Texto leído en la Casa de la Cultura de Caicedonia con motivo de los 111 años de fundación del Municipio en el conversatorio «Historia de Caicedonia, una mirada cultural».-

Caicedonia no ha destacado por tener muchos escritores.  Solo algunas personas han dedicado su tiempo a escribir relatos y se han producido algunos libros que no son muchos a decir verdad. Los más reconocidos son: Roger Ríos; Oscar Piedrahita González; Carlos Alberto Agudelo, Aida Yepes, Mario Ramírez Monard, Miguel Gualteros. Pero de verdad son pocos los hombres y mujeres que reconocemos como escritores de nuestro terruño.

Fue por eso que en 1998 y con el lema “Porque las palabras pueden más que los fúsiles” la Corporación para la participación, integración y desarrollo de Caicedonia, CORPOCAICA, institucionalizó en este municipio un acontecimiento que denominó “Encuentro nacional e internacional de escritores por la paz de Colombia”; el mismo se convirtió en el hecho cultural más importante que la ciudad realizaba como un aporte a la paz del país y como una forma de abrirle un espacio al pensamiento y a los pensadores, para que  desde esta tierra, antes estigmatizada por la violencia, pregonaran mensajes que  acallaran los disparos que desde hace años siembran la muerte sin distingo alguno.

Los que participamos en la creación y realización  del evento entendimos que la quietud no produce;  que estar inmóvil es adelantar la muerte, y porque no nos resignábamos a que a cada retorno la ciudad fuera una fotografía repetida que dejábamos de una forma en cada adiós y la encontrábamos lo mismo en cada disculpa del regreso. Por ese motivo nos propusimos desperezar el letargo que veíamos y surgió la idea de reunir a varios escritores para que nos hablaran del oficio, para que nos hicieran partícipes de sus creaciones, para que con la disculpa de una ponencia o de una cerveza, nos fueran regalando los secretos de construir historias sumando las letras del abecedario y provocar, de paso,  la escritura en  los jóvenes del municipio.

Para la despertar la  tranquilidad pueblerina un día cualquiera de 1998 empezaron a caminar las calles de Caicedonia: Germán  Castro, recientemente fallecido;  un Zipaquireño que nos había mostrado, tiempo atrás, como un pueblo violento dividido en dos sectores bien definidos: del Parque principal hacia arriba –contó en su libro Colombia Amarga-  vivían los conservadores y hacia abajo del parque, los liberales. Nos narró historias que nos estremecieron en su Colombia Amarga, y regresó, para darse cuenta que ese pueblo, contado años atrás, propiciaba momentos de paz y convocaba a los hombres que podían señalar nuevos caminos para encontrarla.

Luego en otra ocasión, como un marinero extraviado que busca su barco donde no lo va a encontrar, vino a visitarnos Walter Joseph Broderick, un escritor australiano-irlandés a quien todos conocemos como Joe, y nos regaló la magia de su escritura, nos cautivo con su bonhomia, con su risa fácil y contagiosa, a tal punto que una chica de Caicedonia, que hoy ya debe ser una mujer mayor,  emocionada y conmovida le ofreció “la ciudadanía caicedonense”, pues así somos en este pueblo: espléndidos, descomplicados y montañeros, de los cual nos sentimos orgullosos.

Llegó también, el amigo de Caicedonia, Gustavo Álvarez Gardeazábal, con su lengua viperina que no perdona a nadie. Deslenguado como siempre armó alborotos, provocó a los demás escritores, y puso a la prensa a reproducir la irreverencia de sus palabras.

Nos visitó,  Germán Pinzón, uno de los mejores cronistas de esta Colombia que tanta historia tiene para contar pero que son pocos quienes la cuentan bien. Desmitificó para nosotros al escritor, nos hizo reflexionar. Un ser maravilloso y sin alardes de nada que nos enseño que en la sencillez también esta la magnificencia del ser humano.

Como olvidar a R.H Moreno Duran, altivo y desafiante desde su estatura de escritor. Soberbio y demoledor en la crítica, se enamoró del Encuentro y nos dejo como recuerdo la aplicación que se debe tener en el oficio de escribir.

Los correos de la clandestinidad nos permitieron tener en nuestro primer libro una ponencia de Álvaro Leyva Durán que se encontraba en el exilio. Ahí esta como testimonio de su presencia en “Las letras de la paz”, un compilado de la voces de los escritores que nos acompañaron en 1998.

Otro de los intelectuales  inolvidables y asiduo visitante del Encuentro, fue  Oscar Collazos, alegre como una maraca de su costa natal, pero duro con la pluma que cuestiona y señala. Y obviamente, el inolvidable Arturo Alape, cáustico en la reflexión y en la palabra, amiguero y divertido en el trato.

