Michel Eyquem de Montaigne

                                                                                                               

I

Este espléndido libro, teleidoscopio intelectual y erudito por sus compactas ideas y abundantes puntos de vista; por lo atrayente de su prosa metódica y las sugestivas correlaciones temáticas que en cada miniensayo compendia y despliega su autor, se publicó en Manizales, Ediciones el faquir ilustrado, diciembre 2021. Su título: Las enseñanzas de los sabios y otros miniensayos. “El microensayo es menor a las cinco cuartillas o dos mil palabras. Aborda una temática central con mínimas digresiones”, explica Orlando Mejía Rivera, para concertar algunas características formales del tipo de escritura que desarrolla en esta obra. Como en otras del vehemente ensayista, novelista y médico manizalita en cualquier cuestión que este aborda prevalido de su estilo penetrante, investigador y docto; académico en sentido vasto porque sus disertaciones críticas y su raciocinio de multifacéticas inferencias intelectuales y didácticas abarcan panoramas intelectuales más allá de la academia, también esta obra, recopilación de textos publicados entre 2011 y 2020 en Papel Salmón del diario La Patria, es una holística y estética macrovisión de la literatura y del hombre. En particular, de los libros. Del acto creador. Del introspectivo pero compartido proceso lector que, con tales miniensayos, como los denomina Orlando de manera apropiada para caracterizar dicho modo expositivo, el escritor caldense prefigura un género conveniente para el siglo XXI. Cuarenta y siete miniensayos que conforman una fructífera crítica, plena de consideraciones desde cuya síntesis argumentativa se condena la cultura superflua de la imagología: “Vivimos en la época de los imagólogos”, confirma Mejía, para quien el utilitarista objetivo de estos y lo relacionado con cuanto impulsan, es “divertir, hipnotizar, simplificar”, gratificando las insaciables voracidades de “una sociedad banal, inmediatista y consumista”. El pensamiento de Walter Benjamin, impregna ideas y temas de cada miniensayo, evidenciando complacencias bibliográficas y búsquedas del escritor caldense; con reveladores detalles autobiográficos y satisfacciones intelectuales y físicas del autor dentro de temas como el cine, la filosofía, el arte occidental, lo poético oriental. Mejía, de manera tangente pero sin modestas reservas es, a la manera de Montaigne, también él, materia placentera o angustiada de su libro.  El lector, el crítico, el analista hábil para entrelazar y hacer visibles los entramados que pueden darse y a veces el lector no ve a simple vista, entre obras y autores de diversas épocas, diversos géneros literarios, culturas y personajes de la historia o la ficción, logra su propósito de señalar topografías íntimas del alma, los libros, las épocas y la presencia fugaz o perenne del ser humano entre la palabra y el pensamiento. Sostiene su idea del miniensayo acudiendo al texto de Monterroso que deslinda del microrrelato Fecundidad: “Hoy me siento bien, un Balzac; estoy terminando esta línea”. Al concluir el libro, deseamos conocer cuanto Orlando ha leído.

