
A Violetica, madre social de Atún, quien vivió intensamente la fantasía, la solidaridad y la nobleza de este animalito irremplazable.
El gato que esta en nuestro cielo/No va a volver a casa si no estas/No sabes mi amor que noche bella/Presiento que tu estas en esa estrella….
(Canción “Un gato en la oscuridad” de Roberto Carlos, cantante brasilero)
A mi madre nunca le gustó tener mascotas en la casa, ni perros ni gatos, a lo sumo admiraba y criticaba ciertos perros de los vecinos y justificaba su posición con estas palabras: “si uno tiene un buen corazón, debe esforzarse porque los perros y gatos de la casa vivan mejor que uno. Ellos son como los hijos que llegan del cielo y hay que quererlos con el alma para toda la vida”.
Por muchos años yo seguí el consejo de mi madre y cerré los espacios de mi casa para que no apareciera una mascota. Pero la vida, como dice El Gran Combo, es una caja de sorpresas, y me llegó la cita con un gato, cuando la bella Gorrión se apareció con un bicho pequeñito, escondido en su regazo como si fuese un intruso al que nadie quiere recibir.
Recuerdo que me miraron al unísono cuatro ojos salpicados de ternura y una vocecita tenue y casi desfalleciente que me dijo “pa, yo quiero este gatico de compañía”. Yo no dije nada y por dos días guardé un justo recelo en mi silencio, pero confieso que por minutos me percataba de lo que pasaba con el gatico y me sorprendía que en una cuarta de pelambre hubiese tanta alegría y tanta energía, como la de un saltimbanqui de semáforo o un equilibrista de circo. Alguna vez me quedé mirando al bicho y de súbito arqueo el cuerpo con un movimiento de caucho y corrió disparado y casi sin mirar se arrojó por un espacio reducido de la ventana. Yo apenas suspiré pensando en el golpe que había sufrido, cuando de nuevo lo sentí maullando a mi lado. Pensé “que es esta maravilla” y sin mas preámbulo le dije a Gorrión, “se llamara Tica” y ahí quedé crucificado y Gorrión esplendida con una sonrisa plena de un triunfo inesperado. Mientras tanto, muy resignado, solo me restaba oxigenarme con la brisa caleña que baja de los Farallones.
Era una gata de pelo negro y manchas blancas, de una raza criolla, nacional; pero tenia su encanto en una cara preciosa de mirada indulgente, aunque despuesito me sorprendió con una actitud agresiva y resabiada como de mujer celosa: la Tica era tierna mientras no la tocaras y era una fiera cazando pajaritos en el jardín y arañándonos los brazos por cualquier cosa. Con ella pasaron los días y se convirtió astutamente y sin concesiones mayores, en la reina del hogar. Con ella llegamos a una casa grande con antejardín y el mismo día de la llegada, la Tica salió a la calle y sin permiso se metió dentro del motor de un carro abierto que aparentemente estaba varado ahí al frente de la casa, la sacamos ilesa y limpia y con el susto anticipado de que la calle se convertía en su enemigo. Al segundo día desapareció y la familia entro en pánico pensando en un fatal desenlace, la buscamos por todo el barrio San Fernando y pusimos todas las alertas; pero en contra de todas las apuestas la Tica regreso a los dos días intacta y buscando a Gorrión como si hubiese estado de vacaciones. Nunca supimos donde estuvo, y algunos amigos afirmaban que ella había regresado a la casa anterior; así la distancia entre los sitios fuera de varios kilómetros con el enredo de calles, carreras, parques y los carros de grandes avenidas. Este siempre será un secreto de los gatos de cómo hacen para ir y regresar sin manchar un pelo de sus cuerpos gelatinosos…tal vez aprovecharán la luz de la luna para correr en medio de la oscuridad entre vigilantes y semáforos y borrachitos de los andenes.
