Hacia una ontología metafísica del bolero

Cuarta y última parte

Arrierías 85

Francisco A. Cifuentes S.

EL BOLERO O MUSICA DE LUNÁTICOS

“Luna que se quiebra/sobre las tinieblas de mi soledad, / ¿A dónde vas? (Noche de Ronda. Agustín Lara)

“Y así paso los días y paso las noches/

Pidiéndole a la luna/ el milagro de estar junto a ti»

(Nocturnal. José Sabré Marroquín y José Mojica)

Cuando Héctor Lavoe, en una noche de locura salsómana y romántica, me canta: “Si  Dios me quita la luna, no me siento malo, pero si me lleva a ti, me lleva a las estrellas”,  es cuando me he detenido a pensar una vez más acerca de este maravilloso misterio,  así el hombre ya haya tocado su superficie y la haya arañado para investigarla, sin  que ella gima o llore. Pero no es desde la discoteca que se inicia esta adoración; pues  los Dioses Lunares siempre han existido, desde que el ser humano, en la oscuridad  o la penumbra de la noche la mirara y se inquietara, hasta terminar adorándola en  varias mitologías y en distintos idiomas. Solo citemos a Ari, Coyolxauhqui,  Mamaquilla, Meztli, Zdana y Chía en las mitologías amerindias. Máni en la nórdica,  Avatea en la polinesia, Chandra en el hinduismo, Azuma y Dongjun en la China.  Astemis, Selena y Hécate en el mundo griego. Y entre los romanos la diva Triformis.  Pero harían falta muchos cuadernos para apuntar todos los poetas y los versos  dedicados a la luna. Mejor dicho “luna lunera, cascabelera”, no puedo captarte más.  Pues la creencia popular, basada en algún indicio científico, hace creer que, en las  noches de luna llena, no solo se alborotan las olas del mar, sino los cerebros de todos  los lunáticos y los enamorados; haciendo una cierta sinonimia entre ese resplandor  de la luna y la inquietud y el desborde que produce la enfermedad de la locura. Esto  lo han captado los novelistas, los poetas, los músicos, los pintores como Vang Gog y  lo hemos sentido entre los compañeros de manicomio.

Nuestro satélite admirado, siempre buscado y misterioso por su cara oculta ha  insuflado toda la poesía y la música del mundo; mucho antes de que el sordo aquel  escribiera “Claro de Luna”. Ella ha sido testigo fiel de “mis noches sin ti”, con ella he  dado por lo menos “una noche de ronda” por tu alcoba, por tu casa, por tu barrio o por  tu “vereda tropical”. Me has acompañado con los faroles trasnochadores de las  callejuelas y, me has vigilado mientras salgo encurdado de la cantina, dando tumbos,  en busca de una guitarra para cantar mi lamento, frente a una ventana: 

“Como un rayito de luna” … “ya los claros fulgores de la luna … “la luna de  plata se arrulla en el mar tropical” … “llanto de luna en la noche sin besos” …  “tengo una luna amarrada en las nubes” … “quiero escaparme con la vieja luna”  … en la luna “se refleja la quietud de dos almas” … “cuando la luna duerme  sobre la arena/sueño con mis ratitos de ensoñación” “soñar en noche de  luna/oyendo que el mar/canta, canta” 

Sin asistir al “Green Moon” o Festival de la Luna Verde en San Andrés y Santa  Catalina, muchas noches me he dejado llevar por la voz de la profesora  colombiana Ligia Mayo, para que me la identifique así: “verde es mi color/color  de verde luna es mi pasión/profundidad del mar llevo en mi ser/la luz de los  luceros es mi amor/la luna es mi rival… de reflejo cruel imaginario” (Verde Luna.  Vicente Gómez). Es decir, sobra cualquier justificación literaria, para que pueda  ser incluida en las mejores antologías de poesía romántica o modernista. 

Como aquellos sabios y poetas del Mediterráneo lo hacían, desde antes de la  Odisea, nuestros cantores caribeños, han querido adornar la luna, así como lo  hacían con sus negras y sus mulatas: “Los aretes que le faltan a la luna/los  tengo guardados para hacerte un collar;/los halle en una mañana entre la  bruma/cuando caminaba junto al inmenso mar” (Los aretes de la luna. José  Dolores Quiñones), y de paso “le agradezco al cielo, porque ningún poeta los

pudo encontrar”. He ahí el pugilato y el triunfo de los boleristas sobre los otros  poetas del clasicismo.

Cuando la Luna se esconde, los poetas y cantores se desesperan y por eso  cantan así: “Mas allá de tus labios/ del sol y las estrellas/ contigo en la  distancia/amada mía, estoy” (Contigo en la distancia. Cesar Portillo de la Luz).  Pero es Celia Cruz, la Reina de la Rumba, que también es una de las reinas del  bolero, la que dulcemente me dice que no me afane y me remonta a las estrellas  y a la luna: “Esperare a que sientas lo mismo que yo, / a que la luna la mires del  mismo color, / esperare a que adivines mis versos de amor, / a que en mis  brazos encuentres calor” (Esperaré. Armando Manzanero)

Cuando el enamorado, en su locura o “en la visión del delirio”, ya no tiene los  pies en la tierra o “le han movido el piso”, es cuando llega María Elena Sandoval  a preguntar: “Qué pasará si tú me dejas, / qué pasará si tú me olvidas, / le he  preguntado a las estrellas, / a la luna y al mismo sol.” (Cataclismo. Esteban  Toronjil). El hombre le pregunta a la luna, la mujer hace lo mismo, los dos la  desean; todos quieren ubicarse entre ella, el sol y las estrellas; pero hacen el  amor preferencialmente en noches de luna llena, esperan que salga el sol para  dar la cara y vuelven a esperar que salga la luna para iniciar nuevamente la  travesía de Eros y Afrodita, y escoger entre Ariadna y Baco, entre la pureza y la  embriaguez. 

