Para emprender la lectura de la novela Crimen y Castigo, escrita por el ruso Fiodor Mihálovich Dostoievski, hay que tener presente que éste no es un texto que pueda leerse de manera rápida. Desde las primeras líneas de este libro voluminoso nos encontramos con una obra de arte de la narrativa que nos impone degustar con detenimiento cada una de sus páginas. Por su increíble poder sugestivo, por el realismo de sus imágenes, pero, sobre todo, por la particular esencia de cada uno de sus personajes, Crimen y Castigo es una de esas joyas literarias que todos debemos leer.
Dostoievski vivía en Wiesbaden, Alemania, en un oscuro y estrecho cuarto, privado de luz, y casi sin nada que comer, cuando comenzó a escribir una pequeña obra que tituló El diario de Raskolnikof. Una semana después él mismo destruiría los manuscritos, para volver a empezar con el formato de una novela. Había transcurrido un mes cuando escribió a un editor: «Quizás lo que escribo ahora sea lo mejor que he escrito». Efectivamente, el 18 de febrero de 1866 salió publicado en un magazín el primer capítulo de la novela Crimen y castigo.
La similitud de las vidas de Fiodor Dostoievski y Rodión Raskolnikof nos dejan pensar que ésta es una novela con un profundo contenido autobiográfico y que sus escenarios, el desarrollo de la trama y la complejidad de los rasgos de cada uno de sus personajes, son el espejo de la sociedad injusta y excluyente de la Rusia de la segunda mitad del siglo XIX.
Como muchos seres humanos, Rodión Romanóvich Raskolnikof, (Rodia), el protagonista de la novela, se debate en una continua lucha entre el bien y el mal. Rodia es un estudiante de leyes que vive humildemente en una casa de inquilinato en San Petersburgo. Sus escasos recursos económicos lo fuerzan a sobrevivir en medio de las privaciones y a completar su mesada con algún dinero extra que consigue dictando lecciones particulares. Sin embargo, un buen día esta clientela desaparece; Raskolnikof comienza a sentir los rigores del frío y el hambre, y se ve obligado a empeñar donde Alena Ivanovna, una vieja usurera, valiosos objetos de su propiedad como el anillo y el reloj de plata, recuerdo de su padre. Ésta, se aprovecha de la necesidad del joven y le presta por las cosas empeñadas la cuarta parte de su valor, cobrando el cinco o seis por ciento de intereses mensuales. Raskolnikof sale cabizbajo de la guarida de la vieja y «camina como un hombre ebrio, sin ver siquiera a los transeúntes y tropezando con ellos», mientras nutre su mente con rabia e indignación. Ahí está el mundo, abierto como un libro sangrante con sus hombres y mujeres desposeídos actuando en el teatro de la vida, y ahí está él, pobre estudiante, despojado por una vieja usurera. Entonces, una idea enfermiza comienza a corroer su cerebro.
“Aquello”, es algo tan monstruoso que el mismo Raskolnikof prefiere dejarlo en ese eufemismo antes que llamarlo con su verdadero nombre, y durante muchas páginas “aquello« lo escolta por las calles, le sirve de compañía en las tabernas y se acuesta con él en su cuartucho produciéndole durante la noche verdaderos estados febriles.
Mientras vaga por el vecindario rehuyendo a sus amigos, podemos sentir los olores de la calle del Mercado del Heno y el murmullo de voces desordenado que se escapa desde las tabernas, en contraste con ese ser introvertido y andrajoso que es Rodia, concentrado en «aquello» que lo tortura pero que va adquiriendo cada vez mayores visos de certidumbre.
Sin embargo, no puede decirse que es el dinero el móvil de «aquello», ya que unos días antes en casa de Marmeladof, el padre alcohólico de Sonia la prostituta, había dejado sobre el alféizar de la ventana las únicas monedas que le quedaban con el ánimo de aliviar un poco las penurias de la familia; y fue tan repentina su generosidad que segundos más tarde él mismo se lamentaría:
—»Valiente tontería he hecho, ellos tienen a Sonia y yo no tengo a nadie».
No obstante, la obsesión por planear «aquello« pone de manifiesto esa otra vertiente de perversidad que obnubila el alma de Raskolnikof. Por una extraña casualidad que él interpreta como una señal inequívoca, se entera de que «mañana, a tal hora, la vieja estará sola». Con total precaución comienza a planear los pormenores: inventa la forma como va a sostener el hacha en el interior su gabán, y envuelve el paquetito con el que distraerá a la vieja mientras él encuentra la posición correcta para asestarle el golpe. Al tiempo que repasa estas minucias, su mente tiene la convicción firme de tomar justicia por su propia mano y de que la vida de una vieja como ella en nada contribuye al bien de la humanidad. La descripción del crimen de la vieja, primero, y de Isabel su hermanastra, quien entra a la habitación por pura casualidad, son de un realismo tan dramático y sobrecogedor, que el lector corre el riesgo de quedar salpicado con la sangre de las imágenes de estas páginas.
Pero Raskolnikof con su tipo sicológico, su preparación intelectual, su apariencia física y el mundo en que habita, no es el asesino brutal y oscuro de una película de terror, sino el joven lúcido que es capaz de tejer paso a paso la trama de su crimen y que se yergue como un superhombre que puede disponer de la vida de Alena Ivanovna sin ningún freno moral. Aún así nunca saca provecho material de los artículos robados a la vieja, los cuales esconde en un jardín, debajo de una piedra.
Uno de los episodios más memorables de esta novela es precisamente la defensa que hace Rodia sobre un artículo suyo que salió publicado en la Palabra Periódica, en el cual hace la separación del género humano entre seres «ordinarios y extraordinarios», confiriéndole a éstos últimos atribuciones y poderes por encima de la ley: » El hombre extraordinario tiene derecho, no oficialmente sino por sí mismo, a autorizar a su conciencia a franquear ciertos obstáculos».
