
Un profundo sabor a final precede al poema.
Yannis Ritsos
“En la antigua Grecia se consideraba a la luz como un fluido que emanaba de los ojos del observador”.
Para mi amiga, Zoe Savina, Gran Dama del haiku griego.
Hay una luz griega que nace, crece y se reproduce.
Una luz que no nace. Ni crece. Ni se reproduce ni muere.
Habita en la claridad de las mañanas y atardeceres griegos.
Hay una luz, engendrándose desde los poemas de Seferis.
De Elytis, Kavafis y Ritsos. Luz atávica que no envejece.
Luz nueva con muchas edades, esa luz es la luz que recorre
toda la obra de Kazantzakis y se represa en los ojos del Pobre de Asís.
Esa luz reaparece como fuego en las palabras del Jesús de Nikos.
De esta danzante luz nada diré aquí.
De esta danzante luz nada diré.
De esta danzante luz nada.
De esta danzante luz.
De esta danzante.
Nada diré aquí de esta danzante luz.
Hay otra luz griega que nace del mar azul,
y zulmara cuando entre el aire diáfano se mezcla con la espuma
de mármol del Egeo.
De esa luz que embriaga como vino de Santorini,
tampoco diré nada aquí.
Hay otra luz griega que nace e ilumina desde las miradas
de todos los griegos de ayer, de hoy y mañana.
Todos los griegos.
No solo Homero, no solo Sócrates, no solo Sófocles, no solo Safo.
Cuando digo todos los griegos,
hablo de esa luz que habitó por igual en las miradas de millones
de hombres que llegaron y se fueron, silenciosos,
como si en ellos no hubiera habido iguales claridades.
Esa luz griega tuvo allí los soles a cuya luz no llegaron
las abejas, pero desde donde la claridad también ilumina,
en este momento, mariposas que sobrevuelan campos
de Samos, Sakyntos, Serifos, Sifnos, Silos, Symi, Skithos,
Spetsái, Skópelos o Skyros.
De esta luz humana hecha con palabras, carne y sangre,
niños y ancianos, nada diré aquí porque se ha dicho todo.
Kalvos ya lo expresó en sus Odas.
Diré entonces de la luz diaria.
Diré de aquella luz de pájaros,
piedras y frutos, que madura extendida desde el alba
hasta el ángelus. Esa luz que prefirió paredes y calles
de pueblos y aldeas griegas para manifestarse
sin pretensiones estéticas ni filosóficas.
La luz que simplemente es luz.
Esta luz griega que puede tocarse en muchos lugares,
pero que celebro entre las flores, sobre las flores,
bajo las flores y alrededor de los árboles griegos florecidos.
¡Hay tantas revelaciones de la luz en Grecia!
De ellas nada soy capaz de escribir aquí. Ya las dijo Ritsos.
Y las gritó. Ya las susurró. Nadie podrá dejar de iluminarse con ellas.
Ningún coronel de ningún país del mundo,
sabe cómo extinguir esas luces.
Luz de Grecia.
Entonces, gracias a la gente del pueblo,
al desconocido y al ilustre,
a los vivos y muertos, en particular a los agonizantes
que atesoran el resplandor tradicional en Grecia,
fue posible el bermellón de las flores por el blanco de las paredes,
sobre todo, por la sombra sobre ellas.
Luz por Grecia.
Subían flores moradas por la escalera de pétalos blancos
que estos le construyeron.
Luz para Grecia.
Nadie ayuda a la anciana
a llevar sus alforjas. Solo el florecido árbol,
hermano del bastón donde se apoya, parece animarla
en la soledad de la empedrada calle.
Luz en Grecia.
Debe ser fácil esperar la muerte así,
sentados en alguna de estas sillas bajo
el árbol florecido.
Luz sobre Grecia.
Que lleguen ancianas o niñas,
pero que lleguen pronto, sin miedo, a ocupar estas sillas
desmanteladas bajo el sol del amanecer.
Luz contra Grecia.
El vetusto tronco cubierto de recientes flores.
¿O son manos? ¿O son piernas? ¿O son cabezas?
¿Qué más, por Dios, qué más?
Luz ante Grecia.
En esa puerta: con aspecto de ataúd vertical:
no imagino a nadie palpando para entrar:
sino alguna sombra: alguien desde adentro:
aporreando en vano el cedro: para huir:
o para mirar el árbol vecino: florecido:
a nadie esperan para que encienda el farol.
Luz bajo Grecia.
¿Y si esos pétalos
sobre el pavimentado y estrecho pasadizo
no son flores, sino la cristalizada sangre
de cuantos desaparecieron y la de quienes
aún no han llegado?
¿Y si se derrama la luz que pende sobre la pared?
Luz con Grecia.
Aceptaré la invitación que me hace este primer puntal de luz,
con su arco bordado de flores rojas,
solo para llegar al portal del fondo oscuro
entre tanta luminosidad.
Luz desde Grecia.
Uno tras otro, flameados ciclámenes
en el jardín de los ojos:
Embirikos, Vafopulos, Antoniu,
Baras, Kalas, Sarandaris,
Engonopulos, Kavadias, Matsas,
Vrettakos, Gatsos, Varvitsiotis,
y tú, mi amiga Zoe Savina, entre la espuma del mar de Mirtos,
con, contra, bajo, en, entre, hacia, tras el aire de Atenas
convocando haikus entre esculturas de Moustakas.
Luz tras de Grecia.
Sé con certeza
Quién saldrá
Por esa puerta
A sentarse
En la silla blanca
Frente al árbol
Florecido.
Pero no voy a decirlo.
No conozco las palabras
Ni los versos
Para decirlo.
Luz hasta Grecia.
Nadie se atreve a repicar la campana
junto al olivo florecido.
Luz según Grecia.
No están la abuela ni la madre. Ninguna nieta.
Nadie que amase panes para hornear
en el horno blanco del jardín.
Los recuerdos no florecen hoy con el mismo perfume
que tienen las flores de este árbol.
Luz entre Grecia.
¿Son propietarias las casas griegas del color blanco
que se riega por el mundo?
Luz sin Grecia.
Nada dicen las piedras de los muros
porque en su taciturna lucha con las flores
por manifestar la luz,
toda derrota es victoria.
No es posible la luz sin Grecia.
No es posible Grecia sin la luz.
Lo mejor de todo, con este sol de Rodas,
es no saber si sube, baja o ha estado siempre ahí,
por empedradas callecitas de Lindos donde Zorba danzó,
próximo a sus techos de tejas rojas.
¿Por qué esta vieja canción sigue tan nueva,
cincuenta años después y nosotros cada vez más antiguos?
¿Qué otro movimiento puedo hacer con el alma?
¿Dónde situar las preposiciones restantes?
Coro: ¡En Ritsos, en Ritsos, en Ritsos!
Ritsos, (quien viene envuelto de luz, toma la palabra):
“Esta luz
la única
en lo más alto del monte
la han subido los asesinados
¿No te recuerdas?”
Del libro inédito: Desde dónde remar en la luz