Se adentra el sol a su cuarto en la mañana y se aposenta. Ella, despierta desde su propia rutina, acogiéndose al agua y luego a su tocador, para lucirse, después de haberse puesto el uniforme, presumiéndolo respetado, por su calidad de patrullera de la policía. El celular en su nochero desde la pantalla señala el 2 de agosto del 2023.

Se preparó acicalando su bello rostro, en el marco de sus veintitantos años, desayunó como de costumbre, encomendó a Dios a su hija menor, por ser pa-madre, mientras sacó del garaje su moto para trasladarse a la estación de policía donde el afán ciudadano la esperaba.

Tal vez ese recorrido era el de siempre; sabía de esa ruta y sus fachadas, de esos semáforos donde tantos se aprestan a ganarse la vida en el cambio colorido de las luces. Quién sabe si sus pensamientos en ese recorrido podían contar con una tragedia de esas, sucediéndole de tajo, arrancándole la vida, cayendo desde su propio vehículo como árbol en plena resolana, a la vista de la gente de tránsito por el lugar, como si la acogiera el azote seco de vendaval veraniego.

Inerte, tendida en su dimensión, quisieron socorrerla, impasible su bello rostro les hacía marco a los hilos de sangre desparramados por el asfalto, afanados transeúntes querían llevarla a un centro de salud donde llegó sin vida. Los videos, de la cámara fija de la calle, dejan ver el desespero de los ciudadanos al enterarse del asesinato, realizado por dos monstruos en moto, al parecer, cumpliendo plan pistola, ordenada por la subversión, obligando a robarle el arma de dotación.

Ahora será el alarde oficial en lamentos protocolarios repetidos, donde ella, de seguro cumplía con su deber, pagado con violencia; esa marca milenaria como estigma de sociedad vapuleada por la indiferencia. Si, la indiferencia, esa pérdida de la gracia de la vida, ese vacío de estar en permanente rutina, el tener la sensación espiritual de la vaciedad. Ese desinterés por el entorno, tanto si se es consciente, por la decepción de no tener espacio en el ámbito social, por no ser tenido en cuenta, aunque se rechace el modo de ser y de entenderse con los demás, imponiendo la costumbre lograda como repetido cansancio de existir y de tener días nimbados por el hábito, sino también por futuro amenazado con la desaparición de la existencia, como en el caso de la agente.

Es la indiferencia doliendo en el espíritu, cuando se halla por encima de las contingencias del destino. O en algunas otras cosas, como la insolencia, de algunos en procura de excusa para subsistir y sentirse dueños de la vida, por cumplir una orden y adquirir un arma, como sucedió en Neiva, esa mañana, iniciando agosto.

En abismo, caemos en desesperanza; llevando la indiferencia donde se reseña vertebrada la muerte de una joven mujer como Paula Cristina Ortega Córdoba, en una Colombia donde a pesar de estas tragedias, todo pasa y nada pasa. Quedando en la colectiva memoria, el haberse violado el servicio policial, relacionando esta atrocidad, como testigo del discurrir de un país, inútilmente, buscando hace tanto, la paz.

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