Aquel día, como tantos otros, el camuflaje de su mercancía habría bastado para ingresar sin ser sorprendido, pero el señalamiento de uno de sus principales compradores fue contundente. En ese momento el Castor vio caer ante sus ojos la parafernalia de su mundo disfrazado de honestidad, y en una orgía de sensaciones comprendió que, entre el miedo y la vergüenza, únicamente él recorrería el camino. Intentó dar explicaciones, quiso atenuar, pero el cuerpo del delito, decomisado entre sus ropas, fue irrebatible.
Él puede ser cualquiera. Representante, visitante, sombra, o un penado que regresa luego de salir por cualquier motivo. La verdad es que para estas letras no importa quién es el Castor… Importa qué hace. Pues bien, es alguien que lleva fuego al infierno y vende semillas de muerte en un mercado donde es más fácil morir que vivir.
Su negocio, porque es un negocio, tan ilegal como los contratos ficticios o los sobrecostos, los peculados, o incluso, tan ilegal como el manejo de los penados, propiciado (cómo negarlo) por leyes que a groso modo dan un marco, forma parte de la gran variedad de métodos que tiene la “mina del muro” para encontrar usufructo.
Hay una circunstancia sin embargo, que no tiene en cuenta el Castor, y es que para los dueños de la mina, él es prescindible y que su ganancia es nada ante las sumas enormes manejadas por los encargados de los negocios grandes.
Aun así, el personaje tendrá gran pericia para burlar las normas. Su vademécum tendrá trucos para hacer invisible su mercado, camuflar fuego o vender la muerte disfrazada de humo. Él lleva al muro todo lo que precisamente debe estar bien lejos, sin importarle, aparte de su ganancia, lo que derive de su negocio.
Días después, a la espera de que le asignen división, prisionero ya de quienes fueron sus amigos y obligado amigo de quienes fueron sus prisioneros, vencido por la vigilia, sumido en la impotencia al tratar de evadir la realidad, suelta los barrotes de la celda, se sienta en el suelo y se duerme.
El sueño de todas maneras no lo llevó el descanso. Se vio ingresar en una sección donde muchas sombras lo insultan y golpean mientras es conducido por pasillos oscuros hasta una gran plaza. En el centro, hay muchos hornos de los que brotan enormes lenguas de fuego. Al lado de cada horno, un hombre desesperado vacía fuego en canecas que le entregan a él para que las suba por una escalera interminable hasta llegar a la cúpula de un faro. Allí, alimenta con su carga una pira de tamaño descomunal.
Durante el trayecto el fuego lo quema y al tiempo se reduce, por eso cuando llega, su carga es tan poca que los vigilantes lo insultan y golpean de nuevo.
– ¡Más! ¡Más llamas! – Le exigen puesto que el objetivo del faro es servir como escarnio para otros traficantes de la muerte y por ello debe ser visto desde cualquier punto del muro por lejano que sea.
Cuando ya agotado, quemado y sangrante cae, las sombras se acercan a gritarle: ¿No es a ti a quien le gusta comerciar con el fuego?
Entonces corre por el escaso pasillo que deja la pira en busca de una ventana, y por ella se arroja al vacío. Mas cuando está en el aire, nota que, en ese mundo absurdo de sombras, llamas y tortura, todo cambia, nada es como se ve. Ahora cae en el centro de las llamas.
El grito de espanto es cortado por la luz y el ruido de la reja al abrirse. Los ojos del Castor enrojecidos, cansados, delirantes, buscan el rostro del recién llegado, pero no logra distinguirlo en la oscuridad de la capucha de la cual sale la voz:
– ¿Solo fueron doce años? Pocos para un comemierda como vos. Vamos, la condena te espera.
ENRIQUE ALVARO GONZÁLEZ
Escritor bogotano nacido en 1.955, tallerista de Café&letras Renata, Dragoneante del INPEC desde 1983, tiempo en que recopiló muy buenos relatos, en especial desde 1.989 cuando ganó el concurso de cuentos a nivel institucional con el cuento “Zafra, el hombre que se volvió paloma”. A partir de entonces hizo su aprendizaje de manera autodidacta, hasta el año 2000 cuando formó parte del taller literario Carmelina Soto, patrocinado por la Universidad del Quindío, donde experimentó técnicas nuevas que lo llevaron a ganar el concurso inter empresarial de la región, adelantado por Comfenalco con el cuento “Hombres de cristal” en 2008.
A raíz de esto, fue invitado al taller Renata de Armenia, donde nutrió su pluma para publicar en 2011 el libro titulado “Relatos Cautivos”, alcanzó el tercer puesto en el concurso regional de cuento infantil adelantado por Comfenalco en 2013 con “La Odisea del Arlboro”, ha sido seleccionado para antologías, con trabajos como “El Indulto”, “Crónica de Verónica”, “Policarpo”, “Tedio” y otros y publicó en 2019 el libro, “Los cuentos de pescao y otras crónicas”.