Rafael Antonio Castaño

Durante el siglo XVI, las campanas con su sonido gangoso precedían el Ángelus en el alba y el ocaso en los incipientes poblados castellanos en las vertientes de la Sierra Alta de los Pijaos (1). Su son era una invitación al recogimiento espiritual con seres mundanos, un llamado a los hombres sedientos de oro, de prestigio y poder en las fronteras indias que posibilitaban sincrónicamente la expansión de la doctrina católica. Las campanas estaban ahí para recordar que se había impuesto un nuevo orden económico, político y religioso; doblaban haciendo un eco reverberante en la espesura del bosque esperando la llegada de los feligreses. Tañidos que además demonizaban a los indios paganos. Era antesala del poder religioso ya que las campanas configuraban no solo el cristianismo, sino que rememoraban a diario en una diacronía tríadica las acciones doctrinarias de los clérigos que hicieron con los evangelios lo que la espada no pudo: dominar al indio “bárbaro” (2). Los “buenos salvajes” fueron los que aceptaron sin discusión el dominio europeo. Se conocía como los “buenos” aquellos indios sumisos a la Corona que aceptaron, sin comprender, el Requerimiento (3) y con este, y sin reproche alguno el arrebato de su oro y de sus tierras, recibiendo a cambio la Biblia, a la vez siendo incorporados en alguna encomienda castellana. Como bien dijo Galeano “Ellos tenían la Biblia y nosotros las tierras (y el oro) y nos dijeron: “cierren los ojos y recen” en un abrir y cerrar de ojos ellos se quedaron con las tierras (y el oro) y nosotros (o los bárbaros) la Biblia”.

Tal vez Nietzsche tenía razón, la religión ha producido esclavos a la medida de quienes a través de ellas han dominado. Los indios no fueron la excepción. Sin embargo, la historia no nos cuenta las intensas luchas alegóricas y terrenales que se dieron en la Abya-Yala (4) esta vez en pleno corazón pijao. “Preferimos morir antes que dar nuestros hijos a la avemaría” se escuchaba entre los indios desde el Quindío hasta las altas cumbres de la cordillera Andina. Y así fue. Prefirieron morir con dignidad pegados a sus creencias, defendiendo sus territorios del invasor, a tal punto que fueron temidos y odiados por esas castas pioneras que conformaron los primeros círculos oligárquicos de Ibagué, de Cartago y Buga, tras la acumulación primigenia lograda a partir de las tierras y riquezas arrebatadas a los indígenas. Fue tanta la ambición que levantaban las ricas minas oro y de plata en la “Sierra de los Pijaos”, en especial las de San Sebastián que el mismo presidente de la Real Audiencia de Santafé, Juan de Borja quiso venir en persona a supervisar el saqueo de semejante riqueza. Los pijaos de la sierra se convirtieron en una verdadera molestia para su explotación. En consecuencia, los caminos reales -que en realidad seguían antiquísimos caminos indígenas- eran constantemente asediados. Las caravanas de españoles que trasladaban mercancías fueron hostigadas por confederaciones de indomables indios liderados por los pijaos. Durante el siglo XVI, transitar de Cali a Cartago, de Popayán a Timaná, de Ibagué a Neiva, se convirtió en una verdadera odisea para los castellanos. España no podía darse el lujo de parar su modelo de expoliación mercantilista, extrayendo metales preciosos. Declaró la guerra y el exterminio de esta nación indígena a través de una Real Cédula de 1605. Así se produjo el primer etnocidio sistemático en la historia de Colombia. Se puede afirmar que el exterminio de los pijaos configuró al Estado Colombiano. (5)

Mientras se saqueaba a América, la riqueza expoliada le permitió a Europa construir el capitalismo. Ante semejante panorama era estratégico crear una leyenda negra indígena, que hiciera ver un rostro amable de una Conquista sangrienta. Y en la tierra de los pijaos fue Fray Pedro Simón quien se encargó de semejante empresa. La invención del indio como caníbal era la justificación perfecta del expolio con la complacencia institucional. Había que hacer algo con estos idólatras y energúmenos comedores de carne humana. Y esta historia, al igual que las de Cieza, Herrera, Aguado, Velasco y Piedrahita, reforzarían la tesis. Según Bolaños el caníbal americano fue inventado para propósitos colonialistas.