La Tica ya llevaba como seis años con nosotros y de pronto en la nueva casa empezó a decaer su salud, tanto, que ni la misma Gorrión que estudiaba medicina y se auxiliaba siempre con la ayuda del veterinario, la pudo salvar: la Tica empezó a mirar lento, a correr lento, a comer lento, a buscar un refugio, renuente y silenciosa y a mirar fijo como lo hacen los enfermos que se despiden; y con la lastima de todos los familiares se tuvo que ir a su cielo de gatos un 6 de diciembre, cuando en las calles el alboroto navideño se nos metía por todos los rincones. Nos dejó tan tristes como un pesebre desértico sin el canto de los villancicos y el ruido feliz de los niños. Es verdad lo que dice la cultura milenaria de los gatos, que ellos saben su final y se aíslan de todos para no molestar a nadie, como un samurái que noblemente y por una causa de honor se abre el estomago con una katana, una de las espadas japonesas mas utilizadas para el sacrificio.
Otro capitulo empezó cuando Gorrión se fue de año rural de medicina a Caicedonia, la cálida hermana de Sevilla. A Gorrión la marcó el destino de los gatos: a la semana de estar residiendo en Caicedonia, donde habitaba existía una improvisada guardería de mascotas, gatos, perros y canarios y fue allí donde apareció el protagonista de este relato: un párvulo gatico de raza ruso azul, con un pelaje gris brillante y unos ojos cuasi amarillos que resaltaban una fina y vivaz carita como la de un niño desobediente…bueno, todos los gatos sin excepción son desobedientes y aunque no lo crean eso es parte de su encanto. Gorrión se enamoró al canto de este pequeño equilibrista: recuerden el dicho “juega mas que un gato chiquito”. Por eso mismo, cuando visitamos a gorrión por primera vez, la tarea inicial era ponerle un nombre al gatico: empezamos una búsqueda frenética por internet y en la memoria de amigos que tenían gatos. Revisamos el nombre de gatos famosos, desde el gato Félix; Romeo, el gato de Fredy Mercury; Orión, el gato de Borges; la gata francesa Feliccete, la primera gata astronauta; hasta el Gato Negro de Edgar Allan Poe, pero fue contundente cuando Gorrión se levantó emocionada y dijo “Atún, se llamará Atún”. Y Atún correspondió con su primera travesura costosa: me desbarató unos audífonos en un santiamén, solo faltó ponérselos en sus orejitas.
Y Atún consiguió mama y Gorrión consiguió hijo. En su calidad de médico, Gorrión hizo de pediatra de gatos y le llevó un programa de niño en tratamiento: comida especial, cariño especial, juegos especiales; hasta el punto de controlar su peso cada tres días y mirar cada minuto si Atún crecía un milímetro: el veterinario feliz con esta clienta.
A veces la gente pregunta si un gato es buena compañía y la sabiduría popular responde que sí. Por los turnos del hospital, a veces Gorrión llegaba tarde en la noche y cuando ella con sigilo abría la puerta, ahí estaba Atún como un centinela, esperándola, haciendo guardia. Luego se acostaba con ella y se le enroscaba en el cuello como una almohada viviente. Casualmente el apartamento de Gorrión coincidía en altura con los techos vecinos y allí fue la primera plataforma de vida de Atún, salía a buscar la vida en el día y hacer de mascota con los otros gatos vecinos que jugaban felices en los techos. A los tres meses de vida, Gorrión decía orgullosa, “Atún se volvió machito”. Atún se formó como un gato de techo en la libertad de las azoteas de los vecinos.
Otro capitulo. Gorrión regresa a Cali, después de su año rural de medicina y llega de nuevo a la casa con una maleta inmensa con los trebejos del gato. A Atún le tocaron los últimos días de la Tica. No pudieron hacer amistad, la Tica ya era veterana y cuidaba su territorio como una leona, lo miraba con desconfianza y con bajo perfil, en realidad ella era la dueña del espacio, mientras Atún todavía niño trataba de jugar con ella, pero la Tica lo rechazaba, le gruñía y le pegaba carreras. Siempre lo vio como un intruso, hasta que se fue para siempre con el dolor de la familia. Atún quedó como nuevo rey del territorio que comprendía una casa grande con antejardín y con visual a la calle. Atún muy rápido llegó a conocer por dentro y por fuera la casa: le aterraban el ruido de los carros grandes, el ruido de los niños y la lluvia y los truenos del invierno. En la primera navidad que le tocó, Atún entraba en pánico cuando niños pobres vestidos de diablitos recorrían la ciudad con una banda de tambores ruidosos pidiendo dinero. Atún, después de todo, era un elixir para la pena que teníamos por la ausencia de la Tica.
