Arrierías 87
Umberto Senegal
Pintura de Remedios Varo.
¡Es rubia cada página de tu sueño y según mueves tus dedos un incendio se esparce…
Desde varios meses atrás me sucede con periodicidad. Nada inoportuno. Me encanta. Gozo con tal situación, sin que me suscite la menor zozobra ni afecte mi lucidez. Por el contrario, contribuye a que esté más atento con cuanto transcurre en mis fases mentales y mis acciones físicas, en cualquier circunstancia cotidiana. Primero, me ocurría una vez al mes. Y no le presté mucha atención, considerándolo algún súbito brote literario y poético de la memoria, estimulada por determinado evento, emoción o sentimiento. Quizás una inequívoca imagen despertaba determinada asociación verbal. Luego, comenzó a sucederme cada semana. Más trasparente la sensación. Más visual. Y de auditiva tersura. Como si alguien me lo leyera desde un periódico, revista o libro. O una tarjeta que colocaran frente a mis ojos. Un grato fenómeno auditivo que, por la frecuencia con que me sucedía, comencé a prestarle atención sin temores, pero sin comunicárselo a nadie. Experimentándolo para mis adentros con creciente encanto. Misterioso, sí. En total lucidez. Accesible a mis sentidos. Ningún rechazo ni recelo por mi parte. Mucho menos lo relacioné con algún fenómeno extrasensorial o religioso.
Cuando con sonrisa de pastor, solo, apaciento carneros misteriosos…
Algo que no he contemplado jamás. Y ahora me sucede con regularidad. Tal vez se debe al hecho de prestarle atención, convirtiéndolo en parte de mi vida diaria. Fracción esencial de mis pensamientos y mi actitud de constante asombro y agradecimiento con la vida. Mis sentimientos, pensamientos y emociones teocéntricas se han incrementado. Recomendaría la lectura del libro La física de Dios, de Joseph Selbie. Y también sugeriría leer Peregrino querubínico, epigramas y máximas espirituales para llevar a la contemplación de Dios, del místico Angelus Silesius. En la medida que los escuchaba con su lenguaje, su puntuación, sus signos y bellas metáforas, comencé a registrarlos en una libreta: del principio al final del verso sin suprimir ni alterar nada.
Gracias te doy, corazón mío, por no quejarte, por ir y venir…
Los vocablos exactos, como luego lo verificaba al buscar el poema completo, del cual se desprendía el verso. No era yo quien los pensaba. Arribaban a mi mente, a mi sentido de la audición como si alguna persona, entidad o desconocida computadora los remitieran directo al pensamiento. Nunca más de uno. Ni la estrofa total. Mucho menos el poema completo. Solo el verso que adviene y nada más. Sin previo aviso. Con asombrosa claridad, una voz lo pronuncia en cualquier lugar donde yo esté. Solo o acompañado. Cuando más sereno estoy.
¡Oh espíritu que eres infinito, Oh cuerpo que eres mortal! Si quieres saber cómo acontece esto, mírate a ti mismo cada noche…
La misma voz pronunciándome versos diferentes. Voz femenina. Y apacible. Y pausada. Sensual voz en cada sonido y cada palabra. Pronuncia el verso con lentitud. Aunque la escucho distante de mí varios metros, habla cerca de mi oído. Me vienen al oído voces de mujeres que cantan románticos boleros: Elvira Ríos, Julita Ross, Ana María González, Bertha Dupuy, Estela del Llano, Gina León, Ladys Soto. Milagros Lanty, Luisa Chorens. Busqué de dónde provenía el verso y descubrí que era parte de un poema. De cuanto no continuaba diciéndome la voz. Diálogo suspendido siempre en un verso que continuaba al yo buscar, encontrar y completar el poema que no conocía. Ni uno solo hace parte de los leídos. Esta frase existe y hace parte de un poema, manifesté cuando ocurrió la quinta o décima vez. La voz estimulándome a consultar la fuente del poema completo, tampoco parece saber de dónde viene tal frase.