Las crónicas por ninguna parte diferencian el caníbal ritual –consumo de carne humana practicada bajo ciertas condiciones-  frente el caníbal que busca hambriento proteína, éste último fue un invento español, como consecuencia de la estrategia de “guerra de tierra arrasada” implementada, y cuyo máximo intento fue tratar de matar por inanición al aborigen, cortándoles todos sus mantenimientos. Dicha táctica no era novedosa; desde la antigüedad fue una habilidad de guerra llevada a cabo por Roma contra Numancia. Recordemos que Publio Cornelio Escipión “el Africano” usó dicha táctica contra los celtíberos del centro de la península Ibérica, último reducto –de celtas y celtizados- que resistieron a Roma, en la Época Prerromana española.

En contraste, ante semejante infamia, los historiadores nada han dicho con relación al recibimiento de paz que efectuaron los supuesto caníbales (pijaos) y los quimbayas a los castellanos. Fray Pedro Simón en sus Noticias Historiales, menciona como los emisarios indígenas acogieron de forma amistosa a las huestes indianas, pero estos respondieron de forma vehemente (6). Inclusive, en 1540, Robledo narró su primer contacto con los quimbayas y quindíos como un encuentro bastante pacífico. (7)  Con comitivas llenas de frutas de la tierra y oro. En la escuela actual no nos explican, por ejemplo, que una de dichas comitivas en las vertientes del Amoyá (8), fue recibida a puntapiés por los españoles quienes con aire de superioridad cultural advirtieron por medio del Requerimiento: “no necesitamos de sus regalos, requerimos que sean obedientes y se sometan ante el rey de España y la Iglesia Católica”

Los castellanos habían recibido la potestad de lo empíreo y lo pagano. Con relación a lo primero, la Bula Intercaetera II, por medio de la cual el Papa Alejandro VI le concedió a la Corona española el dominio sobre las tierras conquistadas en 1493. En ella les otorgó el derecho divino sobre las tierras, pero a cambio exigió que la Corona de Castilla esparciera el catolicismo de forma global, en otras palabras, el inicio de la globalización en la que la religión católica fue preponderante para la Conquista de América.

Heráclito desde la etapa de la Grecia cosmológica, aducía que todo tenía su contrario. Desde esa perspectiva, lo celestial se contrapone a lo mundano caracterizado en el siglo XVI por la inmensa codicia del oro, de la persecución de estatus y de poder que consumían cada átomo del cuerpo de los europeos. El oro fue el motor que impulsó toda empresa de Conquista, dejando una estela de muerte en la América indígena. El oro configuró la Conquista de Nueva España, Perú y Nuevo Reino de Granada.

La Conquista fue material y espiritual. La riqueza se fue a Europa, y la Biblia vino para quedarse. De esa manera, varias parroquias se fundaron en sector fronterizo a la nación pijao. Eran necesarias para la dominación espiritual del indio y el propósito colonial de España. Cada encomienda debía adoctrinar. Pero fue menos oneroso concentrar a los indígenas en pueblos de indios que tenerlos dispersos.

Desde las ciudades, villas y pueblos, las campanas redoblaban en las torres de las parroquias desde el amanecer hasta el anochecer, y sus ecos retumbaban por los recodos de la cordillera anunciando la avemaría. Los pijaos no comprendían como en nombre de un Dios se asesinaba a toda una nación. Como un Dios incitaba tanta ambición. Por eso se horrorizaban ante el sonido bestial cuando se escuchaba el tañer de las campanas anunciando la imposición espiritual de un Dios que para ellos era extraño significando en realidad muerte y desolación para sus pueblos. Pero esas campanas decían algo más…esta es una historia inédita que les voy a contar en las próximas líneas.

