Encontrarse en Caicedonia con Alberto Osorio, “Vitola”, es tener la certeza de que uno va a pasar un rato ameno.  Buen conversador, amable y afectuoso, pero sobre todo un hombre cargado de historias y anécdotas tiene siempre, para deleite de su interlocutor o interlocutores, un apunte jocoso.

Quienes le han conocido saben que Alberto siempre ha estado vinculado a la cotidianidad de ese pueblo que él tanto quiere y en el que mucha gente le admira, le respeta y le aprecia también.

Muchos lo recordaran en alguna de las fiestas aniversarias de nuestro pueblo actuando como torero junto a otros personaje de la ciudad quienes conformaban una “cuadrilla”, esa si de las buenas, para entretener al público que asistía a la monumental “Macarena”; una improvisada plaza de toros hecha de tablas y guadua al estilo de las corralejas, en la que muchos parroquianos haciendo derroche del valor que les daba el licor, enfrentaban a los “astados”, traídos de las haciendas de los alrededores.

La cuadrilla de “Vitola”, era esperada cada año ansiosamente pues desde el paseíllo uno ya estaba seguro de que la tarde sería espectacular…en revolcones.

Abrían plaza nada menos que: encabezaba Vitola; a su diestra “Chucho Calandria”; a su izquierda “Maciste” un poco más atrás “Coscoja” y rematando el paseíllo el famoso e inolvidable “Medico Ramírez”. No más verlos desfilar el público disfrutaba de los saludos de los “diestros”, y estos recibían aplausos que demostraban el afecto de la gente por estas personas que estaban dispuestas a hacer gozar al  pueblo, pero que jamás de los jamases se habían preparado para lidiar un toro.

Los pases y lances que había visto en la televisión, los adaptaban a su estilo personal y lograban salir airosos del trance como toreros frente al público, que no paraba de aplaudirlos y vitorear sus actuaciones en las que casi nunca faltaba un revolcón que encendía más los ánimos y los oles del respetable.

Alberto ha sido un hombre esforzado y ha probado suerte en varias empresas. Le gusta el trabajo y siempre se le ve haciendo algo productivo.

Recién estuve en Caicedonia y mientras esperaba un transporte, vi que Alberto se bajó de una camioneta y forcejeaba con un racimo de plátanos de esos gigantes que suelen darse en esas tierras. Lo depositó en el andén y no resistí la gana de ponderar la buena calidad del racimo que acababa de dejar en el piso.

—Bonito racimo – le grité desde donde yo estaba.

Alberto me miro y se vino hacia mí, tendió su mano en saludo mientras me decía:

—Sí, esta grande y pesado…

—Qué más Alberto –dije- y para charlar un poco le pregunté por su trabajo con el restaurante y lago La Primavera,  que tiene gran reconocimiento y al que acuden los visitantes para estar en contacto con la belleza del lugar y disfrutar de un rico plato de pescado, especialidad del sitio.

—Hombre, Tiberio, la lluvia me hizo muchos daños. Llenó de lodo los criaderos de peces y el lago de pesca también se vio afectado.  

Tomó su celular y me mostró las fotos que testimoniaban cómo la lluvia había convertido algunos de los criaderos de los peces en un lodazal.

—Pasando dificultades –continuó diciendo-  y como dice Mario Ramírez Monard yo no soy como Bolívar,  el hombre de las dificultades; sino el de las mil dificultades. Pero sigo en la lucha. Ahí estoy organizando nuevamente todo para volver a funcionar sin problemas.

—Yo siempre la he luchado –dijo-. Si me paré de lo que me pasó en el Cauca ya nada me detiene fácilmente.

Como no conocía esa historia y para animarlo a que me contara sobre el particular dije:

—No sabía, Alberto, que usted había vivido en el Cauca.

—Sí, allá tuve un trapiche panelero. La iba bien con los indígenas, les compraba caña y les ayudaba en algunas cosas que ellos requerían. Les daba trabajo a unos 60 lugareños, casi todos indígenas y producía buena cantidad de panela; 800 bultos semanales que vendía en Popayán y en Cali. Me iba bien…pero no faltan las dificultades.

Alguna vez un Coronel me pidió que albergara en el trapiche por unas horas a  unos soldados mientras los recogía luego un helicóptero. Usted sabe que eso por allá es zona de guerrillas y de eso se pegaron para decir que yo le estaba ayudando al ejército y me retuvieron. Fue un secuestro extorsivo pues me pidieron una gran cantidad de dinero y a los pocos días me liberaron. En tres días cerré el trapiche y como para que fuera más difícil la situación los trabajadores me acusaron ante el Ministerio de Trabajo por despido masivo.

Lo cierto es que volví a Caicedonia y ahí estoy trabajando como siempre.

—Vea usted Alberto, no conocía esa historia. Duró golpe para el bolsillo, dije.

—Sí, pero ahí  vamos en la lucha, sorteando lo que se presente.

Tendió su mano mientras me decía: gusto en verlo Tiberio.

—Igualmente Alberto…y se dirigió hacia su vehículo.

Había caminado unos tres  metros cuando Alberto se giro hacia mí y  dijo:

—Pero estamos vivos, Tiberio; esa es la ventaja de los liberales… y dejó escapar una carcajada…

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