Muchos son los nombres de quienes nos acompañaron Humberto Jarrín; Humberto Valverde: Miguel Gualteros, el alcalde mecenas enamorado de las letras, los escritores y los libros. Siempre ahí, en el estar, en la solidaridad, en la amistad que justifica estas fiestas para el alma.

Y quien no recuerda a Jota Mario Arbeláez, poeta de poetas, Jota se gozó todos y cada uno de los encuentros a los que asistió. Enamorador de oficio con la palabra, con sus reflexiones, con sus poemas, es otro de los que formaban parte de nuestros visitantes de siempre.

A Caicedonia, gracias al encuentro, vinieron  importantes escritores que dejaron el eco de sus palabras en el sentir de los caicedonenses. El Cubano, Alberto Rodríguez Tosca: Mauricio Contreras Hernández; Álvaro Marín; Pedro Badran Padaui; Horacio Benavides; Hernán Vargas Carreño; el poeta de la tierra Oscar Piedrahita González, que nos marco el alma con aquel poema, digo Caicedonia,  que recitábamos de muchachos  “pero un día soltaron a la muerte / preñada de fusiles y puñales/ y los hombres rodaron por el suelo / cubriendo con su sangre tus paisajes”.

Elmo Valencia, el Monje Loco, fiel representante del nadaismo, el movimiento intelectual,  que hizo vibrar los cimientos de esta patria adormilada; Miguel Fernández Caro; Alejandro José López; Julián Malatesta; Darío Henao; Ana Milena Puerta, y otro de la tierra, Gustavo Escobar Baena.

También vino Julio Cesar Londoño, quien sabiendo la importancia del evento y quien sabe que el sarcasmo y el humor nos salva de “la estúpida cordura rutinaria”  escribió la mejor reflexión acerca de para qué sirve un encuentro de escritores y quiero compartir con ustedes: apartes de lo que  Julio César dijo: “¿Para qué sirve un congreso de escritores?, me preguntó allá en Caicedonia un buen hombre,  uno de esos que prefieren ver a su hija casada con un traqueto antes que con un poeta.

– Para que los escritores puedan bailar boleros con pueblerinas bonitas, le contesté para que no jodiera, para que no se frunciera por la simpleza de que un forastero le apretara la hija al lento compás de “Cosas como tú”.

En realidad el tipo tenía razón: un congreso de escritores no sirve para nada. O sirve para lo mismo que las reuniones de la sociedad protectora de animales, de las damas grises, del consejo de ministros o de una cumbre del G-8 contra el hambre en el planeta. Bueno, no exageremos: nuestras reuniones no son tan nocivas como los oscuros conciliábulos del G-8. En las nuestras no se decide el bombardeo de una aldea miserable, ni el cierre de millones de puestos de trabajo ni la muerte por inanición de seis mil niños diariamente.

Por el contrario, un encuentro de escritores sirve para que hombres y mujeres que han dedicado su vida al lenguaje y a la reflexión, se reencuentren, se abracen e intercambien libros, direcciones y datos heréticos. Sirve para que los hombres y las mujeres caicedonitas se enteren de ciertas cosas que no publica nuestro frente-nacionalista periodismo. Para que escuchen otra manera de entonar el castellano. Para que los estudiantes de Caicedonia conozcan nuestras obras y asistan a nuestros talleres. Para que toquen a un escritor, «esos marcianos», como nos llama el mecenas del Encuentro, el alcalde Miguel Gualteros. Para recordarles que hay palabras distintas a Disel, Levis, Girbaud, Pepe y Nike. Para que conozcan de cerca esa alternativa de vida, esa manera de asumir el mundo: la intelectual. Para que se enteren de que los escritores somos pobres pero gocetas. Para que la hija del tipo aquel sepa que todavía hay hombres que quieren seducirla, no comprarla. Para que los escritores lloremos juntos nuestro país. Para levantar barricadas de palabras contra las hordas de los bárbaros. Para intentar un exorcismo de la frivolidad. Lo que quiero decir, en suma, es que los congresos de escritores, la sociedad protectora de animales y las damas grises sirven para volver a levantar lo que los poderosos derriban. Que el mundo se sostiene gracias al trabajo de una multitud de seres anónimos que hacen bien sus pequeños oficios”.