Para los que tenemos “alma de bolero” les recuerdo, que antes del purista José  Asunción Silva, el alicorado Julio Flores, el enyerbado Barba Jacob; el cultísimo  León D´Greiff, que pasó toda su vida fumando pipa, enamorado de la luna y los  búhos, tomando aguardiente a la orilla del Cauca; del poeta, bolerista y  tanguero Mario Rivero; el delicado romántico Darío Jaramillo Agudelo y del loco  insigne Raúl Gómez Jatim; ya en la escuela había aprendido de memoria el largo  poema a La Luna de Diego Fallon. Sin embargo, tuve que recalar en Noches de  Bocagrande para apreciar la “luna plateada” y “ver el mar bordando luceros en  el filo de la playa”, mientras ella estaba «escondida tras las palmas”.

Tal vez para terminar con este misterio, estos celos y esta embriaguez lunática,  sea preciso traer a este escenario del bolero a los mismísimos maestros del  soneo, Rafael Cortijo e Ismael Rivera, para que nos canten “Fantasía Sideral”:  “El Sol se había casado con la Luna/En una Ceremonia Original/ llegaron las  estrellas a la boda/en Mágico Carruaje Celestial/la Reina de la Luz vistió de  blanco/y todo el universo iluminó/el cielo se tornó de mil colores/y todas las  flores hablaron de amor”. Estimados amigos y lectores, para qué más poesía, y  ya la tengo en mi Antología Personal del Bolero.

LAS HISTORIAS DE AMOR

“Fue la historia de un amor/como no hay otra igual/

Que le dio luz a mi vida/apagándola después”

(Historia de un amor. Carlos Eleta Almarán)

En la literatura de todos los tiempos y todas las civilizaciones podemos  encontrar las historias de amor más clásicas y más disímiles y atípicas. Desde  Los Novios de Manzoni hasta María de Isaac, desde Romeo y Julieta hasta El  Amor en los Tiempos del Cólera, para la que se hizo en su versión  cinematográfica el bello bolero Hay Amores en la tierna voz de Shakira. De  Sobremesa del gran poeta José Asunción Silva hasta Los Elegidos del  expresidente Alfonso López Michelsen, donde aparecen muchos boleros,  recogidos en CD para una edición especial. Colecciones de cuentos como Un  Vestido Rojo para Bailar Boleros de Carmen Cecilia Suárez, Desde Cumbres  Borrascosas y Orgullo y Prejuicio hasta llegar a Putas Asesinas de Roberto  Bolaños; porque para ellas también hay boleros. 

En la lista interminable de eta temática me merece mención especial «El libro de  los amores ridículos” (KUNDERA, Milán (1968) Tusquets), porque habla de  distintas relaciones con humor y tinte filosófico, y en el caso del bolero se  retratan no solo parejas, sino tríos y otra serie de amores y relaciones  encontradas y perdidas, pero recuperadas gracias a la música, cierta reflexión  y mucha poesía. El amor, la traición, el sexo, el profesor, las alumnas y lo que  hoy día se conoce como el famosos poliamor. Lo ridículo está muy cercano a lo  pecaminoso, lo prohibido y lo cursi que también se cantan en el bolero.

Es en el texto de “Los amores difíciles” (CALVINO, Ítalo (1967) Siruela) que se  va desgranando la temática del amor desde Fedro y Platón hasta Shakespeare.  Aquí encontramos un tema muy recurrente en el bolero, como lo es el amor  inacabado y la imposibilidad de la comunicación, de la que tanto se quejan las  canciones de amor. Es la melancolía de lo perdido, la epifanía de la felicidad,  como se la canta muchas veces acompañado de guitarras trasnochadoras y  todo lo que pudo ser y no fue.

Sólo quiero mencionar el bello título de “En busca del tiempo perdido”  (PROUST, Marcel (1913 7 1927) Gallimard), para decir que la memoria del bolero  está llena de detalles, de paisajes, de situaciones, de personas, de miradas que  retratan paso a paso la vida social y amorosa. Pero el tema central de esta  referencia está relacionado con que el bolero siempre habla de un tiempo  perdido, la vivencia del mismo, su presencia ilusoria, la lucha por la  recuperación, la imagen de lo ido y lo perdido, el pasado inasible y el futuro  incierto; que solo en la música, en el verso, el en el beso, en el abrazo y en el  coito, se pueden sentir, porque el resto son recuerdos, fantasmas, sueños e  ilusiones.

Ya en el terreno del bolero moderno, me encanta que Luz Casals me diga: “Es  la historia de un amor, como no hay otro igual” (Carlos Eleta Almarán) … “y si  ya no puedo verte / porque Dios me hizo quererte / para hacerme sufrir más”. O  que alguien me recuerde viejos versos: “Yo sé que soy/una aventura más para  ti, /que después de esta noche/te olvidarás de mi” (Una aventura más. Oscar  Kinleiner)

Besos Brujos cantados por Libertad Lamarque o Blanca Iris Villafañe, me  hablan de una historia de amor trágica y desventura, hasta el punto de que ellas  o él suplican: “déjame no quiero que me beses … no prolongues más mi  desventura … deja que prosiga mi camino … se lo pido a tu conciencia, no te  puedo amar”.

