Todas las encuestas pronostican la victoria del candidato del centro-izquierda en la cita electoral del próximo 29 de mayo en Colombia (primera vuelta); si es necesaria una segunda vuelta existe una enorme incógnita sobre el resultado final pues no está claro cuál será la decisión sobre todo de sectores del llamado “centro” o de quienes usualmente no votan, en un país en el cual lo normal (desde hace casi un siglo) es que se abstenga la mitad del electorado. No solo predomina una enorme incertidumbre sino un amplio desapego de la ciudadanía por la política en general y en particular por la idoneidad de las instituciones, empezando por aquellas que deben gestionar la votación y sus resultados. El riesgo de fraude no es ni nuevo ni pequeño ni tampoco lo es la eliminación física de candidatos dispuestos a reformar el injusto orden social del país. Parecen muy sólidas las declaraciones del candidato del centro-izquierda que en la semana pasada denunció planes muy concretos para asesinarlo. En esta ocasión, como es ya tradicional en este país andino, las autoridades- oficial y solemnemente- prometen que se “hará una exhaustiva investigación”, en la que, por supuesto, nadie confía.
La crisis estructural de este país afecta a todos sus órdenes y va más allá de los problemas generales de la crisis del modelo neoliberal, la pandemia o la guerra en Ucrania. Si Petro gana las elecciones (inclusive ya en la primera vuelta) será la primera vez que el centro-izquierda gobierne en este país en toda su historia; habría que remontarse al proyecto de reformismo moderado de López Pumarejo en los años 30 del pasado siglo (la Revolución en Marcha) que provocó la violenta reacción de las clases dominantes y que en muchos sentidos explica la violencia permanente que azota a Colombia desde entonces y hasta el presente, si se excluyen los pequeños intervalos de paz de que ha gozado el país.
Petro tendría que empezar a desmantelar el modelo neoliberal devolviendo al Estado no solo un control adecuado de la economía sino impulsando programas que garanticen la presencia de lo público en el tejido empresarial; un gobierno del cambio tendría entonces que comenzar un proceso que revierta todas y cada una de la privatizaciones. Qué tan lejos se pueda avanzar, qué tan rápido se puedan concretar las reformas económicas depende de la correlación favorable de fuerzas que genere el nuevo gobierno. Los obstáculos principales vendrán del gran capital nacional y extranjero que verán afectados sus intereses. La idea no es otra que conseguir que la empresa pública sea decisiva en los sectores claves de la economía, algo que no excluye a la iniciativa privada, y por supuesto tampoco a la inversión extranjera, siempre y cuando sea efectivo el principio del mutuo beneficio. No menos decisivo es rediseñar las políticas de endeudamiento y las relaciones con las llamadas “instituciones económicas internacionales” (FMI, BM, OCDE, etc.). Se trata de buscar formas funcionales de proteccionismo, nuevas maneras de vincularse al mercado mundial, de impulsar la industria local y asegurar la soberanía alimentaria, tal como lo practican los países metropolitanos, los mismos que imponen a la periferia del sistema mundial el libre comercio y la denominada “globalización”, según sus intereses. Está a debate cómo avanzar en este objetivo. Para algunos se trataría de ensayar alguna fórmula de tipo keynesiano para disminuir la actual e inaceptable concentración de la riqueza, buscando superar todas las deformaciones estructurales del modelo neoliberal vigente. Para otros, de mayores ambiciones, aunque reconocen que de momento no es posible reemplazar el actual capitalismo por una forma esencialmente diferente, asumen la simple reforma como paso indispensable, como la oportunidad de echar las bases de un orden nuevo de cara al futuro. La reforma se asume entonces como un primer paso hacia objetivos mayores de un orden social nuevo. Para los reformistas a secas, se trataría de impulsar programas de tipo “desarrollista”, que dada la correlación actual de fuerzas, por si solos, supondrán todo un avance casi revolucionario. Tal parece que es la orientación de los nuevos gobiernos progresistas en el continente. Pero para quienes se proponen ir más allá de las reformas ese desarrollismo, que tradicionalmente se limitó a la producción de bienes de consumo (antes importados de las metrópolis) tiene que avanzar hacia la creación de empresas de medios de producción, un objetivo que es el único que garantiza un ejercicio pleno de la soberanía nacional en todos los órdenes. La integración regional ayudaría mucho a este propósito. Se trataría de superar la condición tradicional de países productores de materias primas (casi siempre sin elaborar) y-en el mejor de los casos- de mercancía de escaso valor agregado.
El objetivo económico es ya de por si decisivo; pero no es el único. Es indispensable construir un aparato estatal moderno y sobre todo democrático, es decir, que funcione en beneficio de las mayorías sociales. Se trata de crear una burocracia moderna y que sea garantía para la comunidad nacional. Se trata en particular de rehacer las fuerzas armadas y la policía, no menos que el aparato de justicia y las diversas formas del sistema electoral. Un nuevo gobierno con Petro no tendrá fácil esta tarea, aunque no por ello resulte imposible. Si las fuerzas políticas que constituyen su apoyo electoral consiguen consolidar sus alianzas y proceden con prudencia pero con decisión, no parece imposible contar con un suficiente apoyo parlamentario. Si los movimientos sociales que se movilizan en apoyo de su candidatura avanzan en su unidad y capacidad de movilización, no será difícil que sus reivindicaciones resulten atendidas por el nuevo gobierno, al menos en lo fundamental. La diversidad de estas organizaciones y su muy diversa composición no debe ser obstáculo para conseguir la adecuada coordinación y la capacidad de ejercer la debida presión sobre el nuevo gobierno, siempre de manera constructiva y sin olvidar la real correlación de fuerzas en cada coyuntura, es decir, haciendo consciencia de lo que es posible conseguir en un momento dado. Su madurez y el grado de consciencia política de estas bases sociales permitirán que se consiga vincular las luchas coyunturales de hoy, los objetivos inmediatos y posibles, con los objetivos mayores de construir una Colombia nueva en el futuro. Las victorias de hoy deben entenderse entonces como pasos indispensables hacia una sociedad futura diferente en la cual sea posible realizar la consignan tradicional del movimiento obrero, esto es, construir “un orden social esencialmente diferente del capitalismo en el cual el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos”.
Empezar a cambiar la manera actual de producir no menos que la forma de consumir es sin duda una tarea titánica pero imprescindible si el cambio que se desea debe ser mucho más que el simple maquillaje del rostro duro, inhumano y deprimente del actual orden de cosas.