilidad, rutas ancestrales, suelos intervenidos, claros en la vegetación, nombres y símbolos (Saldarriaga, 2012; Davidzen, 2021; Friede, 1976; Blanco, 2021; Cardale et al., 1990).
  3. Un contexto sociopolítico que permitió el paso, no sin tensiones: disputas por baldíos, presión demográfica, redes comerciales y agendas de poder (Palacios, 1970; Parsons, 1949/1961; Tovar, 2007).

Imaginemos al colono antioqueño no como pionero de machete afilado, sino como hijo pródigo que regresa al regazo de la montaña, guiado por un rumor subterráneo: el pulso de ancestros catíos (Saldarriaga, 2011) que siglos atrás domaron estas laderas con terrazas y venas de oro. La narrativa épica de Parsons (1949/1961) y Londoño (2002) —oleadas paisas hacia un vacío verde— se quiebra ante evidencias que susurran otra verdad: un repoblamiento guiado por memorias que no se leen en libros, sino en la curva de un camino prehispánico, en la caliza de una tumba guaqueada, en la metilación de un ADN mestizo marcado por la tierra.

Figura 2. Puente sobre el río Otón. Hubo uno prehispánico narrado en las crónicas. Tomado de Los caminos reales.

El “Retorno al Nicho” nombra esta sinfonía biocultural: no es solo herencia genética, sino ambientes tallados por ancestros (Odling-Smee et al., 2003), reactivados en el XIX por presiones que fracturaron la Antioquia decimonónica —guerras civiles, crisis sociales— e impulsaron a los migrantes hacia nichos que su sangre ya conocía. La guaquería —hoy demonizada como diálogo destructivo con los muertos— precedió a fundaciones como La Tebaida; caminos catíos —correspondientes al período Quimbaya Temprano— se rizomaron en veredas que se convirtieron en cafeteras. Desde la biofísica, este retorno es un bucle disipativo (Prigogine & Stengers, 1984): Sísifo desciende para ascender, no como castigo, sino como latido termodinámico. Esta prosa errante teje ciencia y poesía para desvelar el pre-gresseo: el regreso que precede al vuelo.

Marco biocultural: los catíos y la memoria ancestral del paisaje

En las honduras de Antioquia, donde el río Cauca murmura nombres olvidados, radicaba el corazón de los ascendientes catíos: desde Peque hasta el sur del Cauca —abarcando lo que hoy corresponde a los departamentos de Antioquia, Caldas, Risaralda, Quindío, Valle del Cauca y Cauca— tejieron una “genética del paisaje” con hilos invisibles de sudor y metal (Saldarriaga, 2011; Cieza de León, 1553/1985). No eran nómadas errantes, sino arquitectos de nichos: terrazas que domaban laderas volcánicas, redes de caminos que articulaban el Zonobioma Alternohígrico Tropical con orobiomas andinos para intercambios de sal, oro y alimentos que pulsaban como venas vivas (Bray en Cardale et al., 1992).

Figura 3. Paisaje. Tomado de geografía pintoresca de Colombia. (Saffray C, André E. 1968).

Informes de arqueología reciente —INCIVA en Palo Solo, Argelia (Blanco et al., 2021)— desentierran no ruinas inertes, sino caminos y plataformas que susurran bajo las raíces cafeteras, coincidiendo con rutas colonizadoras. Las piezas del Quimbaya Temprano revelan continuidad más que ruptura: los precursores catíos -denominados Quimbayas Clásicos- que forjaron esta tradición desafían cronologías rígidas (Friede, 1978). Los mestizos del XIX portaban esta herencia en la carne: epigenética que marca adaptaciones a altitudes templadas, suelos fértiles y rutas fluviales; adaptaciones inscritas por hambrunas coloniales y estrés que activan genes dormidos (Paulsen Bilbao, 2012; Jablonka & Lamb, 2005).

La Niche Construction Theory (Laland et al., 2016) ilumina esta danza dual: genes y antroposferas modificadas mutuamente. Los catíos construyeron nichos agro-mineros; la encomienda los quebró (González, 2007); el liberalismo republicano los reconfiguró. Saldarriaga (2011) lo resume: “El paisa es hijo de esta era repoblada”, mestizaje que late en venas cafeteras como río subterráneo.