El tiempo de la historia amorosa es muy incierto, por eso nos lo repiten “Quizás  Quizás” Ibrahím Ferrer y Omara Portuondo. Mientras Rocío Durcal registra así:  “Como han pasado los años, aquí estamos frente a frente, como dos  adolescentes, que se miran sin hablar, pero el tiempo no ha podido que pase lo  nuestro”. Aquí la adolescencia, el recuelo, el silencio y la mirada de los  enamorados desafían el paso del tiempo. Sin embargo, El Cuarteto de Orlando  de la Rosa me dice que “no vale la pena morir por amor”; pues el amor es un  “vendaval sin rumbo, que se lleva tantas cosas de este mundo … cuando  vuelvas tráeme aromas de su huerto … dile que no vivo desde el día en que te  vi”; como magistralmente me lo dice el gran Celio González. 

A pesar de que la historia de amor se prolongue en una amistad, no se acaba y  queda la promesa, según lo atestigua Olimpo Cárdenas: “Ayer era tu amante  enternecido, hoy solo soy tu amigo de ocasión … si decides volver un día, he  de quererte como antes lo hacía” (Temeridad)

La voz lírica del gran Juan Arvizu me lleva por otras historias de amor;  hablándome de las golondrinas, de la paloma, de los tres dilemas, del pecado,  de la salud, del dinero y del amor; pero de todas maneas, aunque pase “un año  más in ti”, “sé que vendrás”. El tiempo en las historias de amor es atípico,  ahistórico; es decir, existen historias de amor atemporales; sus versos hablan  del instante, del siglo y de la eternidad. Por eso traigo a colación ese magnífico  bolero ranchero moderno “100 años” en las voces juveniles de Carlos Rivera y  Maluma. Toda esta declaración, aunque Don Felipe Muñiz y Marc Antony me  canten “…que el tiempo va pasando, lentamente y sin piedad. Se lleva los  recuerdos, ya no hay tanto para dar” (Dejé de amar).

EL AMOR IMPOSIBLE Y EL AMOR INDECIBLE

“El amor es el pan de la vida,/amor es la copa divina/

Amor es algo sin nombre/que obsesiona al hombre por una mujer” (Obsesión. Pedro Flores)

Las reflexiones de este apartado están hechas a partir de la lectura reciente de  un clásico de la filosofía del amor; que a pesar de que no cita ninguna canción  o ninguna música, es totalmente utilizable, en el mejor sentido del término, para  acompañar las reflexiones acerca del discurso del amor y con él, el discurso  implícito o explicito en las letras, las melodías, las voces y los instrumentos de  estas piezas de la cultura iberoamericana, que tanto han identificado el ser de  estas calendas, hasta hoy (SZTAJNSZRAJBER, Dario. 2023. El amor es

imposible. Ocho tesis filosóficas. Paidós. Bogotá): el amor es imposible porque  es inefable, el amor es imposible porque siempre está a destiempo, el amor es  imposible porque es incalculable, el amor es imposible porque todo amor es  siempre un desamor, el amor es imposible debido a los condicionamientos  institucionales del amor y el amor es imposible porque el amor es el otro. Así,  la vida y el amor son imposibles y, así lo siento cuando Benny canta: “Oh vida,  si pudiera, no te alejes. Yo sé no has comprendido con que sublime intensidad  mi bien”.

En esta tónica Alberto Beltrán dice Ignoro tu Existencia, pero te quiero,  acentuando la aporía del no ser y el ser, pero relacionados por el amor. Y  Chavela y muchos otros dicen que cuando se habla del amor, de ilusiones, de  mentiras, se está hablando de Un Mundo Raro, precisamente el indecible e  indescifrable del amor. Buika vuelve a reafirmarlo: “somos un sueño imposible  que busca la noche, para ocultarse en las sombras del mundo y de todo.”. Es  decir, se trata de la permanente imposibilidad y del ocultamiento, de algo, que  curiosamente, sin embargo, es, existe, se siente y, precisamente el bolero da  cuenta de ello. 

La Lupe en Puro Teatro habla de la representación y el simulacro, de la  actuación y del ensayo y, todo esto para tratar de identificar una de las  manifestaciones del amor. Mientras Blanca Iris Villafañe habla desde otra  dimensión para catalogarlo así: besos comprados, besos malvados, besos  callejeros; pero en el fondo son los mismos en su eterna e inquieta búsqueda  por darle un nombre al mor. Toña La Negra, al respecto apunta que todo fue un  juego, porque se trata de un amor perdido, donde ni tu para mí, ni yo para tí, sin  embargo, es y está ahí palpitante; solo que son Cenizas. Es precisamente  Carmen Delia Dipini quien le canta a la fusión de tu ser y mi ser, en un fuego  que los consume y así aspira sensualmente a saborear los anhelos. 