El alemán Hermann Trimborn, etnólogo de la Universidad de Bonn, en su célebre obra “Señorío y barbarie en el Valle del Cauca” publicada en 1949, reinventó a los pijaos y al canibalismo. Su trabajo académico fundamentado en los cronistas como fuente última de su obra, permitió afianzar los conceptos con los cuales se construyó la leyenda negra indígena: el invento del caníbal sin civilización. Además de una especie de guerra permanente entre los indios de diversas provincias que habitaban el valle del río Cauca. Con relación a lo primero Bolaños afirmó: “El autor de la crónica o «Relación» siempre tiene en mente un modelo conceptual europeo ante el que la cultura foránea aparece siempre como incompleta o anormal”. Desde ese punto de vista, es claro que “Los rasgos culturales no europeos de los indios americanos eran, entonces, para los españoles no solamente asquerosos, sino de perentoria corrección”. (Bolaños, A, s.f. p. 82)

La invención del bárbaro, según Bolaños (s.f.) se erigió sobre tres aspectos:

La falta de vestidos y de reconocible organizaci6n social y familiar para los españoles, los hacia carentes de «policia» (es decir, de orden civil); la falta de alfabeto, los hacia carentes de historia; y la práctica de la antropofagia, de calidad humana. El indio americano es así un engendro sin civilización (lo que lo convierte en bárbaro) y sin rasgos humanos (lo que lo convierte en bestia).

Trimborn usó categorías al buen estilo de Aristóteles y de Kant. Sin embargo, todos sabemos que las categorías de Kant, son hermosas pero artificiosas y nada corresponden con la realidad. Desde el pensamiento es una bella creación filosófica. Igual, las categorías de Trimborn parten de una creación sesgada de la historia, por lo tanto, solo dicen verdades parciales. Sin embargo, como trabajo intelectual merece toda nuestra atención. Pues detrás de su obra, también hay una propuesta etnológica, que hay que analizar con pinzas de criticidad. Entre ellas, las costumbres indígenas que se practicaban en gran parte de la región analizada. Entre ellas la reducción de cabezas, los trofeos humanos, el canibalismo, el rapto de mujeres. Categorías que Marvin Harris en su obra “Caníbales y Reyes” describió desde la perspectiva de la Antropología Cultural.

Los pijaos ejercían según Trimborn, algunas de esas prácticas culturales. Que estuviera equivocado o no, es objeto de investigación en la actualidad. No todo lo que los cronistas escribieron, era verdad. Los arqueólogos no tienen evidencia del supuesto canibalismo en varios centenares de excavaciones sistemáticas de tumbas prehispánicas en el Valle del Cauca. Lo que permitió suponer a Rodríguez Cuenca (2007) que el canibalismo fue un invento, o al menos una práctica poco común o frecuente. En las crónicas, el sesgo cultural fue un gran obstáculo para asumir dichos escritos como fuentes de certeza o veracidad cultural con relación a aspectos como el canibalismo.

Mucho de lo que observaron fue una lenta transformación social propiciada por hibridaciones, etnogénesis y transformaciones en la realidad de las culturas locales con la foránea a tal punto que generaron visiones de profetas y personajes que avisaban finales terroríficos en los indios. No en vano, el siglo XVI se convirtió no solo en un mundo de supersticiones castellanas y de visiones indígenas como las que anunciaba Nabsacadas, sino también una época prolija de apariciones divinas en su mayoría marianas (por ejemplo las advocaciones de la virgen de Guadalupe en la Nueva España, el Señor de los Milagros en la Real Audiencia de Quito, la virgen de Chiquinquirá en el Nuevo Reino de Granada (1562) y  otros “prodigios” más en las colonias españolas, que presentan coincidencia con los hechos de Conquista y Colonia Temprana), concomitante con el cambio de visión indígena, desde el punto de vista eurocéntrico: un viraje de lo pagano a lo divino paralelo al dominio militar y político de los pueblos autóctonos. Recordemos que muchas de las apariciones mencionadas con anterioridad sucedieron frente a indígenas.