En Crimen y Castigo, Dostoievski pone de manifiesto su creencia en la expiación de los pecados a través del sufrimiento. Es así como sólo unas horas más tarde de cometer su crimen, un estado de febril postración se apodera de Raskolnikof por tiempo indefinido. Pasa los días y las noches acostado en su cuchitril, presa de desvaríos entre la realidad y la fantasía, la verdad y la mentira. Es tal la confusión de su mente y el tormento de su vida interior, que decide romper relaciones con su madre Pulkeria y con su hermana Dunia, quienes han viajado miles de kilómetros hasta San Petersburgo para estar con él. Durante cientos de páginas el lector sufre con Rodia, se compromete con sus sentimientos y llega a experimentar una actitud de indulgencia frente al criminal. No obstante, el poder de la culpa es tan intenso, que Rodia comienza a ser presa del conjuro de su moralidad y sólo podrá encontrar algo de sosiego cuando decide confesar su crimen atroz a Sonia, la prostituta. He aquí la doble condición de Rodión Romanóvich Raskolnikof, asesino de dos mujeres indefensas y atrapado más tarde por los gritos de su conciencia.
Para algunos, Dostoievski es y será el gran sicólogo del alma humana. A través de sus obras se anticipó a la sicología moderna al explorar motivos ocultos en la comprensión del funcionamiento del inconsciente, el cual se manifiesta a veces en conductas irracionales, en el sufrimiento físico y en los momentos de desequilibrio mental de sus personajes. Él decía: «mi única pretensión es buscar al hombre en el hombre. Sólo soy un realista que ha decidido mostrar todas las honduras del alma humana».
No cabe duda de que lo consiguió. Dentro de esas páginas intensas, se hace un recorrido completo por las más diversas vertientes del alma de los seres humanos: La lujuria de Svidrigailof, quien persigue a Dunia la institutriz hasta hacerla echar de la casa de su esposa; el despecho de Marfa Petrofna, la esposa traicionada; la avaricia de la vieja prestamista, Alena Ivanovna; la mala suerte de Isabel, hermanastra de la vieja, quien encuentra la muerte por casualidad; la lealtad incuestionable de Rasumikin, el fiel amigo; la perfidia y las intrigas de Lujin para lograr su propósito de casarse con Dunia; la bondad e inteligencia de Pulkeria, la madre de Rodia; el espíritu de sacrificio de Dunia, quien va realizar un matrimonio sin amor para salvar a su hermano; la locura de Catalina Ivanovna, quien muere tuberculosa tras la muerte de su marido alcohólico; la generosidad de Sonia, quien se vuelve prostituta para sostener a su familia; la malicia de Pofirio Petróvitch para hacer confesar a Rodia su crimen; y por último, los interrogantes morales de Raskolnikof el asesino, y su lucha interior. Todos estos elementos hacen de ésta, una obra con matices de genialidad.
En la trama de esta novela se encuentran además situaciones de humor patético que introducen al lector en escenarios llenos de comicidad que no son otra cosa que una fiel copia de la realidad de la comedia humana. Dentro de este contexto cabe destacar los diálogos inteligentes de Porfirio Petróvitch, el juez de instrucción, quien se vale de su gran ingenio y de sutiles artimañas verbales para que Rodia caiga en la trampa hasta confesar su crimen. Porfirio intuye que Raskolnikof es culpable pero no tiene en su mano ninguna prueba que lo condene. Entonces, a base de astucia, pone en marcha un plan de carácter sicológico para desequilibrar la ya atormentada conciencia de Rodia. Lo sigue, lo visita en su cuartucho y lo acosa narrándole uno a uno los indicios por los cuales lo cree culpable. En medio de estos diálogos el lector encontrará la crueldad, la saña y la ironía de Petróvitch, tratados en forma magistral, y enfrentados a la furia y a la resistencia de Raskolnikof, cuyo estado emocional comienza a tocar los límites de la locura.
Otro episodio para la recordación es el que se desarrolla en casa de Catalina Ivanovna durante la cena que según la costumbre rusa ésta ofrece con motivo de la muerte de su marido. Catalina, quien ha vivido en medio de una pobreza extrema, hace acopio de todas las ayudas de sus vecinos, e incluso la del mismo Raskolnikof, para darse aires de gran dama. Durante la comida presume ante sus invitados sobre la posición de su padre, e inventa mentirillas acerca de las influyentes relaciones de su familia dentro de la sociedad rusa. Pero por una impertinencia de un comensal, Catalina comienza a encolerizarse y acaba renegando de la calidad humana de sus invitados, de sus indumentarias sucias y andrajosas, tratándolos a todos con palabras obscenas y peleándose con la casera, quien la echa de la casa.
A medida que corre la novela, Dostoievski juega también con los sentimientos del lector: Los sube y los enaltece o los baja y los aprisiona con el peso de las más bajas pasiones. Muestra al hombre débil y sujeto a los parpadeos del destino, demostrando con ello que el ser humano en su condición de ser vulnerable está siempre en medio de la cuerda tirante del bien y del mal. El objetivo no es representar lo que Rodia significa dentro del mundo, sino el significado que el mundo tiene para él, con sus acontecimientos externos y con los diálogos que se dan en su conciencia.
En definitiva, en esta novela Dostoievski confiere un valor supremo a la libertad del individuo y plantea al mismo tiempo el interrogante de cómo debe vivir y para quién tiene que hacerlo. En ese sentido, la novela Crimen y Castigo puede ser catalogada como un soberbio guión de la tragicomedia del mundo sobre culpas y arrepentimientos.