No es que el amor sea imposible, sino, que es un imposible; pero es, entonces  siempre tenemos el deseo de buscarlo y, ese deseo, ese trance, esa búsqueda  es el amor, es la flecha y el impulso mitológico, desde los orígenes míticos de  la humanidad, hasta un fin inconcebible; pues siempre se es, se está en ese  camino a Ítaca. Por eso se ha creado la épica, elteatro, la poesía y la música  delbolero para hablar de lo imposible y poder conectar al ser humano con su  sensación ilusoria, así sea en un instante;pero eso es, la vida está llena de  instantes. 

El amor se vive y se siente, pero es a su vez innombrable e indefinible. Es una  paradoja de la que su máxima expresión la constituye el bolero. El Bárbaro del  Ritmo Benny Moré, por eso se pregunta asombrado “¿Cómo fue? /no se  decirte/cómo fue, /no se explicarme/qué pasó/pero de ti me enamoré” (Cómo  Fue. Ernesto Duarte). Y muchos guitarreros y trasnochadores nos hablan de  una fusión que nos lleva a la quimera: “Si fundes mi alma con la tuya/aunque

llore después/ llorando quimeras” … “se vive una sola vez”. Recalcándose en  forma categórica la vivencia única de la vida, así duela y sea ilusoria.

Otra propuesta es mucho más significativa de esta oscuridad del entendimiento  y la nombradía. No se ve, no se habla; pero se ve y se escucha a su vez; y esa  es la naturaleza mágica del amor, que descubre magistralmente el bolero: “Vi  sin que me vieras y hablé sin que me oyeras”.

El amante se declara ignorante, no sabe dónde está el amor; pero suplica en la  voz de Los Panchos: “Quien será la que me quiere a mí, ¿quién será, ¿quién  será?”. Y a pesar de esta incógnita fundamental, pide pasión, calor y felicidad.  Sin embargo, de esta petición tan etérea, agrega más a lo indescifrable: “Yo  para querer / no necesito una razón; /me sobra mucho, /pero mucho corazón”  (Mucho corazón. Emma Elena Valdemar).

Si el sentimiento es algo inasible, todavía más, es lo anterior a él. La propuesta  cognitiva es más atrevida desde el punto de vista filosófico: No hay existencia,  no hay conocimiento; pero hay deseo y adivinación. Talvez, se necesita un  enfoque lacaniano y derrideano para acceder a esta comprensión: “Sin saber  que existías, te deseaba; / antes de conocerte, te adiviné…” (Presentimiento. E.  Pacheco y P. Mata)

El ser del que habla el bolero es quimérico por antonomasia; pero siendo una  entelequia, duele y quiere; se retrata en una estación real de la naturaleza; pero  sólo el viento da cuenta de él. “Somos en nuestra quimera / doliente y querida /  dos hojas que el viento / junto en el otoño”. Y ahí es donde llega la “razón  poética” de la cual hablara María Zambrano; pues el siguiente verso es pura  poesía, pero que nos permite un entendimiento atípico del ser: “Somos un  sueño imposible/ que busca la noche” (Somos. Mario Clavel).

La existencia del otro se nombra, pero se califica de mentira e ilusión. Es una  contradicción existencial, que logra retratar bellamente el bolero: “Siento que  estás junto a mí; / ay, pero es mentira, es ilusión, ay” (Nocturnal. Alfredo Sadel) 

El delicado y romántico poeta español Don Pedro Salinas ha llenado mis noches  de amor; pero es justamente el tenor Genaro Salinas quien mejor me habla de  “Mis noches sin ti”; cuando “Sufro al saber que el destino logró separarnos» y,  en medio de esa terrible ausencia deliro así: “tu cabellera sedosa, acaricia mis  sueños” y” mi corazón en tinieblas me busca con ansias”. Uniendo así  magistralmente las categorías harto huidizas de destino, sueño, tinieblas y  ansiedad; para tratar de definir el amor. Mientras Bobby Capo recurre a unas  comparaciones bastante imaginativas e imposibles, que solo se pueden dar en  el terreno de la poesía y el bolero: “que se quede el infinito sin estrellas, o que  pierda el ancho mar su inmensidad” y “si perdiera el arco iris su belleza y las  flores su perfume y su color”. Es decir, cuando ya toda esa naturaleza esté  despojada de sus mejores atributos puede llegar el amor, vestido de “piel  canela”. 

He visto cantar lo indescifrable a un Daniel Santos arrodillado y he escuchado  la grandiosa voz de Danny Rivera; cuando dicen: “Linda … yo no he visto a  Linda … No le he escrito a nadie, no dejó una huella … yo no he visto a Linda,

parece mentira”. El amor así es una ilusión, una mentira, no se conoce su  escritura y de él solo existe una huella. Es decir, una vez más, el amor es solo  un rastro, de él no se conocen sino las huellas, y de esto da cuenta el bolero,  en su condición fenoménica.

Modernamente, entre el inglés y el español, una seductora cantante y un mágico  pianista, nos dicen en Amado Mío (Pinky) que “estoy en un mundo de ensueño  … de dulce deleite” (Doris Fisher y Allan Roberts). Y Miguelito Cuní, Pablo  Milanés o mi adorado Pete Conde Rodríguez, llegan a unas definiciones  bastante geométricas y poéticas de ese amor imposible, pero real a su vez:  Convergencia, línea recta que converge, “aurora de rosas en amanecer”, “nota  melosa que gimió el violín”, “principio y fin de la ilusión”, “piedra rodando sobre  sí misma” (Bienvenido Julián Gutiérrez y Marcelino Guerra).

