Comunicador social-periodista, Universidad Pontificia Bolivariana, con especialización en economía.

Estudios de música y canto en los conservatorios de las universidades de Antioquia y Caldas.

El otro día tuve la penosa experiencia de presenciar una discusión entre dos personajes que, en medio del ardor de las palabras y frases insultantes, hacían gala, de la manera más desvergonzada, de su inmensa ignorancia en el tema que estaban tratando. Uno de ellos defendía a “capa y espada” el estilo de cantantes como Juanes, Carlos Vives, Shakira, entre otros, aduciendo que éstos sí son artistas verdaderos porque cumplen, según él, con el mayor requisito para serlo: integralidad (belleza, baile, canto, carisma, etc.) El otro sujeto arguyó que, en intérpretes de la talla de Alfredo Kraus, Nino Bravo, Luciano Pavarotti, Juan Diego Flórez… sí encuentra voces bellas y estructura musical. Como es lógico, este ridículo debate no tuvo una sana conclusión, y sí dejó una gran desazón en los protagonistas de la contienda verbal y en los espectadores.

Tratar el tema del arte es complejo y puede herir susceptibilidades. Y si a ello se le suma el tema de los valores morales, ¡ni hablar! Es por ello que, para abordar el asunto de manera dialéctica, creo en la afirmación de que “entre gustos no hay disgustos”, pero al mismo tiempo me atrevo a aseverar que sí es cierto que el gusto musical de las personas puede desarrollarse, evolucionar y perfeccionarse.

Tengo mis propias opiniones en relación con el tema que discutían los dos personajes mencionados al principio de este escrito. Sin embargo, creo que es más importante hacer algunas observaciones respecto a qué lectura hago sobre un punto clave entre la axiología y el arte (sobre todo en la música) en nuestro país.

Desde que comencé a estudiar música, y a medida que he ido conociendo el medio, sobre todo el laboral, he pensado que valorar moralmente esta manifestación artística tiene unas implicaciones bien especiales. He llegado a la conclusión de que, tal y como los valores en nuestra sociedad van en declive, asimismo los gustos musicales van hacia el abismo, inexorablemente. Y no se trata de estigmatizar algún tipo de música, de señalar tal o cuál es mejor, o decir simple y llanamente, como dicen algunos, que “la música popular es una basura, y la culta en cambio es la más bella”. Tengo bien claro que tanto la una como la otra pueden ser “malas” o “buenas”. Ello depende de quién la hace o la interpreta

Quién, por ejemplo, puede negar la belleza de la música andina colombiana creada por excelsos y destacados músicos como Carlos Vieco Ortiz, Luis A. Calvo, Pedro Morales Pino, Adolfo Mejía, José A. Morales… Sólo que cuando evalúo algún tipo de música aplicando mis modestos y actuales conocimientos, me doy cuenta tristemente de que, por moda y no por criterios bien definidos y estructurados, la juventud -hay excepciones- se deja cautivar por algunos géneros musicales actuales.

Es innegable que la apabullante realidad de la globalización ha producido efectos positivos y negativos. Uno de sus nefastos resultados es la transculturación, orquestada y auspiciada por los países más poderosos del mundo para imponer a los demás su cultura y su música, y de esta manera sus productos, sus marcas, sus teorías, su filosofía y finalmente su dominio.

La radio, la televisión, y la prensa escrita compran los productos multinacionales de discos y espectáculos para imponernos, como ya dije, su música “ligth”, promocionada por la farándula-basura, la que por dinero minimiza a un ruiseñor y vuelve estrella una lora, y la que al mismo tiempo ignora a quienes verdaderamente poseen el gran talento, y en cambio ponen a vender millones de discos a contorsionistas expertos en alaridos, cuya calidad musical, vocal o instrumental no resiste el más mínimo análisis.

El gusto musical se puede desarrollar

No podemos negar tampoco que las telecomunicaciones, que nos han facilitado casi todo, también nos han dejado un lastre del que muy difícilmente nos vamos a poder librar: la cultura de lo fácil, que incita a los jóvenes a pensar y analizar cada vez menos sobre cualquier asunto, pues todo viene ya preparado, listo para que los ineptos ingieran la letal bebida sin el más mínimo recato y reparo.

La música no es ajena a este fenómeno. Es más… me atrevería a decir que es precisamente la música uno de los escenarios en los cuales se hace más evidente el flagelo que nos ocupa.

El gusto musical puede desarrollarse. Por supuesto que sí, pero, pregunto: ¿Cómo podría nuestra juventud desarrollar el buen gusto por la música, sino existe en ella la más mínima voluntad de esforzarse por conocer y profundizar en estos temas?

Definitivamente, desarrollar los gustos musicales es un reto y una responsabilidad de todos.

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