Atún tenia licencia para entrar y salir a cualquier hora y todas las noches salía a la calle por una ventana que manteníamos discretamente abierta. Saltaba a la ventana y brincaba como un puma al antejardín y de ahí a la calle: entre las once de la noche y el amanecer son las horas de los gatos que cuentan con cierta libertad y nadie sabe que hacen en ese tiempo; dicen que ellos transitan en la oscuridad validos de sus bigotes que usan como radares para no tropezar y calcular las distancias. Es difícil que un gato caiga en el hueco de una calle o que de pronto lo moje la lluvia, cuando amenaza aguacero ellos lo saben a tiempo y buscan refugio. Los gatos son excéntricos, son misteriosos y por eso eran adorados en el Antiguo Egipto, hasta el punto que según la tradición sus amos se afeitaban las cejas en señal de respeto cuando el gato desaparecía y guardaban un duelo de setenta días durante el período de su momificación.
Atún un día nos sorprendió cuando no apareció a su hora de comer en la mañana, esperamos un rato hasta que pensamos que algo sucedía y nos dimos a la tarea de buscarlo por todos los rincones. Lili, la mama de Gorrión, encontró un pequeño charco de sangre debajo de la cama del cuarto principal y muy asustada nos contó a los demás, seguimos buscando hasta que lo encontramos enroscado y mas silencioso que siempre: tenia un desprendimiento de fémur y no podía siquiera caminar. Urgencia en la clínica y cirugía inmediata para acomodarle el fémur de la patica derecha trasera. De regreso a casa, Javier, el novio de Gorrión, se hizo cargo de montar una infraestructura de vivienda personal con plásticos y cartones para que estuviese confinado: se adapta un cuarto pequeño para que el gato no pueda salir al exterior, con la comida y la arena cerca y con los cuidados de un enfermo de clínica privada. Pese a ello, a los pocos días de su recuperación, Atún apareció en la cocina cojeando y maullando: había desbaratado con dientes y uñas una esquina de la ventana para escapar. Tocó improvisar uno de los baños de la casa para que no se fugara de nuevo. El tratamiento se convirtió en un proceso delicado y penoso, pues además de su problema de cadera, en la sangre le apareció una bacteria que por su nombre “Haemobartonella sp”, parecía un bicho del demonio: además de la administración por vía oral de gotas y tabletas durante 20 días cada 24 horas, había que realizar la limpieza de la herida dos veces al día para remover costras y suciedad. De ahí en adelante se volvió motivo de visita de amigos y familiares que querían conocer un gato cojo que no se quejaba y que se dejaba querer de cualquiera.
Un gato sin una patica útil no es un gato, pues son sus paticas delanteras y traseras las que hacen parte de su mágico comportamiento cuando saltan o corren o se preparan a cazar: en los piecitos delanteros tienen 5 dedos y en los traseros cuatro y con la armonía de esos 18 dedos es que pueden caminar como un bailarín de ballet en la punta de los dedos, lo que les facilita también el arte de cazar. Cuando un gato camina, si lo observas bien, pareciera caminar sobre algodones con una destreza increíble de acróbata, eludiendo cualquier obstáculo, aún en un piso lleno de vidrios rotos.
Por todas estas maravillas del gato, siempre nos preguntábamos que le había ocasionado tamaño accidente, descartando eso si que fuese alguna torpeza de Atún en sus recorridos nocturnos, cuando corría y saltaba. Al final le apostamos a una hipótesis maldita: un desquiciado ser humano en la calle y en las sombras de la noche lo había atacado sin ningún motivo y lo había golpeado tan fuerte que le desprendió el fémur. No conozco ningún animalito doméstico que sin causa válida ataque a una persona. Las mascotas son naturalmente dóciles y no atacan sin motivo; a diferencia de los seres humanos que en muchas ocasiones son resentidos, amargados y violentos porque si.