También vino a Caicedonia, un muchacho travieso y asustado al que creímos que teníamos que tenerle un traductor. Nos visitó desde Alemania. Se llama Raúl Zelick y conocía más bien a Colombia que nosotros, hablaba mejor el español que nosotros, pero tenia el mismo miedo a las palabras que iba a decir, lo mismo que nosotros. Gracias a él algo de Caicedonia se puede leer en el lenguaje enredado de los alemanes. También nos acompaño Arturo Guerrero, de una reflexión tranquila sin aspavientos, se gano nuestro afecto y nosotros el de él.

Estoy seguro que la juventud de Caicedonia no olvida a Ricardo León Peña Villa, El poeta, con mayúsculas, que vivía en Nueva York, pero quien en su corazón le tenía un altar a Caicedonia. Se que los jóvenes que le conocieron no le olvidan porque su lema de vida era “hay que fiestiar trabajando y trabajar fiestiando”. Ha sido el único escritor que se fue a la cárcel con un grupo de muchachos y muchachas, poetas jóvenes de esta ciudad, a regalarles a los detenidos un recital inolvidable lleno de palabras y humo para la alegría.

Se que la falta de memoria habrá hecho que no nombre a muchos de los escritores que han estado en Caicedonia a lo largo de esos 4 encuentros, 5 para ser mas exactos, pues con la inicial Casa de la Cultura, la que fundamos un grupo de soñadores, realizamos un encuentro hace ya bastante tiempo en el que estuvieron también: Lisandro Duque Naranjo, Enrique Cabezas Rher, Raymonds Williams, Roger Ríos, entre otros. Así mismo nos han acompañado  Orietta Lozano, Carmen Cecilia Suárez, Samaria Márquez y otros escritores como Elías Mejia, Humberto Senegal, entre otros amigos del vecino departamento del Quindío.

Para finalizar, quiero recordarles que aquellos Encuentro de Escritores tuvieron un origen que no puedo dejar de reseñar porque los créditos hay que dárselos a quienes se los merecen: Así reseñé para los periódicos el Primer Encuentro de Escritores: “Por los años de la primera violencia, luego del Asesinato de Gaitan, Caicedonia, Valle del Cauca, fue víctima también -como muchos otros municipios vallecaucanos- de la guerra partidista que cubrió a la nación. Y la violencia en esta población norte vallecaucana sirvió para que los periódicos, llenaran sus páginas hasta el hartazgo, dejándola marcada «como una ciudad violenta».

El lugar ha crecido en el tiempo, ha generado progreso, ha brindado su inigualable riqueza agrícola, pero no ha podido liberarse aún de ese estigma que le dejó los años macabros de las balas y los sacrificios banderizos. Y, ¡paradojas de la vida!, hoy, Caicedonia, esa misma ciudad en donde «un día soltaron a la muerte preñada de fusiles y puñales» como canta el poeta de la tierra, Óscar Piedrahita González, es el escenario de uno de los eventos culturales más importantes que se den en el Valle del Cauca y en Colombia: El Encuentro Nacional e Internacional de Escritores por la Paz de Colombia.

Todo comenzó en1998, cuando un grupo de Caicedonenses residentes en la Capital del Valle del Cauca y motivados por Pedro Luis Barco, un bota corriente «de aquí a Pekín», como dicen los jóvenes de hoy, decidieron que su tierra natal debía de institucionalizar un evento que «le limpiara la cara» y que la proyectara como en la realidad es: una ciudad pujante, progresista, rica, que ocupa el lugar privilegiado entre los mejores municipios del país.

Luego de varias reuniones, de sesudas elucubraciones, pero sobre todo de muchas noches de amistad para «botar trifásica» alrededor de unos «guarilaques», decidieron que Caicedonia seria el municipio (en estos momentos de la horrible guerra que vive el país), que jalonaría un evento que tuviera como objetivo la paz para los colombianos.

Y dijeron «vamos pa`esa» Lucas Quiroga, Fernando Luis Orozco, Ligia Garay, Hernando Masso, Manuel Tiberio Bermúdez, Alexander Henao, Javier Correa, Mario Henao, en Cali. En Caicedonia decidieron el apoyo a la idea: Jorge Alberto Domínguez, Guillermo Escobar Baena, Carlos A. Carmona, Maria Elena Duque, Miguel Gualteros, Mario Agudelo, entre otras personas que no dudaron un instante en las bondades de la propuesta”.

Esos encuentros fueron el resultado de una voluntad en plural. Muchas son las personas que no firmaron los manifiestos, que no dieron entrevistas para  la prensa pero que estuvieron  ahí diciendo siempre presente.

A todos ellos, a este pueblo que tanto queremos, los que de aquí somos, mil gracias, es para ustedes este pequeño homenaje de la memoria.

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