Figura 4.  Tameme indígena. Tomado de Los caminos reales de Colombia (Melo, J y Moreno, P. 1995).

El nicho como ontología del regreso: memoria, poder y territorio

En el gesto migratorio de la colonización antioqueña se esboza una ontología profunda: la del Retorno al Nicho. No es un simple símbolo, sino un modo de habitar la tierra que combina memoria ancestral, lectura ecológica y proyección productiva.

Contexto histórico y matización

Para comprender el retorno es necesario situarse en el siglo XIX y comienzos del XX:

  1. El liberalismo agrario promovía la titulación y la colonización.
  2. El Estado, como observa Hermes Tovar (1995/2015), utilizó concesiones sobre baldíos para pacificar conflictos y expandir la economía rural.
  3. A pesar de la imagen de “pequeños propietarios”, existían empresarios, poderes locales y desigualdad agraria (Londoño, 2002).

Así, la ontología del retorno se inserta en un marco de poder, disposiciones estatales y tensiones sociales.

Figura 5. Los caminos del repoblamiento fueron por lo general caminos prehispánicos. Tomado de Los caminos reales de Colombia (Melo, J y Moreno, P. 1995).

La hondura del retorno

Hay ideas que no nacen en los libros sino en la tierra. Así nació esta propuesta: en los caminos del medio y alto Valle del Cauca, donde el golpe de hacha sobre el monte descubría también la impronta indígena. Los colonos creían inaugurar un mundo, pero tropezaban con otro anterior que los devolvía a su origen. Allí comenzó todo: en la constatación de que la vida retorna para sostenerse, y que ese retorno no es nostalgia sino condición ecológica, política y ontológica.

Figura 6: Grabado reproducido por Los caminos reales de Colombia (Melo, J y Moreno, P. 1995).

El retorno como condición, no destino

La cultura occidental interpreta el retorno como fracaso, pero la naturaleza retorna para vivir. Descola lo señala al analizar la continuidad ontológica entre humanos y no humanos; Deleuze y Guattari muestran que la vida avanza en rizomas. Por eso, Sísifo —en la Odisea XI— no es condenado: es maestro del ciclo. La piedra que cae no es derrota, sino respiro del cosmos.

Cada ascenso y cada descenso son nuevos. Desde la teoría de sistemas, entendemos que no siempre es el mismo quien empuja la roca: la vida es una cadena de relevos. Los dioses no fueron crueles: sin retorno, no hay mundo.

Este fue el giro que descubrí al estudiar la historia regional: no hay proyecto humano sin geografía que lo reciba, y esa geografía tiene memoria.

Mi propuesta de una praxis del Retorno al Nicho parte de allí: pensar desde el territorio para sanar su fractura.

Geografía del retorno: palimpsesto territorial y rutas prehispánicas

El paisaje cafetero es un palimpsesto vivo: capas de tiempo superpuestas donde cada trazo prehispánico espera ser releído (Criado-Boado, 1999). El Camino del Quindío sigue curvas ancestrales evidenciadas por canalones, drenajes y claros persistentes (Botero Páez, 2006; De Molina-Castaño, 2023). En Caicedonia, Sevilla, Argelia, Versalles, El Cairo, Restrepo… ya se habían inaugurado trochas hace milenios (Romoli, 1987).

Figura 7: Arrieros. Tomado de geografía pintoresca de Colombia. (Saffray C, André E. 1968).

La guaquería fue prospección poética: en Filandia (1878), quinientos guaqueros desenterraron tumbas antes del acta fundacional (Arango Cano, 1924; Valencia Llano, 1989). La Tebaida (1916), fundada por guaqueros como los Arango Cardona, replicó densidades prehispánicas: plazas de ochenta metros, calles de diez, sobre “pueblos tapados” como Maravélez, Hediondo o Raspado (Valencia Llano, 1990). Calarcá (1886) y Montenegro muestran patrones similares.

Estos nichos elegían laderas fértiles, venas hídricas y corredores altitudinales: preferencias epigenéticas heredadas de ascendientes catíos o quimbayas tempranos. El Paisaje Cultural Cafetero, declarado por UNESCO (Sarmiento Nova, 2012), es patrimonio vivo no ex nihilo, sino espiral de retornos.

