Arrierías 85

Umberto Senegal

Por estos días en París y Francia, ¿los galos con qué convulsiones psicológicas leerán Los ojos de Mona, de Thomas Schlesser, historiador del arte, si por entre recintos artísticos -tres museos parisinos- donde transcurre gran parte de la acción de esta novela, interrumpen su lectura prescindiendo del universo literario para examinar el panorama político francés, respecto al escenario bélico calculado por el presidente Macron, amenazando con enviar tropas a Ucrania y provocando el rechazo de la izquierda y extrema derecha francesas? “Haremos cuanto sea necesario para garantizar que Rusia no gane esta guerra”, afirmó el obtuso abanderado de la utópica refundación de la Unión Europea. Este político incendiario, si enfrenta a Rusia, conducirá a Francia a la catástrofe. No será lo mismo leer tan interesante libro allí, en alguno de los apacibles jardines parisinos, parque de Buttes Chaumont, parque de Belleville o Jardín romántico del parque de Bercy, regocijándose con las pinturas presentadas desde tal hermosa novela, en un período de inevitable derrota para Ucrania y desestabilidad de la OTAN, que leerla bajo las acogedoras sombras de un gualanday o un caracolí del Quindío, comarca de las más verdichosas de la región Andina, con tal libro como compañero de andanzas por solitarias y seguras veredas calarqueñas. Observo el puntual título mirándome desde la voluminosa novela: Los ojos de Mona.

Finalista en Francia del Grand Prix RTL-Lire Magazine Littéraire 2024. Asegura su éxito editorial auspiciada por la descomunal propaganda de libros y autores promocionados desde internacionales vitrinas de la Feria del libro en Frankfurt. Respecto a cualquiera de los autores desde allí realzados, afirman grandilocuentes, y en este caso para encumbrar literariamente Los ojos de Mona, asegurándole ventas masivas: “Un acontecimiento editorial en sesenta países”. Cuantificándolo todo, enumeran cantidades para encandilar lectores. En 2023 sucedió algo semejante con La malnacida, novela de la joven narradora italiana Beatrice Salvioni, de quien escribí en anteriores columnas. Primera novela del citado historiador, me mira directo este título de Schlesser. Y su mirada me agita, como lector apasionado por el arte. Sin cejas, sin pestañas me observan las cuatro oes del título. Exploran en mí al febril lector. Oes como ojos circulares. Ojos huecos por completo. Ojos vacíos. Ojos-oes de ramoniana greguería. Ojos de caligrama mirándome desde un poema concreto. Dos pares de ojos, acechándome desde el sugestivo título de la muy francesa novela que antes de salir a conmover lectores, tenía ensamblada una vasta y efectiva publicidad. El título lo sobrepusieron a la célebre pintura La joven de la perla, del holandés Vermeer. Más de 500 páginas donde asistimos desde el asombro, curiosidad y ternura de Mona, la niña protagonista, a singulares exégesis de 52 obras de arte en tres museos parisinos: Louvre, Orsay y Beaubourg. 

A la niña protagonista, Mona, de acuerdo con el funesto diagnóstico oftalmológico manteniéndonos en vilo a lo largo de la extensa novela, hasta el esplendoroso final en la ciudad de Aix-en-Provence donde se encuentra el Tríptico de las zarzas ardientes, de Froment, le restan 52 semanas antes de perder por completo su visión. Henry, su abuelo, aprovechará entonces los miércoles de cada una de estas concluyentes semanas para que su nieta observe 52 obras maestras en los museos del Louvre, Orsay y Pompidou. Los recorrerán sin prisa. Mediante didácticas explicaciones e interpretaciones de Henry, la niña confrontará, observará y sentirá al máximo cada una de las obras que este elegirá para inspirarle sentimientos superiores. Que si la pierde, subsistan en su alma indelebles huellas de explícitas pinturas, esculturas y fotografías cuya evocación enaltezcan la vida que le resta, sin interés diferente al de nutrir sus miradas, su espíritu y memoria con la plural belleza de cuanto observan, dándole nuevas razones de ser a la existencia. No con el arte como sanación. No es terapia estética concebida por el abuelo. Es insondable experiencia de lo bello u horroroso induciendo a despertar valores espirituales: “Mona, cada semana veremos juntos una obra de arte, una sola nada más, del museo.  Esta gente que nos rodea querría tragárselo todo de una vez y se pierde por no saber administrar bien sus deseos. Nosotros seremos mucho más listos, mucho más razonables. Contemplaremos una sola obra primero en silencio, durante unos cuantos minutos y a continuación hablaremos de ella”, propone el abuelo a su nieta, cuando en el Museo Beaubourg dan comienzo al artístico ejercicio de paciencia, lentitud y recogimiento frente a un solo cuadro. Para el sensorial rito que llevarán a cabo, no son obligatorias muchas imágenes.