Cuando Atún ya exageraba las visitas de la gente, nos hizo pensar que era cierta aquella hipótesis de los gatófilos, incluidos genios como Newton, Baudelaire y Hemingway; quienes postulaban que “el gato tiene el privilegio de ser el único animal que, sin renunciar a su instinto salvaje, ha sabido domesticar al ser humano y hacer de él su sirviente”.
Pasaron algunos meses y a la familia incluido Atún, le llegó un cambio trascendental de vida como fue el traslado a la ciudad de Sevilla, una tierra con un clima semicalido, casi frio, pero con un corazón de pueblo pequeño, amoroso y todavía inocente, alimentado por la cercanía del campo, con neblina temprana y bellos atardeceros: Sevilla abría sus alas y nos abrigaba de nuevo después de más de 3 décadas por fuera. Un nuevo hogar incompleto porque Gorrión, Javier y Juan se quedaron en la gran ciudad. A Lili y a mi nos fortalecía la presencia de Atún porque en cada movimiento nos recordaba el pleno de la familia.
Como parte del trasteo, Atún llegó sedado en su guacal y solo se despertó cuando ya estaban los enseres ordenados en la nueva casa, en otro espacio, en otro clima y en un ambiente totalmente diferente para todos, pero más para el gato forastero.
Era tal la aprensión que Atún sentía, que casi de inmediato se albergó en el closet de un cuarto al lado del patio y por dos días tuvimos que llevarle agua y comida a su primer refugio. Cuando empezó a salir, olfateaba la casa rincón por rincón y terminaba en el patio donde empezaba a llorar sin lágrimas, pero con aullidos agudos y lastimeros que nos hacían entender que si no era por comida o agua, su mensaje era extrañando el espacio de vida y especialmente a sus padres humanos: Gorrión y Javier.
Hasta que descubrió el patio y se lo aprendió de memoria porque encima del patio estaba el techo: su botín.
El patio tiene un muro que es el lindero a la casa de enseguida, estaba construido como un bloque fuerte de ladrillo y cemento, pero con varios chuzos metálicos dispersos como trampa para ladrones: Atún midió uno por uno y después de varios intentos coronó el techo, desde donde nos miraba con ojos de triunfo y uno pensaba que estaba sonriendo celebrando una victoria. Recuerden que Atún era un gato de techo, así como existen gatos internos de casa. Le comprendo su dicha, pues desde que era gatico su reino eran los tejados de un barrio de Caicedonia y ahora venia a gozar los techos de un barrio de Sevilla.
El primer día se perdió en los tejados hasta que llegó la noche y con la noche llegó el hambre y gato con hambre regresa: hizo sus propios cálculos, pero cayó aparatosamente y se golpeó fuerte. Esa practica la mantuvo Atún durante varios días, hasta que le cogió absoluto miedo a la bajada del techo y entonces decidió lo mas fácil, no bajar y dormir arriba, a la intemperie. Durante varios días se asomaba al techo, lloraba y nosotros con una escalera le subíamos comida y agua dos veces al día. Este drama se lo contamos a Javier y el decidió venir desde Cali a bajarlo y en su condición de arquitecto a construirle un armazón en el muro que le permitiera subir y bajar sin tropiezos. En efecto, Javier lo bajo’ y le organizó con materiales de madera unos pasadizos de abajo a arriba en el muro. Javier regresó a Cali y Atún volvió al techo, pero nuevamente en la bajada le falló el calculo y otra vez sufrió un golpe fuerte en la bajada. Volvió a subir y entonces Atún asumió del todo el miedo a bajar y otra vez se quedó viviendo en el techo. Cuando un gato te mira y te llora, uno también empieza a lagrimiar y asustarse como cuando un hijo se enferma. Lili y yo dijimos “hay que bajarlo como sea”, entonces acudimos a mi sobrina Lucia que trabajaba con los Bomberos y ella se condolió y nos calmó diciéndonos que en la institución había un Bombero experto en gatos. Recuerdo que un sábado oímos la sirena de los bomberos como cuando salen a apagar un incendio y timbraron en la casa, eran ellos con toda la parafernalia de escaleras tecnológicas y uniformes y cascos de bomberos reales. Yo me subí primero en mi escalera artesanal y mirando la amplitud del techo llamé a Atún a gritos, hasta que apareció como un duende moviendo la cola y feliz; en igual momento el bombero experto en gatos subió en su escalera de incendios y Atún cuando lo vio, huyó despavorido. El bombero subió al techo y con sus mañas de experto le hizo una encerrona, pero Atún más bombero que gato se esfumó en un recoveco del techo. El bombero bajo’ mas desconsolado que nosotros y de nuevo Atún se quedó subsistiendo en los tejados del barrio que comprenden 500 metros a la redonda.
