Quiero aprovechar esta oportunidad para referirme a algo que me ha tenido muy inquieto desde hace algunos años cuando comencé a cantar y a hacer música en general. Muchos sabemos que los artistas, y sobre todo los músicos, han sido estigmatizados socialmente, pues a lo largo de muchas décadas a éstos se les ha relacionado con la bohemia, la indisciplina y el desorden en su vida sentimental… Soy consciente de que esta fama no es gratuita, pues la vida licenciosa de algunos de los más connotados músicos de la historia ha servido hasta de ejemplo negativo para muchas generaciones que han decidido dedicar sus vidas a esta bella manifestación del arte.

La historia nos cuenta, por ejemplo, que Frédéric Chopin, el gran pianista y compositor polaco, hacía unas fiestas dignas del más corrompido emperador romano. Las noticias de los escándalos que rodearon a Chopin llegaron a conocerse en los más remotos rincones del mundo del siglo XIX. Lo mismo sucedió con otros músicos del mismo perfil, que adquirieron reputación no sólo por su talento sino por sus repudiables costumbres privadas y sociales.

Si bien los músicos de esa época, e incluso otros de siglos anteriores, gozaron de un sin número de privilegios otorgados por las altas cortes que se deleitaban con sus obras magistrales, sus vidas íntimas eran el “plato preferido” en las tertulias de reyes, estadistas, militares y de la burguesía en general. Los músicos eran los más apetecidos amenizadores de las fiestas y reuniones de las altas clases sociales, pero al mismo tiempo se constituían en el mal ejemplo de la sociedad, quienes, muy seguramente, según las creencias de la época, iban a arder en el fuego eterno.

Tristemente, el mundo moderno no nos ofreció un escenario distinto del anterior. Las décadas de los 50´s y 60´s, por ejemplo, quedaron reseñadas ante el mundo porque se aducía que el rock and roll, principalmente, incitaba a la gente a ingerir estupefacientes y alcohol, y a la promiscuidad sexual. Los criterios liberales de la juventud sobre las formas de concebir la sociedad, la política, la educación y las artes, entre otros campos, dejaron desfogar los más intensos sentimientos de unos jóvenes que se sentían reprimidos, que sin el más mínimo escrúpulo consideraron el núcleo familiar como una “fábrica de neurosis”.

Desde ese momento muchas generaciones crecimos con el estigma de la rebeldía y el desorden, propiciado en gran parte, según nuestros abuelos y padres, por la música.

Como si fuese poco, otros géneros musicales se contagiaron de dicho mal, y muchos integrantes de agrupaciones de las llamadas músicas vieja y tropical, cayeron en las garras de la bohemia, las drogas y la promiscuidad sexual.

A lo largo de los años este fenómeno fue tomando tanta fuerza, que no es de extrañar que cuando algún miembro de la familia decidía que iba a estudiar música, sus congéneres pusieran el grito en el cielo y exclamaran rasgándose las vestiduras: “¡Dios mío, se nos perdió este muchacho!”.

Del infierno al cielo

Por fortuna para quienes amamos la música y hacemos de ella nuestra vida, el panorama ha cambiado drásticamente. Si bien todavía existen algunos prejuicios en relación con el tema que nos ocupa, la imagen positiva de los músicos ha ido tomando fuerza en los distintos sectores de la sociedad. En este sentido hemos ido ganando terreno, gracias al comportamiento en público de los colegas, a que hacen las cosas con esmero y amor, y a que los mismos músicos se dan su lugar cuando se expresan con propiedad sobre múltiples temas. Es así como hacen de la profesión una actividad digna y respetable.

Pero valga señalar que en todo este proceso hay un protagonista que ha jugado un papel fundamental: los conservatorios de música de las universidades. Sí. Ahora, los jóvenes ingresan a las aulas a estudiar música con una visión muy distinta de la profesión. A su vez, las instituciones educativas se han ocupado sin recelos en reestructurar las carreras de las artes para que los artistas se preparen mejor como profesionales y, principalmente, como seres humanos. Este camino no ha sido fácil. Ha estado lleno de tortuosos escollos, pero que con ahínco y disciplina y en contra de la voluntad de más de un prejuicioso, lo hemos recorrido con esperanza y moral, pues con gran regocijo vemos ya algunos resultados.

Hoy en día al músico se le respeta, se le considera y se le trata con dignidad. Somos muchos los que decidimos ser músicos, y aunque no dejamos de reconocer las dificultades económicas, sobre todo, que puede acarrearnos esta osada decisión, tenemos la convicción de que, si lo hacemos con conciencia, con responsabilidad y con la misma dedicación que merece y exige cualquier otra profesión, podemos lograr nuestra propia realización personal y servirle de la mejor manera a nuestra sociedad.

Como dice el adagio popular: “no todo tiempo pasado fue mejor”. En mi caso personal, éste, sin duda alguna, es el mejor tiempo para dedicarme de lleno a la música y disfrutar hasta la saciedad de sus “dulces y exquisitas mieles”.

Mauricio Ortiz

Comunicador social-periodista, UPB, Medellín

Estudios de Música y Canto, U de A, Medellín; y Universidad de Caldas, Manizales

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Join the discussion One Comment

  • Luz maria dice:

    Este resumen de el músico Mauricio Ortiz sobre los músicos y su legado de bohemia e indisciplina ,ademas de recordarnos que fueron otros tiempos ,nos ofrece una gran esperanza para las generaciones actuales y futuras gracias Maestro !

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