Arrierías 83.
Por: General (R) Fernando González Muñoz*.

Aquella noche, …la noche aquella del 11 de enero de 1.962, brillaba más que de costumbre, la luna en un cielo limpio que iluminaba a plenitud la fría Bogotá de entonces, la plaza de armas de esta escuela estaba también iluminada y plena. ¡Si alguien observara la imagen que se vivía allí, presenciaría a un grupo de muchachos que en perfecta formación en varios bloques recibíamos las primeras ordenes de mando de un teniente que parado al frente, dirigía la “primera recogida” … que palabra por dios…!!! la “recogida” … para muchos… la primera vez que la escuchábamos.
De estos bloques, uno de ellos, el más numeroso, el de la izquierda, mirando hacia el casino de cadetes y frente al comedor, ese mismo comedor por donde penetró sorpresivamente un día a través de una ventana el Teniente Zatizabal, estando de oficial de servicio, para dar parte al oficial de inspección ante el asombro de todos por lo audaz y lo grotesco de la inesperada escena. Decía que ese bloque era el de la compañía Córdoba, la compañía de reclutas, los 217 aspirantes que habíamos ingresado ese día y cuyas vidas nos había cambiado automáticamente a partir de las nueve y media de la mañana, cuando la voz ronca del brigadier mayor… “el viejo Mejía”, que ironía!, moriría muy joven un poco después siendo Subteniente, “Despídanse ya de sus padres y familiares, maletas al hombro y uno detrás del otro síganme al alojamiento,… el alojamiento… otra palabra desconocida, o por lo menos nada familiar para los provincianos que acabamos de llegar, “al trote mar “. Pero muy reconocida en el argot castrense… “Alojamiento de tropa”
Allí empezó la más grande confusión y desasosiego que pudiéramos imaginar alguna vez, cuando pergeñábamos la idea de ser cadetes. Nosotros no entramos a la Escuela Militar a seguir la carrera de las armas, a ser militares, ni tan siquiera a ser oficiales, lo único que queríamos y deseábamos con la más grande de las ilusiones era lucir el uniforme “papagayo” de cadetes… ¡Qué desilusión no éramos cadetes, aquella noche descubrimos que éramos menos que humanos… éramos reclutas!
Esa noche… Aquella noche…noche de luna llena en nuestra primera “recogida” no teníamos miedo, porque estábamos simplemente muertos de pánico, de terror de desconcierto y en la flor de la adolescencia, enteleridos de frio e infinita tristeza la tristeza de la noche… la tristeza del recluta.
Cuando al fin se terminó la interminable recogida, pudimos dormitar y con las terribles pesadillas de aquella noche retumbaban en nuestra mente delirante las voces que pronunciaban aquellos seres odiosos y desconocidos como salidos de ultra tumba, los brigadieres que gritaban… “unir los talones”,… “levantar la motola”,… “pie izquierdo al lado”,… “apuntar con la nariz”, “formar por orden de alzada”, “cadencia moderada”,… “parte al señor de casco y pistola”,… “recoger petates” … petates,! por dios que era aquello?… experiencias del otro mundo, luego el terror de aquella noche de recogida, macabro. ¡No llorábamos porque el dolor no era físico, … sobraban las lágrimas… gemíamos porque la angustia exhalaba de lo más profundo del alma… ah!… aquella noche, la noche… aquella… la noche de los reclutas.
De eso mis queridos amigos han pasado cuarenta años. Desde entonces… Ni el portal de la guardia hermosamente bautizado por uno de nuestros compañeros como el portal de la nostalgia, ha cambiado: Su color ocre en las torres centenarias y vetustas permanecen inmutables.
El inmenso verdor del campo de paradas y su majestuosidad e imponencia en las ceremonias o el vapor de la neblina helado en las madrugadas… sigue igual. El alojamiento de la “Córdoba” cambia periódicamente, cuando se pintan sus lozas legendarias pero su mítica estructura es la misma de aquella mañana del 11 de enero del ayer. La más bella de las capillas militares de la América septentrional sigue teniendo la forma arquitectónica y solemne donde oíamos con voz de trueno al padre Montoya y más luego al cura Ariel y por ultimo desvanecido pero eterno… padre “Pachito”.
Cuántas cosas han pasado desde aquel entonces; la vida nos ha sorprendido a cada uno de nosotros por igual, señalándonos un camino que empezamos a transitar aquella noche…. la noche aquella, y por el seguimos avanzando, dejando huellas que laceran el recuerdo, seguiremos caminando y en el atrás quedaron ascensos, descensos, viajes, guarniciones, compañeros muertos, esposas, hijos, distinciones, exilios, triunfos y fracasos. ¡!!Pero al compás de la vida los viejos reclutas de la Córdoba, de aquella noche… la noche aquella… aquí estamos. ¡¡¡
Poco a poco nos iremos… desgranando… Algún día quedará uno solo de nosotros y las banderas del “Antonio Arredondo” … a lo mejor alguien de los nuestros la recogerá con nostalgia, pero siempre con honor.
