A Evelio Arbeláez

Arrierías 88

Juan de Jesús Herrera González.

Cuando decidió aceptar la reiterada invitación del CIRCULO LITERARIO NACIONAL, donde conoció y trabajó durante años con colegas que hacían versos, publicaban en semanarios, diarios y revistas de gran tiraje, debía actualizarse, repasó nombres, volúmenes con firmas y, floridas dedicatorias, hasta padecer extensa relación de escritores fallecidos registrados en agendas anuales coleccionadas con sacramental esmero por su hermana en abigarrada biblioteca personal.

El viaje de vuelta coincidía con su aniversario setenta y ocho y, cincuenta y ocho de ejercicio poético, del cual, se jactaba en cada oportunidad. Por largo periplo por lejano país perdió contacto del concierto cultural de su patria, es ahora un paria con recuerdos y poemas en su mente, vuelve a su familia, quiere recobrar lo perdido en su sueño de poeta trunco por ausentarse y vivir otro estilo de vida en diversos escenarios.

A pesar de su ausencia, mantuvo nutrida correspondencia con once amigos, del CIRCULO LITERARIO NACIONAL y de su secretario general, el Licenciado en lenguas modernas Domingo de la Calle y Gómez, nombrado por unanimidad en olvidada asamblea y sostenido en su cargo sin objeción por los poetas del Círculo, quienes año tras año, por asamblea, ratifican su nombre a través de cartas con exaltación de su labor.

Evelio no cabe de gozo al pensar en abrazar a sus colegas, luego de tantos años y departir para contarles su larguísimo tiempo en otras latitudes, posible, gracias a renta familiar cafetera, administrada sabiamente por su hermana menor.

Rejuvenece al sentir el aire de su comarca cuna, remozado, al saludar a su familia ausente cuatro lustros; desde luego, descubrir en cada respuesta la infausta noticia del fallecimiento de la gran mayoría de sus amigos de infancia y estudios le proporciona un aire de nostalgia y suficiencia incomparables.

Su hermana, administradora de los bienes familiares intenta por todos los medios rendir cuentas entre las cuales, es importante un aporte de mil dólares mensuales, más gastos de envío, al CIRCULO LITERARIO NACIONAL.

-No quiero cuentas detalladas-; dígame si puedo seguir viviendo tal y como lo he hecho hasta ahora. No me gusta la contabilidad, simplemente exprese: “estamos bien y punto”.

Pasa días y noches leyendo correspondencia de poetas en la cual, advierte diferentes estilos e inspiración; intenta catalogarlos y colocarlos en orden cronológico en trabajo de muchas horas, hasta cuando vencido por el sueño su hermana lo conduce al dormitorio para despertarlo temprano y continuar su labor de actualización epistolar y noticiosa, no sólo local, sino de su patria grande apaleada sin misericordia por políticos y gobernantes.

Evelio busca, rebusca, organiza, archiva, pero, ante todo, lee en loca carrera para enfrentar a sus poetas amigos refugiados en la capital, en la antigua sede donde se encuentran a menudo para rumiar letras y soltar palabras como palomas aladas a la semanal tertulia, donde se recogen con sus años y recuerdos para recobrar tiempo perdido y renovar versos contándolos a otros más jóvenes.

Cuando completa su tarea, considera llena su mente de ideas fruto del repaso contra tiempo y razón durante dos meses sin descanso, enloquecido por volver con suficiente bagaje poético para sus colegas y amigos de tantas horas de bohemia y magia, compra pasaje, sin aviso previo vuela hacia la capital donde lo deben esperar once corazones plenos de versos y dispuestos a celebrar su regreso a la sede donde los conoció.

Encuentra cambios fundamentales en la ciudad; el viejo hotel Steves, propiedad de un marino alejado de olas y tormentas que vino al frío bogotano a olvidar aventuras amorosas recogidas en cien puertos de siete mares, es ahora un lujoso edificio donde brillan cinco estrellas para encarecer descanso y sueño. Se inscribe sin dejar de mirar; compara y aprueba. No es diferente a lo conocido en otras latitudes, simplemente, luego de tan prolongada ausencia todo es distinto, moderno, gigantesco.

Con reiterada expectativa se sumerge en profundo letargo hasta la mañana cuando el ruido callejero entra por la ventana como siseo motorizado y lo despierta a la realidad. Se alista afanoso, con el pecho saltando de emoción. Toma un taxi, indica la dirección y en minutos se encuentra frente a pesada puerta de una vieja casona amenazada por años de deterioro; entre pintura envejecida aparece un raído aviso donde a duras penas se lee CIRCULO LITERARIO NACIONAL.