Ahí empezó la nueva temporada de vida de Atún: sobreviviendo en los techos del barrio.
Todos los días y noches durante dos meses continuos, le llevábamos la comida y el agua al techo: casualmente el dueño del edificio contiguo a la casa, solidario con la historia del gato, nos facilitó la llave de entrada al edificio que por las escaleras de cemento nos llevaba al techo en el segundo piso. Lili subía antes de la siete de la mañana y yo lo hacia a las 6,30 de la tarde-noche. Al comienzo lo teníamos que llamar con gritos hasta que se le volvió costumbre y a esas horas él prácticamente esperaba que le lleváramos el alimento. En las tardes que yo le subía el alimento, siempre estaba acompañado de otros gatos.
A Gorrión que preocupada nos llamaba todos los días, tocó decirle claramente “Atún se volvió un gato pandillero”. “Toca alimentarlo en el techo y casi mirarlo de lejos”.
Esta escena se repitió durante dos meses: subía al techo y Atún ya merodeaba cerca esperando mi llegada, entonces se arrimaba hambriento y sin temor, y a su alrededor le hacían guardia casi siempre 5 gatos amigos, los de la pandilla. Había uno de pelo amarillo con ojitos rasgados y con un perfil de gato desprotegido, flaco, esmirriado, pero con un brillo inteligente en sus ojos de rebuscador. Lo llame’ El Japonés, para distinguirlo. Era el único de los 5 gatos que se arrimaba a mi mano buscando comida, y no se arrugaba desde cuando lo espanté la primera vez. Y por primera vez vi un japonés con hambre. Por supuesto en toda esa época alimenté a Atún y a su amigo El Japonés. Algunas veces era El Japonés el que llegaba primero. Mientras tanto, los otros 4 gatos esperaban atentos a que Atún y El Japonés terminaran de comer, siempre haciendo guardia. Había otro gato que Lili lo puso El Pirata porque era blanco con un parche negro en un ojo. El Pirata y El Japonés eran como los escuderos de Atún: atentos como guardaespaldas. Después, ya entrada la noche se perdían en los tejados y continuaban sus vidas juguetonas y silenciosas en medio de la oscuridad.
Los gatos en general, machos o hembras, tienen sus actividades nocturnas y a nuestros ojos, misteriosas; pero no es así, ellos se anuncian con sus gemidos ya sea de combate cuando pelean con otros que invaden su territorio, o gemidos de conquista y enganche sexual y los maullidos cortos y penosos cuando regresan a casa derrotados y cabizbajos. Ese hábito lo construyen desde hace miles de años y hasta siempre no perderán su compostura erguida y vanidosa y esa coquetería que muestra el lomo que se alza para que el amo lo acaricie.
En una ocasión, decidimos que había que bajarlo del techo a ver si de pronto se acostumbraba a la casa: llevamos el guacal y allí lo encerramos a la fuerza y lo llevamos a casa, pero en los dos días siguientes lloraba todo el tiempo, salía al patio y maullaba como si fuera un lobo, nos interrumpía el sueño y nos conmovía como si lo tuviésemos preso, secuestrado, por lo que decidimos abrirle la puerta y dejarlo ir de nuevo. Atún, parecía estar condenado a vivir en los tejados.
