Arrierías 82

Por: Trovador

Hace unas tres décadas, trabajando en una emisora local en Manizales, recibí la noticia de la presentación de una de las voces más bellas en la historia de la música latinoamericana: Virginia Rosaura Hidalgo Saucedo, conocida mundialmente como GinaMaría Hidalgo, una extraordinaria soprano coloratura que participo en varias obras del género operático y luego dedicó parte de su vida al folklor y a cantar canciones populares que traspasaron la historia y han quedado en la mente de sus seguidores sus temas, como Amar Amando, Memorias de una Vieja Canción, La pulpera de Santa Lucía, Los Pájaros de Hiroshima donde saca a relucir esa voz privilegiada y casi única.

Creo que es la única vez que estuvo en Colombia y fue, precisamente en Armenia donde la gestión de un quijote de la música, cantante, profesor y gran narrador de historias, Germán Rodríguez hizo toda la gestión para que semejante voz privilegiada visitara un pequeño departamento donde empecé a darme cuenta del gran potencial artístico que esa bella región colombiana tenía: escritores, poetas, historiadores, músicos, intérpretes y una tendencia permanente a reunirse en sitios especiales para hablar de música, de arte, de filosofía.

Un colegio franciscano, al norte de Armenia, fue el sitio escogido; un pequeño coliseo que se llenó esa noche con espectadores ávidos de conocer y escuchar una de las voces latinoamericanas más bellas de la historia.

Germán Rodríguez tenía un pequeño lugar al norte de la ciudad que se conoció como Caruso. Fue gran admirador de este inolvidable cantante de ópera. Había visitado Italia, recorrido sus lugares emblemáticos y siguió allí la ruta artística y de vida del gran tenor italiano. Su pequeño bar no tenía más de 7 mesas y luna barra para ocho personas y, sin lugar a duda, era el sitio más conocido para tertuliar, hablar de música y cantar a capella.

Armenia se volvió, para mí, un sitio obligado para ir a conocer de autores, compositores y música de grandes maestros. Créanme, amigos lectores, que aprendí mucho sobre ópera escuchando la narrativa de Germán. Las anécdotas e historias afloraban. Cierto viernes coincidí en el sitio con un gran forjador de voces, un maestro de canto del cual tenía referencias por haber estudiado en Manizales y dirigidos allí grupos corales, además de orientar varias voces para perfeccionarlas. El maestro Bernardo Sánchez quien iba con muchos de sus estudiantes del Conservatorio de Música del Quindío. Aquella noche inolvidable se cantaron boleros, canciones napolitanas y hubo un rifi rafe musical entre dos tenores, Germán y un profesor de la universidad del Quindío, Mario Ramírez. Les juro que fue especial porque uno terminaba un bolero, el otro respondía y en los estribillos, los compañeros del grupo cantaban a varias voces. Ese era Caruso, lugar de tertulia y grandes recuerdos.

Esa noche, Germán puso un disco para que los tertulianos adivináramos que voz era. Estaba en todo apogeo un baladista argentino, Leonardo Fabio. Nunca había escuchado en su voz una canción del folklor argentino. A los asistentes preguntaba, uno por uno quien era el intérprete y todos coincidimos, pues. ¡Leonardo Fabio! Su respuesta nos dejó fuera de base. Era la voz de un barítono uruguayo, Alfredo Zitarrosa. Conclusión, Leonardo Fabio con su voz lastimera que llegaba de la juventud de aquella época, fue un imitador del gran compositor, poeta y cantante Zitarrosa.

Cuánto extraño a Germán y aquella bella época de tertulia donde la cultura musical iba con su bandera liderando el arte en el Quindío.

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