Arrierías 84.
General (R) Fernando González Muñoz
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El Atavió de la novia, el elegante atuendo del novio, la luminosidad del atardecer, el nerviosismo de los padres, parientes y amigos, la curiosidad de los invitados, la mitra y la capa del obispo; aquella aurea de misterio que envolvía la gracia del sacramento bajo el tañido de las campanas al vuelo, le imprimía grandeza a la ceremonia que esa tarde ocurría en un pueblito provincial de la sabana.
La iglesia colonial vestida a la usanza del medioevo, engalanada con las más bellas, flores resplandecía iluminada por los rayos del sol que se escapaban a raudales de los vitrales multicolores a lado y lado de la nave principal, como queriendo lucirse ante tanta gente extraña venida de muchas partes… y de lejanas tierras.
La majestuosa entrada triunfal de la novia y la comitiva de honor que la acompañaba exhalaba un suspiro de admiración entre la concurrencia empeñada en no perder detalle, tratando de mantener latente en la retina cada instante de aquel inolvidable momento.
La hermosísima pareja, desfilaba hacia su destino por el caminito de pétalos y hojas secas bañadas por el suave rocío esparcido por la naturaleza que, sorpresiva y silenciosamente le hacía eco a la celebración.
El festejo trascurría como se había previsto desde hacía muchos meses, se percibía a flor de piel la expectativa que reinaba en el ambiente y en las miradas anhelantes y curiosas de los invitados que colmaban el sagrado recinto. Los recuerdos silenciados que surgen y avivan la memoria, brotan como cascadas de recuerdos de aquel septembrino e inolvidable otoño.
Todo parecía mágico, las imágenes brotaban y se diluían como pompas de jabón. Todo sucedía como en un sueño. Ramos florecidos, guirnaldas, tapetes, banderas e imágenes icónicas, adornaban el recinto.
Cuantas alegrías acumuladas, cuantos esfuerzos esparcidos, cuantos desvelos, abrujados por la incertidumbre de que todo el ensueño de aquel día, fuera una radiante realidad.
El sol ya empezaba a ocultarse sobre la túnica azul del firmamento. Las lucecitas que alumbraban el ambiente disipaban las sombras de la noche que descendía despacio sobre los cuerpos y los envolvía en un halo de místico recogimiento. Había paz en los corazones, reposo en el ambiente, alegría en los lugareños que atropelladamente se arremolinaban en el atrio, en los peldaños y en los jardines del marco de la plaza.
De repente, una nube ensombrecía un pedazo de sol que se ocultaba tímidamente en la penumbra de la tarde cuando todo indicaba que el clérigo estaba con su bendición dando por terminado el sacramento.
Silbaba el viento dando vida a una melodía de silencio mientras se desvanecía a la distancia, el tiempo transcurrido, tal vez pensando en la ilusión de otro día, mientras la noche nostálgica caía, para darle cabida al nuevo amanecer y la brisa esparcía pedazos de rocío.
Ah… el recuerdo de aquel atardecer, cuando se pintaba de rosa el horizonte.!
Todo se esfumó… la boda había concluido.
Subachoque, 17 de septiembre de 2016