Días después, en otro lugar, la prensa anuncia: “Las autoridades sin pistas firmes sobre el asesinato.”

El atletismo es el deporte que Penélope practica los fines de semana, y aunque sea rutina establecida, hoy quiere visitar a su amiga Doris para presentarle a su nuevo amigo. Lo llama y le pone cita. Llegada la hora acordada se dirige al sitio de encuentro, pero espera diez minutos, no aparece y decide trotar en solitario.

Deja atrás la avenida, desvía hacia el sendero angosto que atraviesa el bosque; calcula el tiempo que tardará en trotar los cinco kilómetros que la separan del pueblo donde vive su amiga, a quien tanto buscó, y piensa en el jugo de guanábana, los ladridos del perro vecino y la charla que la esperan donde Doris.

Cae la tarde. La visita se alarga y de pasada menciona a Ulises.

Llega la hora de despedirse. Y en la puerta:

¿Hola, Penélope, por qué no trajiste tu nuevo novio? ¿Ulises? ¡Vaya con las cosas de la vida!

Tonta, ya te dije, no tengo, solo amigos…

Ni tan tonta… y sabes mis razones para decírtelo.

Vamos, amiga… olvida el pasado… El domingo vuelvo… a ver, querida, la mejilla…un besito…

Te daré una sorpresa…

¡Ah, qué bueno! Vendré… te juro que vendré… ¡chao!

Al salir, el perro vecino ladra y Doris dice entre carcajadas:

No te preocupes, es como el dicho: no muerde y se llama Tuto…

Atraviesa el parque; trota, sale del pueblo, toma por la avenida y se interna por el sendero oscuro del bosque. Aunque pasaron los tiempos de la universidad, todavía desconoce las razones de Doris para traicionar su amistad.

Una vez en casa Penélope sabe qué hacer: media hora en la ducha, ir desnuda en pantuflas al espejo y después a la cama; ver televisión unos minutos, y como broche de cierre a su ritual de fines de semana: apagar las luces y dormir hasta el lunes.

Llega el domingo y Ulises, el amigo esquivo, acude y trota a su lado. Desde la loma por donde descienden, Penélope divisa el pueblo de casas de bahareque y tejas de barro que rodean la plaza donde varias personas, vistas como puntos en la lejanía, se dirigen al templo o cruzan las calles.

En minutos, Penélope y Ulises trotan por el camino empolvado que separa las casas. Llegan al parque, paran y ella dice:

¡Qué pena…Ulises! olvide…decir…te… acostumbro…visitar a una antigua compañera de colegio… la busqué y la busqué… hasta encontrarla.

No te preocupes… Respira profundo. Mira, ya me tuteas. Si quieres voy contigo. ¿Dónde vive, cómo se llama?

¿Ves el perro… en el antejardín? Ella vive en la casa vecina. Mi amiga se llama Doris…

De repente, Ulises se detiene y dice:

Si deseas, te espero en el parque. Sí, sí, me parece bien… ¿Será la misma?

¿Qué dices?

No, nada, se me cruzó el nombre con el de alguien que recuerdo mal.

Ah, no me digas… Bien. ¿Por qué no vienes? ¡Vamos, Doris es encantadora!

¿Tardarás? Dime cómo es ella.

Media o una hora… lo que demoremos en preparar jugo de frutas, descansar y conversar un poco. Vamos, te la presentaré… y así no tendrás que preguntare cómo es…

No, no, prefiero esperarte. Tengo cosas en qué pensar…

Bien, ¿me esperas?

Sí, sí. Ve tranquila. No te preocupes. Tómate el tiempo que desees. Aquí estaré.

Penélope, trota lento y, una vez frente al antejardín de la casa de su amiga, saluda al perro:

Hola, Tuto… Tuto… ¿Por qué no me quieres y me ladras?

El perro vecino olfatea, mueve las orejas, agita la cola, salta, ladra sin parar.

Suena el timbre y Penélope nota que su amiga tarda en abrir.

Doris, oculta tras las cortinas de la ventana, observa por un rato al desconocido sentado de espaldas a su casa, y antes de bajar del segundo piso para abrir, habla consigo misma: ¡No lo puedo creer… pero no lo permitiré! ¡El maldito teme lo que haré! ¿Por ella me abandonó?

Abajo toma tiempo frente al espejo y se dice:

Doris, maldita gorda, comiendo perros calientes, hamburguesas con mermelada para calmar la ansiedad sólo consigues engordar, y no podrás hacer por mejorar tu imagen… Seguro quiso pasarlo por mis narices. Dirá como acostumbra que no es nadie importante para ella, ¡a mí que la conozco de toda la vida! En el colegio y en la universidad le presenté muchachos que me gustaban, y ella, la muy atleta, hacia lo imposible por seducirlos. Por eso no me arrepiento de dañarle su boda… ¡Maldita perra! ¿Y él? Que ni asome por acá. Después de estafarme me dejó, y, ¿por ella?