Figura 8. El libro más conocido sobre la guaquería en el Quindío. Fuente: https://www.bogotaauctions.com/

Biofísica del retorno: sistemas disipativos y ciclos termodinámicos

La vida erige estructuras disipativas: sistemas abiertos que importan orden del nicho y exportan desorden (Prigogine, 1977). El Retorno al Nicho es tal estructura: colonos que regresan a suelos volcánicos y memorias guaqueadas, disipando entropía de guerras civiles.

Las bifurcaciones producen bucles autoorganizados (Nicolis & Prigogine, 1989). El “pre-gresseo” nombra esto: Sísifo no maldice la roca; el descenso recarga el sistema. Camus lo consideró absurdo; la biofísica lo consagra como latido vital.

Epigenéticamente, la montaña metiló el ADN catío como estrategia adaptativa. El paisaje genético pudo moldear una huella predisponiendo al paisa —con sangre de ancestros catíos— hacia nichos andinos. La colonización retomó la piedra sísifa de la entropía antioqueña —pobreza, vulnerabilidad— como vapor para el retorno. La colonización no fue frontera vacía al estilo turneriano: fue un nuevo ciclo de retornos solo interrumpidos por la privatización del espacio.

Todo nicho sin retorno colapsa.

La radicalización de políticas que buscan apropiar la tierra a ultranza y los recursos, rompe ciclos:

  • La vida cicla; el mercado linealiza.
  • La comunidad retorna; la industria dispersa.
  • El territorio recuerda; la economía disipa.

En términos físicos, toda política que apropie lo público, que ejerza su dominio sobre los recursos impidiendo un retorno que es natural, es una máquina anti-nicho.

Aforismo: Toda civilización cae cuando su energía deja de encontrar el camino de regreso.

Figura 9: Paisaje Cultural Cafetero. Fuente: https://risaraldahoy.com/

Genética del paisaje y memoria ecológica

La genética del paisaje no es metáfora, sino correspondencia estructural entre memoria ecológica y morfología territorial. Los colonos replicaban patrones preexistentes: pendientes, suelos fértiles, fuentes hídricas, corredores antiguos.

Esto se sintoniza con la antropología de Viveiros de Castro y Descola: las relaciones con la naturaleza dependen de ontologías culturales (Descola, 2005; Viveiros de Castro, 1998). Los colonos ocupaban una zona intermedia: no animista, pero tampoco plenamente objetificante.

La paradoja literaria: Sísifo como bucle necesario

Sísifo, en la Odisea, empuja eternamente la roca; pero el descenso es la clave: prepara el pulso siguiente. No es condena, sino bucle disipativo. Los colonos -sísifos paisas- descienden de Antioquia para ascender a los nichos caucano-quindianos: machete en mano, memoria en sangre.

Paradoja: el progreso lineal es un laberinto sin salida; la vida pulsa en espirales (Ingold, 2011). Deleuze y Guattari dirían: rutas catías reterritorializadas en cafetales. El retorno no es repetición: es variación. Jamás un retorno es idéntico: pero es inevitable.

La guaquería: paradoja destructiva-constructiva del palimpsesto

La guaquería no fue vandalismo simple, sino diálogo con los abismos: arqueología de palas callosas que mapeó tumbas catías/quimbayas, revelando jerarquías en oro y calizas (Arango Cano, 1924). Luis Arango Cano clasificaba ofrendas como poeta estratígrafo, sedimentando saberes para empresas colonizadoras (Valencia Llano, 1989).

“Pueblos tapados” clamaban bajo el suelo: Hediondo por el azufre de las tumbas, Raspado por ofrendas erosionadas. La guaquería abrió rutas para las fondas; las fondas sustentaron fincas; las fincas, poblados; los poblados, municipios. En cada tumba abierta, un retorno: el oro fue brújula hacia el nicho vivo.

Figura 10. El mito de Sísifo. Fuente: https://www.litigiodeautor.com/

Sociogénesis del retorno: comunidad como organismo memórico

No hubo héroes solitarios, sino comunidades como superorganismos: familias mestizas —antioqueñas, boyacenses, tolimenses— que custodiaban memoria vial como arrieros del tiempo (Tobasura Acuña, 2006). La polca antioqueña, binaria y danzante, encarnó bucles disipativos (Berkes, 2018).