Sin embargo, una mañana que Lili le subió la comida, Atún inesperadamente la siguió y bajo’ las escaleras, pasó la puerta de entrada al edificio y entró en la casa, maullando como un hijo prodigo que regresa después de mucha ausencia. Lili se tapaba la cara de la dicha y no podía creer en el milagrito: Atún estaba de vuelta a casa.
Había que construirle el escenario de vida ideal: que viviera en casa, pero que subiera al techo cuando quisiera. Abrimos un tanto la ventana de la calle y la dejamos abierta todo el tiempo.
Así fue y así lo hizo: se iba muy de mañana y aparecía normalmente entre las 5 y las 5,30 de la tarde, se aprendió la rutina tan bien que, pese a que los gatos le huyen a las personas extrañas y a los perros, se acostumbró a salir sin importar que en la casa de enseguida permaneciera un perro de raza schnauzer como celador de la cuadra. Pero así y todo lo domésticos que sean, los gatos son, mas que huraños, impredecibles. A veces no salía y se metía entre las cobijas de mi cama y dormía buena parte del día, pero en la noche salía siempre, excepto cuando llovía. Es la lluvia un enemigo primario de los gatos. A veces subía al techo y penetraba el cielorraso trasparente de la casa, caminaba y se acostaba y nosotros abajo veíamos sus huellas y el bulto de su cuerpo dormido. El cielorraso y la casa eran su territorio.
Los gatos son rápidos o más que eso, son vertiginosos: alguna noche Lili calentó aceite para fritar empanadas y en un descuido el sarten se voltio, cayó al piso y Atún que se encontraba comiendo a menos de un metro, gritó y salió disparado corriendo como un quemado. Lili gritó asustada y se angustió un montón pensando que Atún tenia quemaduras. Atún salió como una flecha, como un corredor de 100 metros, saltó la ventana y huyo sin importar que llovía a cántaros. A las 8 de la noche y con la linterna del celular subí al segundo y tercer piso del edificio y lo busqué por todos los rincones, no aparecía y la zozobra aumento’. Lili siguió llorando y ambos con un nudo en la garganta, pero se hizo el otro milagro cuando apareció Atún a las nueve de la noche, estaba mojado pero incólume.
Un gato es un rayo de rápido: yo me imaginé la escena, viendo a Atún en cámara lenta ganándole a las ardientes gotas de aceite que le caían encima. Atún con el ojo derecho y los radares del bigote, anticipó la tragedia de una quemadura. Son colosales los gatos.
Un gato es un mundo de gratitud: ahora si entiendo la rutina de solidaridad de Atún con nosotros. Cuando no había nadie en casa, Atún se ausentaba todo el tiempo hasta que llegábamos de nuevo; cuando estábamos Lili y yo en casa, Atún nos acompañaba en mi oficina o en el patio mientras Lili tejía o yo leía, se echaba a los pies y ronroneaba tranquilo como prueba de placidez; o cuando Lili o yo estábamos solos en casa, él también nos acompañaba y hacia todos los gestos de felicidad como frotar la cara y el cuerpo sobre nuestros cuerpos o arquear su lomo de caucho y parar la cola de punta. Casi siempre, al mediodía de la siesta subía a la cama y me miraba varios segundos, muy cerquitica de mi cara, como queriéndome decir algo. Estoy convencido que todos estos ademanes eran la prueba de una inmensa gratitud por la convivencia y el hecho de entender que él como gato hacia parte ineludible de la familia.
Pero un día Atún se saltó las reglas y desapareció mas de 24 horas, prendimos las alarmas hasta que apareció con un maullido lastimero, estaba como congelado en el marco de la ventana de la calle: oímos un miau que retumbó en la casa y yo salí disparado a verlo, y lo encontré parado en la ventana, estático y con un lamento quejumbroso. Le ayudé a bajar y empezó a caminar lento hacia la cocina, olió los alimentos y siguió hacia el patio, pensamos que se había lastimado de nuevo el fémur de su patica trasera derecha, yo palpé y presioné su extremidad, pero se quedó tranquilo y descarté esa posibilidad. Atún buscó de manera inusual una zona húmeda del patio que había dejado la lluvia reciente, cosa que después entendimos cuando el veterinario le encontró una infección urinaria, con una vejiga hinchada que tan solo puede resistir una superficie fría. Cuando un gato no come y no toma agua es porque está enferma. Lo monitoreamos hasta tarde, pero el buscó refugio en el patio y no se quiso mover y se quedó silencioso y con los ojos cerrados.
