La casa sin puertas, sin ventanas, hecha de tierra embutida, de latas de guadua, empañetada con cagajón de caballo, techo de cañabrava, correas de chonta, hojas de palma. El agua, propensa a distancia, traída en baldé de la orilla del jagüey. A ella me trajo viento, camino, empujón, hacia la sombra por muchos años. Un día caí de la cama, hecha de esterilla, donde fui devorado hasta la ropa por los gusanos entonces el polvo me cubrió hasta fundirme en él.
Todo sigue intacto, congelado en terrones, en las noches los murciélagos entran a devorar insectos. En el día el viento la recorre con agudos silbidos, La maleza la recubre, las salamandras en ella se solazan comiendo cucarachas.
En verano el polvo la visita, se aposenta en las paredes, costra de mugre la cubre dándole años esculpiéndola en abandono.
En invierno el agua del cielo, la vapulea a chapuzones, el polvo chorrea por las paredes mientras los restantes huesos siguen en polvareda, por nadie percibidos.
A lo lejos desde el camino parece montículo, los viajeros le temen porque en las noches se ilumina cuando de las ruinas, trato de auscultarlo todo, desde mi hueca mirada, perdida tras el zumbar de los cucuyos, en reflejo de luz de alborotas luciérnagas.
Algunos señalan este sitio, como el del entierro, siendo sólo caparazón de mugre, escombros persistiendo en osamenta empolvada, trastes de rota vajilla por los rincones huellan vida en desazón.
Recorro cual vagabundo, los corredores donde fumaba esperando el sol muriendo a colores tras la cordillera. Haciendo cuentas de años deshaciéndome.
Suelo, en los vapuleos de la lluvia ver como en las charcas hacen nido los zancudos, las ranas se acogen a ellas para sobrevivir. Creo, haber venido a caer en este lugar, debido al agua cerca, ésta me alentaba; además me daba peces, y frescura manada del cielo cuando la derramaba sobre el techo y se hundía por el abismo de las goteras.
Fantasma soy, la búsqueda de los míos, quienes, sin esperanza alguna, me tienen como desaparecido. Ellos no saben de trabajos con el café en cosechas cogidas en las laderas, de pescas de picudos con anzuelo, de chambas hechas para enterrar tubos, de limosnas para calmar hambres, mientras pude caer de la cama, para volverme polvo en la nada de siempre, ahora puros huesos, nada parecido a la indigencia vivida.
Es esta casa, por siempre mi tumba, donde permanezco asido a la tierra, de aquí nadie me levantará, así haya suplica, para acabar esta travesía, para liberar la conciencia de los míos. Ellos, quieren descansar en paz, al enterrar mis despojos, a inútil sepultura, aunque pretendan como damnificados, por mi desaparición, les sea pagado mi vida, por el Estado, en aplicación a la ley de víctimas vigente, de la cual dudo su inútil cobertura y eficacia.