Tampoco numerosas impresiones durante el lapso que discernirán frente a la obra elegida. Mucho menos, saturar el cerebro con heterogéneas imágenes plásticas y detalles de escuelas artísticas. No atiborrarse de apresurada belleza. Tampoco se escurrirán por entre las obras exhibidas, como deslizándose por una rampa de sensaciones y afectaciones propias de millares de visitantes deambulando veloces por recintos y pasillos, frente a obras de arte que no saben escuchar ni ver y menos experimentar el tipo de sensaciones corporales e intelectuales que estimulan en el equilibrado observador. El compositor Ahmir Khalib Thompson, menciona el estado de paz que experimenta cuando mira sin prisa Hiroshima, pintura colmada de azules sobre azul, de Klein. Escucha el extendido sonido de una nota grave.  Para Isaac Kaplan, el tiempo promedio que alguien dedica a observar una obra en un museo es de 15 a 30 segundos. Insuficiente para experimentar en su totalidad la obra. “La gente puede visitar un museo y estar durante horas observando cientos de obras, y salir sin haber visto nada”.

Un profesor llevaba sus alumnos a la Barnes Foundation, en Philadelphia, solicitándoles permanecer 20 minutos frente a cada obra porque su contemplación “enriquecía la apreciación del arte y producía beneficios semejantes a meditar”. Los selectos salones que el erudito abuelo recorrerá cada miércoles, día del emisario de los dioses, con su nieta Mona, de diez años de edad, serán sustituto de glaciales consultorios y diagnósticos médicos de los cuales aquel y esta huyen. ¿Con qué miradas acecha Mona una fotografía de la academicista inglesa Julia Margaret Cameron? Liturgia estética para ojos y oídos atentos. Sensaciones germinando desde selectas obras de arte que impresionan al abuelo, pero tal vez no serán afines con las nuestras. Uno de los objetivos del novelista puede ser persuadirnos a expresar: “tengo mis 52 obras y artistas diferentes a los observados por Mona y Henry”. Cada quien tiene su particular catálogo de pinturas y pintores para confrontar expresiones de la vida y la muerte. Mona, niña extraña. Con inconvenientes en su colegio. El relato de sus primeros amores.  La perentoria imagen de fondo de su abuela fallecida, desempeñando significativo quehacer en la novela. No creo que en París, ni en nuestros países latinoamericanos, sean muchas las niñas de 10 años saliendo cualquier día de la semana con sus abuelos o padres, a visitar museos. Ante el fatídico diagnóstico de la posible pérdida total de su visión, en una preterapia artística rebosada de valores espirituales, sin prisas de ningún género, tan inusitada pareja de observadores de arte, frente a selectas obras descubren consoladoras expresiones para afrontar el mundo que vivimos.

Si poco le importa el espacio estético de la pintura, escultura o fotografía, siga de largo. Excluya esta novela, igual que menosprecia museos cuando visita ciudades o pueblos. Un componente publicitario acostumbrado por las editoriales, es engranar obras y autores con la Feria del libro de Frankfurt. Señalan que esta novela salió en más de 26 idiomas a la vez y se vende en 60 países. Lograron su propósito. Al leer Los ojos de Mona, me llega la imagen de la Mona Lisa, su boca, su sonrisa; en la Mona de Schlesser, su primera novela cuyo contenido cautiva la atención de cuantos nos solazamos con la pintura, me llegan los ojos de la niña. “¿Cuándo surgió la idea de escribir este libro sobre historia del arte?”, preguntó una periodista. Schlesser fue sincero al evocarla como producto de “una experiencia personal dolorosa. Mi pareja perdió en dos ocasiones un bebé, vivencia dolorosa para ambos. Entonces inventé una niña que existe en mi imaginación. Quería hacerla vivir y el escenario ideal fue el de este libro. La premisa de la novela es que su abuelo quiere que toda la belleza del mundo desfile ante sus ojos”.

