Un joven de provincia llega a la gran ciudad

Arrierías 91

General (R) Fernando González Muñoz

Un muchacho nacido en las entrañas de la Colombia rural llega a Bogotá, la capital, para dar inicio a su formación como cadete en la Escuela Militar de Cadetes «General José María Córdova». La ciudad lo recibía fría y bulliciosa, un contraste abrumador frente a la vida tranquila de la provincia. Sin embargo, su convicción era firme. Sabía que el camino que había elegido no era sencillo, pero estaba dispuesto a enfrentar los desafíos que la vida militar traería consigo.

Las primeras semanas en la escuela fueron duras. El joven cadete, acostumbrado a las largas caminatas por los verdes campos de su tierra natal, debía ahora adaptarse a la rígida milicia, régimen de entrenamientos, marchas, y estudios. Cada amanecer lo encontraba formándose con sus compañeros en el campo de paradas, sintiendo el peso de un futuro que apenas comenzaba a dibujarse y al frio matutino de la ciudad.

El inicio de una carrera militar

Con el tiempo, el joven cadete se adaptó a la vida castrense. La disciplina se convirtió en su rutina, y los estudios de estrategia, ingeniería y logística militar, ocuparon sus días. Con cada curso de ascenso aprobado, subía un peldaño más en la jerarquía del Ejército Nacional. Como subteniente en la Infantería, le fue asignada su primera misión en las montañas de Antioquia, un destino distante de su familia y de todo.

El combate no era solo físico, sino también emocional. Lejos de su hogar, comenzó a sentir el peso de la distancia: el nacimiento de su primer hijo ocurrió mientras él patrullaba en los montes. Las cartas eran el único consuelo, pero incluso eran esporádicas. Sabía que su sacrificio, aunque necesario para el país, lo estaba alejando de la vida tradicional, de la juventud alborozada y romántica de aquella bella época, de la comodidad de la ciudad y del progreso de sus congéneres.

Batallando en todos los frentes

En las décadas siguientes, este joven oficial escaló posiciones, recorriendo las más inhóspitas regiones del país. Desde la selva del Caquetá hasta las áridas tierras de la Guajira, su nombre comenzó a resonar entre la tropa por su capacidad de liderazgo en el combate, su valor y sacrificio en las situaciones más adversas, y su lealtad y honor inquebrantable a la institución.

Pero su lucha no solo era contra los grupos subversivos. Las presiones políticas, las demandas de los líderes locales, y las órdenes implacables de sus superiores a menudo lo enfrentaban a dilemas morales. Aun así, siempre se mantuvo firme en su dignidad y en sus principios. Su vida se convirtió en un dilema entre cumplir con su deber, proteger a sus hombres, y sobrevivir en un entorno en el que la corrupción y la pobreza eran tan letales como las mismas balas enemigas.

La soledad del soldado

A medida que su carrera avanzaba, las ausencias con su familia se hacían cada vez más largas. No estuvo presente en el cumpleaños de sus hijos ni en los momentos de dolor, como la muerte de sus padres. El deber siempre lo llamaba, y aunque su corazón deseaba estar con los suyos, sus pies marchaban al ritmo de la guerra. En las noches, bajo el cielo estrellado de las selvas o las llanuras, divagaba, pensaba en lo que había dejado atrás.

La sociedad, la misma que lo aclamaba cuando sus tropas salían victoriosas, pronto lo olvidaría. Sólo en los momentos de crisis se recuerda al soldado. En tiempos de paz, su figura se vuelve incómoda, y es tratado con indiferencia. Esta ingratitud causa profundo dolor de patria, un país que lo llamaba a luchar, pero que lo consagra al ostracismo y al olvido cuando ya no lo necesita. Nace entonces la decepción y la amargura en el alma del soldado.

El final de una carrera y el ocaso de una vida

Finalmente, después de más de cuatro décadas de servicio, este soldado ascendió al rango más alto que la carrera militar le ofrecía. Condecorado y reconocido con honores, recibió los aplausos en ceremonias oficiales, pero la vida cotidiana seguía mostrándole el vacío de una nación que, si bien lo respetaba, no lo valoraba. Las medallas brillaban en su pecho, pero su corazón estaba marcado por las cicatrices de las batallas, la soledad y la indiferencia de sus compatriotas.

Retirado, regresó a su provincia, un lugar que había cambiado tanto como él. Aunque fue recibido con respeto por algunos, la mayoría lo veía como un viejo soldado más, uno de esos que pasó por la vida sin dejar una huella visible. Murió en silencio, rodeado por pocos, ignorado por muchos. El hombre que había dedicado su vida a proteger su patria se convirtió en un héroe olvidado.

Su historia es la de los soldados de la patria, de aquellos que dieron todo por una nación en la que la violencia y la corrupción siguen siendo parte de su cotidianidad. Su legado, aunque ignorado por la mayoría, perdura en las memorias de quienes conocieron su lucha, su honor, y su sacrificio. ¿Quizás fueron vanos, sus ideales, sus luchas y su sacrificio por la patria?

Una historia verdadera enterrada en el olvido.

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