“Quien lucha contra el monstruo debe cuidar de no convertirse en un monstruo”. Nietzsche, Más allá del bien y del mal. 1
Cuando terroristas islámicos estrellaron dos gigantes aviones sobre las Torres Gemelas en Nueva York el 11 de septiembre de 2001, en medio de la conmoción mundial, le oí exclamar a un compañero de trabajo en la facultad de ciencias humanas de la universidad del Quindío. -Muy bueno. Se lo tienen merecido por los crímenes que el imperialismo norteamericano ha cometido en el oriente medio-.
No salía de mi asombro. Vi saltar al vacío a seres humanos desde las alturas de los imponentes edificios: empleados que estaban allí laborando, lo que en los términos del Derecho Internacional Humanitario (DIH) se ha denominado población civil, entonces, ¿Cómo puede alguien con una formación académica -supuestamente de alta calidad- justificar un hecho tan violatorio de la normatividad que regula todos los conflictos armados en el mundo?
El pasado mes de octubre se repitió en el oriente medio otro de los constantes enfrentamientos entre un poderoso Estado, Israel, y un grupo terrorista y fundamentalista islámico, Hamas, conflicto que no es nuevo y que, sucesivamente, viene presentándose después de la creación y reconocimiento de Israel como Estado soberano, reconocimiento que data desde el 11 de mayo de 1948.
Nos haríamos demasiado extensos escribiendo o repitiendo la misma historia que ya se conoce y de la cual los medios de comunicación han referido, repetido, copiado o analizado justificando al uno y renegando del otro. Lo cierto es que estos enfrentamientos entre árabes e israelíes devienen den épocas remotas, sucesos que han sido descritos por profetas, escritores o narradores de diásporas, desplazamientos, ajusticiamientos. En todas estas guerras hay, en esencia, una lucha por el poder y el dominio político, religioso, económico desde entonces, la aparición de grupos extremistas o fundamentalistas ha sido el pan de cada día en este interminable conflicto.
La religión ha sido uno de los pilares sobre la cual se ha fundamentado o sostenido el milenario conflicto. Desde la aparición del islam en el VII de nuestra era, ese grupo ha sostenido guerras de todo tipo en su obligada expansión por el mundo a través de la Yihad, tanto es así que desde la muerte de Mahoma se inició una lucha por la sucesión entre Sunnitas y Chiitas. Los primeros, musulmanes ortodoxos o seguidores de la tradición y los segundos, shiítas, facción islámica partidaria de Alí, primo y esposo de la hija de Mahoma, Fátima, quien, según sus partidarios debería ser el jefe único de la secta musulmana para actuar como primer califa.
“En forma ideal, el Estado islámico no es una nación en ningún sentido moderno de la palabra. No tiene fronteras. Sería una unión política y religiosa de todos los musulmanes, concebida según el modelo de la comunidad que Muhammad (Mahoma) establecía en Medina. No habría partidos políticos, sólo una única umma o comunidad islámica. A su cabeza estaría un califa, literalmente sucesor, que seguiría las huellas del profeta como autoridad dirigente política y religiosa de los musulmanes” 2
Además de las luchas internas entre musulmanes para lograr su expansión y dominio a través del califato, existía ya una organización religiosa diferente: la cristiana. Cuando se lee la historia de las cruzadas, organización militar dirigida por reyes y nobleza europea para recuperar espacios en la misma zona donde ahora estalla el conflicto actual, la violencia desatada por los bandos en conflicto, esto es musulmanes y cristianos, han llenado la historia de páginas de horror, asesinatos, torturas, desplazamientos. Es como si los cuatro jinetes apocalípticos, la guerra, la peste, el hambre y la muerte estuvieran cumpliendo su misión en Jerusalén, la llamada la tierra Santa.
Las guerras religiosas han sido frecuentes a través de los siglos. Una historia imborrable por la violencia fue la que inició un papa, Inocencio III, y es considerada como la primera cruzada. Se ejecutó contra otros cristianos, los Albigenses, a quienes este “representante de Cristo sobre la tierra” consideraba como herejes. El país, Francia. Varios partidarios de esta secta fueron asesinados y la persecución se desarrolló por varios lustros. Ni hablar de los atropellos, torturas, expropiaciones, asesinatos a través de colgamiento o quema de personas vivas, una tradición perversa que ha sido marca macabra e imborrable para una religión que tiene como principios el amor y el respeto. La justificación por “herejía” o brujería para asesinar seres humanos tenía un fondo político: poder, dominio territorial, apropiación de tierras y objetos de valor. Las cruzadas, sin lugar a dudas, han sido la mácula de violencia que ha perseguido a la iglesia católica a través de los tiempos.
La lucha específica en el oriente medio, tiene las mismas consideraciones de poder, dominio territorial y aseguramiento económico: petróleo. Es un problema geoestratégico que involucra a grandes potencias del mundo y un gran negocio: las armas, donde multinacionales hacen su verdadero agosto a través del impulso y defensa de la muerte de seres humanos.
En este conflicto, ¿cuáles leyes internacionales denominados crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad se han cometido? A esta respuesta trataremos de acercarnos en nuestra próxima edición.
POST SCRIPTUM: el poder militar de los israelíes también ha tocado a nuestro país. Asesorías militares, armas y negocios turbios para lograr el poder a través del asesinato de civiles, han comprometido a gobiernos, militares, paramilitares y hombres alzados en armas, una guerra que en nuestro país no acaba, siendo los más perjudicados, las víctimas, campesinos y la gente más pobre de Colombia. Ya explicaremos por qué.
- 1- Citado en Introducción al Derecho Internacional Humanitario. Crímenes de Guerra. Lo que debemos saber. Editorial Debate 2003.
- 2- Brooks, Geraldine. Un Mundo bajo el Velo. Editorial Grijalbo. Barcelona 2001. Página 257