Arrierías 91

Umberto Senegal

En su libro, Armenia 1889 -14 de Octubre- 1929, el periodista, historiador y viajero Jorge Santos Forero, quien fue redactor de Mundo al día, importante tabloide liberal publicado en Bogotá de 1924 a 1938, incluye una breve referencia de indiscutible valor histórico por la dimensión intelectual hispanoamericana del personaje protagonista, la cual pretendo resaltar aquí, relacionada con la fugaz visita que el filósofo, político, pedagogo y escritor mejicano José Vasconcelos hizo en 1930 al joven poblado de Calarcá.

Tal obra, documento bibliográfico dividido en cinco partes y 36 capítulos, significativa para nuestro territorio al adjuntar información suplementaria de varios autores en torno a la prehistoria  de la Hoya del Quindío y aportar pormenores sobre  la guaquería, es además el octavo libro editado en la historia bibliográfica quindiana: Primero, en 1918, el volumen inicial de Recuerdos de la guaquería en el Quindío, por Luis Arango Cardona, a quien Santos Forero considera  “precursor de todo lo que se escriba sobre historia de la guaquería en Colombia, y el primero en la quindiana”; segundo,  también en 1918, Memorias, por Valentín Masías; tercero, en 1921, La miscelánea, de Segundo Henao, editado por la Imprenta Calarcá, del cual conservaba como reliquia bibliográfica un ejemplar original cuya historia, la manera como llegó a mis manos, se relaciona con Natividad Gutiérrez, apodada Patecacho, propietaria, administradora y algo más,  de la primera casa de citas que hubo en Calarcá y quien fue la amante de Segundo Henao, hoy por hoy, el propietario de tal libro es Jorge González a quien se lo vendí por dos millones de pesos, director del TLC, de Calarcá; cuarto, Armonías selváticas, ¿entre 1922 y 1924?, de Atalíbar Patiño, poemas “entre lo erótico y lo filosófico”, según escribe Humberto Jaramillo Ángel en su libro Viaje a la aldea; quinto, en 1924 el segundo volumen de Recuerdos de la guaquería; sexto, Suenan timbres, en 1926, de Luis Vidales; séptimo, en 1928, Crónica sobre Jesús María Ocampo, de Valentín Macías y, octavo, Armenia, publicado en 1930, del citado Jorge Santos Forero. Este mismo año, 1930, meses después de editado el de Santos, se publicó Calarcá en la mano, de Eduardo Isaza Arango, con prólogo de Roberto Botero Saldarriaga.

Enmarcado por un singular y esotérico planteamiento de la orfebrería, el libro de Santos Forero lo editó en Manizales la Tipografía Cervantes, en 1930. Aunque la obra dice estar “profusamente ilustrada en todas sus partes con más de 300 fotografías tomadas y seleccionadas por su director gráfico señor Antonio Rimolo Arango”, este tomo, primero y único, contiene solo 65 fotografías. En la Primera parte, capítulo V (pág. 15), Opiniones autorizadas, se menciona:

“Cuando el licenciado don José de Vasconcelos pasó por Armenia, fue invitado por nosotros a Calarcá con el objeto único de que el Maestro conociera la alhaja encontrada por el guaquero Leonardo Ramírez, en las cercanías de Popayán cuya fotografía dejamos en páginas anteriores. El Maestro Vasconcelos atendió gustosamente nuestra invitación y una vez en Calarcá y acompañados por el doctor Roberto Botero Saldarriaga, examinó cuidadosamente tan preciosa alhaja, manifestando que lo dejaba desconcertado por la antigüedad que ella denotaba y que su opinión era que dicho objeto fue importado a América cinco siglos antes de la Era Cristiana”.

Al notable escritor mejicano le invitaron a observar y emitir su autorizado juicio sobre tan extraña pieza arqueológica cuyas características, fuera de lo común en dichos objetos, podrían recibir algún esclarecimiento cósmico-mágico del investigador, influido por la visión masónica del cosmos y del hombre, del mundo y la historia, de la sociedad y las culturas indígenas, vecino del universo de H.P. Blavatsky y su élite teosófica. La Atlántida perdida habitada por la raza madre, la noble raza aria, el antidarwinismo. «Con pretensiones de investigador científico abordé el estudio de los fenómenos espíritas comenzando con Mesmer y rematando con Allan Kardec, cuyos libros consulté en la Biblioteca Nacional». La imagen y obra de este intelectual mejicano, en sus años con igual talla teórica y expositiva que el uruguayo José Enrique Rodó, el argentino José Ingenieros, el peruano José Carlos Mariátegui o el cubano José Martí, entre otros ideólogos de enraizado y pluridisciplinario pensamiento en la filosofía, la sociología y la política latinoamericanas, se desvanecen poco a poco para las nuevas generaciones de lectores y estudiosos.

Las especulaciones e ideas pedagógicas, sociopolíticas y culturales de Vasconcelos, ejercieron influencia en Méjico y otros sectores latinoamericanos de su época. Pregonó los valores culturales, éticos y estéticos de América latina como compacta realidad humanística, aunque en una etapa de su vida se adosó resbaladizo a las repulsivas ideas fascistas representadas por la infecta filosofía nazi, según sus biógrafos, influido por la lectura de los Protocolos de los sabios ancianos de Sión. La historia juzga a Vasconcelos no solo como admirador de los ideales nazis: fue un efectivo antisemita, según manifiesta él mismo en su prólogo a la segunda edición del libro Derrota Mundial, alabanza de las pretensiones alemanas y protervo tratado antisemita.

