Columna palabra empeñada

Por José Emilio Yépez Rivas

Después de vivir una de la etapas más difíciles y confusas de los últimos lustros gracias a la aparición del COVID-19 y sus efectos devastadores a través de todo el globo terráqueo, podemos vivenciar muchas tragedias que van desde lo personal, familiar o comunitario hasta lo nacional o mundial.

Ver como muchas personas han o hemos perdido seres queridos, como se nos ha visto afectada negativamente la actividad económica debido a las restricciones, y como, en general, obligatoriamente nos han limitado la movilidad para evitar el contagio, ha creado en cada uno de nosotros un síndrome de impotencia y desazón que raya con la desesperanza y notoria amenaza de nuestros días por venir.

Vivimos momentos llenos de agresividad, confusión y caos generado por la combinación de factores que han exacerbado los ánimos de nuestros connacionales. El decaimiento en la credibilidad de las diferentes autoridades locales y nacionales, que aunado al desorden convocado por fuerzas oscuras y diabólicas que quieren generar la inestabilidad social, refleja lo visto en las actuales manifestaciones que están llenas de vandalismo. Las grandes capitales de los departamentos de nuestro dolido país,  han llevado la peor parte, y hoy, además de las tragedias económicas que se vive por el cierre de negocios y aumento del desempleo, tienen que enfrentar una incipiente guerra urbana que al parecer no tiene donde parar.

La indignación colectiva no es pretexto para la violencia que amparada en la protesta social, esconde propósitos y desmanes insospechados.

Pero de igual manera, muchos de los que vivimos en pueblos o en el campo, experimentamos una situación menos afectada y menos dolorosa. Los que tenemos la fortuna de existir y subsistir por los productos que da la tierra, podemos dar fe de la poca afectación debido a la pandemia (comparado con los grandes centros poblados) y la normalidad en el orden público. Mas bien, reiterar que en un país de vocación agropecuaria como el nuestro, su desarrollo agropecuario se ha convertido en una actividad prioritaria y es la que mayormente aporta a la normalización de las actividades laborales, económicas y sociales en nuestra patria.

El auge y buenos precios de venta en productos de exportación como el aguacate hass, el limón, y nuestro producto insignia, el café,  colocan al agro en una posición favorable para realizar su actividad con todo entusiasmo. El buen manejo de los protocolos para evitar el contagio del coronavirus y los bajos niveles de incidencia de la pandemia hacen de estas actividades unas labores promisorias.

Esperamos que estas proyecciones permanezcan en el tiempo y que el ministerio de agricultura y desarrollo rural apoyen y fomenten las diferentes actividades agropecuarias. Además, llamo la atención para que las autoridades correspondientes nos blinden de la incursión de grupos al margen de la ley en nuestras fincas, porque estas organizaciones delictivas, además de fomentar el desorden social y económico, limitan y desestimulan las actividades en el campo.

El devenir para el agro después de la aparición de la pandemia por culpa del coronavirus es prometedor, siempre y cuando, nos dejen laboral los grupos al margen de la ley y los gobiernos locales y nacionales apoyen nuestra digna labor.

¡QUE VIVA EL CAMPO!

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