Capilla doctrinera – Departamento del Cauca – foto de la web

Hechos asombrosos que se relatan, incluyendo campanas.

Los pijaos, son quizá los únicos que siguen un rasgo etnológico que Trimborn omitió: me refiero el robo de las campanas católicas. Quizá el aspecto más específico que ninguna otra tribu en Colombia poseyó. En todas las fronteras los pijaos incursionaban dentro de los poblados castellanos que los envolvían y hostigaban. Así de Ibagué, Buga, Caloto y San Sebastián (por el momento) se tienen noticias históricas sobre el hurto de las campanas católicas.

Cuenta el padre Juan de Velasco y Pérez, que, en la ciudad de Caloto, a mediados del siglo XVI, una confederación de pijaos y paeces irrumpieron en la ciudad

Destruyeron e incendiaron en primer lugar la iglesia parroquial, que era muy buena; y para mostrar claramente que todo su odio era contra la religión cristiana, después de profanar el Santuario y quemar todos los sagrados ornamentos, echaron de la torre abajo aquella campana que solía llamarlos a la Doctrina. (Velasco, J. de, (1614: 1942) p. 273)

Los pijaos tenían un objetivo claro en cada incursión: llevarse la campana católica. En Caloto, por ejemplo, “intentaron hacerla pedazos a repetidos golpes con grandes piedras”.  Acto seguido el padre narró que aconteció un prodigio: de la campana comenzó a brotar sangre por las heridas. (Velasco, J. de, (1614: 1942) p. 273). Al ver el milagro, los pijaos desistieron de romperla. Se llevaron la campana y “haciéndola rodar a un sitio quebrado lleno de malezas, la sepultaron, abriendo una profunda hoya, para que nunca volviese a salir a llamarlos a la Doctrina”. Pero ahí no paran las cosas asombrosas según Velasco. Un segundo portento ocurrió tiempo después con la campana robada. Cuenta el jesuita que cuando comenzó la reedificación de la ciudad de Caloto, “observaron que una deshecha tormenta se disipó toda en un momento al sonido de una campana que oyeron todos, sin que ninguno supiese dónde estaba”. (Velasco, J. de, (1614: 1942) p. 273).  Le siguieron la pista al sonido de la invisible campana, hasta que finalmente llegaron a donde los indios la habían sepultado. La sacaron del sitio volviéndola a instalar en la torre de la Parroquia. Desde esa época, ante el asomo de cualquier tormenta, el sonido de la campana disipaba milagrosamente la tempestad. Por tal motivo ante el prodigio de dispersar las tormentas narra el sacerdote Velasco que la campana fue fragmentada y con ella se fue “reduciendo a menudas piezas las cuales se han distribuido por toda la América, España y muchas otras partes de la cristiandad”.  Algo similar hicieron los indios pijaos de cacataima como veremos a continuación. Ocurrió en Ibagué en 1603. Según los documentos de archivo publicados por D’Costa (1920) y Ortega (1949), los pijaos irrumpieron en la ciudad de Ibagué robando la campana de la parroquia de esa ciudad. Según dijo el testigo pijao capturado, la campana fue destrozada y repartida cada fragmento entre las diversas parcialidades indígenas de cacataima, maito, otaima, etc.

Noticia semejante se tiene de una incursión pijao en Buga, por esa misma época. El robo de la campana de la parroquia. (D’Costa, O. 1920)

Lucena (1965) mencionó además el robo de la campana de la parroquia en un ataque pijao a la ciudad de San Sebastián.