II

Dentro del miniensayo colombiano, Orlando Mejía Rivera es el más representativo cultor de esa estética literaria para la cual, Italo Calvino, formula cinco rasgos básicos que fusionan dicha forma de escritura: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad, componentes del estilo y la forma que, en su libro, el escritor caldense desarrolla con dos más: profundidad y holicidad. Los siete, resaltan también en sus haikus, microrrelatos y aforismos. En estos miniensayos no prevalece la percepción del libro y la literatura como esparcimiento. Entre ficción literaria y ficción popular, de acuerdo con el estudio del italiano Emanuele Castano, Mejía se mueve con la literatura propia del primer paradigma. Aunque le divierte leer, no propone lecturas banales: “Más que nunca la literatura debe ser el puente entre las humanidades y la ciencia”, afirma en El compromiso crítico y la resistencia de lo humano. Perenne aliento del arte y la filosofía, toda expresión del lenguaje con la belleza como punto de partida, es tanto el viaje como la existencial zona de llegada. Insaciable y fino lector, confía en la relectura para descubrir, en libros que en la primera hojeada creímos entender y asimilar, “otras polifonías y categorías de sentido”. Miniensayos coadyuvando a revelar subterráneas voces con tales polifonías dentro de cualquier género literario. Mejía no es el parresiastés descrito por Foucault en Discurso y verdad en la antigua Grecia. Su prosa, de reconocido tono crítico con el que a lo largo de varios miniensayos parece designar a alguien en particular dentro o fuera de su región, o de Colombia; su continua demolición razonada de la mediocridad propia de la imagología, y su sarcasmo cuestionando la simulación intelectual que aglutina cientos de nuestros intelectuales, le hacen el parresiólogo que requerimos millares de lectores, desorientados por montajes propagandísticos de crecidas editoriales creando efímeros idolillos literarios. No dejar nada por fuera para acometer la vital tarea de relacionar humanidades y ciencia, ha sido el trabajo intelectual de Mejía Rivera desde Clones, ciborgs y sirenas (1999). El poeta y ensayista ibero Antonio María Flórez, en su libro Transmutaciones, literatura colombiana actual, perfila a Orlando como “un ser pantagruélico, voraz en su afán de conocimiento y generoso en compartirlo. Tempestuoso y vitalista, arrasa por donde pasa. Nadie es ajeno a su presencia heliocéntrica y a su verbo”. Abarca en sus lectorrelecturas desde los clásicos de occidente y oriente, hasta formas transgresoras, asistemáticas y tecnológicas de la cibercultura. Cualquier pormenor de un libro que lee y comparte, lo desarticula de su contexto enriqueciéndolo con tono parresiástico en antecedentes literarios inadvertidos por el lector que, desde la auscultadora mirada de Mejía, se visibilizan certeros respecto a relaciones socioculturales del individuo afrontando matices sicológicos, filosóficos y estéticos de las ciudades que habitamos en compañía de la literatura y los libros.

III

A lo largo de su nueva publicación, Las enseñanzas de los sabios, Orlando persuade sobre las mejores ediciones de libros que debemos leer. Como cuando recomienda la edición crítica de Cátedra, “la mejor que se ha realizado de Cien años de soledad”. Los almendros en Cien años de soledad, es el título de otro atractivo miniensayo donde Mejía Rivera oficia el ceremonial de sabio alquimista fusionando imágenes, poesía, símbolos y fórmulas literarias para fundamentar su discernimiento de cuanto son y representan los almendros. No solo en la novela del colombiano. También a lo largo de la historia. Su contrastada y calculada desmesura bibliográfica, manejada con la delicadeza y precisión de quien utiliza los instrumentales propios del buen ojo clínico del internista, no desalientan al lector. Por el contrario, avivan nuestro interés por recorrer con el autor todas aquellas encrucijadas de la historia del libro que demarca con su prosa y sus particulares investigaciones, escritor-lector que sondea un libro diseccionándolo con la pericia que ausculta el funcionamiento del cuerpo humano. Orlando es el Galeno caldense. En su novela El médico de Pérgamo, (Manizales, 2019) expresa: “Debo confesar que la facilidad con que entendía la medicina y mi capacidad innata de sintetizar y redactar todo lo que aprendía se me subió a la cabeza y me transformó en un joven soberbio y prepotente que comenzó a polemizar con sus profesores”. Solo que, con la literatura y los libros, tramas y personajes, y el estilo y combinaciones narrativas junto con sus significados, Mejía Rivera ausculta, además de lo orgánico, también el alma, el espíritu y la conciencia del ser humano para dilucidar, desde estos, la razón del ser humano. Del desamparado individuo a cargas con su finitud entre la eternidad. A determinados lectores, para quienes el criterio de Orlando y sus códigos de lector son válidas señales de orientación en nuestras propias lecturas, este nos adeuda algunos miniensayos sobre Robert Walser y cualquiera de sus libros: Vida de poeta, uno de ellos. Los hermanos Tanner, otro, donde Walser escribió: “¿Qué era un muerto? Oh, una incitación a la vida. Nada más”. En particular los volúmenes de Escrito a lápiz, microgramas, obras recuperadas y conformadas gracias al minucioso trabajo de Werner Morlang y Bernhard Echte, descifrando la diminuta y abigarrada escritura de los manuscritos walserianos. Más de 15 años de labores, para facilitárnoslos en la cuidadosa edición de Siruela, con traducción de Rosa Pilar Blanco. Con la literatura como “antídoto contra el olvido definitivo”, la intelectual misión de cada miniensayo es la de perpetuar frente a nuestros ojos y nuestra memoria, los libros como dicho antídoto efectivo. Mejía lo consigue con cerebral sentimiento. Con emociones de lector no ajenas a nuestros gozos íntimos cuando tenemos un libro en las manos.