El agua duerme una hora y el mar blanco duerme cien…
Mi tarea consiste, entonces, en averiguarlo para ambos. Un verso puede abalanzarse cuando voy por la calle, al usar el baño, leer un periódico, escuchar música, si hablo o escucho a cualquier persona, en una conferencia, comprando algo en un centro comercial, caminando por veredas de mi pueblo, al abrir o cerrar mi correo electrónico, o digitando algo en el computador. Escribo en una agenda desde el lunes 11 de abril de 2022, cuando el fenómeno comenzó a manifestarse, el texto completo, su autor y el libro del cual parece que me lo envían. O desde donde me lo leen. Se ha venido formando una extraña antología a partir de un verso situado en cualquier lugar del poema. Para mayor seguridad, los anoto tan pronto la femenina voz los pronuncia. Mi gran ayuda es Internet, donde encuentro fácil y con prontitud el sitio del cual proviene el verso. Interesante ejercicio literario. En un día, nunca pasan de dos. Y en la semana nunca más de 14. Generoso taller íntimo de poesía. Lo expliqué a tres amigos de mi total confianza quienes, sonriendo escépticos, lo consideran otra expansión literaria y poética mía. Piensan que no es verdad. “Es literatura, poética fantasía para sus microrrelatos o sus glosas en La Crónica”, dicen sin sonreír.
Sobre las aguas del espejo, breve la voz en mitad de cien caminos…
Mi caso no es parecido, ni extensión sonora del que vivió Virginia Woolf, escuchando cerca de la ventana de su habitación diferentes aves hablar en griego. Ni mucho menos como el de Robert Walser, escritor que ha influido en el manejo de mi prosa, cuando comenzó a trastornarse. Escucho un verso y ya. Luego consulto y lo identifico. Encuentro a su autor y reproduzco el poema en mi agenda. Subrayo el verso que me entonó la voz. Nada más sensato ni racional. Grave podría ser el caso de Emmanuel Swedenborg, quien veía ángeles por las calles de Londres. Lo triste para mí, sería perder tal facultad. Algo tengo identificado: no sucede cuando me absorbe el tiempo dentro del celular. Extrañaré la voz cuando no vuelva a seleccionar versos para mí. Los poetas que me induce a descubrir. Cuando sobrevenga dicha ausencia, tendré que inventarme una o varias voces si es necesario. Ni esquizofrenia ni psicosis. Ninguna alteración cognitiva. Esta sí sería alguna forma de demencia. O un juego literario sin propósito alguno. Estamos encariñados el uno con la otra. Sabe que la escucho sin menospreciarla. Me hace depositario de sus sentimientos. No buscamos implicaciones místicas, esotéricas o sicológicas al caso.
Es duro quedarse noche y día, bajo el calor y el frío, a escudriñar la distancia por un fuego…
Este no es un caso clínico ni un taller de surrealismo. La voz está ahí, donde quiera estar y desee manifestarse. Y yo estoy aquí. En mi cotidianidad pueblerina. Sin buscarla ni evitarla. Tampoco es fruto de consumir ninguna clase de droga. Ni alcohol. Soy abstemio desde mi juventud. Jamás he probado ninguna droga alucinógena. Todos los versos son bellos. Entre párrafos, estoy incluyendo algunos de los que llegaron en 2022. No revelo sus autores. Pero tampoco es difícil que usted los encuentre y pueda, a la vez, leer el poema completo. Me sensibilizan frente al mundo. A partir del verso escuchado presto mayor atención a cuanto me rodea. Mi respiración es más lenta, tranquila y profunda. Mi mente se aquieta. Una sorprendente alegría me unifica con cuanto me rodea. El verso es una especie de mantra literario y poético ayudándome a contemplar con más limpieza el mundo.
Era hermosa como un cielo bajo una paloma…
Comenzó una Semana Santa, un lunes, mientras estaba yo sentado bajo un árbol en Cocora, Salento. Descansando de una larga caminata. Ese verso primero, lo recuerdo bien porque con él comenzó todo. Vine a prestarle atención tres días después, el jueves santo, porque continuaba en mi cabeza, repitiéndose. Llamándome la atención sobre su particular existencia. Como si me hubieran puesto una etiqueta con el verso resaltado sobre ella, frente a los ojos día y noche. Al principio no creí que fuera un verso. Pensé que la frase era mía y la anoté como tal en mi libreta, para iniciar con esta un poema o un microrrelato. Ignoro qué me indujo, un día, a buscar esa frase en Internet. Entonces apareció el poema completo. Allí estaba la frase que había escuchado. El encuentro me alegró mucho. Pertenecía al poeta y narrador español Antonio Gala: “…Cuántas palabras para llegar por fin a este silencio”.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti, porque lo que yo tengo lo tienes tú…
Del libro inédito: Diario de un exiliado en la tierra.