El picaporte dispara eco profundo hacia aparentes estancias solitarias, ¿qué es esto? Se pregunta mientras espera señales de vida. Varios minutos pasan hasta cuando escucha quitar las pesadas trancas; un hombre de muchos años hala el maderamen y queda frente a Evelio. Se miran con aire investigativo y al unísono exclaman:

¡¿Eh, eh, eres tú?!

 La voz, la figura y la alegría de Evelio hacen palidecer a Domingo; se agarra al marco para no caer, se repone, respira y acto seguido, se confunden en sentido abrazo con la fuerza que sus años permite.

¿Por qué no avisaste?, casi me matas del susto no pensaba verte así, ¡vaya sorpresa!

-No quise anunciarme para no molestar o interrumpir tu actividad literaria.

¡Son veinte años!, debías contarnos de tu regreso.

¡No se diga más! exclamó Evelio en forma ejecutiva.

Un amplio salón empezó a cobrar vida en cuanto postigos y puertas se abrieron. Doce escritorios bien cuidados a pesar de su evidente edad forman un ruedo colocados para tener a quienes los utilizan en primer plano y estimular en cualquier momento asamblea general o charla informal.

-Todo está en orden tal como te hemos estado comentando a través de nuestra correspondencia.

¿A qué horas llegan los compañeros, mis amigos de escritura?

¡Ellos no vienen hoy, ni mañana, ni nunca!

– ¿Por qué?

– Porque no existen, murieron durante tu ausencia.

– Pero, no, no es así. Hasta ayer leí sus cartas de fechas recientes y en cada una encontré estilos e ideas tal cual los conocí.

-Todos desaparecieron-. Al morir, de acuerdo a pacto general hicimos cámara ardiente, cada escritorio fue reemplazado por catafalco negro durante 24 horas, cumplido el plazo, el puesto de trabajo volvió a su sitio y la obra continuó por el siguiente de la izquierda hasta cuando quedamos Lucila y yo; fieles al juramento, trabajamos sin descanso para enviar cartas, poemas, comentarios a medios que nos tienen como escritores tradicionales. Debo admitir la realización de un buen trabajo porque ninguno se queja ni ha retirado nuestros nombres. Esporádicamente llegan cheques sin mayor valor con los cuales y con tu ayuda mensual, vivimos y mantenemos vivo el Centro.

-No puedo creer semejante cuento, es historia para ilusos. ¡Me das explicaciones convincentes o irás a parar con tus huesos a la cárcel, me siento estafado, robado y envuelto en descomunal sartal de mentiras!; quiero gritar para no saltar sobre ti y destrozarte.

-Puedes hacerlo, no me defenderé. Mientras tanto, te relato la verdadera historia:  después de despedirte en junio de 1990, nuestras sesiones fueron de gran productividad porque analizamos nuestro estilo y uno a uno, comentamos para quién o quiénes trabajaba y en muchas ocasiones hicimos obra conjunta es decir, conformamos un equipo para ayudarnos,  con el correr del tiempo nadie salía de esta casa sino después de estudiar y dejar escrita su tarea editorial o completar su cuota literaria de cada día, por sí mismo o por otro; el Centro que, dirigió la literatura nacional e hizo del grupo importante brújula cultural, aún conserva su norte, tenemos correspondencia a montones, respondo correos electrónicos  a pesar de mis limitaciones tecnológicas, es decir, cumplimos objetivos jurados y mantenemos la opinión en alto grado a pesar de ser sólo dos personas dedicadas día y noche al asunto, hasta hace un mes, por fallecimiento de Lucila.

 El tiempo enemigo feroz, nos envolvió sin misericordia; trajo canas, gafas y bastones, pero no derrotó nuestra imaginación, nada silenció nuestra mentalidad creadora, además, la prensa nunca pidió nuevas fotos, es decir, seguimos siendo jóvenes de cara limpia y tersa ante los lectores; a pesar de nuestros ajados cuerpos, el cerebro mantuvo florecida primavera de ideas – ¿Y qué de mis dineros?

-Tú naciste rico, nosotros a duras penas logramos titularnos en facultades del gobierno, sin influencias nos refugiamos en esta casa para cantar y contar mil aventuras salidas de nuestra ilimitada creatividad. Cuando todos producíamos, el Centro era una fábrica de sin igual dinámica que la muerte fue cercenando hasta cuando quedamos mi mujer y yo manteniéndola viva cual supervivientes literarios en este difícil mundo consumista de porquerías. Las ediciones fueron a la baja, los pagos mediáticos cada vez más devaluados debido a la competencia desleal y al afán de figuración de muchos que no requieren estipendio. Comenzamos a depender de concursos ganados con mucho esfuerzo y además esporádicos, porque cultura y arte desaparecen para dar lugar a escritos truculentos donde importan sangre, muerte, desolación, abandono y masacres como fórmula vendedora de miles de publicaciones donde la mediocridad predomina. La asamblea determinó no perder tu apoyo para mantener la casa comprada cuando todos en plena producción aportamos y, terminamos de pagar con tus envíos mensuales, por eso está a tu nombre y ahí está tu dinero, los intereses son recuerdos y nostalgias rondando por los rincones como fantasmas, versos, cuentos, novelas, palabras convertidas en lo que tú has leído durante veinte años.