IV

Esperemos que Mejía Rivera, como suma de sus minicrónicas en Las enseñanzas de los sabios, escriba algún día una o más, sobre los libros subrayados como argumento. Su ilación física con los libros que lee. ¿Los subraya? ¿Hace apostillas al margen? O en cualquier lugar de la página. ¿Al final de los libros? ¿O con hojas que anexa, a la espera del momento en que desempeñen algún objetivo literario o académico? Hitos evidentes, con señales particulares en su ilegible letra, tanto del lector como del escritor, señalados con tinta negra u otros tonos. Ese coloquio intelectual de Orlando con libros que han sido parte de su respiración, enseñándonos, por ejemplo, a escudriñar y localizar ediciones diversas de un mismo libro. El miniensayo Kafka y el siglo XXI, sorprende por sus develamientos. Denuncia a un Max Brod alterando el orden y suprimiendo capítulos enteros de las novelas de Kafka El proceso y El castillo. Esas versiones que leímos con admiración por Brod, y a las cuales dábamos ciega credibilidad. Vuelve y aflora el juicio examinador, investigativo y docto, de Mejía, especificando zonas de lecturas y relecturas, contigüidades nada frecuentes, inadvertidas para lectores ligeros. Otro componente genérico para destacar, concierne a las lúcidas y taxativas citas que no son ornamento literario para argumentar sus ideas. Ni erudita añadidura de cuanto asevera o niega, sino otro nivel y otros clamores simultáneos acentuando y reafirmando tanto la voz del ensayista mismo, como la del filósofo, escritor, científico o artista citados, que concluyen la frase, el pensamiento y la idea descifrados por Orlando. Es el ímpetu expositivo de sus textos, su originalidad iniciando en la mente del lector otros paralelismos de cuanto viene explicando.  En este libro, no es generoso en sus aproximaciones críticas con escritores de su región ni de Colombia.  Tampoco con la producción literaria femenina. Solo tiene en la cuenta al notable novelista Pablo Montoya, a quien consagra uno de los miniensayos más extensos porque reconoce la trascendencia de los estéticos y narrativos espacios que Montoya explora. Es contundente cuando afirma que “conservamos nuestro amor por algunos escritores gracias a no releerlos”, acre aforismo al cual yo le añado, por el contrario, que descubrimos nuestro amor por algunos escritores solo cuando los releemos. García Márquez es el otro colombiano que encontramos en este libro, donde los rasgos autobiográficos dan particular intimidad a los textos al comunicarnos emociones que sentimos como propias. Ni vanidad ni egolatría bibliográficas. Es el asombro. Estremecimientos de quien vive la literatura como un Do, concibiendo tal concepto japonés como: “cuerpo de sabiduría y tradición con una ética y estética cuyas características tienen la transmisividad y normatividad, universalidad y autoridad”, cuyas reflexiones identifican y consolidan el estilo, ideas, personalidad y carácter de un escritor como Orlando Mejía Rivera.

Calarcá, junio 2022.

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