Investigando en los archivos del siglo XVI, se podría evidenciar más actos de los pijaos con relación a las campanas católicas. Inclusive otras historias de prodigios.

Lo anterior configura entonces un hecho etnológico, omitido por la historia en Colombia, con relación a los pijaos. Estos indios hurtaban las campanas quizá porque no solo anunciaban la Doctrina, también le aducían algún poder divino, y el hecho de tratar de fragmentarla, significaba desde lo ritual una descomposición y posterior composición similar al acto de romper para con posterioridad integrar, algo similar a la antropofagia ritual, donde se incorpora la fuerza del vencido al vencedor a través del consumo de su carne.

Si este escrito ha puesto en evidencia dicha omisión, habré cumplido con mi propósito de develarla.

Notas:

  • Nombre con el cual se conocía a la cordillera Central, durante el siglo XVI.
  • Término eurocéntrico con el cual se conocía a los indios, por no poseer escritura, ley ni policía.
  • Según las Leyes de Burgos de 1512, el Requerimiento de Palacios Rubios, fue un texto castellano, escrito por el jurista Juan López de Palacios Rubios en 1512. Fue usado durante la conquista de América y debía ser leído a viva voz por los conquistadores a grupos, asambleas o autoridades de los pueblos indígenas, como procedimiento formal para exigirles su sometimiento a la Corona española. Ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Requerimiento_(historia_de_Am%C3%A9rica)
  • Abya Yala es el término con que los indios cunas (Panamá), denominaban el continente americano. Ver Juncosa, F. (1987). ABYA-YALA: una editorial para los indios. Chasqui 23: 39-47.
  • Universidad del Rosario. (2008) Destrucción de los Pijaos dio vida al Estado Colombiano. Universidad, Ciencia y Desarrollo. Tomo III. Fascículo 4. Recuperado de: https://www.urosario.edu.co/Universidad-Ciencia-Desarrollo/ur/Fasciculos-Anteriores/Tomo-III-2008/Fasciculo-4/ur/Destruccion-de-los-Pijaos-dio-vida-al-Estado-Colom/
  • Fray Pedro Simón, Noticias Historiales de la Conquista en Tierra Firme, tomo VI, séptima noticia, capítulo XXV, 334. 
  • Véase: Pedro Sarmiento (1540): “Relación de lo que subcedio al magnifico señor capitán Jorge Robledo”. En: Luis Hermes Tovar Pinzón, Relaciones y visitas a los Andes. S. XVI. (Bogotá. Colcultura-Instituto de Cultura Hispánica. Tercer Mundo Editores.1993), 275-276.
  •  Región que comprende en la actualidad, el municipio de Chaparral (Tolima).

Referencias bibliográficas.

Bolaños, A. (1994) Barbarie y canibalismo en la retórica colonial: los indios pijaos de fray Pedro Simón. Bogotá. CEREC.

Dacosta, E. (1920:2004). Archivo Historial de Manizales. Vol II. Manizales. Imprenta Departamental.

Lucena, M. (1965) Presidentes de Capa y Espada (1605-1628). En: Luis Martínez Delgado (Di.). Historia Extensa de Colombia, vol. III, tomo 2. Bogotá: Ediciones Lerner.

Ortega, R. (Comp.). (1949). Los inconquistables. La guerra de los pijaos. Bogotá: Archivo Nacional de Colombia.

Ortega, R.,  (Comp.). (1952) San Bonifacio de Ibagué del Valle de las Lanzas. Documentos para su historia. Bogotá: Editorial Minerva.

Velasco, J. De (1788: 1981) Historia del Reino de Quito. Caracas. Biblioteca Ayacucho. 273.

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  • Rafae Castaño dice:

    Excelente, me llena de orgullo todo mi espiritu al leer senejante oncepto. Lo felicito, yo estoy haciendo una edicion del periodico, mandeme al correo las dos notas que ha enviado con una foto suya, un abrazo fuerte.

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