Al otro día, de urgencia con el veterinario quien lo intervino y le vacío el aguasangre que tenia en la vejiga: medicamentos, comida especial y mucho cariño. Lili lo acogió con gran dulzura y lo cuidó como a un bebé. Esperamos el nuevo día y Atún no respondió y siguió aletargado e inmóvil en su cojín. De nuevo al veterinario y ahí sí alarma total, pues el médico recomendó llevarlo urgente a una clínica y eso hicimos llevándolo a un dispensario de mascotas en Caicedonia.
Dicen los expertos en gatos que existen varios factores de alerta cuando el felino esta en peligro de morir, pero de todos ellos solo dos le detectamos a Atún: el primero, su renuncia a comer su plato favorito, pues Lili le sirvió el “sobre” de pescado que tanto le gustaba y no se inmutó, por ese “sobre” varias veces a la semana, Atún nos buscaba, nos maullaba, nos mordía y siempre con una mirada de haragán amoroso, irresistible. El segundo factor, es cuando el gato se esconde buscando un refugio del cual ya no quiere salir, Atún se aisló en un espacio pequeño debajo del lavadero, tendió su cuerpo y cerró los ojos hasta el otro día.
La noche anterior, con lógica desconsolada nos acostamos preocupados y mientras las imágenes del televisor cerraban su ciclo, apareció un gato similar a Atún que yo pensé y creo que era el mismo: hizo un juego de reconocimiento por toda la casa, husmeó por todos los rincones y salió al patio, paró la cola y el lomo, sus ojos se abrieron en medio de la oscuridad y con la ayuda de sus bigotes radares, tomó carrera y se elevó cayendo en la primera teja del techo como un guerrero de kung fu. Luego se montó en la parte mas alta del tejado y sonrió victorioso y sin mediar ningún gesto bajo´ al patio con una sutileza de maromero, haciendo lo que nunca había hecho: bajar del techo sin golpearse. Se cogió confianza y volvió a subir como experto kung fu y corriendo por los tejados, desapareció en la noche, buscando su pandilla o quizás buscando una estrella.
En Caicedonia, los veterinarios lo atendieron de urgencia, pero Atuncito no aguantó el voltaje de su enfermedad y murió de un paro cardiaco cuando el reloj apuntaba las 2:28 de la tarde. Quisieron los dioses de los gatos que este noble, supercariñoso y fiel animalito, muriera donde había nacido, como algo absolutamente insólito e inesperado.
Triste en mi casa, el tiempo se volvió nebuloso, desolado y arcaico y para cambiar este espacio raro como del siglo 15, busqué la lectura y encontré este poema de Borges que lo tenía en la punta de una neurona y que sería, así lo entendí, el mejor homenaje a este pequeño héroe que me acompañó incondicionalmente en todos los ratos de mi acontecer durante tres años:
A UN GATO
Jorge Luis Borges
No son más silenciosos los espejos
ni más furtiva el alba aventurera;
eres, bajo la luna, esa pantera
que nos es dado divisar de lejos.
Por obra indescifrable de un decreto
divino, te buscamos vanamente;
más remoto que el Ganges y el poniente,
tuya es la soledad, tuyo el secreto.
Tu lomo condesciende a la morosa
caricia de mi mano. Has admitido,
desde esa eternidad que ya es olvido,
el amor de la mano recelosa.
En otro tiempo estás. Eres el dueño
de un ámbito cerrado como un sueño.
Un consejo final para los amigos que tienen gatos: cuando en cualquier segundo de la vida que te sientas triste, deprimido, abatido, pensando que el mundo es toda una tragedia y que estas inmóvil y que no puedes moverte del sitio, recoge tu gato con cariño y con generosa sutileza, pon tu oído sobre su corazón y en un minuto entenderás que la vida es bella, que la vida tiene sentido y que ese duendecito que se llama gato, te quiere como nadie en el mundo.