Pedagogía y ontopolítica del retorno

La educación hegemónica que separa el territorio de la educación es una fábrica de individuos sin retorno. La educación del nicho forma comunidades que recuerdan.

La escuela territorializada enseña relaciones, no contenidos: devuelve al estudiante su quebrada, su árbol, su historia. Restaura la triada: Ecología – Memoria – Comunidad. Sin ella no hay ciudadanía. Sin retorno no hay política.

Las pruebas estandarizadas erosionan la capacidad del retorno: artefactos dispositivos de poder totalizante. Homogeneizan, mecanizan, desarraigan. Fabrican sujetos sin nicho.

La pedagogía del retorno es lo contrario. La escuela vuelve al territorio: camina, toca, escucha. Enseña que el saber nace del lugar. Freire lo insinuó; Fals Borda lo hizo método; Deleuze lo cartografió. La escuela debe ser el nicho comunitario.

Ontología ecológica y cultural del nicho

El concepto de nicho ha sido central en la ecología desde su formulación clásica (Hutchinson) y ha sido tratado en múltiples dimensiones, tanto ecológicas como sociales. El “nicho ecológico” no se reduce a un hábitat: incluye todas las condiciones que permiten a una especie existir y reproducirse (Mota-Vargas et al., 2019).

En antropología, autores clásicos como Thomas F. Love han adaptado la noción de nicho para analizar cómo los grupos sociales compiten y se organizan en recursos limitados, mostrando que el nicho es un resultado agregado de procesos sociales individuales.

Además, la teoría de la construcción de nicho (“niche construction theory”, NCT), propuesta por Odling-Smee, Laland y Feldman, permite entender cómo los humanos modifican activamente su entorno y transfieren legado ecológico (herencia ecológica), lo que a su vez influye en las generaciones futuras.

Por su parte, en estudios de memoria ambiental y biocultural se ha reivindicado la idea de que las prácticas culturales y los saberes enlazan lo ecológico y lo mnemónico: la memoria de paisaje (“ecological memories”) es una dimensión clave del patrimonio biocultural.

Memoria biocultural

El concepto de memoria biocultural articula cómo las comunidades no solo heredan genes, sino también prácticas, tecnologías y narrativas vinculadas al entorno ecológico (Toledo & Barrera-Bassols, 2012).

En la teoría del nicho, esta memoria funciona como un tipo de herencia cultural (cultural inheritance) que actúa en paralelo con la herencia ecológica, en el sentido de que los humanos no solo nacen en un nicho, sino que traen consigo conocimiento adaptado para ese nicho. En el caso de los antioqueños no eran una tabula rasa con respecto al repoblamiento: llevaban consigo toda una carga epigenética, memoria genética ligada con ancestros catíos e indígenas del cañón del río Cauca, por lo tanto, no es totalmente cierto que eran pioneros a la manera turneriana, sino que cargaban un pasado con experiencias acumuladas que les permitieron una rápida adaptación a los nichos que hacían el llamado al retorno, (por cierto, similares) a los de su Antioquia natal.

Asimismo, estudios recientes han demostrado que la memoria social —transmitida oralmente, mediante prácticas, narrativas y cooperación— es un mecanismo central para la construcción y mantenimiento del nicho humano en entornos variables, especialmente en comunidades vulnerables al cambio ambiental o social.

Un enfoque ecológico de la cultura

Desde una perspectiva emergente, algunos autores sostienen que la cultura puede entenderse como un fenómeno ecológico más: un resultado emergente de la interacción entre individuos y su entorno.

En este sentido, la TRN no solo asume que la cultura (memoria, práctica) es parte del nicho, sino que es un agente activo en su propia ecología, lo cual conecta con la idea de nicho cultural (cultural niche) descrita por evolucionistas culturales como Robert Boyd.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, procedo a construir un modelo matemático que sustente una nueva teoría con relación a la colonización antioqueña que se explica coherente con los fenómenos aquí tratados.

