Arrierías 97

Mario Ramírez Monard

“Lo mismo que un san Jerónimo, hueso, pellejo y raigambre/, llorando estoy a tu puerta, mis pecados capitales…/”. Esta fue, quizá, una de las poesías más bellas que de muy joven aprendí y la cual recitaba con énfasis y buen fraseo siguiendo los pasos de uno de los grandes de la declamación poética en Colombia, el antioqueño Rodrigo Correa Palacios, entonación y fraseo que aplicaba en mis tiempos de locución como director de la UFM, la radiodifusora cultural de la universidad del Quindío.

José Antonio Ochaíta, poeta, escritor y dramaturgo español (1905-1973) había escrito este bello texto poético con fundamento en la doctrina católica que habla de los 7 pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza sacando de ellos su destino espiritual y religioso para adaptarlos a un canto lírico de despecho, de protesta hacia la ingratitud y desamor de una mujer, poesía que aprendí de memoria y declamaba en grandes tertulias en encuentros literarios en mi universidad.

En la edición 14 de Arrierías me atreví a retomar los pecados arriba citados, pero les di un carácter de aplicación a nuestra sociedad actual. He seguido reflexionando al respecto y, respetuosamente, creo que el teólogo que habló de 7 pecados capitales y lo sustanció, se quedó corto porque hay acciones humanas que, por su gravedad, son básicas en sustentar la existencia de estos delitos (para creyentes, pecados). Aquí va mi planteamiento:

EL ODIO

Es aquella acción humana que lleva a determinada persona a rechazar, sentir antipatía, hostilidad y repugnancia hacia otro ser humano. La palabra tiene su origen en el latín donde aparece como ODIUM y estos sentimientos conducen al deseo enorme de causar daño, lesión o muerte. En los códigos del derecho penal, en la mayor parte de los países occidentales, el odio se expresa en términos como homofobia, racismo, xenofobia e intolerancia.

En Colombia, esta acción funesta y deplorable es un sentimiento frecuente. Hace pocos días, en Antioquia, asesinos torturaron, golpearon y lanzaron vivo a un rio a un joven transexual en un acto típico de odio hacia la comunidad LGTB solo por el hecho de ser diferente a los demás, siendo este un derecho al libre desarrollo de la personalidad que aparece en nuestro Ordenamiento Jurídico.

A mediados del siglo 20 hubo en nuestro país una noticia siniestra que conmocionó el mundo occidental. Hacendados de los llanos orientales de Colombia organizaban cacería de indígenas a quienes perseguían organizadamente para asesinarlos, hecho que tenían como forma deportiva de legalizar un asesinato. Las comunidades negras, a través de la historia, han sufrido y aún sufren rechazo permanente, acoso y desplazamientos sólo por el hecho de ser negros en clara tipificación de racismo, el mismo que aplicaban los nazis en la segunda guerra mundial en contra de gitanos, negros y judíos.

La política y la religión han tenido que ver mucho con los conflictos en nuestro país. Los partidos políticos, como forma de dominio y poder, insuflan en las personas el odio contra sus no creyentes. Miles de seres humanos han muerto en nuestro país porque dirigentes inducen el odio en extremistas o sectarios que creen defender una creencia, unas ideas. Matar personas de determinados partidos políticos contrarios a una ideología, no era pecado, proclamaban algunos sacerdotes irresponsables desde los púlpitos y la respuesta de los contrarios no se hacía esperar.

El odio ha llevado a muchos extremistas a pregonar una supuesta revolución asesinando, desplazando, secuestrando y ejerciendo el terrorismo a tutiplén afectando la producción agrícola, minera y las instituciones legalmente establecidas. El asesinato actual de dirigentes agrarios, gente de la base, de policías y militares utilizando el arma de la perfidia ubican a nuestro país como uno de los más violentos en América latina, situación que se agrava, aún más con el secuestro, asesinato y violación sexual de niños a quienes llevan a la guerra en forma despiadada.

El secuestro de un pequeño de 11 años en el Valle del Cauca por extremistas que creen hacer la guerra es la prueba última y perversa de la degradación del llamado conflicto armado interno colombiano. Olvidan estos asesinos que los crímenes de guerra y de lesa humanidad no prescriben, según las normas del Derecho Internacional Humanitario.

Queda por hablar de otro pecado capital que no está en el códice de teólogos cristianos: LA VENGANZA, sobre la cual hablaremos en próximo escrito.

POST SCRIPTUM.

El futuro de Colombia está en el campo, en la producción de alimentos. Es allí donde debe empezar el cambio en nuestro país que puede llevarnos a ser una verdadera potencia mundial. Seguridad, inversión social y carga impositiva menor es lo que necesitan nuestros campesinos.

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