Ante tantos y tan bellos boleros “que muestran” lo imposible, lo indecible y lo  ineluctable del amor; deseo invitar a este ya largo circunloquio tan sentimental,  precisamente a un poeta no distinguido por versificarle al amor de una mujer.  Es Borges quien nos habla de los “muros de su cárcel”, de “un sueño atroz”,  de “la hermosa máscara”, de talismanes, letras, erudición, mares, espadas,  amistad, cosas comunes, amor de madre, “el sabor del sueño”, de la ansiedad,  el alivio, la voz, la espera, la memoria, el horror, mitologías, “pequeñas magias  inútiles”; para tratar de descifrar ese raro sentimiento que denominamos amor  y, que, al sentirlo, él concluye así: “El nombre de una mujer me delata. Me duele  una mujer en todo el cuerpo” (El Amenazado).

EL SER, EL AMOR Y LA MUERTE

“Cariño como el nuestro es un castigo/

Que se lleva en el alma hasta la muerte”

(Encadenados. Carlos Arturo Briz)

El filósofo de la voluntad habla de una tríada bastante complicada, en la que la  mujer no sale bien librada, ni la razón, depositando el privilegio de la  construcción amorosa en la naturaleza. (SCHOPENHAUER, Artur. 1991. “El  amor, las mujeres y la muerte”. Porrúa. 1991). El tema es bastante recurrido en  el arte y no tanto en la filosofía según el penador alemán. Por el amor se hacen  las hazañas del hombre, pero también se cae en la locura: Nos remite al  Banquete, pero tiene una concepción reproductivista de la relación sexual y  amorosa; incluso por eso y otras expresiones se le califico de machista y  misógino; aunque califique el amor como algo para construir un ser humano  equilibrado entre madre y padre. Estas tres categorías van a surgir demasiado  en el bolero; pero no desde la filosofía, sino desde la poesía; pero de todas  maneras allí está subsumida una visión de la vida que caracteriza totalmente al  ser.

Vida, tristeza y herida es una tríada constante en la queja del bolero; por eso  paulatinamente nos acerca a la muerte, pero siempre suplicándole al amor. Así  lo atestigua Cueto con uno de sus mejores dúos: “La tristeza está en mi vida/

como está en mí la vida/ por eso es que mi canto/ es la voz de una herida.” (Más  vale tarde que nunca. Margarita Cueto y Juan Arvizu). Pero si la ruptura es  inevitable, no queda sino el recurso poético de esperar al amor en el sitio irreal  y misterioso donde nos lleva la muerte: “Espérame en el cielo corazón, /si es  que te vas primero;/espérame que pronto yo me iré, /ahí donde tú sabes”  (Espérame en el cielo. Francisco López.)

Como la muerte es inaprehensible, porque no la vemos; entonces en la  desesperación poética y bolerística, se acude al lugar del corazón como un  reposo mortal del amor; para seguir con el sentimiento palpitante: “Si ves que  me engaño, /porque no te mueres, porque no te mueres en mi corazón »  (Esperanza inútil. Pedro Flores). Pero antes de esa partida, el amado santifica  la amada, para irse tranquilo: “contigo me voy mi santa aunque me cueste  morir” (Lágrimas Negras. Miguel Matamoros)

Pero el lamento popular, introduce la duda y así pinta el alma: “Las cosas que  me hiciste, me sirven de experiencia, tienes el alma negra, no creo en tu querer”  (Alma negra. Gabriel Raymond). Precisamente porque la experiencia tortuosa  del amor, lo lleva a autoproclamarse Malquerido: “Si yo pudiera borrar tu vida  la borraría/ he mantenido cuerpo y alma en un infierno” (Malquerido. Soriano,  Goncalvez y Quiroz).

El problema de la duda es bastante común en la poética y la filosofía del bolero;  por eso más bien, Don Benito de Jesús, nos habla de “Nuestro juramento”, para  cortarle el camino al sentimiento de muerte adherido al fenómeno del amor,  claro, como al de la vida misma. Él le recuerda a la amada: “hemos jurado  amarnos hasta la muerte / y si los muertos aman / después de muertos /  amarnos más”, según la voz de Olimpo Cárdenas o la de Julio Jaramillo. Pero  la evidencia del camino hacia la muerte está marcada por la medición del  tiempo; por eso Roberto Cantoral colocó en la voz de Lucha Gatica esta  advertencia inútil, ante la finitud de la vida y la inminencia de la llegada de la  muert: “reloj no marques las horas / porque voy a enloquecer / reloj deten tu  camino / porque mi vida se apaga / ella es la estrella / que alumbra mi ser / yo  sin su amor no soy nada “.

LO NEGRO: COMO AMOR Y FATALIDAD

“Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.

Mi alma no se contenta con haberla perdido.”