Modelo matemático de la Teoría del Retorno al Nicho. (TRN)

Para traducir esas intuiciones profundas —territoriales, históricas, bioculturales— en un esquema cuantitativo claro, la TRN propone el siguiente sistema ecuaciones diferenciales acopladas.
Son cuatro voces cantando a varias manos: cambios del nicho (N), cambios de poblamiento (S), memoria biocultural (H) y retorno (R). Debido a los alcances del artículo solo mencionaré la primera:

  1. Cambios del Nicho. La ecuación es la siguiente:
  • N: estado del nicho (0–100).
  • α: tasa natural de crecimiento/regeneración del nicho.
  • K: capacidad máxima (techo) del nicho (lo que puede dar sin degradarse).
  • β: aporte de la memoria (biocultural y epigenética) (H) al fortalecimiento del nicho.
  • γP(t): pérdida por perturbaciones (conflictos, despojo).

¿Qué mide N?

N = calidad/capacidad del nicho (bosque, suelos, agua, relieve, microclima, rutas).
Escala: 0–100.

¿Qué mide K?

K = capacidad máxima del nicho si todo funciona óptimamente. Es el techo ecológico.

¿Qué significa la ecuación?

La ecuación dice que el nicho mejora o se deteriora según tres fuerzas:

Si N es bajo ⇒ el nicho puede mejorar rápido (suelo recuperable, bosque regenerable).

Si N se acerca a K ⇒ mejora más lento.

Si N = K ⇒ el término es 0 (ya llegó al máximo).

Capacidad ecológica natural del nicho

Si N es bajo ⇒ el nicho puede mejorar rápido (suelo recuperable, bosque regenerable).

Si N se acerca a K ⇒ mejora más lento.

Si N = K ⇒ el término es 0 (ya llegó al máximo).

Interpretación: TRN:

El nicho “llama” a los colonos si está sano; si está deteriorado, pierde fuerza atractiva. En el caso del poblamiento en el territorio que hoy es Caicedonia, a principio del siglo XIX, las tierras estaban fértiles y el nicho llamaba con fuerza a los migrantes.

Memoria histórica que mejora el nicho cultural:

H = memoria adaptativa heredada: saber leer suelos, quebradas, microclimas, “echar ojo”.

β mide cuánto la memoria mejora el nicho.

Interpretación TRN: Los colonos NO eran tabula rasa: traen saberes y percepción ancestral que aumenta el valor del nicho. Los genes epigenéticamente estaban marcados hacia los ecosistemas andinos, en especial los Orobiomas Bajo y Medio. Todo su saber en Antioquia provenía de Nichos semejantes, aunque más transformados.

Perturbación externa

P(t) = perturbación que puede provenir de conflictos (V.gr.:  Burila), sequías, política estatal, mercado.

Interpretación TRN: Los conflictos agrarios del Quindío 1905–1920 restan fuerza al nicho (inseguridad, despojo, abandono temporal). Lo que dificulta la llegada de nuevos colonos al territorio.

Si por ejemplo llegaran en 1905, 20 colonos a lo que hoy es Caicedonia, y trajeran consigo una buena memoria histórica de manejo en nichos semejantes, tendríamos unos resultados interesantes al cabo de 10 años, al aplicar la primera ecuación. Por razones de espacio no expongo la tabla de resultados, pero si las conclusiones:

  1. La memoria impulsa fuerte la optimización del nicho: con β = 0.5 y H creciendo (aunque lentamente), la aportación βH es grande (≈18 a 20 unidades/año) y empuja el nicho hacia arriba rápidamente. Erosionar la memoria cultural entonces es contraproducentes con el equilibrio del nicho. La historia funciona como un atractor del nicho. La historia no solo es humana. Es termodinámica. Los sistemas tienen historia independientemente si hay humanos o no.
  2. Resultado: crecimiento, pero posible sobresalto sobre el techo: N llega a pasar ampliamente el valor K = 100. En términos reales, eso significa que la ocupación y aprovechamiento pueden superar la capacidad sostenida del territorio si no se controla: más cultivos, más trochas, más tala. Con una memoria histórica activa (H alta), los colonos no actúan como tabulas rasas, sino como sujetos que reconocen señales antiguas del paisaje —pendientes, nacimientos de agua, sombras del bosque, suelos frágiles— y ajustan su ocupación siguiendo esos límites naturales. El término βH fortalece la estabilidad del nicho, pues una memoria viva orienta prácticas sostenibles y distribuye la presión de manera proporcional, evitando que el crecimiento de la ocupación supere la capacidad real del territorio. En cambio, cuando H es baja, el uso se vuelve desordenado y acelerado, generando sobreexplotación. Por eso, la memoria activa funciona como regulador crítico que previene el sobresalto sobre K.
  3. Si no hay perturbaciones, la memoria y la gente cambian el paisaje: la simulación muestra cómo 20 colonos con memoria activa pueden transformar el nicho en pocos años; eso coincide con relatos históricos donde la ocupación creció rápido. La empresa Burila en conflicto con los colonos por reclamaciones y el carácter conflictivo que tuvo, mermó la capacidad del llamado al nicho para seguir acogiendo más colonos.
  4. Advertencia ecológica: un N por encima del K indica riesgo — erosión futura, pérdida de agua, colapso de la productividad. En la práctica, se requiere manejo: terrazas, diversificación, protección de nacederos, rotación de cultivos y barreras vivas para que la subida de N sea sostenible. Afortunadamente durante el repoblamiento inicial, los colonos a pesar de la tala, y la apertura de áreas agrícolas aún diversificaban con cultivos en sus parcelas.