Puedes echarme en forma inmediata, aun cuando no tengo donde guarecerme; a tu orden, dejo la casa y voy al hospicio, al fin de cuentas, mi fuerza apenas da para sostenerme. La biblioteca contiene en estricta cronología todos y cada uno de los escritos, incluidos borradores de puño y letra, de más de veinte años de labor escrituraria.

El silencio de la casona escuchó pasos de Evelio al dirigirse a las limpias vitrinas de la extensa librería; presa de sentimiento al ver la foto de cada compañero del Centro, expresó: ¡Ah! Rafael Mendieta, de versos largos y sinuosos como olas movidas por vientos de color cielo; Pacho Alfonsini, versificador barroco de mil palabras, el de cartas kilométricas con sólo una o dos ideas. Luis Pizzano, engreído descendiente de italianos, quien decía escribir mejores poemas que Dante; Mario Bahamontes, poeta de cabo a rabo…, escribió tantos poemas como botellas vació; Maricela Prieto, la altiva solterona de letras encendidas y poemas tan afilados como su mente; Javier Gutiérrez, vate de inmensidades abyectas, irreverente, ilógico y ateo; Hugo Aparicio, contestatario sin ambages, concreto, listo a dar la pelea en cualquier escenario; Liliana Páez, romántica como nadie, de versos tranquilos como lagos en verano, adornados por cisnes y pececillos de colores; Antonio María Arévalo, el grande, cantor de gestas históricas, patriota de campanillas; César Giraldo, el romántico, pleno de poemas despechados y amores inconclusos. Para cerrar el círculo, tú, Domingo de la Calle y Gómez, erudito, conocedor de todo estilo y tendencia a través de los siglos, dueño de una pluma convincente y prolífica. Veo que no me olvidaste, allí me tienes, en el último armario, como puerta de entrada y salida. Agradezco tu designación de último sonetista de la égida piedra-cielista, conservador de sentimientos como argumentos de poesía eterna.

Increíble, es de locos intercambiar letras con mis amigos muertos a través de ti, eres el único médium escribiente conocido en el mundo entero capaz de mantener vivos a doce hombres con vigencia de actores y letrados en la prensa y librerías de la nación. Domingo, debo aplaudir tu genialidad, no tengo nada para reprocharte, además, te pido perdón por hablarte de dinero cuando tu trabajo vale todo el oro del mundo. ¡Venga un abrazo de hermano! mañana pensaremos como continuar una labor que haga honor a la memoria de los once porque yo no merezco estar entre tanta gloria.

La mañana soleada parece primaveral a pesar de estar en pleno abril lacrimoso y gris. Evelio llega al Centro; poseedor de llaves como nuevo dueño, abre la oxidada puerta y ante el prolongado silencio, avanza rápido hacia la gran oficina; en el puesto once, un ataúd negro reemplaza el escritorio de Domingo.

Evelio, presa del dolor, hinca su rodilla ante el cadáver de su amigo y, promete, a partir de las veinticuatro horas de velación, continuar solitario su labor de mantener vivos a doce poetas que, entronizados en la humanidad de Domingo, se convirtieron en parte de su alma.

PATRIA MIA

¡Patria! grité en mi juventud lejana.

Cuerpo y alma armados para luchar sin fronteras

 Noches y días de oración mental con inquebrantable juramento

días y noches de preparación a todo y nada.

La mente espera estrellas, barras, soles, pero, allá:

enemigos emboscados en esquinas, montes, caminos

otros como nosotros con disfraz de guerrilla, homicidas, asaltantes.

Esperan el paso de quien ama y lucha por leyes

Credo, normas y sociedad…familia, hogar, hijos.

El destino muestra caminos indica horizontes busca huellas

de pronto salta en pedazos con sangre y lloros el entorno

hay muerte dolor; se rompen esperanzas

la patria exige matarse hermanos con hermanos

mientras otros recogen sumas por montones.

Aplausos y medallas acallan cubren las heridas.

El corazón pide alejarse y dar la espalda para siempre…

La esquiva paz baja angustiada en busca de su tumba.

JUAN DE J. HERRERA G.

10/08/2024 10:35

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