“Estoy convencido que la belleza del mundo está en los museos”. Afirma el novelista francés. Abuelo y nieta recorren los parisinos museos del Louvre, Orsay y Beaubourg, intercambiando emociones con cuadros, fotografías y esculturas. Mirarán, observándose a la vez, mediante los ojos de Botticelli, Vermeer, Goya, Rafael, Rembrandt, Frida, Van Gogh o Basquiat. Entre más de 150, Henry-Schlesser selecciona con fidelidad histórica dichos lugares para deslumbrar en 52 semanas los ojos de su nieta. Orsay, con artistas del siglo XIX y su colección de obras impresionistas; Louvre, con obras precursoras del impresionismo; y Beaubourg, arte moderno de comienzos del siglo XX hasta el minimalismo y conceptualismo actuales. Mona escudriñará en las pinturas observadas, a partir de rasgos formales y temáticos que en las obras enfatizará su abuelo. Una por semana. Aunque entre el sosiego y el silencio los salones estén llenos de ellas y nos parezca que todas suplican a la niña: “Mona ven a nuestro lado, dile a tu abuelo que no nos ignore, tenemos mucho para revelarte”. Relacionándolas con el altruismo, incertidumbres, nostalgia, autonomía e indignación, mientras en el trance de mirar sin impaciencia, fundamento esencial para el observador de obras de arte, Henry incorpora en la mente y el corazón de la niña, pensamientos y valores desprendidos del cuadro observado.

Cada capítulo de este libro-museo explicando los poco entendidos perímetros de las imágenes, es iniciación literaria en el arte gracias al luminoso acuerdo entre nieta y abuelo. Profesor en la Escuela Politécnica de París, Schlesser admite haberse inspirado en técnicas narrativas formales del Oulipo, Perec y Roubaud, “creando un sistema que invita a leer el libro dos veces, porque cada obra lleva una lección aplicable en el siguiente capítulo. Tres historias entrelazadas explorando infancia, familia y enfermedad mediante un viaje erudito por varios museos de París”. ¿Schlesser autor oulipiano? A esta clase de creador literario Roubaud la define como “rata que construye ella misma el laberinto del cual se propone salir. ¿Laberinto de qué? Palabras, sonidos, frases, párrafos, capítulos, bibliotecas, prosa, poesía y todo eso”. En el Quindío y Colombia tenemos al más notable autor oulipiano: Carlos Alberto Villegas Uribe. Creador del Mibonachi. Explica Villegas: “El mibonachi concibe la escritura como artificio (arte y oficio) que se aprende. Juegos del lenguaje y sus códigos. Se apoya en la concepción del escritor como suma de voluntades y no como don que el espíritu santo insufla en el ser humano. El Mibonachi acoge la patafísica y descree de los postulados metafísicos. Valora la escritura y todas las posibilidades narratológicas como proceso ontológico que brinda sentidos de existencia al ser humano. Técnica sincrética que combina el azar y la lógica de las restricciones para aplicarlas lúdicamente a la literatura”. Un sombrío paréntesis: Carlos perdió su sentido de la visión. Con lo oulipiano en la estructura de su novela reinterpretando a través del arte el mundo que nos rodea, Schlesser construye el puente que para un observador de arte surge entre intuición y revelación. personificadas por Henry, Mona y el artista que cada miércoles los congregan.  

Para Thomas el arte construye salidas de ambientes a menudo grotescos y uniformes gracias a fuerzas redentoras de la belleza. Con lo oulipiano en la estructura de su novela reinterpretando a través del arte el mundo que nos rodea, Schlesser construye el puente que para un observador surge entre intuición y revelación, personificadas por Henry, Mona y el artista que cada miércoles los unen. Henry, para consigo mismo y para con su nieta, encarna el pensamiento estético de Nietzsche y Heidegger. De Nietzsche, sosteniendo que “el arte tiene más valor que la verdad por ser afirmador de la vida del ser humano”. De Heidegger, avalando al arte “como espacio donde se da la apertura del ser, donde se devela la verdad, constituyendo otra forma de pensar, la poetizante”. La novela pone el arte al servicio de la vida, reconfortando a través de la materialización constante de un valor cardinal: la libertad. Schlesser confiesa su cambio de perspectiva en relación con la idea de que el arte pueda ser un agente de reparación o consuelo, reconociendo la importancia de que el arte esté al servicio de la vida. «Los ojos de Mona» promete ser una obra que trasciende la mera contemplación estética, ofreciendo una experiencia única que invita a reflexionar sobre la vida a través del arte. La particularidad de este premio de novela francesa, que obtuvo Thomas, es la de otorgarse cada año en marzo durante la Feria del Libro de París, por un jurado de cien lectores a los cuales nominan veinte notables libreros de Francia. 