(Poema 20. Pablo Neruda)

Talvez desde tiempos inmemorables, desde que el hombre es hombre, ha  distinguido con admiración y asombro el día y la noche, la luz y la oscuridad;

pero es más allá de los fenómenos naturales que el empieza a articular  disertaciones acerca de estos fenómenos y, tal vez a la par, inicia sus cantos,  sus ritos, sus oraciones, sus poesías y su música, embelesado ante los  misterios. De ahí que lo negro y lo blanco siempre constituyen una oposición y  una aporía milenarias. Desde el yin y el yan como integración e interacción de  la naturaleza, del ser y de la vida. Pero es en la cultura judeocristiana que lo  negro tomo formas y contenidos luciferinos, expresados en las mitologías,  teologías, literaturas y artes poéticas y musicales. Lo negro siempre se  relacionará con la muerte, lo ininteligible, lo fatal; pero también se embrujo y  enamoramiento. Todo esto está contenido en el bolero y se haya asociado al  romanticismo, a la hechicería, al misterio del amor, a la venganza, a la duda, a  la oscuridad de los amantes; pero es la música, más allá de La Danza Macabra,  que hace que se baile, se enamore y se diga en boleros de la noche, de la  perfidia, de la añoranza o se les pinten a los labios, las cejas o los cabellos de  “ese obscuro objeto del deseo” como diría el cineasta surrealista Luis Buñuel. 

Incluso, las tendencias amatorias hacia la muerte, al ser amado muerto, hasta  hacer el amor con el cuerpo o con sus sombras, con su recuerdo y con su  olvido; están expresadas en muchas canciones. Es decir, la necrofilia tampoco  se le escapa al bolero. Hace parte de su corruptela, de su contradicción, de su  alegoría, de su deseo reprimido o de su aspiración a la inmortalidad. Ahí es  cuando la carne, el amor, la muerte y la salvación se unen en una fantasmagoría,  de la cual da muestras la música y la poesía; ya que puede escapársele a la  teología y a la filosofía; por apartemente incoherentes e inconcebibles. Por eso  se puede hablar de cierta tanatología poética y musical, desde una metafísica  del bolero. 

La lista es larga; pero van algunos ejemplos para mera ilustración: Flores  Negras, Fichas Negras, Lágrimas Negras, Negrura, La Negra Noche, Perlas  Negras, Negra, Ojazos Negros, Oración Caribe, Boda Negra, Angelitos Negros,  Yo vendo unos ojos negros, Embrujo, Cabellera Negra. Hasta que Negrete nos  asombra así: “Mujer, por el pecado de tus ojos color de uva/ por el abismo  eterno de tu boca” 

ELLAS CANTAN BOLERO

“Cantaba, a veces, la hembra; cantaba con una voz delgada como el perezoso  llamado de las aves en las ardientes extensiones de la llanura. El Gaviero se  quedaba mirándola mientras duraba el murmullo agudo, sinuoso y animal.  Cuando los conductores volvían a su camión e iniciaban el descenso de la  cordillera, los acompañaba ese canto nutrido de vacía distancia, de fatal  desamparo que los dejaba a la vera de una mastalgia inapelable” 

(MUTIS, Avaro. 2013. La Nieve del Almirante. Alfaguara. Bogotá).

Guillermo Cabrera Infante conocedor de la Habana, el cine, el tabaco, las musas  y el bolero varias veces escribió sobre La Fredy, hasta que la hizo pasar a la  historia de la literatura y de la música en su magnífico texto (Ella Cantaba  Boleros. Alfaguara. 1996). Se trata de una figura atípica, con una voz especial,  casi andrógina, que retumbaba en la noche cubana. Su nombre de pila era  Fredesvinda García Garés y de ella solo nos ha quedado una larga duración.  Con ella quisiéramos dar una “Noche de Ronda”, por la playa, el cabaret o la  alcoba, solamente para iniciarnos en sus sabores y en el de tantas dams del  bolero.

Las mujeres del bolero se sublevaron, mucho antes del feminismo como  movimiento político y social; ellas lo hicieron en la voz, en el baile, en la  coreografía, en la discoteca, en el cabaret. Se desnudaron, gritaron, amarron,  despidieron, dijeron la verdad amarga y también mintieron y, para ellas el bolero  fue y sigue siendo su gran instrumento, su consigna.

Ese desgarramiento existencial del alma, como una fiera en celo, en el  escenario, cuando lo sacan de la alcoba, para que todos lo sientan  públicamente y lo aplaudan con emoción delirante. Esa es La Lupe en concierto,  justo cuando nos demuestra aquello que dice Foucault acerca de la particular  atención que requieren las energías útiles e inútiles, la intensidad de los  placeres y las conductas irregulares. O en términos de Judith Butler, de lo que  se trata es de la performatividad del deseo, de colocar en la escena pública las  manifestaciones eróticas, sensuales, incluyendo las prohibidas y satanizadas.  Por eso “el bolero es ese gran corruptor de mayores” como lo califica Carlos  Fuentes” y habitualmente lo saca a relucir Cesar Pagano. 

Cuando ellas dicen, reclaman, denuncian, se anuncian, llaman desde su  crueldad y su erotismo, invocan la pasión, se muestran como la otra prohibida,  alaban la mentira y el dolor, hablan de besos, de alcoba, de desnudez y de  muerte entre los brazos, no queda más que permitir la fiesta y la adoración y la  salvación por la vía del pecado consentido. Estos son los temas del erotismo,  la concupiscencia, la clandestinidad, la crueldad, la piedad, la ritualización en  la relación conyugal, y la santidad en el bolero (En: Revista Iberoamericana de  Psicología. Sello Editorial IberAm. Números de 2022 y 2023). O como declara  María Teresa Vera: “He pecado contigo”.

Ahora que está cumpliendo Cien Años la Sonora Matancera, valga un modesto  homenaje a las mujeres que pasaron por ahí para deleite de todo el mundo,  siendo pioneras en el espectáculo y en la política del cuerpo y del deseo por la  vía del arte y para el público en general: Gladys Julio, Carmen Delia Dipini, Olga  Chores, Celia Cruz, Myrta Silva, Gloria Diaz, Toña La Negra, Kary Infante, Las  Hermanas Lago, Marta Jean Claude y Linda Leyda. 

