LA SATISFACCIÓN CAPITALISTA SE MONTA  A PARTIR DEL SUFRIMIENTO DE LOS POBRES

Por cierto y por verdad, todos los pobres han sido condenados a ser humillados (en el momento de nacer) por unos mecanismos injustos o de maldad ya establecidos por un siempre “poner lo malo por bueno” o, también, por “un hacer pasar lo que es siempre un error por algo correcto” (sí, esto realizado por esas voces dominantes de la sociedad que, asimismo, cumplen siempre un servilismo a los intereses dominantes-ventajistas del capitalismo).

En efecto, porque de antemano ya están fijados en la sociedad unos valores (que nadie cuestiona o que son intocables) que en verdad favorecen interminablemente a unos privilegios de poder patriarcal (o de familia), a unos privilegios de poder religioso o a unos privilegios de poder económico (que los reciben los que halagan-sirven al dinero o a los usos del dinero o, en fin, a todo eso que lo mueve).

Un digno pobre, cuando nace, sin comerlo ni beberlo nada sabe de ésa INFORMACIÓN PRIVILEGIADA para ahorrarse impuestos, para conectar con los recursos sociales o con los hilos del poder para obtener una mínima ayuda). Dicho más claro: Todo lo que existe en la sociedad tiene licencias de daño sobre un pobre, ¡todo!, mientras que, sobre un rico o sobre un servil a los valores dominantes, ya no hay licencias o no se deja pasar ni una licencia o descuido de daño. Esto debido a que un pobre no tiene voz social o no cuenta para las grandes decisiones del Estado o de la Administracción en sus tácticas de favorecer a ciertos grupos y, así, se desarrolla contra él una opresión, en complacencia, muy sutil.

Sí, en cruda realidad, un pobre nunca se beneficia del MÚSCULO CAPITALISTA (que es eso que mueve al capitalismo dando favores por doquier) ni jamás tiene siquiera las posibilidades de protegerse a través de él. O sea, un mero pobre jamás tiene la oportunidad de ser un beneficiario de la corrupción de los recursos administrativos o del Estado; ¡claro!, porque es ésa precisa corrupción la que sacia bolsillos aprovechados, permite lujos y crea unas distinguibles ventajas.

¡Ah!, ya otra cosa que ocurre escalofriantemente es que, para todos los medios de comunicación, las injusticias que pesan sobre un pobre pasan desapercibidas (e incluso se toman con desalmada frivolidad o con un humor inmoral); mientras que, las leves injusticias que pesan sobre un caradura enriquecido o empoderado con vilezas sociales, son muy tenidas en cuenta, muy reconocidas con honores sociales o llevadas a altares fanáticos de una manera ininterrumpida.

Además, ¡que conste!, un pobre (aunque quiera), ¿qué injusticias sociales podría crear? Bueno, ya hablando con sentido común o con buen juicio o con un debido equilibrio, hay que decir de una vez por todas que nunca un pobre (¡nunca!) crea una injusticia social, que ni siquiera podría aunque quisiese, nada mejor dicho.

Sí, mejor (con una referencia a todos) se debe hablar con razón y con un corazón justo (o ayudador siempre del bien), afirmándose que un pobre nunca crea una injusticia social ni siquiera roba nada en las incontables corrupciones que se desarrollan administrándose el dinero público ni aun decide a quién hay que callar usándose grandes y sutiles armas de poder.

Y, en el fondo, eso (tan preparado) va pasando desde hace ya siglos.

Por último, tengo que advertir que Jesucristo era pobre (¡pero no tonto!).


José Repiso Moyano

Escritor español de larguísima trayectoria nacido en Cuevas de San Marcos (1965), Provincia de Málaga, España, que ha publicado cientos de obras en 50 años: literarias, de conocimiento, etc, y ha obtenido premios y reconocimientos por su participación en concursos, periódicos, revistas, recitales, programas de radio, acciones humanitarias y eventos literarios en todo el Mundo.

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