Revista Digital Arrierías 71
(A pedido de Mario Ramírez Monard)
Debido al vendaval que azotaba a Medellín, a donde viajaron para entrevistarse cita con el maestro John Castaño, la cita sufrió un retardo. El objetivo consistía en entregar el bambuco Callecita de mi aldea al maestro, para incluirlo en el repertorio que una cantante de Marinilla llevaría al concurso del Mono Nuñez, en Ginebra.
La lluvia granizada reventaba sobre las hojas de cinc, y el viento frío a las dos de la tarde obligó a sacar los abrigos de los maletines de viaje.
A la espera de que el tiempo mejorara Ancízar encendió un cigarrillo que aspiró con fuerza para evitar que las ráfagas de viento lo apagaran.
El frío y las gotas de lluvia que invadían el sitio de protección, llevó a pensar al aprendiz de letrista que lo mejor era buscar abrigo en la parte baja de la terminal. Al verlo descender Ancízar dijo:
“¿Qué pasa chino?”.
El aprendiz no respondió porque en ese momento llegaron a su mente las dos primeras líneas de un tema que no sabía dónde escribirlo ni cómo terminaría. Recordó que Ancízar siempre llevaba su agenda, repleta de textos para sus canciones, bajo el brazo. El aprendiz detuvo los pasos en la mitad de las escalas y por señas, porque el estruendo de la granizada sobre el techo apagaba sus gritos, indicó que la necesitaba.
Entendido el pedido, subió por ella y Ancízar continuó mirando la marcha de los buses hacia el interior del terminal, la lluvia, el viento huracanado, y fumando impasible.
Apoyado en la baranda y ya bajo la mirada curiosa y extrañada del amigo, el aprendiz empezó a describir las imágenes que, sucesivas y en torrente, poblaban su mente.
A intervalos y mientras encajaba y ordenaba las líneas escritas para darles sentido, observaba a Ancízar en su lucha contra el viento para encender otros cigarrillos que, tan pronto asomaba el humo en la brasa, las ráfagas de viento se llevaban.
Al terminar la escritura devolvió la agenda, húmedo el texto por la brisa que se filtraba por el tejado de zinc. La recibió sin mirar y preguntó:
“¿Qué escribía, hermano?”.
Ni sé -contestó el aprendiz-, después, en Armenia la busca y lee.
Aún a la espera de que amainara, recostados a una columna y mientras esperaban el momento propicio para abordar el bus urbano, comentaron sobre la furia de la “borrasca paisa”: Ancízar con la agenda bajo el brazo derecho, y doblado su izquierdo a la altura del codo reducía el tiempo y el espacio entre la boca y los cigarrillos que, aspiraba en seguidilla, uno tras otro, y el aprendiz: tranquilo, las manos metidas hasta el fondo de su chaqueta gris, miraba los torrentes de agua de inundaban el andén, la calle .
El taxi los llevó, en medio de la lluvia que amainaba pero no paraba, hasta el sitio acordado con el maestro Castaño, y terminada la diligencia, sin demora regresaron a Armenia.
Pasó el tiempo y el aprendiz olvidó el escrito hasta el día en que Ancízar comentó que un amigo suyo, después de leer Se busca un bambuco, quería musicalizarlo y conocer al autor.
“Vamos, hermano, se lo presento”.
La oficina quedaba en los locales bajos del edificio El Chispero, y Mario Rubén Botero era el mismo que el aprendiz conoció en la panadería del parque de La Constitución en la tarea de contratar a los músicos que, puesto a un lado sus instrumentos mientras sus dueños tomaban tinto o cerveza, y esperaba que animaran su reunión de amigos y además lo acompañaran a cantar en la panadería. Entre los escasos cuatro metros de fondo por dos de frente de la oficina, un hermosa secretaria digitaba el computador, leía correspondencia y repetía los mensajes recibidos a Mario Rubén quien, una vez al tanto de las tareas y comunicadas las respuestas solicitadas, como amigable anfitrión invitó a tomar tinto enfrente, en la cafetería La Orquídea donde hizo gala de buen conversador.
Días después, Ancízar invitó de nuevo al aprendiz a conversar con Mario Rubén. No sabía para qué, y recibió la sorpresa de que, cruzadas algunas palabras, Mario Rubén sacó un casete de su escritorio, lo hizo sonar en su grabadora y antes de despedirse, solicitó al aprendiz que le llevara otros textos.
Visitaron a Mario Rubén en su apartamento de Proviteq, para llevar los textos solicitados. La charla, acompañada de vodka en jugo de naranja ycanciones en la voz de Mario Rubén. Al aprendiz, una vez pasó por alto su condición de abstemio y degustó por primera vez, pero varias veces el “combinado ruso-vegetal”, le pidieron escribir una estrofa más para “redondear el tema”, que remató en “si estoy en tierra extranjera”. La reunión terminó después de medianoche y el aprendiz bajó con dificultad las escalas desde el tercer piso, y con Ancízar apoyado en su hombro.
Pasaron los meses y Ancízar comunicó al aprendiz su envió del bambuco a la primera versión del Concurso José A. Morales. Una vez anunciaron su clasificación, Ancízar expresó su decisión de viajar a El Socorro a “defenderlo”.
Día después de su regreso a Armenia, comentó riendo que Mauricio Arroyave quería inauguran su primera grabación en el recién Estudio de Grabación Xirrosis, con Se busca un bambuco.
En esos días el “primerizo estudio” de Arroyave consistía de: una mesa tan pequeña y estrecha por abajo y arriba, que apenas le permitía abrir el abanico de sus piernas, y sobre ella lo que llamaba con buen humor “mi monstruosa consola de grabación” de tablero, de no más de veinte de largo por treinta centímetros de ancho, y sobre él cuatro “botones” deslizantes hacia arriba y abajo en igual número de hendiduras verticales marcadas en sus bordes por líneas numeradas, que Arroyave llamaba entradas, y nombradas en su parte superior con la palabra volumen, y otras que el aprendiz olvidó. Además, arriba en la pared, frente al “aparatejo”, tallado en icopor por Mauricio Arroyave y pintado a colores el curioso y risible por excéntrico nombre del incipiente estudio de grabación: Xirrosis Estudios, que en dos palabras reflejaba sin temores el espíritu empresarial y la afición bohemia de su dueño y sus amigos.
SE BUSCA UN BAMBUCO
Bambuco 980723
Letra: Luis Carlos Vélez
Compositor: Mario Rubén Botero
Intérprete: Ancízar Castrillón
Estoy buscando un bambuco
De los que canta mi pueblo
Que hable de viejos caminos
De fantasmas y de arrieros
Que tenga del montañero
Su fino temple de acero
Y que sus notas le canten
A la mujer y a los sueños
Tiene que ser muy sencillo
Pa´ que lo cante el que quiera
Y sus arpegios recorran
Las venas de nuestra tierra
Quiero escuchar un bambuco
Con fuerte olor a verbena
De’sos que son patrimonio
De las fondas camineras
No ha de llevar su lenguaje
Cosas que nadie le’ntienda
Tiene que ser limpio y claro
Como el alma de mi tierra
Quiero escuchar un bambuco
Que dibuje cosas bellas
Como los ojos y el alma
De una linda chapolera
Estoy buscando un bambuco
Sin traje de lentejuelas
De mulera y alpargatas
Como mi gente labriega
Que sea cual un emblema
Siempre tatuado en mi alma
Que me recuerde la patria
Si estoy en tierra extranjera
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(Tomado de Anécdotas del pentagrama. Inédito)
Luis Carlos Vélez Barrios