Los cinco finalistas son seleccionados por la redacción de la emisora ​​de radio RTL y de la revista Lire. Jurado de simples lectores renovado cada año, difiere de otros reconocidos premios con jurados compuestos por personalidades del mundo literario. Modelo para tenerlo presente en concursos colombianos de cuento, novela, poesía y ensayo.  La atractiva carátula en español, diferente a la francesa, es de por sí ingeniosa y pictórica invitación para entrar al plano estético de la novela: La joven de la perla. Icónico cuadro del pintor holandés Vermeer, con el ojo izquierdo tapado por el título del libro, acierto visual encantador al sugerir el problema oftalmológico que afronta la niña protagonista. Las 52 obras que veremos también nosotros mientras Schlesser nos las explica con las palabras de Henry Vaillemin, quien afirma que “el arte…o es pirotecnia o es viento”, nos servirán de apertura hacia otras semejantes, pero en particular cada una de aquellas que Mona observa nos avivarán sentimientos nobles y refinados. Virtudes y estados de alta moralidad y belleza con las cuales comprender el mundo que vivimos.

Cada pintura, le es dilucidada a Mona con pormenores formales que por lo regular los espectadores habituales de museos de arte no vemos. “Tenía el deseo de inventar una hija imaginaria, a la que habría criado, mimado… Mona tiene 10 años en el libro, y yo dediqué diez años a escribirlo. Esta coincidencia me conmueve, es una hermosa aventura romántica”,advierte Schlesser.

Por algunos elementos característicos del Bildungsroman en el desarrollo del argumento y en diálogos de la niña y su abuelo, podemos considerarla en cierta forma como novela de aprendizaje y formación educativa por cuanto estimula reacciones nobles y bellas con espirituales valores aplicables fuera de los museos donde a la vida y al mundo, a la gente podremos observarlos con sentimientos semejantes al asombro que despiertan las obras de arte en los museos. La lectura de esta extensa novela debe hacerse con la serenidad del conmovido observador que por primera vez se encuentra frente a la presencia física de obras de arte solo vistas por otros medios; con reverencia y gratitud hacia cada uno de los artistas que contribuyeron a inundarnos de gozo estético, induciéndonos a consultar más particularidades de las obras que el abuelo explica a la niña, ampliando las miradas, juicios y conceptos del autor. Ampliar por nuestra cuenta y nuestro asombro, el panorama estético personal que nos extiende Schlesser. No es novela para quienes son indiferentes al arte. Y aunque a lo largo de la misma el lector asiste a otros escenarios y situaciones con los personajes, el núcleo narrativo irradia desde los museos que Mona y su abuelo visitan como templos modernos iniciáticos. La novela puede convertirse en una especie de práctico manual para acompañarse con ella de manera ilustrativa y pedagógica cuando visitemos los tres o alguno de los notables museos parisinos donde el abuelo de Mona intenta conectar cada vez más la reducida visión de su adorable nieta con el esplendor de los colores, formas, luces y mensajes implícitos. Si la lee completa de algo estoy seguro: por indiferente que sea al arte, el lector de esta novela desde el ámbito narrativo saltará a espacios pictóricos con nuevos atributos de lector. Obras de Botticelli, Basquiat, Delacroix, Vermeer, Frida Kahlo, Van Gogh, Klimt, Rosa Bonheur, Magritte, Malevitch, Fantin-Latour, Rafael, Leonardo, Frida, Camille Claudel, Tiziano, Canaletto, Miguel Ángel, Turner, Monet, Degas, Rembrandt, Cezanne, Goya, Delacroix, Van Gogh, Kandinsky, Picasso.  Cuando contemple las obras referidas y otras diferentes, además de los valores intrínsecos, en cada una de ella entrará a fuentes interiores de su ser donde el arte será sólido y efectivo elemento de conciencia-de-unidad con la vida, con el mundo y con Dios. Un crítico literario del periódico regional francés Le Parisien, comentó: «Aunque las 52 obras están reproducidas en el libro, son las palabras las que nos las hacen visibles. Nuestros ojos las recordarán siempre. Una novela insólita».

Calarcá, mayo 1 de 2024

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