Arrierías 88
Mario Ramírez Monard.
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Las imágenes por televisión no podrían ser más grotescas, agresivas, violentas. Cientos de vándalos portando camisetas y banderas de la selección Colombia arremetiendo contra instalaciones y funcionarios en un estadio en los Estados Unidos para ver, en derecho o fraudulentamente, un partido de nuestra honrosa selección nacional de fútbol. Peor aún, un alto dirigente nacional arrestado con su treintañero hijo por irrespeto a la autoridad. Vergüenza total ver a ese dirigente costeño con vestimenta anaranjada y esposado como un delincuente cualquiera. Toda esa situación desdibujó el trabajo, esfuerzo y lucha de los jóvenes integrantes del seleccionado de balompié nacional.
¿Por qué somos así? Algunos “analistas” y supuestos comunicadores sociales han tratado de explicar semejante afrenta con el vacío y estúpido argumento de “es que los colombianos somos así, es nuestra impronta, nuestro ADN”. ¿ADN? ¡Por favor! el problema es cultural. Los seres humanos heredamos características GENÉTICAS de nuestros ancestros, pero jamás heredamos la violencia, el conocimiento, el comportamiento habitual en nuestro círculo más íntimo. Podemos ser blancos, rubios, narigueños, de alta o baja estatura; heredar enfermedades, actitudes o tics involuntarios y otras cosas más, pero es la cultura, nuestra formación la que nos lleva a la heteronomía, al respeto, a la ética o a los valores morales y normativos que pueden regir una sociedad.
En Colombia hemos hecho de la falta de respeto un valor que, por supuesto, es negativo y aplicamos políticas equivocadas del avivato, premisas como “el vivo vive del bobo”, o “usted no sabe quién soy yo” son acciones frecuentes: nos saltamos las filas o el orden de llegada a un banco, una entrada a teatro; parqueamos nuestros autos en zonas prohibidas, motociclistas y acompañantes a grandes velocidades y sin casco o sin registros autorizados o sin tener al día de revisión tecno mecánica; fraudulentamente se falsifican boletas para un espectáculo o hacen uso constante del apoyo de seres con poder político o económico para birlar el pago de impuestos, multas u obligaciones adquiridas.
El irrespeto hacia las autoridades es permanente. La imagen de un delincuente en un avión abofeteando a un policía que ejercía su obligación de control ante desmanes y luego la no detención del sujeto por una autoridad judicial y dejarlo en libertad por no ser un “peligro para la sociedad” es un frecuente y se repite en el caso de asaltantes callejeros quienes con arma en mano despojan a transeúntes de sus pertenencias y en pocas horas están en la calle continuando sus fechorías.
Es grotesco ver o sentir cómo nuestros impuestos se volatilizan en manos de contratistas, políticos y burócratas consuetudinarios ante la impavidez de jueces y fiscales. Se pagan impuestos y año tras año todos los gobiernos, sin excepción y desde hace muchas décadas inventan más cargas impositivas, pero no meten mano en donde está el verdadero cáncer del Estado: la corrupción y la burocracia. Se hacen recortes presupuestales en la educación, el deporte, la infraestructura, pero se nombran vampiros del erario en embajadas, consulados, asesores de los asesores y no se toca la más grande fuente que alimenta esa corrupción: la política, esto es Congreso de la república, las UTL
Para nadie es un secreto que la guerra es un negocio y que la paz, como derecho fundamental es de obligatorio cumplimiento según reza el artículo 22 de nuestro Ordenamiento jurídico pero los guerrilleros burócratas, esos dirigentes panzones sólo aparecen en ruedas de prensa mientras indígenas, negros, mestizos y mulatos, generalmente jóvenes y niños obligados, por ser raptados, secuestrados ponen pecho a las balas del Estado. Una verdadera tragedia nacional.
Colombia necesita, urgentemente, un cambio, pero ese cambio no está en la putrefacta casta política que gravita y circula por los casi 30 partidos políticos reconocidos en nuestro país. El cambio está en el ciudadano trabajador, en el campesino que produce alimentos, en los jóvenes que buscan un destino que pueda garantizar la esencia del deber ser, de la vida digna. Tenemos cómo vivir dignamente pero no tenemos líderes que hagan de la política un servicio a la sociedad y no una fuente económica de enriquecimiento a través de la corrupción, del robo de nuestros impuestos.