
Aun cuando en la ciudad de Cali ya no hay puntos bloqueados, continúa una “guerra” de estatuas y murales que, mal manejada, podría darle combustible al estallido social recientemente superado.
El 28 de abril, el día que empezó el estallido, los indígenas Misak -y no la primera línea- le madrugaron a todo el mundo, cogieron dormida la policía nacional y desplomaron la estatua pedestre de Sebastián de Belalcázar, misma que dominara durante 83 años el paisaje de un costado occidental de la capital del Valle.
Este derribamiento simboliza el derrumbe de un mundo viejo, momificado en la inequidad, en la exclusión y en el racismo solapado. Belalcázar es la quinta esencia del exterminio físico y cultural de la población indígena.
La rancia sociedad caleña y palmirana se expresó con fuerza contra ese derribamiento, hasta el punto de que el excontralor nacional Manuel Francisco Becerra Barney, está organizándole un acto de desagravio al feroz fundador, don Sebastián Moyano, para el próximo 25 de julio, día del cumpleaños de la ciudad, porque dizque el alcalde de Cali tiene secuestrada la estatua.
Pero, al menos, Becerra Barney, ha mostrado un viso infinitesimal de generosidad, pues admitió que se debe colocar “alguna” estatua del cacique Petecuy, o de su esposa, no sin antes acusarlo de antropófago. ¡Qué horror! Es decir, del chisme perfecto con que los españoles legalizaron los asesinatos de muchos indígenas; y que sirve, en estas épocas, para satanizar que se les haga un reconocimiento.
En verdad, el derribamiento de estatuas es parte de un proceso, del nuevo sentimiento mundial, que arrancó cuando un policía asesinó al afroamericano George Floyd el año pasado. A partir de ese día, en el mundo entero, se han derribado, decapitado o pintarrajeado más de un centenar de monumentos que están con contravía con una naciente sensibilidad social, una nueva época más acorde con el proceso civilizador.
Acá en Cali, las estatuas y los murales han sido regidos por la elite, que no ha visto con buenos ojos la entronización de ídolos con tintes más oscuros. Como pasó con la pequeña estatua de Alexander Petión, que ocasionó 5 años de discusiones hasta que al fin se pudo colocar en el Boulevard del Río.
O lo que ocurrió con la “Negra del Chontaduro,” la estatua de Alicia Tafur, alegórica a nuestra cercanía y dependencia con el océano pacifico, que pasó más de 20 años prisionera, tapiada en un centro penitenciario de estatuas, cercano a la galería santa Elena, después de que unos directivos infiltrados en el Club San Fernando se la malvendieran, con club y todo, a la mafia.
Como hecho insólito, a fines de la semana pasada, apareció vestida de negro, de rígido luto, la estatua de “Jovita” que el maestro Pombo entronizara en el Parque de los Estudiantes con vestido de colorines. y muchos pusieron el grito en el cielo. Sacrilegio, clamaban. Vandalismo, decían.
Pero no hubo tal. La estatua, en realidad, fue resignificada por los estudiantes (¿de la primera línea?) en acuerdo con su escultor. No se puede olvidar que Jovita es la eterna reina de los estudiantes y tiene todo su derecho a expresar su dolor por el asesinato de tantos durante el estallido. Pombo sólo dijo que hubo “exceso de entusiasmo” por parte de los alegres resignificadores. En resumen, la estatua de Pombo fue actualizada, puesta a tono. Se convirtió en vanguardia del arte moderno caleño. Con toda seguridad se tornará en un faro que anuncie como se siente la ciudad. Si está triste, desesperanzada o tiene motivos para sentirse incontenible. Los colores de su vestido nos lo dirán.
Por el lado de los murales la cosa ha sido muy agresiva, pero es, en el fondo, una pelea de toche con guayaba madura: los señorones cubren, o mejor, mandan a cubrir de gris los multicolores mensajes que expresan el dolor de los pelados, y por la noche, estos los vuelven a pintar. En lo de los murales nunca les ganarán a los pelados, pues estos tienen la creatividad y saben hacer vaca.
Pero hay una fórmula en la que podríamos ganar todos. La ciudad es un inmenso lienzo donde caben todas las expresiones de arte, las cuales, encauzadas y estimuladas por concursos promovidos desde la Secretaría de Cultura de Cali y la empresa privada, pudieran alegrar y embellecer la ciudad. Hay tantos artistas y talentos desperdiciado, hay tantas culatas de edificios herrumbrosas en la ciudad, y son tantas las estaciones del SITM MIO grises, aburridas y uniformes.
No podemos olvidar, que sigue vigente la consigna de los pelados y que se canta en las redes: “¡Pintura es lo que hay! ¡Grafiti es lo que viene!”