Justamente en el fenómeno bolerístico de lo que se denomina feeling o música  del sentimiento o del alma (que todas pudieran ser), son muy importantes las  voces femeninas: Elena Burke, Omara Portuondo, Rita Montaner, Celeste  Mendoza, Olga Guillot, Concha Buika y tantas otras que nos deleitan con su  voz suave, profunda, delicada y sensual, casi que diciendo simplemente te  quiero. Ellas con el bolero producen una especie de afectación mutua,

estableciendo poética y musicalmente la posibilidad de atender el otro o la otra,  de poner el cuerpo a disposición de su vivencia, de su voz, de sus movimientos.  Y cuando no se habla y no se canta, sobreviene el silencio del bolero y, ese  silencio es el límite de la palabra: designa todo aquello que no puede ser dicho  (Luis Villorio). O de otro modo: “No hay palabras mías para nombrarlo; sólo a  través del silencio lo discierno” (Angeles Eraña).

MISCELÁNEA DE VENTANA, PLAYA Y CABARET

“Oye el eco de mi canto de cristal” (Siboney. Ernesto Lecuona) “Así como en el fondo de la música, brota una nota, 

que mientras vibra, crece y se adelgaza,

Hasta que en otra música enmudece.”

(Silencio. Octavio Paz)

A guisa de información es necesario apuntar que nuestro bolero también viene  del llamado bolero español, que es bien distinto y distante de la actual melodía;  pero también es heredero de las danzas españolas del siglo XVIII; es decir, se  cocinó mucho antes del conocidísimo Bolero de Ravel y de las habaneras.  Después de su carta de identidad cubana y mexicana, se hizo mayor al calor de  las innovaciones tecnológicas como el teléfono, la radio, la televisión, las  películas, las grabaciones propiamente dichas, los radio teatros, los estudios  de sonido; e incluso estando en su florecimiento, tiene una batalla bastante  interesante entre la afirmación romántica y el dominio dictatorial, que a la postre  afectó las sensibilidades; desde los treintas hasta los setentas. En el bolero, en  consecuencia, existe una especie de sublimación poética y musical, frente a la  tortura, la amenaza de la vida pública y privada, el dominio de la muerte y el  terror. En cierta crisis del bolero y el tango, tiene su apogeo la balada, como hija  lastimera del bolero; cuyos contenidos, no tan poéticos como el bolero, ni  filosóficos como el tango, siguieron sacando la cara por la sensibilidad y el  romanticismo iberoamericano. 

Algunos definen como “boleros traperos” y “boleros intervenidos” a ciertos  desarrollos juveniles y contemporáneos del género tradicional, que va más allá  de aquella hija del bolero como lo es la balada. Se refieren a fusiones de rock,  pop, salsa cama, ranchera moderna de cantina juvenil, introitos para reguetón  y guaracha y otros especímenes. Pero sin ser tan puristas, aunque seamos de  la vieja guardia, hay que reconocer que definitivamente se nos escapan de las  manos, del sentimiento y del ritmo clásico, un sin número de variaciones,  acoples e improvisaciones propios de la postmodernidad musical y  sentimental. No merecen mi crítica, simplemente son hijos tardíos pero  legítimos del bolero. Han cambiado las sensibilidades, las formas y los  contenidos del amor. Este ya se dice en otros lenguajes y, no es la misma  vitrola, la pianola o el picop, sino el computador, el celular, los reels, las redes

y toda la electrónica instantánea al servicio del sentimiento de la juventud  contemporánea, líquida, fugaz, pero también sintiente. Están llenas de otras  performatividades, experiencias, ilusiones y no ilusiones, usos del cuerpo y del  deseo, las drogas modernas; pero sigue el amor, el poliamor, las amistades  eróticas, la visión pública del cuerpo, los diferentes lenguajes urbanos y  cosmopolitas, otros ritos y otros fetiches, que ensanchan la experiencia y el  sentimiento humano, propios de nuevas subjetividades e intersubjetividades.  El amor y la música tienen todo el derecho a renovarse, así me guste la siguiente  miscelánea de ventana, playa, edificio, red y cabaret.

Si me paro ante ti, supongo, bella lectora y escucha, oso decirte en la voz del  Sonero Mayor Angélica, “Angelica te llaman porque tienes en tus cosas algo  angelical” y, la repetición, muy propia del bolero, no ahoga este tipo de  sentimiento: “blanca nube que se extiende lentamente, despejado cielo azul …  concédeme un instante la ternura, que me da la inspiración”. Pero si te imploro  Blanca, es porque El Pete Conde Rodríguez me habla de rumor, olvido,  recuerdos, cruel desvarío y me repite que “todo acabó”. Ahí es cuando prefiero  que el Decano de los Conjuntos de América, me cante “que es un juego en el  que participamos dos … aumentando este egoísmo que está presente en el  amor … donde no hay triunfo ni tampoco perdedor”. Menos mal que hoy en día  salta Rosalía para resucitar Delirio de grandeza y, me aclara “que el oro pudo  más que mi dolor … y que no tuviste compasión de mi agonía”; sin embargo,  Me quedo contigo, en medio de coros y vestida de rojo púrpura. Gracias a  Nicolas y Los Fumadores, se pide perdón en La Pena (bolero veraz) “por haber  dicho esas cosas tan machistas”; pues en el tango, la ranchera y la salsa, al  lado de tanto amor y devoción por la mujer, también ha existido el machismo  propio de siglos de cultura y civilización centrados en el poderío del macho.  Talvez por eso El Bloque Depresivo habla de El Gran Tirano y La Lupe grita  alborotada Qué te pedí o así me lo susurré Mariaca Samprún. En estos términos,  la mejor disculpa para cantarle al amor y a la mujer, la trae Ricardo Fabrega, en  múltiples voces; mandando el mensaje, a través de una isla, pero siempre  versificando el amor, las huellas, el silencio, el cielo, las estrellas, los recuerdos,  los sueños y las sombras; desde el mismísimo Panamá. 