Discusión: Implicaciones interdisciplinarias

Esta teoría es un telar donde biofísica, geografía, antropología y literatura se entretejen. La biofísica aporta bucles prigogínicos; la geografía despliega palimpsestos; la antropología ilumina nichos lalandianos; la literatura ofrece a Sísifo, custodio del ciclo. Sin retorno al nicho, al campo no hay posibilidad de subsistencia

Quedan desafíos: la genómica deberá descifrar marcas epigenéticas; los SIG deberán cartografiar rizomas viales inscritos por la vida humana y no humana. Las ecuaciones que modelan la TRN deberán contemplar otros aspectos del Nicho, pero lo importante es avanzar.

El porvenir exige políticas del paisaje cultural que honren estos bucles: educación territorial, agroecologías cíclicas, comunidades que recuerden. Solo así evitaremos colapsos entrópicos.

Figura 11. Pedagogía del territorio. Salida del grupo de investigación Promoagua a la Bocatoma en el río Pijao. Caicedonia Valle. Fuente: Martha Zorrilla. IE Bolivariano.

Conclusión — El pulso que regresa

Epígrafe

“Volver no es repetir: es volver a ser.”

En las montañas donde el café respira nieblas antiguas, el Retorno al Nicho revela que la colonización fue menos un avance que una resonancia, menos camino que memoria reanimada. Allí donde la historiografía vio machete y arado, la biología murmuró epigenética, y la tierra confirmó que ningún linaje camina sin el eco de otro que lo precedió.

El colono no abrió monte: siguió vibraciones catías aún vivas bajo la corteza del paisaje. No inauguró un mundo: despertó uno dormido.

Sentencia

El paisa no conquista con hierro: recuerda con sangre.

Antes del progreso existe el pre-greso: la respiración profunda que evita la muerte entrópica. Un mundo que solo avanza muere; un mundo que retorna renace. El antioqueño no conquistó, repobló.

Aforismo

No hay eterno retorno: hay retorno creador.

En un mundo agrietado por políticas radicales —útiles para homogeneizar mundos hasta vaciarlos—el Retorno al Nicho no es nostalgia ni metáfora: es un principio de supervivencia. La vida se preserva mediante bucles de retorno; no destruyendo el pasado sino reconectándolo. El futuro avanza en espiral: cada giro es nuevo; cada regreso, distinto.

Un país que olvida su nicho olvida su destino. Un país que retorna, lo reescribe.

Regresemos no como quien retrocede, sino como quien afina su brújula. Sísifo sonríe en el descenso porque entendió que la piedra no es su condena, sino su pacto con la existencia.

Regresemos al nicho para sostenerlo y conservarlo: allí late la única promesa que aún puede sostenernos como especie.

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*Rafa Davidzen es Seudónimo de Rafael Antonio Castaño Vélez. Autor. E-mail: rafadavidzen@gmail.com

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  • rafael castaño g. dice:

    GENIAL EL MODELO MATEMÁTICO DEL (TNR) HACE REAL EL ENCUENTRO DE PREVENCION, CONTROL, proyeccion de Políticas Públicas para el desarrollo de Programas sostenibles y sustentables entre otros….Felicitaciones….

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