Para: Arrierías 53

Las noticias no pueden ser más alarmantes: Colombia es uno de los países más violentos del mundo en razón de los numerosos grupos armados que aún, después de la firma de la paz en el país, fustigan las regiones, asesinan, asaltan, extorsionan. Reductos del grupo Farc, los llaman y se suman a esta apocalíptica situación la destructiva fuerza letal del ELN, grupo que más daño ha hecho al país desde el punto de vista de la ecología por los constantes ataque, a oleoductos y regiones donde existe la minería ilegal; también están los asesinos que integran grupos paramilitares, terroristas que en las regiones han llevado a miles de familias campesinas, pobres y sin esperanza, al abandono de su entorno, de sus tierras,  sus medios de sobrevivencia.  Narcotraficantes, contrabandistas, proxenetas, pedófilos, explotadores laborales, fuerzas armadas del Estado, asesinos, asaltantes, ladrones de poca y mediana monta y señores de la llamada “alta sociedad”, delincuentes formados en costosas universidades en Colombia y el exterior, que han convertido el dinero de los impuestos en tesoros privados. Delincuentes de alto coturno defendidos por dirigentes políticos, más corruptos que los mismos ladrones.

Y todos a una, como en Fuenteovejuna, los anteriormente citados están llevando a Colombia a una ida sin regreso, a un país sin esperanza. Pueblo colombiano cargado de impuestos mientras las fuerzas económicas poderosas que imponen candidatos, presidentes y manejan el poder, evaden impuestos o el mismo Estado, a través de los mal llamados parlamentarios, puntas de lanza de la corrupción que protegen esa explotación a través de leyes de gran esencia arbitraria por ser o crearse en defensa de intereses personales y no públicos.

Pero, ¿cuál es el origen de toda esta crisis social de valores, de violencia, de inequidad e injusticia en Colombia? Por supuesto, la respuesta no es fácil, es compleja.

Hemos arrastrado desde siglos atrás una inaudita violencia. Conquista, colonia e iniciación de la República es la historia constante de luchas por el poder, de dominio económico, de despojo de tierras, de favorecimiento general a una pequeña élite que elige, impone leyes, se distribuye el poder en manos de incapaces o de muy capaces- por la facilidad con que tapan sus delitos-, como evaden su responsabilidad ante el robo al estado, al erario público. De esto, hace muchos años. La constante es la misma: generar odios en las bases, impulsar la violencia, iniciar la represión y repetir la historia.

Hace poco, un grupo de personas con mucha, alguna o poca relación con los medios informativos, pero con responsabilidad social, bajo la orientación de un gran periodista, Gilberto Montalvo quien dirige este mismo grupo, Periodistas Asociados, planteaba la crisis de valores y ética que golpea brutalmente nuestro país. Entre todos nos preguntábamos elpor qué y la solución de esta crisis de valores. Algunos plantearon retomar el famoso Compendio de Urbanidad y Buenas Maneras de Manuel Antonio Carreño que fue muy utilizado en centros de formación escolar primaria en Colombia hace ya muchas décadas.

Otros hablaban de lectura y aplicación de códigos relacionado con lo penal, esto es, castigo sin contexto, castigos de aplicación social ante tanto delincuente de calle, borrachos, bullosos y personas desarraigadas, en fin, propuestas que pueden tener un impacto, pero no son, en nuestro concepto, el principio de solución a la crisis. El artículo 41 de nuestro Ordenamiento Jurídico establece la obligación de enseñar la Constitución y el civismo en todos los establecimientos de educación, públicos y privados sin discriminar niveles, pero, ¿esta enseñanza aprendizaje se da? ¿están los docentes preparados para enseñarla, aplicarla?

Cuando abogados, jueces, investigadores, magistrados toman determinaciones que al entender de la población en general, van en contravía de la lógica humanística, la pregunta o los interrogantes que aparecen acerca de una determinación tomada es, ¿están preparados estos profesionales para impartir justicia? ¿saben la diferencia real entre justicia y equidad?, ¿por qué sueltan asesinos, ladrones, violadores en flagrancia simplemente por situaciones de forma y no de fondo, como “no le leyeron sus derechos”, “un policía golpeó al detenido”, “no es un peligro para la sociedad”, etc. etc.

La situación es tan crítica, que asombra ver a magistrados, jueces, fiscales y supuestos “juristas” torciendo la ley, comprando conciencias o enriqueciéndose tras ocultar evidencias o no escuchar o recibir pruebas de las víctimas. Aquí, cabe otra pregunta, ¿dónde están los principios de ética privada y/o ética pública de estos funcionarios corruptos? De hecho, las universidades de donde han tenido sus no honrosos títulos, hacen mutis por el foro, callan ante la desvergüenza y deshonor de sus egresados.

Más absurdo aún: brigadas militares o de policía, clubes privados o establecimientos que no son cárceles, se vuelven centros de reclusión de tanto bandido de cuello blanco.

Último dato para la reflexión: La presentadora de un conocido medio periodístico da al aire una noticia infame: Colombia, según estudios sociológicos, es considerado como el país más corrupto del globo terráqueo, ¿qué tal?

POST SCRIPTUM: con todo lo anterior, viene a mi mente una canción famosa de nuestro país, A Quien Engañas Abuelo, con autoría del gran Arnulfo Briceño y en las voces inolvidables de Silva y Villalba, tema social que en su parte final enseña lo que es Colombia: “Aparecen por elecciones a unos que llaman caudillos/ que andan prometiendo escuelas y puentes donde no hay ríos/ y al alma del campesino llega el color partidizo/, entonces aprende a odiar hasta quien fue su buen vecino/ todo por esos malditos politiqueros de oficio.

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