Existe toda una filosofía popular frente a la vida, el tiempo y el espacio del  hombre concreto que ama y sufre. Pero ya nos había dicho Don Pedro Calderón  de la Barca que “La vida es sueño” y nos lo vuelve a precisar Arsenio Rodríguez  acotando que “La vida es un sueño”. Por eso Benny Moré y Don Pedro Vargas,  son los dignos mensajeros de la poética del instante: “Hay que vivir el momento  feliz / hay que gozar lo que puedas gozar / porque sacando la cuenta en total /  la vida es un sueño y todo se va”. Continúa Pedro Junco afirmando la fugacidad  del ser y la imposibilidad del pleno amor: “Nosotros, que del amor hicimos / un  sol maravilloso / romance tan divino … debemos separarnos / no me preguntes  más”. Pero cuando alguien faltonea, ahí es cuando la gloría le llega a Ricardo  Fuentes de la mano del Gran Colombo, cantando “De qué presumes” u Orlando  Contreras denunciando “Amigo de qué”. 

Existe toda una “radiografía de la tusa” que se ve demasiado en el Muro de las  Lamentaciones del Festival del Despecho en la ciudad de Pereira (Risaralda.

Colombia). Pero también existen creaciones como el Bolero de la luna La  Catanga Eléctrica; sin embargo, aquí nos quedamos implorando Si tú me dices  ven con Alfredo Gil y Los Panchos.

CODA FINAL: DESPEDIDAS

El tema de la despedida es bastante recurrente en varios boleros; pero casi  siempre existe una sensación de no quererse ir la persona o manifestar el  intento como una última expresión de amor. Es un no hacer para decir algo o o  un no decir nada para hacer algo. En esta imprecisión siempre se mueve el  sentimiento amoroso del bolero, que esconde o manifiesta el deseo, la ilusión,  aunque sea “ilusión azul”, la esperanza y talvez la “esperanza inútil”; la fe, así  sea “la fe perdida”. Siempre se va a hablar de la ausencia, de un no ser, de un  no estar y, en esa supuesta nadería habita la presencia, se manifiesta la rara y  fantasmagórica forma y sentimiento del amor. Precisamente cuando falta  palabras y sobra sentimiento, llega la tabla salvadora del bolero a hablar, por lo  que el amado no sabe propiamente qué es, allá en ese fondo oscuro e  indescriptible que hemos solido llamar alma. 

En el tema “Bolero de despedida” de Pantoja y Dartañan, se dice: “Llegaste sin  medir tus pasos / tu risa estremeció mi espacio / nada pude hacer por mí … mira  tú que te vas / y yo me pierdo”. Refiero a lo que el amor no tiene medida, que  una manifestación del amor estremece, y que ante la llegada del amor uno  puede quedar inválido y perderse así. 

En la canción “Dulce Despedida” de los Embajadores, se dice taxativamente:  “Vengo a decirte mi amor que me alejo de ti, y no quiero con esto decirte un  adiós”. Sintetizando así la gran contradicción de lo inefable del amor, y que solo  osa manifestarse en el bolero. En esta misma línea se dice: “Más no estés triste,  sólo es un hasta luego; / en nosotros no existe, ni existirá el adiós”, tal como se  afirma en “Amor Eterno” de Roberto Cantoral.

Para estos tiempos aciagos de guerra entre Rusia y Ucrania y entre Israel y  Hamas, es preciso traer a colación un tema de amor, amistad y guerra, ya  histórico, como lo es Despedida de Don Pedro Flores, en la voz del icónico  Daniel Santos, escrita precisamente para la época y la situación de la Segunda  Guerra Mundial. Allí confluyen unos elementos que nunca pasaran de moda y  por eso es todo un clásico: el amor a la madre, a la adorada, el sentimiento de  amistad por los muchachos y la alusión a unas banderas de lucha, tan  categóricas como “mi derecho, mi patria y mi fe”; es decir, la ley, el territorio y  las creencias; justamente expresiones de la nacionalidad violada tantas veces  por potencias e invasores de toda índole. 

Y la coda final, desde una perspectiva latinoamericana, no alineada,  trascendiendo desde el amor sensual y erótico, al continente como Patria  Grande; es necesario darle la palabra nuevamente al Jefe, para que nos cante  todo un imperativo categórico: “Yo no quiero que mi patria se doblegue / bajo  el yugo del rapaz imperialismo, /más tampoco estoy de acuerdo en que se

entregue/ a las cosas por saber del comunismo.” (Mi credo. Daniel Santos y  Davilita)

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