Al abrirse la puerta del antejardín su chirrido hace que el perro vecino ladre.

¿Por qué no lo invitaste a venir, querida, cuál es su nombre?

No me pareció bien… ya te dije que es un amigo y se llama Ulises. Nos encontramos en la avenida y se ofreció a trotar conmigo…

Doris supera el sobresalto al escuchar el nombre y finge:

¿Otro nuevo novio?

No, es un amigo a quien hace poco conozco. Nadie importante para mí.

Tanta suerte la tuya, ¿Cómo van tus estudios, querida Penélope?

Bien. Me cuesta repartir mi tiempo entre el trabajo y mi deporte.

Doris la repara de pies a cabeza y dice lento, con rabia contendida:

La sudadera ayuda a tu figura. Te ves delgada, ¿cómo haces?

El ejercicio. Me ayuda que pude encontrarte, vives cerca y puedo trotar a visitarte…

No tienes que molestarte… en visitarme, si quieres… tomas otras rutas.

No, no es molestia…Cuéntame, ¿cómo van tus cosas…?

Sorpresas… ya sabrás. Sorpresas que llegan sin pensar. ¡Vamos, preparemos el jugo!

El ruido de la licuadora, las voces en la radio y el televisor, opacan la conversación.

Penélope y Doris caminan hacia el sofá con los vasos rebosantes.

¿Quién es? Dime la verdad…

Ya te dije…

En la universidad eras mí… “competencia”, dice Doris, y continúa:

Tonterías de juventud… mira, nuestra amistad… es lo que importa ahora. Lo pasado…

Penélope se pone de pie.

Debo irme pronto. Le dije que…Vamos a la ventana; puede que ya…

No te afanes. Te esperará. Seguro ya estará enamorado de ti… como siempre te pasa.

¿Cómo sabes que esperará?

Sabes cómo son.

Bueno, amiga… debo irme. Te prometo que vendré y te lo presentaré.

No hace falta ni quiero entrometerme en tus asuntos del corazón.

Vamos, amiga, olvida… algún día “saldaremos” nuestras cuentas de “competencia”.

Sus risas y carcajadas marcan la despedida.

En la puerta, Doris insiste:

¿Dónde lo conociste?

Luego te cuento. Mira, ya nos vio.

Ve. Corre, ve con él. Te felicito…

Penélope trota hacia el parque, mientras escucha:

¡¿Cómo llama tu amigo?!

Ya te dije: ¡¡¡Ulises!!! ¡¡¡Ulises!!!!

El perro empieza a ladrar fuerte y Doris grita al cerrar la puerta:

¡¡¡Malditos!!!…¡¡¡Malditos!!!

Y espía por entre las cortinas.

Ulises alcanza a oír las voces, deja la butaca del parque, no mira atrás. Trota rápido hacia la esquina donde gira y empieza a trotar lento para permitir que lo alcance.

Penélope, puesta su lado, le oye decir:

Penélope, hace tiempo, meses que te veo trotar y quería conocerte.

Ella, indiferente, acelera, y contesta:

La próxima vez hablamos…

Y corre veloz delante de Ulises, quiere llegar cuanto antes al sendero del bosque, y grita:

¡Alcánzame… si puedes… Ulises!

Días después suena el timbre.

Antes de abrir Penélope mira por la ventana y recuerda que dos o tres semanas antes de cruzar por el bosque, no vio a Ulises que salía a por el sendero estrecho.

Aquella mañana, él venía atrás. Disminuyó la velocidad para esperarlo. Él aceleró el paso, la alcanzó y ella dedujo por la voz poco agitada, que era atleta activo o de largo aliento, cuando dijo:

Hola. Hace días te veo trotar solitaria. ¿Quieres que te acompañe? Me llamo Ulises.

¡Claro!… Mucho gusto… mi nombre es Penélope…

¡Oh, qué bonito nombre! ¡Qué coincidencia… igual que la esposa de Ulises!

¿Ulises…; Ulises…?

Sí, el mismo del caballo de Troya

Ah, ya… historia… No recordaba…

¿Estudias?

Sí… estoy de vacaciones…

Noto que te cansas al trotar.

Un poco… la falta de práctica…

En pocos minutos dejaron la avenida y se internaron en el bosque.

Te queda hermosa la sudadera.

Gracias, es regalo… de…

De tu novio, imagino.

De…mis padres…

Tengo suerte…Hace días decidí cambiar la ruta…, y mi mira…, me topo contigo…

Esa misma noche, Doris maldice el momento en que, supone, Penélope, la cínica, antes de decirle adiós con la mano, le dio como Judas un beso en la mejilla. Piensa que seguro la cree idiota y se burla en sus narices. Se reprocha por no aprender a desconfiar de sus amigas, y decide que la próxima vez irá al contrataque…

El ladrido de Tuto, el perro vecino, pone fin a sus pensamientos: Alguien llama a su puerta. El portal está a oscuras. Mira por el vidrio de la ventana y pregunta:

¡¿Quién es?!

Y abre.

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