Arrierías 90.

Faber Bedoya.

*

Padre nuestro

que no estás en los cielos, sino que habitas

en todas partes.

Padre, amigo, hermano

que por todos llevas

el corazón en las manos, santifico tu nombre

en todas las mañanas

y en las noches oscuras

y cuando despunta el alba.

*

Amigo en los mementos

de dolor y de nostalgias,

en los que se pierde la vida o en los que entregas el alma.

*

Déjame llamarte hermano y estrechar juntas tus manos para fundirme en tu reino etéreo y sacrosanto.

Deja que mi voluntad se guíe por los mejores caminos

por mis ilusiones de niño o por donde cruce el destino.

*

No me des el pan de cada día, enséñame a ganarlo

con el sudor de mis manos y a compartirlo todo

con mis otros hermanos.

Perdóname si te ofendo

cuando cruzo por la calle y te repudio si de harapos trajeas tu cuerpo santo.

*

Perdóname por las culpas que otros han venido enseñando aun cuando yo sienta que solo tus sendas voy trasegando. Deja que la tentación

se cruce en mi camino,

para sentirme tan fuerte

si soy capaz de evitarla

o para recrearme en ella

si no te ofendo al gozarla.

Líbrame de todas las cosas que son malsanas

de las mesas vacías

y de las alforjas en ascuas de los corazones dolidos y los amores que matan, de las miradas curiosas y de las lenguas insanas, pero sobre todo líbrame, Padre, que soy humano de las profundas raíces que son en mi cuerpo sus gráciles manos.

 

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