(Crónica acompasada)

Recuerdo que mi tío Leovigildo Tello, aunque no aprendió a tocarlas, no se cansó de comprar guitarras, regalármelas, y enseñarme lo poco que sabía.

Con esta frase Marco Antonio Fernández, fundador de la Corporación Musical Palosanto, de Calarcá, sube las escalas, mientras camina por el sendero que lleva a sus recuerdos musicales.

Llegados a la primera alcoba que hace de salón de clases, un vuelo de luz se convierte en mariposa que cruza bajo el rayo de la claraboya, y el maestro dice: es una alumna que viene a veces y escucha música desde de la boquilla de aquella guitarra…, o vuela por el segundo salón y la oficina… Viene aquí cuando estoy solo…

En este primer salón, amplio, acogedor, y con piso de tablas enceradas, hay sillas y atriles desplegados sin partituras; en los pendones colgados de la pared se lee: “Corporación Palosanto” y “Evento apoyado por el Ministerio de cultura. Programa Nacional de Concertación Cultural”.

Este salón no permanece así, cobra vida cuando los estudiantes tocan sus guitarras, dice el maestro Fernández Tello. Nací en el sur del Cauca. Mi tío fue buen lector, ganadero, caballista y excelente chalán; aficionado a la guitarra; y aunque no pasó de zurrunguero, compraba guitarras cada que se le antojaba; les hacía por aquí y por allá, y me decía: “esta guitarra no es para mí”, y yo sin entender paraba oreja, y después decía: “se la regalo”. Así llené mi pieza con al menos cinco guitarras entre regulares y malas, que empecé a zurrunguiar. Cualquier día me aconsejó que escuchara buena música en la emisora RCA Víctor, y me la sintonizó… es lo que recuerdo, y sus manos callosas lidiando por aprender, porque fue hombre de arar la tierra… de lidiar con el ganado, pero luchó y no pudo con la guitarra. Tal vez por eso me aficioné a la música. Como lo quise mucho, pienso que eso me llevó a cobrar por él, una especie desquite a la vida… Y aquí estoy…, como mi tío Leovigildo, enamorado de la guitarra, de la vida y de la pedagogía musical que heredé de él, de algunos profesores y compañeros de colegio.

Camino a la oficina cruza por el salón intermedio con ventanas hacia la calle y piso encerado: tres hileras de fotos de estudiantes y eventos musicales estelares, sujetas con ganchos de ropa, adornan las paredes; más sillas, un tablero móvil, pequeño, dividido en tres secciones con líneas del pentagrama; instrumentos de percusión: tambora, tambor, congas, una marimba de madera y seis metálicas en sus armazones de madera; guitarras enfundadas sobre mesas de madera, otra, gigantesca, cuelga junto a las cuatroadornadas con notas musicales (negra, corcheas) y claves de sol, semejan algo más que un cuarto del tablero de un reloj; una radiola antigua, y una organeta con su atril sobre una mesa.

El maestro Fernández Tello, delgado, de sonrisa permanente, cabello ensortijado anudado atrás,sujeta sus pantalones con tirantes y correa, abre los postigos de las ventanas de madera de la vieja casona, y el caótico ruido callejero invade de golpe la alcoba que hace de oficina.

El mobiliario, todo en madera y tan antiguo como la casa (tal vez de los años de la fundación), no escapa a la vista del visitante por su sencillez. Al lado de su “orgulloso” diploma de la Universidad del Cauca, un cuadro al óleo representa al maestro Fernández Tello y su guitarra; un armario y sus estantes empotrado en la pared, el escritorio pequeño, color vino tinto, repleto de papeles apretujados y a punto de caer. Dos sillas plastificadas, con apoya brazos atornillados a los tubos curvos de metal, y cojines de espuma enfundados.     

¿Usted recuerda dónde quedaba primero Palosanto?, dice, y aclara: donde hoy queda el centro comercial Palosanto que desplazó a la hermosa arquitectura de la casona.

Surge la incógnita, ¿de los bienes que integran el paisaje cultural cafetero, cuáles están en lista para desaparecer ante el poder del dinero, cuántas permanecerán en pie?

