Edición Especial

Y EL PUEBLO SE ANTOJÓ DE SER CIUDAD

By 22 de julio de 2025julio 23rd, 2025No Comments

Edición Especial

Guillermo Escobar Baena

Que un pueblo como Caicedonia llegue ya a sus ciento quince años de existencia es, guardadas las proporciones, casi equivalente a celebrar los quince de una linda jovencita que con cierto temor, pero también con mucha alegría, empieza a sentirse en un nuevo cuerpo, a descubrir un nuevo e inquietante mundo con otras formas de enfrentar la vida. Con cierta nostalgia por lo que ha representado la primera infancia y un tanto inquieta por los aceleres de la adolescencia, se enfrenta también a nuevos retos de una juventud que le acosa un poco por los aceleres de esta época, pero ante todo, con gran deseo de enfrentar los desafíos propios que le plantea su propio desarrollo y evolución tanto en lo físico como en lo mental y cultural.

También los pueblos, como las personas, tienen su propia historia, ligada al desarrollo y a la evolución; algunos lo llaman crecimiento o progreso, pero para el caso, digamos que es el curso normal de los cambios que en todos los aspectos, económico, social, cultural y ambiental se van dando en la medida en que las necesidades y los intereses de sus habitantes se van resolviendo para su subsistencia, para su economía y su bienestar.

Hubo una primera época, la de su fundación y las primeras décadas en que por la manera como conocemos que se dio la colonización de estos pueblos del Quindío y del Norte del Valle, dejaron una huella difícil de borrar por la herencia que se evidencia en las costumbres, en la alimentación, en el lenguaje, en las creencias, en la arquitectura, en la música y hasta en las formas de vestir y de pensar. Por los procesos de urbanismo quedan infortunadamente hoy, pocas casas de la arquitectura paisa, pero aún recordamos sus calles sin pavimentar; algunos detalles como la escalera que se levantaba para entrar la vaca o el caballo hacia el patio de atrás; las puertas con zaguán, las ventanas con postigos y los patios grandes con sus árboles frutales y plantas medicinales, además de las gallinas, los conejos y los pájaros en jaulas.

Era la época en que se rezaba en rosario en familia, se escuchaban los transistores con la música de antaño y los chistes de los Tolimenses, así como las radionovelas como Kalimán o Arandú, o las transmisiones de las vueltas a Colombia en bicicleta. En que se mercaba en los toldos del parque y se cargaba el “Líchigo” con la carne y las verduras. Se celebraban las navidades compartiendo la natilla y los buñuelos con los vecinos a la vez que se jugaba inocentemente apostando a los aguinaldos y se esperaba con ansiedad la sorpresa del 24, buscando bajo la almohada el regalo navideño del niño Dios.

En los días de mercado temprano bajaban los campesinos en sus bestias cargadas, las que guardaban durante el día sábado en las pesebreras, mientras Ellos vendían sus productos, compraban el mercado para la semana y se tomaban sus cervezas o aguardientes escuchando las rancheras, tangos, pasillos y bambucos que sonaban en tiendas y cantinas. Todavía en esa época traían productos como la cebolla, la yuca, el maíz, el frijol, las frutas y los huevos que se producían en sus fincas, que eran verdaderas despensas de alimentos y se tenía gran variedad de cultivos, aún no existían los monocultivos.

Pero los pueblos crecen y van quedando atrás esas historias, esas formas de vida y esas huellas de identidad. Evoluciona la producción, se modernizan las costumbres y las relaciones entre las personas también cambian. Es el costo del progreso, es el paso inexorable del tiempo que no se

detiene. Es el pueblo que se antoja de volverse ciudad, así como la quinceañera que celebra el inicio de una nueva etapa en su existencia.

Caicedonia dejó atrás la vida de pueblo que aún recordamos con cierta nostalgia y hoy se enfrenta a nuevos retos que le plantea la modernidad y el antojo de volverse ciudad. Sus casas, con arquitectura moderna, sus calles ya pavimentadas casi en su totalidad y amplias avenidas, con sus parques y edificios, sus urbanizaciones nos muestran una nueva cara y diríamos otro cuerpo. Las dinámicas del comercio también cambiaron, ya quedaron atrás los toldos y las tiendas y hoy se imponen los grandes supermercados, con “toíto empacao” como dice la canción y hasta los campesinos compran con el mercado productos como la cebolla, la yuca, el maíz, el frijol, las frutas y los huevos que antes producían en sus fincas, pero que ya hoy, por responder a las demandas que imponen los monocultivos para maximizar las ganancias, se dejaron de producir. Ya ni las bestias ni las pesebreras se volvieron a ver porque hoy, hasta los mismos Willis que ayer las reemplazaron, también están siendo desplazados por la proliferación de las motos.

Y ni qué decir de las grandes casas de bahareque, de dos plantas, con sus amplios aposentos y sus agradables balcones, ya fueron reemplazadas por modernos y pequeños apartamentos que se construyen y venden por metros cuadrados, cada vez son más reducidos porque también el número de las personas, debido a la planificación familiar, es menor y hoy ya no necesitan tanto espacio y son “más rentables”. Cada vez el número de niños es menor y aumenta, en cambio, el número de personas mayores, razón por la que ya se cierran escuelas y cobran importancia otros espacios… será que también aumenta la capacidad de los hogares geriátricos?

Ya las nuevas generaciones no saben o no recuerdan los nombres característicos como “la calle del recreo”, la gran vía, Tres esquinas, La Trilladora, La diez (o “El Barrio”), La Gerencia, La Bombonera, en la zona urbana y de pingo chiquito, La Gorgona, Las Brisas, La finca de la Viuda, la hacienda del Coronel, entre otros, del sector rural. Igual pasa con sitios y recuerdos que se van perdiendo con el tiempo, asociados a la recreación y a la parranda, como lo fueron los famosos bailaderos de La terraza, Castañuelas, La campana de bronce, o al consumo de licor como Samaritana, El café Brasilia, Puerto Nuevo y el guayabo, entre otros.

También las costumbres van quedando atrás, la televisión y los nuevos dispositivos electrónicos se imponen y generan otras formas de relación con la novedad del internet, del celular y las redes, de la inteligencia artificial. Los gustos en la música van cambiando, como los géneros con los que nos deleitábamos: pasillos, valses, bambucos y torbellinos, igual que sus famosos intérpretes. Por fortuna, Caicedonia logra congelar en el tiempo el género del bolero, ya hoy reconocido como patrimonio cultural y con él nos damos el lujo, de convocarnos cada año a recordar tiempos idos asociados a temas que nos conectan con el pasado.

No se trata de decir que todo tiempo pasado fue mejor; más bien, comprender que cada época vivida tuvo y tendrá su propio encanto y será recordada por la generación a la que le corresponda vivirla, sufrirla o gozarla. En cada uno de los aspectos y sucesos que comprende la existencia en el diario acontecer se va escribiendo la historia, tanto de las personas como de los mismos pueblos y de las ciudades que para bien o para mal, van adquiriendo su propia fisonomía, van configurando su propia identidad sin detenerse porque el paso del tiempo es inexorable. Pasan las personas, quedan los recuerdos y la huella que van dejando para la posteridad y todos, unos más, otros menos, pero cada quien va aportando a escribir esa historia, a definir esa identidad que hace que no

olvidemos las raíces del pueblo que nos vio nacer. Feliz cumpleaños Caicedonia, el pueblo que se antojó de ser ciudad… La ciudad Centinela del Valle.

Agosto de 2025

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