“Hitler, aunque dispone de un poder absoluto, se halla a mil leguas del cesarismo. La fuerza no le viene a Hitler del cuartel, sino del libro que le inspiró su cacumen. El poder no se lo debe Hitler a las tropas, ni a los batallones, sino a sus propios discursos que le ganaron el poder en democrática competencia con todos los demás jefes y aspirantes a jefes que desarrolló la Alemania de la Post-Guerra. Hitler representa, en suma, una idea, la idea alemana, tantas veces humillada antaño por el militarismo de los franceses y por la perfidia de los ingleses.”, escribió Vasconcelos en La inteligencia se impone. Vencido en las elecciones de 1929 en su país, como consecuencia del histórico fraude que llevó a Pascual Ortiz Rubio al poder, el autor de La sonata mágica, autodeclarándose presidente de México, sale exiliado e inicia un extenso peregrinaje de acentuado perfil político que lo trajo de Costa Rica a Colombia, invitado por Eduardo Santos, director del diario El Tiempo.

En el puerto panameño de Colón, Vasconcelos, quien con sus disertaciones y conferencias públicas arremetía directo contra establecidos círculos norteamericanos de poder, recibió una carta del novelista e historiador boliviano Alcides Arguedas, por aquellos días embajador en Bogotá, pidiéndole moderar sus declaraciones antinorteamericanas porque el partido liberal colombiano, pro estadounidense, acababa de ganar la presidencia. Eduardo Santos fue franco representante de la doctrina del Réspice Polum, mirar hacia el polo norte. Vasconcelos ancló en Barranquilla, donde lo recibió el comediógrafo Luis Enrique Osorio. En su recorrido por Colombia, le auxiliaron económica, social y publicitariamente, entre otros, Santos, los Nieto y el caudillo conservador Gilberto Alzate Avendaño, líder del Movimiento Nacional Derechista, probablemente todos ellos conocedores de las devociones nazis de Vasconcelos desde cuando dirigía la revista Timón.

Incluyendo con semántica astucia al partido que financiaba su recorrido, el político mejicano escribió sobre dichas atenciones: “Gracias a esa cooperación liberal y eficaz, Colombia mantiene contacto con hombres de letras del mundo hispánico y se halla al tanto de los problemas y el pensamiento del ahora”. A liberales, conservadores y masones de la época, les encajaba propagar entre el pueblo colombiano, en esta década durante la cual comenzó a crearse mayor conciencia popular sobre la lucha por la tierra, las plurales ideas de un foráneo proponiendo caminos sociales, monetarios, educativos, étnicos y sociales que debía tomar Colombia, ahora en manos del presidente Enrique Olaya Herrera, a quien criticaba señalándolo como activo promotor de intereses yanquis en un país de mayorías ultraconservadoras dispuestas más a escuchar y asimilar pensamientos de índole nazi, que ideas de igualdad social. Siguió a Cartagena, de donde viajó en hidroplano hasta Medellín. A pesar de compartir en Bogotá con reconocidos integrantes del conservadurismo, afirmaba sin pudor que en Colombia le “tocaba estar al lado de los liberales y los masones”. Durante zarandeado mes de viajes, intervenciones públicas, utilitaristas homenajes por parte de las clases políticas y culturales burguesas lucrándose ideológicamente de su recorrido y de la imagen de mártir izada por Vasconcelos en los países donde llegaba a exponer sus tribulaciones políticas, ducho orador en sus estrategias populistas y en su amistad íntima con estratos dominantes del poder socioeconómico, recorrió como intelectual vedette varias ciudades colombianas exponiendo sus ideas.

A finales de 1930 salió de Bogotá para Cali. Arribó a Popayán en tren. En Tunja sostuvo íntima relación amorosa con una mujer del lugar. Después viajó a Ibarra, Ecuador. Hay un apreciable estudio al respecto, escrito por Pablo Yankelevich: Estampas de un destierro. El periplo de José Vasconcelos por Colombia, Ecuador y Centroamérica en 1930. Fue la fecha cuando pasó por el Quindío, visitando Armenia y Calarcá, pueblo este último donde dialogó sobre arqueología con el santanderista liberal Roberto Botero Saldarriaga y donde también estuvo presente el joven narrador Humberto Jaramillo Ángel quien, por aquella fecha, tenía 22 años de edad y ya era colaborador de periódicos y revistas nacionales. Mundo al día, entre estas. En su libro Viaje a la aldea (1983), Jaramillo relata en la glosa Vivieron en Calarcá, la estadía en este municipio, durante largo lapso, del historiador Botero Saldarriaga. “Se le veía en la ventana del balcón de la casa que fue reemplazada, en el costado sur, por el moderno edificio, construido, para habitación suya y de su familia, por Omar Barahona”, escribió el cuentista calarqueño.

Años después, en una de sus columnas del diario La Patria, publicadas bajo el seudónimo de Juan Ramón Segovia, rememoró dicho encuentro: “No fue amplia, ni fecunda, en citas de autores, europeos o españoles, la conversación con don José. Hombre cosmopolita. Cercano al medio siglo. Escritor elegante, pensativo, contrastando su presentación personal con algunos de quienes lo recibimos en la aldea. Seguro de sí mismo, acariciando, lento, esa hermosa pieza arqueológica conservada, con entusiasmo, por su propietario. El fogoso orador mexicano, esa mañana, donde el sol tenía brillo superior al de la reliquia indígena, fue poco lo que habló. Yo, un muchacho rebelde, tampoco tuve muchas palabras para él”.  Próximamente, la Embajada de México en Bogotá y el Fondo de Cultura Económica, publicarán un libro con las memorias de Vasconcelos sobre su paso por Colombia, prologado por el poeta Juan Gustavo Cobo Borda. ¿Citará el mejicano a Armenia y Calarcá?

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