El maestro guarda silencio: sabe que“gracias” a tantas tropelías, hace varios años la casona fue demolida y reemplazada por locales comerciales de vidrio, y Calarcá perdió un valioso inmueble cultural.

Más tarde entré a la escuela, y allí me hice amigo de otros estudiantes aficionados a “tocar” guitarra… lo que hacíamos era lo mismo que mi tío: zurrunguiar, descrestar a los no sabían;chicaniar a las muchachas de la Normal los Andes de La Vega, Cauca.

El maestro Marco Antonio primero sonríe, después carcajea… ¿Se divierte o ríe por no llorar?

Después, en la voz del maestro hay un silencio de corchea…

Cuando mi madre, Berta Enelia Tello Salazar y mi padre Marco Aníbal Fernández Molano descubrieron mi afición, me apoyaron sin problema. Así las cosas, me anime a ponerme en contacto con mis primos Antonio y Bolívar Molano, empíricos como yo… usted sabe que el sur de Colombia es tierra de tríos musicales, entre ellos recuerdo ahora al Trío Martino, y al Grupo Damawa, ganador en los ochenta del Gran Mono Núñez. En esa época mi padre tenía una finca en tierra caliente y mi madre otra en tierra fría, y me pasaba en una y otra “tocando” guitarra con amigos.

En la Normal de La Vega estudié hasta cuarto bachillerato, y luego me fui para Popayán a terminar mis estudios.Creo que a mi padre,que también como mi tío Leovigildo,compraba caballos, chalaneaba, escribía poemas y cuentos, heredé la vena por el arte. Vivió ciento tres años, y mi madre setenta y tres.

En Popayán estudié en la Normal José Eusebio Caro; me contacté con otros grupos de músicos empíricos, donde hice tercera voz y requinto melódico; usted sabe que ese requinto tiene siete cuerdas y hace las veces de guitarra y requinto… Recuerdo al Trío Los tres del Cauca. Con ellos me hicerequintista. Terminé bachillerato normalista, y me resultó duro dejar el trío para ingresar a la universidad del Cauca, a estudiar diez años de música: tres de estudios básicos y siete de carrera profesional. Fue muy duro porque debía repartir el tiempo entre las labores docentes y la universidad. De 39 que iniciamos estudios, 38 claudicaron…

El maestro corta su hilo narrativo (la mariposa de la guitarra revolotea por la oficina. Posada en el sofá abanica el aire), marca un compás de espera, y refiriéndose a la mariposa, asegura: viene de recorrer todos los instrumentos. Póngale cuidado y verá que termina asomada a la ventana…

Otro silencio, perode semifusas, y continúa:

Terminados mis estudios trabajé en varias instituciones educativas como profesor de primaria, en grupos de 1º, y 2º. Elegí estos grupos porque los inicios de laLecto-escritura tienen que ver con la entonación, el ritmo y la puntuación musical.

A propósito, tengo una anécdota: El mismo día que inicié mis tareas, la directora de la escuela Chuni, a su regreso de Francia, notó que mi grupo pocas veces entraba al salón, y mis clases eran al aire libre, en el campo, en las zonas verdes, en las fincas urbanas de los alrededores,y las pocas veces que mis estudiantes estaban en el salón, no usaban los pupitres, sino en el piso que se encargaban de mantener limpio. Ella me llamó a reunión, y me dijo que le preocupaba lo que pasaba. Le manifesté que mis actividades eran un aprestamiento basado en la música, que los juegos servían para fortalecer el proceso de lecto-escritura, y le pedí un plazo para hacerle una demostración.

Después de quince días de vacaciones de los estudiantes, entró al salón para observar mi método con primer grado, y se dio cuenta de que los niños leían, escribían, y tenían gran comprensión de lectura; mejor que otros de grados superiores. Se excusó, y me pidió editar el método.

Por esa época ingresé al Cuarteto de guitarra Pubenza, integrado por el maestro Luis Alfonso Castillo, director del grupo, Jesús Martínez y Ramiro Vela, estudiantes nariñenses de licenciatura musical. Este cuarteto contaba además con un trío vocal, donde Guillermo Paz hacía la primera voz…

La conversación cae en silencio de blanca…

(Continuará)

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