En su afán por ser mejor amante, el hombre ha recurrido desde tiempos remotos a los afrodisíacos, es decir, aquellos productos que permitan incrementar la actividad sexual, que eleven el deseo, o mejor, que inciten a los placeres del amor.

El origen de la palabra afrodisíaco viene de Afrodita, la diosa del amor en la mitología griega.

Según los manuales y los conocedores en estas lides, hay fórmulas para todos los gustos. Por ejemplo: La miel de abejas. Desde la antigüedad se ha asegurado que quien la usa adquiere una excelente potencia sexual. Así mismo la «jalea real» es recomendada como un gran tonificante.

Algunos libros recomiendan a los amantes «desganados» probar un régimen de «cebollas blancas, huevos y miel», pero yo no creo que se consiga el efecto que se espera, pues solamente el olor a cebolla mata el más impetuoso de los deseos.

Los huevos, a propósito, han cargado con la fama de despertar el apetito sexual en quien los consume y es así como encontramos fórmulas que aseguran: » quien convierta en práctica el comer cada día las yemas de 3 huevos, sin claras, encontrará en ese alimento un estimulante energético», y agrega: «Lo mismo ocurre con el hombre que durante tres días come la misma porción, pero con cebollas».

Hay otras recetas que parecerían concebidas para un jeque: «La leche de camella (debe de ser un «camello» ordeñarla) mezclada con miel y tomada regularmente, fomenta un increíble vigor sexual».  ¿ Y qué tal esta otra? «Quien durante varios días prepare sus comidas con huevos hervidos con mirra, canela en rama y pimienta, verá aumentar su apetito sexual de manera impredecible”, y parece que el «mejunje» es tan efectivo que se asegura: «tendrá la sensación (el que lo ingiere) que nunca más volverá a un estado de reposo» ¿Cómo peligrosito el preparado, ¿no?

Esas son algunas de las recetas sofisticadas que uno encuentra en los manuales «Como ser un amante perfecto sin bajarse de la cama». Pero, como hay que ser precavidos, existen también los remedios «caseros» que compiten -según los usuarios- con gran eficiencia con aquellos extraños y exóticos.

Por ejemplo, los paisas dicen que lo mejor «pa’ aquello, mijo» es el aguacate con panela; no hay que dudarlo porque los paisas, son ‘toma tragos, pelioneros y mujeriegos», capacidad que le atribuyen a la famosa fruta.

Otra alternativa es del chocolate hecho con ojo de novillo, quienes lo han consumido afirman que «da mucha fuerza en la mirada».

Cada región tiene sus afrodisíacos. ¿Quién no ha oído hablar «bellezas» del Cuy (un ratón gigante) que consumen en Nariño?; o a un costeño exaltando las bondades de los mariscos? ¿ Y qué decir de aquel animalito que hiciera tan popular hace algún tiempo una canción: La Machaca.

Seguimos pues buscando -como en la canción a Adelita – «por tierra y por mar» ,el milagro que nos convierta en la envidia de los otros congéneres en cuestiones de amor, mientras tanto podemos seguir probando con la Zarzaparrilla, que los nativos de Suramérica consideran de un gran efecto afrodisíaco, o el Ginsen, utilizado por los chinos durante milenios, o las flores de lúpulo que, preparadas en infusión se consideran un tónico excepcional, o el regaliz, que en Francia se utiliza mezclando una cucharadita en un vaso de agua y allá tiene fama de ser un excelente afrodisíaco… para mujeres. O el hinojo, de cuyas semillas se sacan productos sin par, o el polen que tiene la reputación de conservar el impulso sexual, o la raíz de mandrágora que antiguamente se la ataban a la cintura en la creencia que evitaba la impotencia. O la Cantárida, el más célebre pero el más peligroso: se extrae de un insecto oriundo de España el cual, seco y pulverizado, produce la «cantaridina», capaz de causar la muerte por las terribles convulsiones que genera.

Entre los afrodisíacos que se han puesto de moda últimamente figuran el Chontaduro, el Borojó, y hasta el Cardamomo, un inofensivo aromatizante que sólo sirve para que los borrachitos espanten un poco el tufo. Se me pasaba por alto un plato muy apetecido, al que se le atribuyen excelentes poderes: Las Ostras de Pradera, que no son otra cosa que el producto que se obtiene al dejar sin posibilidades de procrear a los pobres novillos.

Por ahora no me extiendo más porque mi abuelita, ayer cuando me vio escribiendo, me peguntó: «¿Y esta vez sobre qué va a escribir, mijo?»

– Sobre los afrodisíacos – le respondí.

Fue ella quien puso fin a mis investigaciones sobre el tema cuando con una frase tajante, rotunda, casi garciamarquiana y con el convencimiento de quien conoce lo que afirma me dijo: «El mejor afrodisíaco, mijo, son unas buenas ganas». Por eso desde ayer ando gritando a todo pulmón: ¡abajo los afrodisíacos!

Del libro: Gracias a Dios soy montañero

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