A estas alturas el primer tercio de todos nuestros compañeros ya habrán entendido, incluso el viejo Páez, que mientras el entorno resplandece, se acrecienta, embellece o rejuvenece, nosotros los muchachos de aquella noche… la noche aquella…. ni que decir! Tampoco cambiamos, así tengamos plisado el cuerpo y arrugada el alma.
En el aquelarre de la vida, el juego del destino y el desvanecimiento progresivo que conduce al final de nuestra verdadera antigüedad. Allá… en las filas celestiales volveremos a formar el mismo bloque de la noche aquella. Aquella noche… La noche de los reclutas.
Gracias a la providencia estamos de nuevo reunidos los compañeros de la Compañía Córdoba, en la misma escuela, que nos albergó en los momentos estelares que jalonaron nuestra juventud.
Estos recuerdos que a diario vivimos los hemos querido trasladar a la posteridad consignándolos en un libro, nuestro libro, el mejor libro, porque como lo decíamos alguna vez, es el mejor libro porque está hecho de nosotros mismos.
Como hubiéramos querido que las fotografías del siglo pasado que verán nuestros nietos en el presente y nuestros biznietos y descendientes en el siglo XXII, las hubiéramos conservado con la frescura e interés como se las comprábamos al legendario fotógrafo Arias. De verdad, verdad algunos de los pocos que no aparecemos con la frecuencia deseada en estos retratos en sepia, se debe a cualquiera de las dos siguientes razones: o éramos los más “espiritistas” y andábamos haciendo lo que nuestros compañeros no hacían por andar tomándose fotos, o la más probable verdad, no teníamos un centavo para pagar su valor y nos conformábamos con mirarlas sin tocarlas y verlas después desaparecer para siempre con la mirada triste del recluta rico en miserias y miserable en riquezas.

Aquí en este libro que conmemora los 50 años de egresados, el Curso Antonio Arredondo ha querido plasmar sus mejores recuerdos y sentimientos y consignar en él, los retazos y vivencias que quedaron impresas en la memoria y pegadas en el alma.
El libro recoge momentos que ninguno de nosotros podría describir con palabras, allí están nuestros sueños y lo que de ellos quedan, ojalá que estos trozos de historia signifiquen algo para nosotros y para nuestros descendientes.
Cuando uno de los nuestros pretenda recoger los sucesos de la época más difícil que en toda la historia ha vivido Colombia, encontrara que fuimos héroes o villanos, lo primero porque quizás con nuestro esfuerzo y sacrificio no dejamos destruir el país por los violentos o lo segundo que nuestra generación fue incapaz de enfrentar el reto y fuimos inferiores al compromiso de honor que teníamos frente al desafió.
Nuestro curso tiene el privilegio de que uno de nosotros en representación de todos, ha dirigido los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire, con resultados que el país y el mundo entero ha reconocido como admirable, digno y ejemplar.
Gracias a ese Comandante General, nacido de nuestro curso, en nombre de todos los colombianos, por lo que ha hecho por la patria. La posteridad lo registrará así y Colombia agradecida le reconocerá hoy y siempre los méritos del mejor soldado que en mucho tiempo ha brillado, iluminando el destino de una nación que sin duda alcanzará un mejor futuro, como fruto de su labor.
Dios nos bendiga… Colombia recordará esta época y la historia lo consignará en sus páginas de gloria.
Pareciera que fue ayer cuando en la Plaza de Armas formamos por primera vez los 178 cadetes de la Compañía Córdoba que iniciábamos el camino hacia la gloria… aquella noche… la noche aquella… ¡La noche de los reclutas…!!!
*Nota:
Desde su vida como cadete en la Escuela Militar en la ciudad de Bogotá, el General (r) Fernando González Muñoz ha venido consignando muchas de sus vivencias de la vida castrense a través de crónicas, discursos, poesías, relatos costumbristas que lo ubican como uno de los más importantes escritores dentro de la historia militar de Colombia. Con fuerte arraigo familiar en Armenia, Sevilla y Caicedonia (su padre fue alcalde de este municipio a comienzos de la década del 40 del siglo pasado), nuestro nuevo columnista tiene en su haber cantidad de anécdotas e historias escritas que iremos publicando en próximas ediciones.