Como los analistas y los pastores se encargan de demostrarnos todos los días que el fin del mundo está cerca, y como yo soy de esos que se quieren ir para el Cielo pero todavía no, he sacado en limpio una lista de siete signos que permiten abrigar esperanzas de salvación para Colombia. Tal vez pienso con el deseo –lo acepto- pero no veo qué haya de malo en ello, ni creo que uno deba pensar sólo con la cabeza.
Los dos signos más vitales del país son el vigor del periodismo y el despertar político de los citadinos (digo citadinos porque la población rural llega muchos años de trasnocho). La frecuencia y la magnitud de las manifestaciones callejeras de los últimos 10 años, es un fenómeno sin antecedentes en la historia de Colombia.
En éste mismo lapso, el voto ha irrumpido con fuerza en las urnas, hasta el punto de que la mayoría de las grandes ciudades y algunos departamentos han elegido candidatos independientes o de convergencias cívicas. En las ciudades pequeñas, hay que reconocerlo, se siguen imponiendo los caciques y sus bien aceitadas maquinarias. La razón de este rezago estriba en la fragilidad del periodismo de provincia. En los pueblos y en las ciudades de menos de 500.000 habitantes el periodista es prácticamente un empleado más de la Alcaldía –que es la principal fuente de noticias y el único anunciador -.
Así, amordazada con un mendrugo, se neutraliza en provincia a la prensa, el veedor natural y de mayor impacto en una democracia.
En las ciudades grandes, en cambio, el comercio y la industria pautan con prodigalidad, el porcentaje de los anuncios oficiales, no superan el 5% del total, y la gente consume masivamente los productos mediáticos –tanto mas cuantas más denuncias e investigaciones haga el medio -. Si hoy cualquiera sabe que Mauricio Guzmán es un pillo redomado y su carrera política está acabada, o que la excelente administración de Enrique Peñalosa lo convierte en un opcionado presidenciable para el 2006, es gracias a los medios, que obran de esta manera como un depurador de los cuadros políticos de esta nación.
Resumiendo, la fortaleza de los medios en las ciudades grandes guarda una relación directa con el celo con que cumplan su función fiscalizadora, mientras que en provincia sólo subsisten si se limitan a lamer con esmero los zapatos del Alcalde de turno.
Es urgente, pues, fortalecer la prensa de provincia. Es imperioso que el comercio y la industria del pueblo pauten en sus medios, que sus artistas, sus intelectuales, sus viejos y sus muchachos los rodeen y participen en su programación, que la Fiscalía y la Policía diseñen programas específicos para su protección, y que las casas matrices de las capitales subsidien las sucursales de la provincia.
El coraje del periodista colombiano es admirable. Basta mirar cualquier diario o noticiero para comprobarlo. Los casi 300 periodistas exiliados y los 170 asesinados en los últimos 15 años no han sido suficientes para silenciar ese gremio respondón. Por las páginas rojas desfilan, democráticamente, presidentes, ministros, cacaos, reinas, senadores, capos y jefes militares, guerrilleros o paramilitares. (Hay que destacar, también, la profundidad del análisis y la seriedad del periodismo escrito.)
El tercer signo de esperanza radica en los progresos operacionales de las Fuerzas Armadas. Aún incurren en errores costosos, sí, pero es notable el avance que se observa en los últimos años, concretamente desde que Rodrigo Lloreda llegó a la Cartera del ramo. La recuperación del Cañón del Sumapaz, el cerco al ELN en los farallones de Cali y los 1700 guerrilleros capturados o dados de baja en lo que va del año, lo demuestran. Y sólo un ejército muy fuerte –es claro par todos- puede persuadir a una guerrilla ebria de oro y sangre a buscar seriamente el camino de la paz.
El cuarto signo tiene que ver con los organismos de control. A pesar de su innegable politización, la labor de la Fiscalía, la Procuraduría y la Contraloría puede calificarse, en promedio, entre buena y excelente. Gracias a su trabajo se han descubierto multimillonarios asaltos al fisco, sancionado miles de funcionarios públicos y vistos tras las rejas auténticos peces gordos –hecho que, amen de producir un inocultable frescor entre la población, resulta estimulante para la civilidad del país -.
El quinto signo es económico. La industria creciendo por encima del 7% y el conjunto de la economía haciéndolo alrededor del 3%, son índices que pueden calificarse de milagrosos. Él por qué de esos guarismos en medio de la peor crisis de nuestra historia es algo que no sé explicar, sólo agradecer.
El sexto signo de buen augurio son las muestras de decadencia de los dos principales grupos guerrilleros. El terrorismo desesperado del ELN y los execrables actos de barbarie de las FARC (amén de la evidente falta de control sobre sus frentes) nos están diciendo a las claras que sus mejores días ya pasaron. Al ELN lo derrotaron las Autodefensas y sus escrúpulos (no comulgan con el narcotráfico). A las FARC las está perdiendo el éxito, como a cualquier muchacho descocado; y las malas compañía; y la falta de brújula política; y la preponderancia, en el seno del Secretariado, de sus voces militaristas en desmedro de las opiniones de sus ideólogos.
Como los partidos tradiciones, la guerrilla se autodestruye por sus propias contradicciones, por su mezquindad, por sus obscenas ambiciones, por su desconexión del país real.
El séptimo signo tiene que ver con el progreso de la capital. Tres excelentes alcaldes en serie no pueden ser fruto de golpes de suerte. Obedecen a la consolidación del voto de opinión en Bogotá. Primero fue Jaime Castro, que saneó las finanzas; luego Antanas Mockus, ese profesor con cara de mico que nos enseñó a bajarnos de los árboles y a caminar armónicamente en la ciudad, ese perímetro de leyes y signos y trampas; y por último Enrique Peñalosa, un utopista que tiró avenidas, se invento un rió, sembró parques y construyó escuelas.
Que Bogotá esté bien administrada es clave porque es un ejemplo que cunde; y porque ordenar la cabeza es el primer paso para ordenar todo el organismo.
Bueno, ¿y cómo se explica la debacle de un país con tantas virtudes?. Se explica por años, por decenios de errores. La historia nos está pasando la cuenta por todo el tiempo en que nos desentendimos de la política y se la dejamos a los políticos, en que toleramos una política bipartidista y excluyente que no representaba a nadie, en que no nos importó que el Estado contratara sicarios para exterminar 3000 líderes de la UP, en que nos hicimos los guevones con el narcotráfico, en que el Estado creció hasta límites insostenibles, en que aprobamos que se armara un ejército mercenario y tinieblo para combatir a los campesinos que habíamos armado y azuzado 40 años atrás, en que toleramos que un grupo de yupis aplicara a aquí un modelo económico apto apenas para los países del primer mundo. Tantas atrocidades juntas no pueden purgarse con dos o tres años de buena conducta. Nadie puede calcular cuántos años más de pesadilla tengamos por delante, pero es reconfortante saber que estamos mejor que en los 70 y en los 80, cuando a “la economía le iba bien y al país le iba mal”, cuando ni siquiera sabíamos los monstruos que incubábamos, cuando todos éramos como muchachas deslumbradas por el brillo de una pulsera fraguada con sangre. Seguimos jodidos, sí, pero al menos ahora somos conscientes de ello y sabemos dónde están las raíces de los problemas.
Creo que esta lista de signos prueba que el sistema inmunológico de la Nación no esta derrotado; que los enemigos no son tan invencibles como pensábamos; que hemos empezado a corregir el rumbo, y a construir un país a la medida de nuestros sueños.